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Capitán (General) Swing del Ensayo

A fecha de hoy, 22 de noviembre de 2012, casi a las puertas del 2013, si los Mayas nos dejan pasar página, uno empieza ya a hacer balance de lo leído durante el año con el propósito, claro está, de ir elaborando las tan esperadas listas de… (por ejemplo: mejores libros de ensayo 2012). Más o menos ya se tiene claro lo que gustó y lo que no, lo que cabe destacar y lo que mejor será dejar en el olvido de la segunda fila de la estantería. Quizá pequeñas dudas pendientes de revisión o una segunda lectura rápida diagonal puedan suscitar modificaciones de última hora. ¿Quién sabe?

¿Y a qué viene todo este rollo? Muy sencillo.

A nivel antropológico existen clases, estatus, grupos, tribus… marcadores sociales que justifican la diferencia entre unos y otros, entre tú y yo, entre éste y aquél. Desde los primeros pobladores y el origen de los tiempos esta imposición es una suerte de arquetipo que nos sirve para configurarnos y (marginarnos) dentro del orden y el desorden sociológico que involuntariamente nos domina y estigmatiza.

Y ahí voy: al orden y al desorden, a la necesidad de comprender una época postmodernizada y abominable donde conviven los elementos de información y clasificación que todos creemos saber pero que muchos olvidan y otros manipulan.

¡Soldados! ¡A formar! Y en este escenario, donde los soldados son la metáfora de todos nosotros (pasado y presente, clase y estatus, expresión y engranaje) aparece el Capitán, sí, el Capitán Swing, con paso firme, mirada altiva y enérgico discurso. Los reclutas observan, callados, mientras el jefe revisa y edita a su tropa.

Si durante el 2012 una editorial ha sabido conjugar y (conjurar) los elementos necesarios para ayudarnos a comprender qué ocurre en esta inusual y permanente química social donde el ser humano se ha (psico)hipotecado y (cosmo)configurado como un individuo anárquico y alquímico, esa es, sin duda, Capitán Swing, a.k.a (por lo menos en este blog, y en esta casa) Capitán General Swing del Ensayo.

Los motivos están muy claros: variedad, decisión, compromiso, juicio, valor, ética, política, coraje… pero todo ello, siempre, con una segunda lectura y un fiel e implícito propósito: el ímpetu de reflejar qué somos, pero sin olvidar lo que fuimos, como clases, sin duda, pero también como individuos en todas sus expresiones y conductas posibles. Esa es, creo, la acertada alquimia literaria del Capitán, la capacidad de verse reflejado en los diáfanos espejos del dominante capital y recabar, ensayísticamente hablando, los mejores textos que todo lector exigente pueda soñar (y necesitar) con el objetivo de afrontar un momento que necesita la justificación de una historia que muchos prefieren olvidar, y otros como el Capitán recordar y mostrar.

Cuando el caos es un supuesto y a la vez un presupuesto el ser humano necesita (antropológicamente hablando) respuestas, referentes, supuestos, argumentos, teorías… elementos imprescindibles para reordenar su propia estructura vapuleada y acorralada en esa aporía (Varoufakis, dixit) que nos acechó cuando nos creíamos inmunes a todo, pero encarcelados por todos.

Una receta que nace de la mejor estrategia plausible: la necesidad inalienable de hacer que cada publicación sirva para medirnos como orgullosos soldados y placenteros lectores, ávidos de algo que marque la diferencia entre la posibilidad y la inevitabilidad de lo que somos: clase consciente con la capacidad de elegir y discernir entre lo posible y lo imposible, lo fáctico y lo estético, lo humano y lo social, lo mundano y lo privado.

En los cuarteles del Capitán no existe el menor prejuicio, todo lo contrario: conviven la transparencia y la comunicación cultural como una configuración de elementos reprobatorios y analíticos de un mundo que necesita de su pasado para sobrevivir y de su presente para renacer. Su compromiso social con el lector, su genuina idiosincrasia son un ejemplo de ejercicio extático que desemboca en una catársis literaria y evolutiva en aras de acoplar la política con la sociedad, lo global con lo antiglobal, lo económico con lo precario, y cómo no, la voluntad con la cultura, sin dejar atrás conceptos académicos y rigurosos que engalanan cada publicación como un nuevo mundo de estudio y comprensión. Capitán Swing enseña. Abrir cada uno de sus libros es abrir la mente hacia esa premisa antropológica y cultural que necesitamos para seguir avanzando en nuestras íntimas y gregarias parcelas del conocimiento.

Recuperar es editar. Recordar es acertar. Rescatar es analizar. Todo ello y mucho más es: Capitán Swing.

Desde los orígenes más sagrados de la concepción y formación de la clase obrera anglosajona en la biblia de E.P. Thompson; pasando por La Jungla (Sinclariana) de mataderos norteamericanos donde el animal se convierte en una cadena despiadada de producción; desembocando en los Chavs para que el afilado y genial Owen Jones nos de las claves de la demonización de un sector social británico aniquilado por la soberbia de sus dirigentes; alucinando en cualquier momento del día con los ácidos y mordaces relatos de Terry Southern con las mejores sustancias en las mejores y más variopintas familias; viajando hasta Rusia de la mano de Steinbeck y el ojo de Capa; convirtiéndonos en los mejores y prodigiosos dandys literarios tan necesarios y olvidados en la literatura, a la vez que una vuelta de tuerca nos desplaza hasta los convulsos años 60 norteamericanos; para después, darnos de bruces con el nuevo Minotauro global (Amén, Yanis Varoufakis) con el propósito de desmontar los manidos argumentos que los conspiradores han usado para justificar la crisis financiera; sin dejar atrás el ejercicio/arte urbano del grafiti como instrumento visual, de protesta y comunicación (Getting Up), Capitán Swing fluye para hacernos ver, entre otras muchas cosas, que la verdad y el argumento, la historia y la conciencia pueden depurar aún más el escenario social, porque las certezas, si se olvidan y no se repasan, se convierten en un mortal verdugo a cara descubierta (oximorón).

Pero no se preocupen, que el estratega del Capitán siempre estará para hacernos ver lo que otros no quisieron (o no pudieron). Quien quiera que se conceda el beneficio de la duda. Aquí por lo menos, y hasta la fecha, nos hemos concedido el orgasmo de la lectura de un material poderoso y apabullante. Y no hay mayor verdad que ésta. Dudar, creo, es de cobardes. Publicar como lo hace y lo que hace el Capitán, y en consecuencia, leerlo, es de valientes. Valientes soldados, guerreros sociales. Feedback multiorgásmico literario.

A sus ordenes, mi Capitán.

Capitán Swing Libros es el mejor referente geopolítico literario actual para entender este inusual estado social que nos ha tocado vivir en suerte (o desgracia). Duda (meta)sociológica —lo de la suerte o la desgracia—, claro.

Capitán Swing es un estado emergente de literatura/compromiso que indexa y computa un hábitat plagado de referentes necesarios para invalidar, ya de una vez por todas, las carpetovetónicas falacias y compulsar una episteme estructural cuya base reside en la objetividad comprometida con los sectores y estamentos más afectados, dando sentido y respuesta a los interrogantes más comunes entre todos los mortales.

Nota: Tendré que confeccionar una sola lista para el Capitán Swing con los mejores ensayos de 2012. Soberbios títulos hay, para ello. Doy fe. Creo que ha quedado claro.

El Minotauro global

Los intelectuales y los economistas griegos no discuten solo si su país va a ser a la vez la cuna y la tumba de la democracia por mor de la profundidad de la crisis, que también. Lo demostró el excelente novelista Petros Márkaris, cuando hace unos meses publicó su ensayo La espada de Damocles (Tusquets), un largo viaje a través de la noche griega que hundía sus raíces en el corazón de Europa: “Se podría explicar así por qué la rabia de los alemanes hacia Grecia tiene algo de clásico. Quieren que bebamos cicuta, como Sófocles, porque hemos desafiado las leyes (…). Quien piense que la crisis de Europa es solo financiera, se equivoca. También estamos viviendo una crisis de los valores europeos”.

Ahora aparece en castellano un libro singular de un economista griego, Yanis Varoufakis, titulado El Minotauro global (Capitán Swing Editorial). Varoufakis, profesor en la Universidad de Atenas y de Tejas (EE UU), fue uno de los asesores del socialista Papandreu, con el que rompió, y ahora trabaja para el partido Syriza. El Minotauro global es una metáfora útil que pretende arrojar luz sobre un mundo en apuros, un mundo que podría no volver a ser comprendido adecuadamente mediante los paradigmas que dominaron nuestro pensamiento antes de esta crisis global.

Lo que está pasando, dice Varoufakis, son síntomas de un malestar que puede rastrearse hasta la pasada década de los setenta, la época en que nació el Minotauro global: igual que los atenienses mantenían un flujo constante de tributos a la bestia, así el resto del mundo envió cantidades increíbles de capitales a EE UU. Ese motor que impulsó la economía global durante casi tres décadas es el que ha gripado desde los años 2007 y 2008.

El economista griego arremete contra los libertarios, que pretenden que los bancos centrales solo se centren en la estabilidad de los precios y que las mágicas maquinaciones de la oferta y la demanda reequilibren la economía mundial, pero también contra los keynesianos, que piensan que el capitalismo global se estabilizará a base de más inversiones públicas, innovaciones más inteligentes, etcétera. Es preciso generar un nuevo Bretton Woods para el siglo XXI que genere lo que él denomina un mecanismo global de reciclaje de excedentes, que los mercados, por globalizados que estén, por libres que sean y por bien que funcionen (que no es el caso), no pueden proporcionar. Sin ese mecanismo regulador se corre el riesgo de volver a una forma de pre-Segunda Guerra Mundial de radical precariedad.

El desarrollo técnico y geopolítico de ese mecanismo (¿quién puede ser el agente de este nacimiento?, ¿quiénes emergerán como actores de la historia esta vez?, dado un mundo a dos velocidades, con economías que se aceleran y otras que están estancadas, pero que mantienen el monopolio sobre el poder militar, las monedas de reserva mundiales y las instituciones multilaterales del planeta) es el contenido de una reflexión muy sugerente.

Editoriales con espíritu crítico, ¡necesitamos muchas como vosotras!

Editoriales con espíritu crítico, ¡necesitamos muchas como vosotras! Por suerte, cada día aparecen más y más editoriales de este tipo, así que al menos algo tendremos que agradecerle a estos tiempos grises en los que vivimos. Iniciativas de este tipo son las que ponen algo de luz en toda esta historia, como Capitán Swing, que edita una serie de herramientas para una lectura crítica distribuidas en cuatro juegos: la Colección Historia Profana, que cuenta la historia de los hombres, centrada en la subalternidad y la resistencia; la Colección Entrelíneas, que analiza las diferentes dinámicas sociales, políticas y económicas; la Colección Polifonías, que se centra en la narrativa comprometida con la historia, la economía y los conflictos sociales; y la Colección Inclasificables, que reúne obras sobre temáticas específicas, ilustradas, presentaciones especiales, etc. Porque, como ellos afirman, “comprender el actual estado de cosas requiere un riguroso análisis de las relaciones políticas y sociales del pasado y del presente”. Y su colección de libros es un punto de inicio perfecto para dar comienzo a ese análisis.

 

 

Patti Smith y el dandismo

El concierto del lunes de Patti Smith en el Palau de la Música –lean la crónica de Miquel Molina en este diario– coincide con la presentación (librería Mutt, jueves a las 19 horas) de la antología (¡y apología!) del dandismo que edita Capitán Swing, titulada Prodigiosos mirmidones.

La poetisa del punk, a sus 65 años, mantuvo esa actitud capaz de combinar conocidos himnos del malditismo con las propuestas del nuevo disco Banga. El pelo largo y aparentemente descuidado, la americana y el chaleco negro, las botas por encima de los pantalones, y las flores rojas y blancas con las que apareció en el escenario forman un todo, un posicionamiento estético (y ético) que va mucho más allá de la decoración y la impostura. Es, pues, la autenticidad de Smith la que la convierte, tal vez, en el último arquetipo de eso que entendemos como dandi, concepto que ha encarnado tan pocas mujeres (si nos olvidamos de Marlene Dietrich y su inconfundible esmoquin).

El prólogo de Prodigiosos mirmidones – como les llamaba Baudelaire – viene firmado por Luis Antonio de Villena, que resume el fenómeno como “la bella provocación de lo diferente”. Y es que el dandismo es por encima de todo una forma de protesta, un gesto ante el mundo que proviene inicialmente del romanticismo inglés, y que coge su nombre de una onomatopeya que imita el sonido de una determinada manera de caminar: “dan-dy”. El dandismo, pues, no es (no sólo) sinónimo de elegancia, tal y como ha querido hacer ver la mercadotécnica y la publicidad. El dandi es melancólico y se enfrenta a la sociedad en la que le ha tocado vivir reivindicando la individualidad desde dentro, siendo distinto, sorprendiendo y provocando. El elegante quiere ser aceptado y valorado por la comunidad. El dandi, sin embargo, ridiculiza la doble moral y la hipocresía gracias al escándalo.

En el concierto de Patti Smith, enmarcado dentro del Festival Mil·leni, la artista fue in crescendo hasta recordar al público que People have the power, escupiendo varias veces sobre el inmaculado suelo del Palau de la Música. Insistimos, no se trataba de un simulacro para rememorar su pasado punk, sino que volvía a ser una afirmación de su posición radical. Alimentar el personaje para alimentar el discurso.

Otra de las cuestiones importantes es cultivar la ambigüedad. El dandi (por eso el primer glam se considera buen ejemplo de dandismo) juega con la no-definición. Ser homosexual o no es lo de menos. La categorización sexual es, también, una imposición externa. El hombre se puede mostrar delicado y frágil, y la mujer – en este caso, Smith – fomenta su feminidad potenciando precisamente su lado más masculino.

Volviendo a Baudelaire, podríamos definir al dandi como “el último resplandor de heroísmo en la decadencia”. Carlos Primo y Leticia García, coordinadores del volumen de Capitán Swing, insisten en que lo que se intenta es “escapar de la decepcionante realidad, estetizando la cotidianidad y convirtiendo la vida en una cuidada escenificación”. Hay, así, máscara, representación. Se construye un sujeto, atendiendo a todos los detalles, para conseguir un distanciamiento.

Barthes afirma que el dandismo es “una distinción más metafísica que social”. Ante un mundo con leyes obsoletas, ante un contexto en el que la incertidumbre es quien reina, el dandi es extravagante (el dandi francés opta por el decadentismo mientras el británico prefiere cierta contención). Al dandi lo mata la moda capitalista, que lo utiliza como marca, como escaparate, desactivando todos sus artefactos y armas.

Fragmentos y capítulos de Disraeli, Balzac, Barbey d’Aurevilly, Huysmans, Umbral o Wolfe, entre muchos otros, conforman el libro, ilustrado por Marina Domínguez Garachana. Será Camus, en La rebelión de los dandis, quien hable con más claridad de disidencia. Ante el tedio que le produce la mediocridad, el héroe romántico se adhiere al abismo, confunde amor y muerte, y “busca una solución en la actitud”. Es un desafío desde la coherencia propia, un asombrar continuo a la comunidad, teniendo como única moral el arte (Wilde es el mejor paradigma, claro). El dandismo es un acto de soledad en medio de la multitud. Un ejercicio drástico contra todo borreguismo.

¿Patti Smith es de verdad nuestro último dandi? ¿Cómo escaparemos nosotros de la masa?

Albert Lladó

 

Un retrato electoral en extinción

En 1968 Norman Mailer escribió para la revista Haarper’s algunas de las mejores crónicas sobre la convención republicana y demócrata de Estados Unidos. Ahora se publican en español en el libro Miami y el sitio de Chicago

Acodado en la barra del bar del hotel, Norman Mailer apura su cuarto whisky. Es la primera semana de agosto de 1968 y el periodista ha sido enviado por la revista Haarper’s a Miami para cubrir la convención republicana en la que saldrá elegido Richard Nixon como candidato a presidente de Estados Unidos. Lo que ve a su alrededor le entristece y le produce al mismo tiempo cierta gracia. «[Nixon] ha pasado de ser un mal actor a un actor sorprendentemente bueno», escribe en una de sus crónicas con cierta socarronería. Semanas después se encontrará en un paraje parecido, pero esta vez en la convención demócrata, en Chicago, donde será elegido el candidato Hubert Humphrey. Una elección que coincidirá con manifestaciones de hippies y yippies, y que le producirá escozor de estómago. Mailer, como periodista, escritor y ciudadano, nunca había negado que los demócratas eran los suyos y sabía que el rival elegido jamás vencería a Nixon, por muy malo que éste fuera. Humphrey era entonces el vicepresidente de Lyndon B. Johnson, al que el periodista despreciaba. Era el hombre del partido, la marioneta, y Mailer sabía que había nacido para perder. Ponme otro whisky y me voy a la casa de Hugh Hefner [dueño de Playboy], escribirá al final de uno de sus textos. La solución final cuando desaparece el entusiasmo.

La grandeza de las crónicas sobre ambas convenciones escritas por Mailer en 1968 y que aparecen ahora en España recopiladas en el libro Miami y el sitio de Chicago (Capitán Swing) está precisamente en la nula equidistancia que el periodista establece frente a los acontecimientos. El sentir, el respirar, la opinión de Mailer está en cada uno de los párrafos descriptivos sobre Miami o Chicago, o sobre los candidatos que se presentan. Y está sin faltar a la objetividad y sin convertirse en un comisario político más, enfermedad que hoy padecen muchos cronistas políticos. «Si no lo hubiera hecho así, hubiera sonado falso, ya que todo el mundo sabía que Mailer era demócrata. Por otro lado, un hecho como la campaña electoral es imposible fingir que no te interesa. Él humaniza el periodismo y eso es algo que ahora falta. Él era capaz de salirse de las obviedades y escribir los negros son unos pesados. El problema en el periodismo de ahora es que alguien critique, escriba con intención», cuenta Antonio García Maldonado, traductor de este libro.

Mailer en Miami

De Miami lo primero que nos hace saber el autor de Los ejércitos de la noche es que estamos ante una ciudad wasp (blanco, anglo-sajón y protestante). Este lugar «es la capital materialista del mundo», escribe. El mejor escenario para que se reúna el partido republicano, «el partido del conservadurismo y los principios, del éxito empresarial y austeridad, el partido de la higiene, la limpieza y el presupuesto equilibrado» que, sin embargo, como bien hace notar Mailer, «se daba un estilo de vida de sultán», con la llegada en coches de lujo, su alojamiento en hoteles de cinco estrellas y jets privados. La recua que rodea a los candidatos Ronald Reagan, Nelson Rockefeller, George Romney (sí, el padre de Mitt) y Richard Nixon son mujeres encopetadas, rubias, con vestido azul sin mangas. Personas de las que, con cierta distancia irónica, el periodista se apiada. Están tan lejos de sus ideas que sólo le sugieren lástima: «En su inmaculada limpieza se dejaba ver la sorda tragedia de los wasp: no habían venido al mundo a divertirse, ni siquiera para amar de alguna forma, sino para servir, y eso habían hecho en actos públicos con alguna finalidad caritativa». Los describe como esos férreos americanos puros que sólo desean recuperar la América perdida, la que sea igual que ellos. ¿Dónde podríamos encontrar hoy una crónica así, un artículo que no esté manchado por la cordial neutralidad?

A los candidatos republicanos, Mailer les da un repaso parecido. No le incordian porque sabe que, en ese atribulado 1968 en el que han asesinado a Bobby Kennedy y a Martin Luther King, en el que triunfa en el Verano del Amor en San Francisco y el consumo de drogas, duras y blandas, ellos seguirán defendiendo la guerra de Vietnam, que, dolorosamente para el escritor, inició un demócrata. Así, el empresario Rockefeller es para él una especie de Spencer Tracy «con voz honesta, creíble, viril, vibrante, aguda, con la fuerza de un vaquero de las llanuras e inflexiones del gutural acento de Nueva York», un tipo demasiado demócrata que jamás podrá arrebatarle la candidatura a Nixon, que tiene el halo del mesías de América. Por supuesto, ni Reagan, en ese 68, ni George Romney están a la altura. Mailer también nos reproduce algunos errores de la convención que hoy serían imperdonables, como la anulación de una rueda de prensa por parte de Nancy, la mujer de Reagan. Entonces las posibles primeras damas no contaban, y mucho menos para los republicanos.

Al final de la contienda, que de refriega externa tenía poco en ese ambiente de pulcritud extrema por más que por debajo de la mesa se trapicheara con los votos de los delegados, Mailer se deja llevar por las palabras de Nixon, el inexorable ganador de la convención. Nos recuerda que es un perdedor, que no supo ganar a John Fitzgerald Kennedy en 1960, que sudó como un ciudadano cualquiera en los debates televisivos, que volvió a flaquear en 1964, pero que éste es su momento. Para la historia queda el discurso de aceptación de la candidatura, que en España no debería sonarnos extraño: Nixon habló de ese niño necesitado de Estados Unidos; ese niño que puede ser polaco o italiano, pero que ante todo es americano, que quiere una América de principios, y sí, también en la guerra, porque Estados Unidos es un país grande, el imperio del mundo. Esas palabras fueron las que triunfaron mientras, paradójicamente, medio país se colocaba en los parques y gritaba «No War». Ante el caos, el orden y Dios.

Mailer en Chicago

Aturdido, sin saber muy bien qué opinar, Mailer abandona Miami para acudir a Chicago a la convención demócrata. El paisaje que ofrece el escritor de esta ciudad es brutal. Hemos salido del brillo de las aceras a adentrarnos en un lugar donde se respira sangre, suciedad y muerte. Chicago es la ciudad de los mataderos de animales. Y el lector sabe que el cronista se encuentra cómodo allí: «Chicago era la última ciudad americana, y por eso, la gente tenía la cara tan grande, carnal como la sangre, golosa, veraz, demasiado impaciente para resultar hipócrita, enamorada del robo honesto […]. Puede que haya bestias por las calles de Chicago, pero es una ciudad honesta, sin ninguna gana de incubar psicóticos en pasillos con aire acondicionado y puertas de cristal». El mandoble a Miami y los republicanos es elegante y ejemplar.

Pero Mailer da muestras de que no las tiene todas consigo en esta convención. No le convencen varias razones que sí han calado en otros escritores y periodistas como Jean Genet, William Burroughs y Allen Ginsberg, con quienes se encuentra allí y que han llegado para escribir para otras revistas como Esquire. En Chicago está prevista una gran manifestación por parte de los yippies —el animal más político de los hippies—, los cuales, además del fin de la guerra de Vietnam, tienen un pronunciamiento bastante ácrata: liberalización de todas las drogas, abolición del dinero, desarme total, incluido el de la policía… Mailer comulga con los postulados, pero algo chirría. Aún no estábamos en la era de los bongós ni las batukadas, pero la concentración en el Lincoln Park de los yippies no acaba de satisfacerle, ya que los ve demasiado alejados de la causa obrera. No están lo suficientemente ideologizados. «La sociedad está construida sobre mucha gente que hiere a otra gente […]. los hippies, y probablemente los yippies, no habían identificado todavía esa esquizofrenia sobre la que está fundada la sociedad», resuelve. Y, por ello, al final, después de asistir a asambleas en el Lincoln Park y de, incluso, tomar la palabra en ellas, su conclusión es desoladora:«¿Eran estos muchachos descuidados la clase de tropa con la que uno querría entrar en batalla?». Desafortunadamente, después de leer esto, en España nos merecemos un tirón de orejas: no hemos leído nada al respecto de hechos similares (¿15-M?) más allá de la crítica sin argumentos o el aplauso acrítico del fan.

Si nos adentramos en la convención política, la actitud de Mailer tampoco entusiasma. Hay tres candidatos, Eugene McCarthy, George McGovern y Hubert Humphrey. El suyo es el primero, pero sabe que el partido no le va a dar una sola oportunidad. Los demócratas siguen dominados por Lyndon B. Johnson, y el clan Kennedy, aún muertos JFK y RFK, conforma el apparatchick de la mano del alcalde de Chicago Richard J. Daley. Se imponen los dictados de arriba, como proseguir la guerra de Vietnam. No hay ninguna cara nueva que enardezca al votante demócrata, por lo que Mailer, más que asistir a las ruedas de prensa, se conforma con seguirlas por televisión desde su hotel.

Su desánimo es mayor cuando observa la brutal entrada de la policía en Lincoln Park. Muchos manifestantes son apaleados. ¡Y han sido enviados por el Daley, el alcalde demócrata! Mailer se da cuenta de la desorientación del partido demócrata. «Desde luego, mientras lo reeleía no podía dejar de pensar en la situación actual del PSOE, que han elegido a un candidato del aparato, que fue vicepresidente y que no entusiasma», conviene García Maldonado. ¿Y dónde tenemos un Mailer para contarlo?

Miami y el sitio de Chicago, además de una excelente recopilación de crónicas políticas, es la constatación de una formad de hacer periodismo que, o ha muerto o da sus últimos coletazos. Mailer podía permitirse el lujo de pasar una semana en ambos lugares oteando y apuntando todo lo que ocurría a su alrededor. Podía salirse del carril periodístico. Podía hacer crítica. Podía terminar su jornada y tomarse algunos whiskys. Podía ir después a la casa de las conejitas de Hugh Hefner y más tarde escribirlo. Y, lo que es más importante, Haarper’s le pagaba por ello.

Paula Corroto

Enjundia literaria

En el panorama editorial actual se publican muchas cosas, algunas buenas, otras pésimas, bastantes regulares y otras simplemente entretenidas. Seguro que también hay joyas ocultas en rincones de librerías, manuscritos perdidos en cajones de editores despistados y favores pagados en formato libro de tapa dura. De todo como en botica y entre tanto popurrí, pasando desapercibidos -por lo general- para el público masivo, también se publican libros con enjundia, de esos que hay que leer con detenimiento para que no se te pase ningún detalle, que invitan a la reflexión.

Capitan Swing es una de las editoriales responsables de que aún en estos días se sigan publicando libros como los anteriormente descritos. Responsables de la llegada a las librerías de “Prodigiosos mirmidones.Antología y apología del dandismo” de Leticia García y Carlos Primo, han incorporado a su catálogo dos nuevos títulos que agradarán a todos aquellos sedientos de lectura rigurosa y opuesta a cualquier bodrio editorial fácil de digerir y aún más de olvidar.

En el 50 aniversario de su muerte, publican “Ensayos y discursos” de Wiliam Faulkner, que reúne varios trabajos de la obra no narrativa del escritor: discursos (entre ellos el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura de 1950) ensayos, prólogos, reseñas de libros y obras de teatro y cartas públicas (al editor del New York Times, al del Time…). El volumen supone una buena manera de indagar en la figura del escritor fuera de su obra más conocida a través de sus reflexiones y posiciones con respecto a temas de su actualidad.

No puedo entender la pasión que tenemos en América por dar a nuestros propios productos algún remoto significado geográfico . ¡Pollo de Maryland!, ¡aliño romano!, ¡el Keats de Omaha!, ¡Sherwood Anderson, el Tolstói americano! Parecemos estar maldecidos con una pasión por el cliché geográfico. Ciertamente ningún ruso habría soñado jamás con ese caballo.

Norman Mailer cuenta en “Miami y el sitio de Chicago” cómo estaban las cosas por Estados Unidos en el mítico verano del 68. Con la Guerra de Vietnam como tema del momento, los republicanos acaban de escoger a Nixon como candidato a presidente mientras que los demócratas optan por Hubert Humphrey y el país se echa a la calle a protestar contra la guerra. Conocido por ser un innovador en el género del periodismo literario, Mailer cuenta con detalle la situación que se vivía en el país en ese momento, que tuvo como consecuencia muchas de las características del Estados Unidos actual.

La Nueva Izquierda quería, sobre todo, perturbar a la sociedad (y siendo muy posible que ellos mismos estuvieran algo perturbados, no eran sino románticos) mediante el esfuerzo por un nuevo estilo de vida, partiendo de los guetos, de las ciudades universitarias y del movimiento contra la guerra. Si aún se insiste en calificarlos genéricamente como socialistas es porque el producto de sus esfuerzos era finalmente, me temo, ideológico (…)

 

La historia desde abajo

Siglo y medio separa la sátira proletaria de Dickens del compromiso pop de Billy Bragg. Dos extremos de una fértil cultura de clase que se forjó a sí misma a base de hambre y alienación. Uno de los primeros en dar fe de esta génesis obrera fue el historiador Edward Palmer Thompson, quien, desafiando a la ortodoxia academicista de la época, supo detallar de qué modo el pueblo británico despertó del letargo. Lo hizo en el voluminoso ensayo (925 páginas) titulado La formación de la clase obrera en Inglaterra, publicado hace casi 50 años y reeditado recientemente por Capitán Swing en nuestro país.

Se trata de un minucioso trabajo sobre la gestación de la conciencia de clase británica en la que Thompson cuenta la historia desde abajo, atendiendo al derrotado, poniendo la lupa sobre los parias amontonados en los telares y las fundiciones del extrarradio. Una aproximación audaz que, según Antoni Domènech, catedrático de Filosofía del Derecho y prologuista del libro, «supuso una reacción a la ideología de la Guerra Fría, que pretendía legitimar el capitalismo industrial negando lo que todos los testigos de la época confirmaban, a saber; que la revolución industrial había supuesto una catástrofe social». El desheredado consigue así alzar su voz, y lo hace a través de este extenso ensayo de Thompson, atento como pocos al día a día de la «common people», cotidianidad marcada por la penuria que terminó por confluir en una conciencia de clase. En palabras del historiador Josep Fontana, «el logro de Thompson consistió en analizar la historia del movimiento obrero no tanto en base a la historia económica o a las formas de organización, sino centrándose en las experiencias de la gente y en la existencia de unos elementos culturales compartidos».

Rituales en el taller, baladas populares, peleas de perros, himnos metodistas y hasta fragmentos de libros de contabilidad de tejedores y agricultores, la profusión en detalles etnográficos de Thompson nos brinda una mirada omnicomprensiva de lo que pudo significar la irrupción de la mecanización en las industrias textiles y la producción en serie.

El libro es también una reacción a cierta degeneracion del marxismo y a la concepción posterior y más sofisticada que llevaron a cabo los estructuralistas franceses. Según Domènech, la obra de Thompson remarca de qué manera «la clase trabajadora se había formado en un proceso histórico muy complicado, en contra de lo que pensaba cierto marxismo barato que creía que la conciencia de clase va inmediatamente ligada al cambio de modo de producción».

Partiendo de un materialismo histórico no dogmático, el autor pone de relieve el potencial revolucionario de la clase trabajadora y es pionero a la hora de «rescatar» a la chusma de la «enorme condescendencia de la posteridad». Tal y como expresaba el autor en el prefacio de la primera edición: «Es posible que sus oficios artesanales y sus tradiciones estuviesen muriendo; es posible que su hostilidad hacia el nuevo industrialismo fuese retrógrada; es posible que sus ideales comunitarios fuesen fantasías; es posible que sus conspiraciones insurrecionales fuesen temerarias; pero ellos vivieron en aquellos tiempos de agudos cambios sociales y nosotros no. Sus aspiraciones eran válidas en términos de su propia experiencia y, si fueron víctimas de la historia, siguen siendo víctimas si se condenan sus propias vidas».

Ahora que muchos de aquellos derechos de la clase obrera se esfuman a base de reformas y decretos, ahora que vivimos sometidos a esa «austeridad expansiva» que pregonan los adalides del neoliberalismo, conviene más que nunca reivindicar el legado indiscutible que dejó La formación de la clase obrera en Inglaterra. En palabras del profesor Fontana: «Todo progreso global ha sido siempre el resultado de una lucha, de una conquista, ninguna ha venido por los avances de las tecnologías, ni por la ilustración de las clases dirigentes. En ese sentido recordar el nacimiento de esa tradición de lucha me parece que es absolutamente oportuno, solo que evidentemente esta va a ser una lucha distinta, entre otras cosas porque el enemigo aprende de cada derrota».

Unas voces de una generación

Vives con una amiga. Trabajas en una editorial. Cenas con tus padres, de visita, en un restaurante con un menú cuyo precio supera el de tu compra semanal. Te llamas Hannah Horvath —becaria sin sueldo, graduada con futuro impecable, o eso garantizaban— y, entre bocado y bocado, te anuncian que se acabó la paga. ¿Cómo respondes? «Creo que soy la voz de mi generación. O por lo menos una voz de una generación». Al margen de la carga humorística, imprescindible en una serie como ‘Girls’ —Horvath es el trasunto de su directora, guionista y productora, Lena Dunham—, ¿existe la voz de una generación? ¿Existe, al menos, una voz de una generación.

En las primeras páginas de ‘Dejad de lloriquear’ (Alpha Decay, 2012), Meredith Haaf especifica que versa sobre «aquellos que vinieron al mundo en algún momento de los años ochenta y solo conocen el socialismo real a través de los relatos de sus padres o de unas chapuceras clases de historia, y cuya juventud transcurrió entre la caída del Muro, la burbuja de los New Media y el 11 de septiembre de 2001». Acotados los límites temporales, ignoradas las disquisiciones sobre si las etiquetas en el arte facilitan o constriñen, viajamos en low cost por la obra de cinco jóvenes autores que escriben prosa en Europa —dos recién publicados en España y tres inéditos aquí— y les/nos preguntamos qué mueve a los autores de una generación. ¿De una generación?

MEREDITH HAAF

Ese momento en el que decides enumerar los tics de tu generación y mezclar autocrítica y bronca a tu vecino y a ti mismo, por mucho que quien te lea en su iPad o en el café librería de moda desconfíe de ese «nosotros» plural aunque exclusivo. Este momento en el que nos definen conformistas y frívolos, «yonquis de los medios» y las redes sociales, arruinando los logros de quienes nos precedieron. ¿Nos quejamos ante la precariedad laboral? No. «La gran mayoría de mis coetáneos», y evoca las protestas de 2010, «estaba en Facebook. O de fiesta. O estudiando para un examen. O trabajando como becario». Así lo considera Meredith Haaf (Munich, 1983) en ‘Dejad de lloriquear’, la más vocacionalmente generacional de estos autores, y al mismo tiempo la más severa al enfrentarse a los miedos de quienes creen que carecen de futuro, quizá porque se lo han buscado.

ALAIN FREUDIGER

Las reflexiones de Haaf sobre el consumo la hermanan con Alain Freudiger (Lausana, 1977), adepto a la religión de la parodia salvaje. ‘Bujard et Panchaud – ou Les Faux-Consommateurs’ (2007) atrapa ese momento en el que decides pagar no por lo que necesitas, sino por lo que necesitas y algo más: un Rabelais meets Sterne meets Monty Python —sobre los que versó su tesis doctoral— meets Baudrillard en el que Bujard y Panchaud, enfrentados a la dura realidad de los pasillos del supermercado, nos invitan a redefinir con mucha sorna y alguna metáfora nuestro papel de consumidores. ¿Negarnos a la tentación o entregarnos a sus placeres? En su segunda novela, ‘Les places respectives’ (2011), Freudiger se toma en serio —no mucho, eh, solo lo justo—, analizando la incomunicación y la falta de vínculos con los demás gracias a dos personajes sin —en efecto— nada en común.

ANNA KIM

Anna Kim (Daejeon, 1977) se quiebra: su nombre enlaza con su idioma y su apellido revela su origen. De existir un Gran Tema que acompaña a un escritor durante toda su carrera, el de Kim —criada en Alemania y residente en Austria— se duplica, otra vez: la identidad y la pertenencia. Superando el lirismo iniciático de ‘Die Bilderspur’ (2004), huye de lo remoto autobiográfico y transplanta su “conflicto” a otras geografías. En el caso de ‘Die gefrorene Zeit’ (2008), traducida al inglés y al albanés, Kim se bifurca de nuevo y avanza en dos direcciones: la de la historia, sobre la búsqueda de desaparecidos en la antigua Yugoslavia y la difícil reconstrucción y construcción de sus identidades, y la que plantea el estilo objetivísimo. Su novela más reciente, ‘Anatomie einer Nacht’ (2012), riza el rizo e insiste en esa guerra interna: poscolonialismo en Groenlandia.

KAOUTHER ADIMI

‘Des ballerines de Papicha’ (2010) y ‘L’envers des autres’ (2011) es una novela. Sin fallo matemático: Kaouther Adimi (Argel, 1986) debutó en su país natal y, un año más tarde, cambió el título para su país de adopción. Su biografía salta entre Argel, Grenoble, Orán y París, y estas circunstancias diferentes y esta lengua misma le permiten reescribir el multiculturalismo lejos de los cánones. Adimi tira de este hilo del ser de donde no eres, acompañando el gesto con el movimiento: cómo estar donde eres, pero donde no perteneces. Adopta el esquema de novela coral protagonizada por los vecinos de un edificio, y hasta aquí las recurrencias: se sacude el costumbrismo ingenuo para zambullirse en la violencia. Hablan los jóvenes, a los que describe con crudeza como marionetas, y también los padres, faltos de libertad y valentía, y los abuelos, instalados aún en ocupaciones, guerras y rencores.

OWEN JONES

La expectación suscitada en nuestro país por la traducción de ‘Chavs’ (Capitán Swing, 2012) se comprende asomándonos a YouTube, la tele de nuestra generación, y analizando algunos de los vídeos que más jaleamos. Los desquiciantes tutoriales de Salvador Raya enseñando cómo (no) hacer algo o la celebérrima socorrista que la lía parda, por no mentar —o sí— a ‘Gandía Shore’ y ‘Mujeres y hombres y viceversa’, invitan a fantasear con una versión patria del ensayo de Owen Jones: cómo la cultura desciende a subcultura por la escalera del odio y el abismo creciente entre Los Ricos y Los Pobres. Mientras nos queda este análisis sobre cómo en pocas décadas la clase trabajadora británica ha perdido el encanto, otorgado por burgueses y dirigentes, de las manifestaciones y las luchas. De la mitificación al “tanto ganas, tanto vales”, o de cómo los prejuicios fagocitaron la simpatía.

Elena Medel

 

Chavs: la globalización de lo “choni” visto por la socialdemocracia

I.

Hace unas semanas, Victor Lenore malhumoró a ciertos consumidores culturales con unas declaraciones incendiarias, en una entrevista concedida a propósito de su contribución al libro CT o la Cultura de la Transición. “Hay una tribu, la de los gafapastas, que impone los criterios culturales”, era el lapidario titular de aquel artículo, en donde Lenore hilaba una fina teoría sobre la antropología de la prensa de tendencias, para así aniquilar el elitismo de sus hacedores. Naturalmente, que su canon de la música popular española viniese encabezado por Camela lo entregaba a una ejecución inminente. Aun así, lo más llamativo de todo es que sus planteamientos engranan estupendamente con los textos del gran cool-hunter de nuestra crítica cultural y teórico del afterpop, Eloy Fernández Porta:

«Lo que yo creo es que las jerarquías siguen existiendo, que cada cual tiene que elaborar sus propios valores con toda su responsabilidad, a favor o en contra de estas diferencias jerárquicas, y que resolver el problema no está en simular que no existe algo que sí existe. No hay más que ver cuáles son las referencias culturales que uno utiliza cuando está ligando, cuando estás con una tía que te gusta. ¿Cómo haces tu autorretrato? Como consumidor de música, de arte, de literatura… ahí se comprueba si han desaparecido las jerarquías culturales, porque el autorretrato que uno se hace es una explicación pública que confirma su existencia.”

(EFP, en “La cultura de masas en el S. XXI: Manual de instrucciones. José Luis Pardo y Eloy Fernández Porta en conversación.”, por Roberto Valencia, Quimera, julio de 2010)

Ok. La cultura de masas sigue siendo tan elitista como en los tiempos de la Escuela de Frankfurt, y las jerarquías nunca llegaron a desaparecer. Sin embargo, la denuncia por la cual los —digámoslo así— “medios oficiales” escamotean a su audiencia aquellos productos culturales verdaderamente populares lleva en sus adentros un marchamo de clasismo igualmente incorregible. Pues a fin de cuentas, ¿quieren de verdad los oyentes de Camela verse reflejados en la escaleta de Radio 3? ¿Y no será posible que la falta de entendimiento entre el asistente al Sónar, y el entregado oyente en ferias de verano de Kiko Rivera DJ, sea bidireccional? ¿Le importan acaso al segundo las (a su juicio) veleidades que puedan enunciar Mondo Sonoro o Jenesaispop? Es más, ¿y si más allá de las menesterosas disquisiciones culturales, todo fuese un plan astutamente elaborado por el virus de la socialdemocracia, del nuevo laborismo británico y de la revolución conservadora, y que en verdad tales malentendidos viniesen gestándose desde hace más de medio siglo? Probablemente eso mismo es lo que defendería el flamante ensayista Owen Jones (Reino Unido, 1984) en su ensayo Chavs, La demonización de la clase obrera, que a finales de mes verá la luz en España de la mano de Capitán Swing.

II.

“Toda persona de clase media tiene un prejuicio 
de clase latente que se despierta con cualquier cosa… La idea de que la clase trabajadora ha sido absurdamente mimada y completamente desmoralizada por subsidios, pensiones, educación gratuita, etc. […] aún goza de gran predicamento; únicamente se 
ha visto algo sacudida, tal vez, por el reciente reconocimiento de que el desempleo existe.”

George Orwell, El camino a Wigan Pier, citado por Owen Jones en Chavs

III.

Chavs se despliega como un extraordinario análisis del discurso en donde Jones explica la cronología de la demonización de la clase obrera, hasta desembocar en la comprensión del ‘Chav’ —lo que en España viene siendo un “choni”, un “pokero”, o un “kani”, según coordenadas— como el monstruo de cuya acera hay que cambiarse, y lo hace consciente de que:

“Todos somos prisioneros de nuestra clase, pero eso no significa que tengamos que ser prisioneros de nuestros prejuicios de clase. Asimismo, [Chavs] no trata de idolatrar o glorificar a la clase trabajadora. Lo que propone es mostrar algunas realidades de la mayoría de la clase trabajadora que se han ocultado en favor de la caricatura chav.”

La sordidez de los ejemplos expuestos por Jones para demostrar esa demonización llega a ser inverosímil. Por citar quizá el más asombroso, la cadena de gimnasios GymBox llegó a anunciar una nueva modalidad de sus programas de entrenamiento: la lucha Chav. «No des a los gruñones y malhumorados chavs una ASBO [orden de arresto por comportamiento antisocial]; dales una patada», era su eslogan.

Jones acusa hábilmente al gobierno de Tony Blair como continuador fatal de las políticas thatcheristas, en su voluntad por desmantelar y desprestigiar a la clase trabajadora, escorándose en lemas del tipo “todos somos clase media”, y defendiendo la meritocracia como aquel sistema de los justos que, al fin, se había impuesto sobre Gran Bretaña. Todo falso, claro.

Robert H. Frank, profesor de economía, publicaba el pasado mes de agosto en las páginas del NYT un artículo cuyo elocuente titular era: “Suerte vs. destrezas: en búsqueda del secreto del éxito”. Precisamente, su objetivo no era otro que desmantelar las falacias de la meritocracia:

“Siempre supimos que era bueno ser astutos y trabajar duro, y que si nacías o crecías con aquellas destrezas, serías increíblemente afortunado, e igual daba que nacieras en Estados Unidos o Somalia. Pero las investigaciones de los sociólogos nos ayudan a comprender por qué mucha gente diestra nunca encuentra su éxito en el mercado. Los elementos azarosos en los flujos de información que promueven el éxito a veces son los factores más relevantes”.

Es por eso por lo que tal vez el pasaje más revelador del libro de Jones venga con el retrato familiar de Margaret Thatcher, y el mito de sus orígenes humildes: “su padre le había inculcado un profundo compromiso hacia lo que podría llamarse valores de la pequeña clase media: enriquecimiento e iniciativa personales, y una instintiva hostilidad ante la acción colectiva.”

¿Hemos leído bien? ¿Acaba de decir que los valores de las pequeñas clases medias son los que asociamos a las oligarquías falsamente liberales? ¿Y cómo hemos llegado hasta ahí?

Ahí reside el dato más escalofriante de Chavs. Cuando el ensayista habla de clases trabajadoras, no asocia a éstas con una cultura de clase obrera, sino que la categoría viene dada por sus niveles de renta y condiciones laborales. También es cierto que Jones es consciente de que el malentendido entre las presuntas clases medias y las clases trabajadoras es bidireccional, y que seguramente el chav se muestra orgulloso de su amenaza. Y ello a pesar de que no hay ninguna conciencia de clase en el chav, y quizá mejor sería referirse a él como lumpen, pues a lo que aspira no es a combatir a la patronal, no es a una política más justa; el chav aspira a rematar su cráneo con una gorra Burberry, y quizá incluso a reproducir la fantasía del estilo de vida consumista y ocioso. Por tanto, si la pequeña clase media cree en los valores liberales (mientras los auténticos barones saben que mejor partido sacarán en un sistema de puertas giratorias entre la empresa ¿libre? y el estado), y las clases bajas han perdido su conciencia de clase, la pregunta es rotunda. ¿Cómo y por qué se jodió la clase obrera?

IV.

“El gran catalizador para las modificaciones de Thatcher en la legislación laboral fue el paro», dice el exlíder laborista Neil Kinnock. «Algunos estúpidos burgueses, como los que escriben en los periódicos, dicen que cuatro millones de parados suponen una mano de obra enérgica y enfadada. No es cierto. Suponen al menos otros cuatro millones de personas muy asustadas. Y la gente amenazada con el paro no compromete su empleo emprendiendo diversas acciones de militancia sindical, simplemente no lo hace.”

Owen Jones, Chavs,

V.

Uno de los grandes interrogantes políticos de nuestro tiempo tiene que ver con las últimas elecciones generales en España. ¿Cómo es posible que casi once millones de personas regalasen su voto al equipo de Rajoy? Además del evidente voto de castigo, la campaña del PP y la de sus cabeceras democristianas venía espoleada por el mismo elogio a la meritocracia que denuncia Jones. Apoyo a emprendedores, heroísmo del pequeño empresario, facilidades al empleado por cuenta propia, reducción de impuestos… Todas esas promesas que el ensayista británico asociaba con los valores de las pequeñas clases medias, y que luego desaparecieron en una bomba de humo, con la excusa de siempre: ¡Ah, Europa! ¡Se siente!

No cabe duda de que en todo el mundo, el infausto retrato de Owen Jones es una realidad. Walmart llama a sus precarios trabajadores… ¡asociados! (Yanis Varoufakis, El minotauro global). Las empresas se libran de las cargas vinculadas al mantenimiento de sus plantillas, y ante sus nuevos empleados se hacen pasar bajo el membrete de… clientes. E incluso en 2012, la prensa de tendencias sigue bailándole el agua a Richard Florida, y acuña el ridículo concepto de… ¡yukkies! (Young Urban Kreative International). Nadie habla ya de clase trabajadora. La propaganda se ha ocupado de enterrar a la clase obrera en la caja fuerte de la historia.

Por supuesto, el origen de la fantasía de que “todos somos clase media” hallaría su núcleo verdadero en el “estímulo de la demanda agregada sin el aumento de los salarios reales” mediante el crédito fácil, “lo que destruyó así las tasas de afiliación sindical y la conciencia de clase” (Antoni Domènech). Con la burbuja del crédito, la clase obrera creyó ser cosa del pasado. Y no.

Por tanto, ahora que podemos aceptar sin reproches aquello que Tony Blair y sus herederos quisieron omitirnos, esto es que todos somos clase trabajadora, y que nunca dejamos de serlo, tal vez sea hora de volver a los orígenes. Con música choni o gafapasta en nuestros iPods; para el caso, tanto da.

 

Varoufakis, Yanis

Yanis es un reconocido economista greco-australiano de reputación científica internacional

El Minotauro global

En este extraordinario y provocador libro, Varoufakis destruye el mito de que la financiarización, la regulación ineficaz de los bancos y la globalización fueron las causas de la crisis económica global. Más bien, son síntomas de un malestar que puede rastrearse hasta los años setenta; la época en que nació el «Minotauro global»

«Miami y el sitio de Chicago», la crónica política de Norman Mailer

El domingo por la tarde pudo verse de qué forma se había gastado el dinero. Algunos millonarios son famosos por su austeridad-al abuelo del mismo Rocky [Nelson Rockefeller] se le tenía por tacaño-, pero para el millonario la generosidad es como la histeria para el miserable: una vez comienza no hay forma de detenerlo, el mal ya está dentro. Dado que ya se había acostumbrado a gastar dinero, ¿cómo podía hacer para detenerse?

Tras la televisión llegaron las concentraciones y el alquiler de aviones, y ahora en Miami fue el alquiler de lanchas en Island Creek para los delegados que quisieran pasar la tarde bebiendo en algún yate, en algún canal de las islas, o las galas. Rocky consiguió que abrieran el Americana un domingo para una cena a la delegación de Nueva York.

El lunes, de cinco a siete de la tarde, tras la llegada de Nixon, ofreció una inmensa recepción para todos los delegados, suplementes y líderes republicanos. Los invitados abarrotaron el Salón Continental y el Gran Salón del Americana, donde fue imposible calcular la asistencia. Puede que 5.000, o quizá 6.000, el Times estimó 8.000 y un coste de 50.000 dólares. Es posible que la mitad de Miami Beach se aprovechase de la comida y bebida gratis. Sobre la mesa había dispuestos cientos de vasos con cubitos de hielo (ocho barras, dieciséis mesas con platos variados). También había cóctel de gambas, albóndigas, pavo, jamón, goulash, gelatina, éclairs, cerdo, hígado de pollo, pâté de volailles, cuencos con caviar (negro), lenguas de gato, tartas de fiesta, pero ¿dónde estaban los crêpes suzettes? ¡Qué prodigios del estómago americano!

El mariscal Haig

Sobre el estrado de cada salón había una banda; en el Continental, oscuro como un club nocturno, y de hecho era un club nocturno el resto de noches, Lionel Hampton hacía vibrar a la concurrencia con la actuación de un joven cantante negro que interpretaba soul a favor de Rocky. «Queremos a Rocky», cantaba. Sock… Sock… se oía el ritmo, persuasivo, ligeramente hipnótico. Pero Rocky no tenía intención de aparecer todavía, estaba en otra parte, de modo que sus familiares subieron al escenario, con Hampton y el feliz cantante negro que chasqueaba los dedo, y la feliz cantante negra llena de soul, energía y pechos.

Todos comían, bebían, y la familia Rockefeller seguía el ritmo de la felicidad juntando los brazos y dando pequeños saltos; los originarios de Miami Beach daban palmas desde el público, y América parecía lista para embarcarse en un viaje por la autopista de los sueños.

Y aquí y allá algún que otro delegado, o la familia de algún delegado de Ohio, Colorado o Illinois, con la insignia de delegado en la solapa y mirada de curiosidad, sorpresa y placer: «Si quiere malgastar su dinero en esto, que lo haga, no es mi labor impedírselo». Y el placer de la mirada se debía a que se veía ya contándole a sus vecinos la ordinariez, la torpeza y el despilfarro de aquella velada. «Derramaban la mitad de las bebidas por la prisa con la que las servían.»

En el pasillo entre el Salón Caribe y la sala de baile se habían acumulado muchos invitados. La aglomeración no avanzaba, atrapada en la hora de mayor concurrencia por segunda vez en el día. En la Primera Guerra Mundial el mariscal Haig solía enviar contra el enemigo a un millón de hombres en ataques frontales. Se perdían cien mil hombres por cada cien metros conquistados. Era razonable pensar que Nelson Rockefeller era el mariscal Haig de los aspirantes a la presidencia. Los ricos no deberían rodearse de más ricos si quieren ganar una guerra.

Tan solo un vistazo

Nixon había llegado más temprano ese mismo día. Un público no demasiado numeroso, puede que unas seiscientas personas, a la entrada del Miami Hilton, dos bandas tocando «Nixon es nuestro hombre», las nixonettes y las nixonaires, caras blancas, bondadosas, pulcras, cristianas, rubias y castañas, la misma pareja de negras, un racimo de dos mil globos soltados al viento, cintas de colores, y finalmente la visión parcial de Nixon en persona en medio de un semicírculo de cámaras que los fotógrafos sostenían por encima de sus cabezas. Tan solo un vistazo: parece que se ha quemado por el sol, con la frente de color rosa resplandeciente. Después consiguió entrar en el hotel, empujado desde atrás, estrechando manos por delante, con el pelo inconfundible -más rizado que el de los demás, peinado en ondas como olas creadas por una lancha, con recuerdos del cabello de Gore Vidal (¿pero dónde había ido a parar la ropa de etiqueta de Nixon?).

El público se había mostrado entusiasmado aunque sin alborotar demasiado y sin hacer de aquello un pandemónium. Era más bien un entusiasmo respetuoso unido al fuerte deseo patriótico de acercarse al que seguramente sería el próximo presidente americano. El cargo, no el hombre, es lo que los excita. Y Nixon se mueve entre ellos con esos movimientos extraños, rígidos, tan propios de él. Es como un actor con buena voz y muchas posibilidades que sacara de quicio a su profesor de técnica dramática (de nuevo volvemos al instituto). «Dick, tienes que aprender a moverte.» Hay algo incluso conmovedor en la forma en que camina, como si la carne sensible se retrajera ante la forma en la que ha de manifestar su auténtica falta de aptitud para mostrarse cálido y encantador con las multitudes, y sin embargo se esfuerza de todo corazón, como si ejercitar la voluntad pudiera liberar finalmente todas sus virtudes, sí, parece un misionero repartiendo biblias entre los urdu. Por Dios, están sucios pero merecen que se les toque.

No, no es tanto que sea un mal actor (dado que Nixon es capaz de mostrarse exultante en medio de una multitud intentando zafarse de sus torpes movimientos, y de su fatídica reputación, y procurando hacer creer que es sincero), sino que se formó en las peores escuelas para actores del mundo.

 

Prodigiosos mirmidones

«Prodigiosos Mirmidones» es el título de una exquisita antología (y apología) del dandismo, recopilada y explicada por Leticia García y Carlos Primo, e ilustrada por Marina Domínguez Garachana, a cuya presentación «en sociedad» tuve el placer de asistir.

El entorno no podía ser más adecuado: el Museo del Romanticismo de Madrid.

En un salón que podría haber sido una de las salas en las que se reunían la aristocracia y alta sociedad de las fashionable novels cuyo protagonista era Vivian Grey, asistimos a la mínima charla de los autores, y a la extensa perorata de su prologista, un Luis Antonio de Villena, que se sentía más autor y protagonista que ellos mismos, interrumpiéndoles (bueno, principalmente a ella… ¡ay, esa misoginia, que nos pierde!) y tomando, un tanto a la fuerza, las riendas de la presentación. O así lo «sufrimos» los que acudimos a la convocatoria. Aunque no es de extrañar si nos remitimos al prólogo de la obra: léanlo, y así saldrán de dudas sobre el ambiente en el que se desarrolló el acto.

Es la segunda vez en pocos meses que acudo a la presentación de un libro y el prologuista (casi siempre introductor en la presentación), se crece de tal modo que no sabes si realmente es él el autor, si está hablando de otra obra, si no se ha tomado su medicación, o que…

Habría que recordarles, a todos, así en general, que el prologuista SIEMPRE está detrás del autor, nunca es más importante que él, y menos aún el día que presenta su obra, porque es SU DÍA.

Pero aquí (gracias a dios, porque nos falla la paciencia) no es Villena quien nos ocupa, sino la obra, «Prodigiosos Mirmidones», porque prodigioso es que alguien en nuestro país tenga el buen gusto de publicar una obra de este calibre.

Nos dicen los autores que los mirmidones eran un pueblo empeñado en cultivar una tierras desfavorecidas por los dioses, con un empeño y una tenacidad legendarios. Me consta que ellos han tenido la tenacidad de los mirmidones persiguiendo la publicación de esta obra, y yo se lo agradezco de corazón. Básicamente porque, aunque enfervorizada lectora de casi todo lo que cae en mis manos o ante mis ojos, me considero profundamente ignorante, y aparte de Balzac y Wilde, no recuerdo haber leído nada más de ninguno de los autores que en él aparecen.

Por no añadir que lo que yo consideraba un «dandi» era algo completamente opuesto a lo que es en realidad, gracias, una vez más, a las revistas de moda y los medios de comunicación, que llama «dandi» a cualquiera que lleva un corbatín.

Les recomiendo, queridas antonias, la lectura de esta obra. Eso sí, con lápiz para subrayar, ya que podría considerarse un texto de cultura general. ¿Para cuándo su lectura obligada en escuelas de moda?. Menos vogues, menos blogs insustanciales, y más Prodigiosos Mirmidones.

 

Diez libros para comprender Norteamérica

América blanca, negra o cobriza. Con apellidos irlandeses, sicilianos, holandeses, judíos o españoles. Una nación construida con el material de los sueños. Aunque no gane las próximas elecciones, apuntan Rafael Barberá y Miguel Ángel Benedicto en Estados Unidos 3.0 (Plaza y Valdés, 2012), Barack Obama ya ha pasado a la Historia por ser el primer presidente afroamericano. Lo mejor de Obama es que simboliza la reedición del sueño americano en versión demócrata: «Tiene una dimensión que no tienen otros presidentes, mesiánica y un poco religiosa», subrayan los periodistas.

Elecciones aparte, demócratas y republicanos acaban reunidos en torno al fuego del hogar de los pioneros, con la Biblia en el regazo. El historiador Mark Lee Gardner se crió en el centro de Missouri y pasó largas veladas, como otros chavales de su edad, escuchando de sus mayores la historia de Billy el Niño y Pat Garrett. Un grabado del Illustrated Police News de Boston del 8 de enero de 1881 inmortaliza al Niño. Apoyado en su Winchester con gesto indolente terminará pagando con la muerte el precio de su fama. «La mejor de las leyendas del Viejo Oeste» nos conduce Al infierno en un caballo veloz(Península, 2012).

Los alegres y peligrosos años veinte

Reencarnados en mitos, el bandolero Billy y el sheriff Pat inspiraron sesenta películas; las tribus indias roturadas por el ferrocarril y la guerra de Secesión constituyeron el cliché favorito de Hollywood cuando al productor de turno no se le ocurría nada mejor. La crónica de unos antepasados, que no superan el siglo de antigüedad, confinada a las reservas de celuloide. Así lo ve Richard Ford en Flores en las grietas (Anagrama, 2012): «En mi propia familia, el tema de nuestra identidad india siempre creaba cierta incomodidad. Mi bisabuela había nacido en la Franja de los Osage de Oklahoma y se había casado con un hombre que no era indio y se había mudado al otro lado de la frontera, en Arkansas, donde al parecer no había muchos indios. Luego se produjo una notable pelea en la generación de mi abuela para dejar la indianidad tranquila y presentarse como se pensaba que era la gente blanca normal: irlandeses y alemanes».

En sus Cartas escogidas (Alfaguara, 2012), William Faulkner aclara que en realidad se llama Falkner. Su bisabuelo reclutó, organizó, financió y comandó el ejército de infantería sudista en 1861 y construyó el primer ferrocarril de su distrito. Como a los forasteros les costaba pronunciar Falkner, el joven William le añadió una «u» con la que rubricó sus historias en el mítico territorio de Yoknapatawpha: Sartoris, El ruido y la furia, Mientras agonizo…

A la par que Faulkner se zambullía en la memoria del profundo Sur, Francis Scott Fitzgerald brindaba con El gran Gatsby. Eran los alegres y peligrosos años veinte, que llevaron al país de cabeza al «martes negro» de 1929. En El Crack-Up (Capitán Swing, 2012), Scott Fitzgerald hace examen de conciencia. Desde la Generación Perdida, que compartió con Dos Passos o Hemingway, ilustra el relevo en la hegemonía cultural de Europa a Estados Unidos: «Éramos la nación más poderosa. ¿Quién podía seguir diciéndonos lo que estaba de moda y qué era divertirse?».

 

¡Más celuloide!

Una raza mestiza entregada al placer en plena Ley Seca y a ritmo de jazz. En la década de los «enemigos públicos número uno», J. Edgar Hoover toma las riendas del FBI. Comienza la lucha de los Hombres G contra el gansterismo y la persecución del comunismo, que culminará, años después, con la «Caza de brujas» del senador McCarthy. Los «enemigos», advierte Hoover, son todos aquellos que se oponen «al modo de vida americano».

En Enemigos. Una historia del FBI, el Premio Pulitzer Tim Weiner describe cómo va creciendo un estado dentro del Estado, sin contar siquiera con unos estatutos legales. Avalado por el presidente Roosevelt, Hoover se hizo cultura de masas: «El rostro público de la lucha contra el crimen, la estrella de un espectáculo que cautivaba la imaginación del pueblo estadounidense, el nombre que aparecía en los titulares, un icono en el escenario público norteamericano». ¡Más celuloide, esto es la guerra!

Tras la Segunda Guerra Mundial, la victoriosa Norteamérica debe superar todavía la asignatura pendiente de la segregación racial. Fue en diciembre de 1955, en Montgomery (Alabama), feudo del Ku Klux Klan: una mujer negra vestida dignamente se niega a ceder su asiento a un blanco. «¡Todos los negros tienen que levantarse y dejar el asiento a los blancos. ¡Tú, levántate y cédele el asiento al señor!», atruena el conductor. La mujer permanece sentada. Dignamente sentada. En El autobús de Rosa (Barbara Fiore Editora, 2011), Fabrizio Silei y Maurizio A. C. Quarello le ponen matices cromáticos al instante decisivo de la igualdad de derechos civiles.

 

Las clientas de la sastrería

Aquel mismo año, un joven descendiente de italianos debuta como periodista deportivo en el New York Times. Como cuenta en Vida de un escritor (Alfaguara, 2012), Gay Talese aprendió a escuchar las conversaciones de las clientas de la sastrería materna: «Muchos de los temas sociales y políticos sobre los que se ha discutido en Estados Unidos desde entonces -el papel de la religión en la alcoba, la igualdad racial, los derechos de las mujeres, los adulterios de los funcionarios públicos, la conveniencia de las películas y publicaciones que contienen sexo y violencia- yo los oí debatir en el negocio de mi madre…».

Una década después de Rosa, Talese cubrirá como reportero la marcha de Martin Luther King en los dominios del Klan. «Tengo un sueño», repite, cual salmo, el pastor negro. Todo americano tiene derecho a un sueño de porvenir, aunque a veces acabe caminando por el bulevar de los sueños rotos. La delincuencia juvenil inspira Dura la lluvia que cae(Duomo, 2012), de Don Carpenter, en el mismo año de la «sangre fría» de Capote: dos adolescentes -un huérfano blanco y un negro chapero- reunidos en una cárcel de California.

La tierra de oportunidades del self made man es, también, la de los gánsters financieros que secuestran la democracia. De la fiebre del oro a la enfebrecida burbuja bursátil. La crónica negra capitalista la escriben ahora Maddof & Cía (Errata Naturae, 2012); los «hermanos malasombra» Lehman, compañía fundada en 1850 (más o menos, cuando nació Billy el Niño). ¿Ha quebrado el contrato social entre élites y clases medias que sustentó la meritocracia?Diez libros para constatar que cada sueño americano deviene en mito o acaba estallando en un sinfín de fragmentos.

 

Heroísmo dandi

El dandismo era para Baudelaire «el último resplandor de heroísmo en la decadencia».  El dandi era y es melancólico, individualista,  con un estilo de vida ajeno a las costumbres dominantes. En ‘Prodigiosos mirmidones’ (Ed. Capitán Swing) se hace un recorrido por el dandismo a través de lo literario.

Se trata de una antología de textos en la que hay artículos, ensayos, relatos breves y fragmentos de novelas. «Concepciones diferentes y en ocasiones contrapuestas de lo que significa ser un dandi», en palabras de Leticia García y Carlos Primo, coordinadores del libro.

Muchos textos no habían sido editados hasta ahora en España. ¿Por qué este libro? «Nos llevaban los demonios cuando oíamos o leíamos dandi mal empleado. Es mucho más que un hombre elegante», conceden.

Y es que, más allá de la elegancia disidente o llamativa, el dandi comparte un rasgo común: la rebeldía. Como sostiene Luis Antonio de Villena, «el dandi es sobre todo el rebelde de lo singular, el que aspira a la difícil quimera de que cada uno sea cada uno contra el enemigo mortal, la masa, de lo gregario».

Un dandi mira con hastiada indiferencia y un desdén apenas disimulado. Al dandi también le caracteriza ser impertinente y hablar mal de lo que se supone que tiene que hablar bien.  «El dandismo es una distinción más metafísica que social», sentenció Roland Barthes.

«Generalmente, el joven revolucionario, idealista, queda con los años en elegante señor», escribió Francisco Umbral.  También «Sólo es verdaderamente elegante el que quiere decir algo con su elegancia. Lo demás se queda en sastrería»

Thomas Henry Lister, Honoré de Balzac, Virginia Woolf, Álvaro Retama y Tom Wolfe son otros de los autores con textos seleccionados por García y Primo.

Para los coordinadores del libro, Michael Jackson podía ser un perfecto dandi «cuando persistía en actitudes de claro distanciamiento –el guante, la mascarilla, las gafas de sol-, y cuando se lanzó a los brazos de la cirugía estética con el objetivo de convertirse en alguien totalmente sobrehumano cuya ambigüedad en materia de sexo, raza y edad no correspondía  a una persona real, sino a un personaje».

Karl Lagerfeld y David Bowie también merecen su distinción. Lo advirtió Baudelaire: «Un dandi nunca puede ser un hombre vulgar».

 

El dandismo, a examen

 

Según la mitología griega, los mirmidones eran unos guerreros que adoptaron el nombre de hormigas. Algunos se preguntarán qué tienen que ver con los dandis, pero si tenemos en cuenta que el dandismo se basa en nadar contracorriente la comparación no es descabellada.

El libro, que se abre con un necesario y acertado prólogo de Luis Antonio de Villena, está coordinado por Leticia García y Carlos Primo, y contiene una serie de relatos, ensayos y cuentos en los que se analiza el fenómeno del dandismo desde el siglo XIX hasta mediados de siglo XX,  en que Tom Wolfe ve en los ‘mods’ los dandis del siglo XX. A través de estos textos, no sólo se analiza el dandismo, a veces de forma crítica, otras con fina ironía y otras incluso en primera persona, sino que se le ubica y disecciona: ser un dandi va más allá de la indumentaria, y al contrario de lo que muchos creen, poco o nada tiene que ver con la mera elegancia, sino que se trata de una subversión de las formas que tiene raíces en el propio pensamiento y forma de entender la vida, como bien señala Francisco Umbral en su texto sobre Larra. Hay quien va más allá, como Albert Camus, y entronca a los dandis con los héroes románticos con quienes se inicia el “culto al personaje”.

Un libro sobre el dandismo no puede obviar a Brummel o Huysmans, y en ‘Prodigiosos mirmidones’ no sólo se recuperan sus figuras, sino que además ofrece nuevas visiones sobre el primero en ese magnífico ‘Beau Brummel’ de Virginia Woolf en el que asistimos a la decadencia y senectud del personaje que representó como nadie el dandismo. Otro de los aciertos del libro es la recuperación de algunos textos españoles sobre el fenómeno, donde lo dandy se da la mano con la leyenda negra al más puro estilo Bécquer, como sucede con el relato de Álvaro Retama.

La lectura de ‘Prodigiosos mirmidones’ es amena, esclarecedora y reivindicativa, pero también deja una pregunta en el aire: ¿existe el dandy en el siglo XXI?

 

Mailer, Norman

Junto a Truman Capote, Mailer es considerado el gran innovador del periodismo literario

Miami y el sitio de Chicago

En el verano de 1968, en plena Guerra de Vietnam y tras turbios sucesos como el asesinato de Martin Luther King o el de Bobby Kennedy, los republicanos se reunieron en Miami y eligieron como candidato al impopular Richard Nixon, mientras los demócratas apoyaban en Chicago la candidatura del ineficaz vicepresidente Hubert Humphrey.

Hablemos de dandis

Allí en Sol, donde Larra paseaba sus historias e indumentaria… Me citan dos tímidos jóvenes sobrados de talento y buen hablar. En la mítica pastelería madrileña La Mallorquina, inaugurada cincuenta y cuatro años después de la muerte de Brummell. En ese salón que se encuentra tras subir las escaleras desgastadas, el cual goza de la suficiente solera para hablar de dandis. Me esperaba una entrevista a modo de conversación interesante y amena, unida a un desayuno legendario en la mejor de las compañías. Esta audición podría valer más por lo que calla que por lo que cuenta, pero lo cierto es que da gusto oírlos y leerlos.

Leticia García y Carlos Primo coordinan una selección de textos maravillosos, encargándose de la introducción y notas del libro “Prodigiosos mirmidones. Antología y apología del dandismo” , de la editorial Capitán Swing. Con un prólogo del conocido poeta y narrador  Luis Antonio de Villena e ilustraciones de Marina Domínguez Garachana descubrimos los entresijos de la figura del dandi. Término del que desconocemos más de lo que imaginamos.

– Bueno, primera pregunta: ¿ Cuál es vuestro texto fetiche del libro?

Leticia: Soy muy fan de Vivian Grey, que retrata a la perfección la insolencia de la que tenía que hacer gala un dandi para poder suscitar admiración, amores y odios a su paso. De las máximas del vestir que aparecen en Pelham, porque sirvieron de inspiración a muchos textos posteriores y dejan ver perfectamente que la indumentaria del dandi es más el indicio de algo más profundo que un fin en sí mismo. Y del texto de Barbey, porque no se deja nada, creo que es el mejor retrato del dandismo que se ha hecho (o que yo conozca).

Carlos: Yo me quedo con el artículo de Robert de Montesquiou, “Del esnobismo”, que es un texto divertidísimo que hemos recuperado y traducido por primera vez desde su publicación en 1908. Es un artículo de crítica de costumbres que refleja bastante bien la posición intelectual del dandi. También llamaría la atención sobre “El encanto fatal”, un relato a medio camino entre el terror y la parodia publicado por Álvaro Retana en una colección de novela popular en plena belle époque española. Son dos expresiones extremas pero muy coloristas de lo que puede significar el dandismo.

– ¿ Qué imagen se proyecta en vuestra cabeza cuando se pronuncia la palabra dandi ?

Leticia: Brummell. Fue el primero (al menos el primero del que tenemos noticia) y el que sentó las bases de lo que posteriormente se conocería como dandismo. Los dandis que vienen después cumplen en mayor o menor medida los requisitos, pero él fue el único que dedicó su vida a ser un dandi.

Carlos: Coincido con Leticia. La estirpe de los dandis desciende de un solo individuo, Beau Brummell, un hombre verdaderamente fascinante: todo el mundo coincidía en que era un genio, pero nadie sabía definir en qué consistía su talento exactamente. Por eso, y porque no dejó una herencia tangible (ni obras, ni memorias), se convirtió en leyenda todavía en vida. Si hay que mencionar otro, escojo a Robert de Montesquiou: la lista de personajes literarios que inspiró es verdaderamente impresionante.

– ¿ Por qué el título de “Prodigiosos mirmidones” ?

Carlos: Luis Antonio de Villena, que escribió el prólogo del libro, nos echó la bronca porque dijo que los mirmidones eran hombres bajitos y fornidos, todo lo contrario de un esbelto dandi. Pero nosotros escogimos el título empleando el sentido que le dio Baudelaire en El Pintor de la Vida Moderna (1863). Los mirmidones eran un pueblo legendario que, además de luchar junto a Aquiles en la guerra de Troya, eran conocidos por ser muy laboriosos y esforzados, ya que cultivaban con mucho trabajo un terreno totalmente árido. Cuando Baudelaire dice que los dandis son “prodigiosos mirmidones”, se refiere a esa perseverancia y a esa capacidad para mantenerse fieles de manera obstinada a un código de comportamiento que había caducado tiempo atrás. Los mirmidones luchaban contra un terreno pedregoso, y los dandis luchan contra una sociedad que no les comprende. Entendemos el dandi como algo heroico, a contracorriente, marginal, y por eso pensamos que sería un buen título para el libro, además de una cita de un texto fundamental.

Leticia: El heroísmo del dandi es tan o más importante que su aspecto, porque ellos saben que su batalla está perdida de antemano, por decirlo de algún modo, pero no claudican. Brummell, por ejemplo, murió medio loco y desterrado después de burlarse de Jorge IV. Los mirmidones, como dice Carlos, cultivaban sin descanso un terreno del que no podía salir nada, y aún así seguían haciéndolo, por eso pensamos que el paralelismo era muy importante en este sentido.

– Alejándonos un momento del s.XIX. En el libro se nombran a personajes como Michael Jackson y Karl Lagerfeld, como respuesta a quién se puede considerar dandi en una época más actual. Parece que el mundo necesita dandis, ¿ Por qué resulta importante su figura en la sociedad?

Carlos: El dandi tiene una importancia vital, porque indica precisamente lo que le falta a una sociedad determinada, sus defectos, la relatividad de su sistema de valores. En la corte inglesa de la Regencia, invadida por el barroquismo, Brummell reivindica la sobriedad en el aspecto. En la sociedad burguesa de finales del XIX, los dandis franceses abrazan la extravagancia y el lujo exquisito de la aristocracia decadente. En la moda sensual y orientalizante de los años veinte, Coco Chanel se viste de negro y adopta un código de indumentaria que no abandonará nunca y que mantendrá intacto durante unas décadas que ven la eclosión de la moda y la aceleración de los estilos. Básicamente, cuando el dandi llega, a la sociedad se le caen los palos del sombrajo, pero de un modo muy sutil. Por eso es esencial.

Leticia: Amén.

– Así de forma aleatoria… ¿ Dalí fue un dandi ?

Leticia: Mmm, yo creo que no. Tiene puntos muy dandis, pero era demasiado excéntrico. Además, las claves de su personaje estaban definidas por su labor dentro del movimiento surrealista, aunque fuera más allá de ellas. El dandi, aunque produzca, tiene que ser su mejor obra, es decir, lo primero que resalta en un dandi es su persona, después su producción. Dalí, aunque fuera un personaje genial, se construyó en torno a un movimiento definido, y por eso me cuesta verlo como dandi.

Carlos: Es complicado, pero creo que, en el contexto del Surrealismo, sí pudo serlo, porque llevó el ámbito de la creación a su propia persona y, según cuentan, jamás se salía de su personaje. Estaba obsesionado con la percepción que la gente pudiera tener de él, y eso es muy dandi, al igual que lo es expresarse mediante aforismos y mantenerse fiel a su leyenda durante décadas. Juega en su contra el hecho de que fuese tan histriónico, aunque si entendemos el histrionismo como un código de conducta férreo, las cosas se complican. Resulta difícil decirlo. Posiblemente tuviese elementos de dandi, pero era un personaje de una complejidad enorme que va mucho más allá.

– Si hablamos de distintos tipos de estéticas que se eligen para diferenciarse , destacar  o crearse un personaje que se puedan confundir con la imagen del dandi que aquí tratamos. Me viene a la cabeza la siguiente pregunta: ¿Cuál es la delgada línea roja que separa al dandi del esperpento? ( Y esto no va por Dalí que conste).

Leticia: La contención y el estricto código de reglas individuales que el dandi crea y acata. Por eso es tan complicado ser un dandi. Es fácil disfrazarse, caer en la exageración y en la caricatura o ser excéntrico. Lo  difícil es ser discretamente indiscreto y radicalmente individual y mantenerse ahí, sin sobrepasar los límites.

Carlos: De hecho, están en las antípodas, aunque a veces no resulte fácil distinguirlos a simple vista. Pero, como dice Leticia, la clave está en el código de reglas individuales. Un dandi no se “viste de”. Un dandi se viste tal y como es.

– En ocasiones he escuchado que se relaciona a este individuo que se hace así mismo con cierta tendencia sexual. ¿ Existe algún tipo de relación directamente proporcional entre el dandismo y la homosexualidad?

Leticia: No necesariamente. Sí es cierto que el dandi estricto ha de mostrar cierta frialdad en las formas, no puede sucumbir a las pasiones ni mostrar debilidad. Es algo así como asexuado. A Brummell no se le conocieron romances, y si pensamos en Bowie, por ejemplo, pese a estar casado y que se haya hablado de su vida sexual, siempre nos parece a primera vista alguien carente de pasiones. En el entorno del fin de siglo francés sí predominaba el dandi homosexual. Pero estamos en una época en la que el dandi se construye de otra forma, ya no opone su contención a un sistema recargado y frívolo, sino al contrario. Se entregaba a la extravagancia y a la experimentación en un mundo en el que reinaban la uniformidad y la frialdad burguesas.

Carlos: La sexualidad, en principio, no tiene ninguna relación con el dandismo, salvo que se convierta en un elemento más del código del dandi. Es decir, sólo hay una sexualidad dandi si el dandi en cuestión la emplea para construir su individualidad y su personaje público. Hay dandis que muestran una sexualidad concreta del mismo modo que otros adoptan un corte de traje, una flor exótica, una forma de hablar o un hobbie excéntrico. Cuando los dandis de la belle époque no ocultan su ambigüedad sexual, lo hacen porque la emplean como una manera de cuestionar los valores morales de un determinado tipo de sociedad que veía mal esa clase de transgresiones. Era uno de los pocos tabúes que quedaban y, por lo tanto, era una herramienta excelente para subrayar su individualidad y su distancia respecto a la masa burguesa. Pero nada más. Otra cosa distinta es la ambigüedad como estética y como actitud, que sí ha sido muy cultivada por dandis de todo tipo, independientemente de sus gustos sexuales. Y otra cosa es la sexualidad de cada uno. No tengo muy claro que un dandi en la cama siga siendo un dandi.

Leticia: Claro, si no es un elemento de la construcción de la persona pública, de puertas para dentro, a saber…

– Cambiando el rumbo… Para qué negarlo, un libro se juzga por la portada. Y en ese salón con raigambre faltó un elemento importante en la ecuación de esta antología y apología del dandismo. Marina, ¿ En quién te inspiraste para hacer esas ilustraciones tan monas?

Marina: La mayor fuente de inspiración fueron los textos, cuya riqueza narrativa funcionó a la perfección como motor generador de imágenes.  Me sentí especialmente cómoda con el Larra dandi de Umbral (que es, por múltiples motivos, mi preferido). En un intento de emulación, intenté paliar a golpe de lapiceros y bonitismo el desasosiego del Agosto madrileño. Además, mis dandis emplean el afeitado con patilla como nexo narrativo porque las patillas son francamente importantes en mi existencia.

Si pregunta por influencias, últimamente me vuelve loca Adventure Time y soy fiel seguidora de El Mundo de Gumball, que cuenta con un elenco de dibujantes capaces de producir 500 expresiones faciales por minuto, y adoro todos los trabajos de John Kricfalusi y Bill Watterson. En cualquier caso, todo aquél que use rotuladores y lapiceros para el bien de la humanidad y el propio, merece todo mi respeto y atención, de Stephen Hillenburg a Moebius, pasando por Hugo Pratt.

– Pues digamos que usted señorita lo merece también.

Solo me queda agradecer esta increíble entrevista y hacer la recomendación pertinente más que merecida de esta obra. La cual ya se encuentra en grandes y pequeñas librerías. ( Ni que decir tiene que actualmente es el libro que ameniza mis noches ).

El próximo 18 de Octubre a las 19:30  tendrá lugar la presentación del mismo. En un lugar de lujo como es el Museo del Romanticismo de Madrid. Y por supuesto como dijo un dandi, en una de sus canciones: ” Ahí estaré “.

 

Corsarios de guante amarillo

Prologado por uno de los autores que más y mejor han abordado entre nosotros la figura del dandi, Luis Antonio de Villena, a quien debemos títulos tan sugestivos como -la expresión es de Balzac- Corsarios de guante amarillo (1983), Prodigiosos mirmidones -la imagen se debe a Baudelaire- reúne un puñado de aproximaciones al dandismo seleccionadas e introducidas por Leticia García y Carlos Primo, en un valioso volumen acompañado de divertidas ilustraciones de Marina Domínguez Garachana. La antología es excelente y la Apología que firman los compiladores, bastante recomendable, aunque tal vez fuercen más de la cuenta los argumentos para incluir a personajes actuales. Dicho con otras palabras, es arriesgado -ellos mismos lo reconocen- relacionar a Oscar Wilde con Porrina de Badajoz.

Estaría uno dispuesto a conceder que artistas maravillosos como David Bowie encarnan las aspiraciones del dandismo, pero le resulta bastante más difícil afirmar algo parecido de Michael Jackson o de Karl Lagerfeld, a los que también mencionan de pasada, dado que la distinción no equivale a mera extravagancia. Un chiste sobre el uso de la ropa deportiva -«Cuando pierdes el control sobre tu vida, te compras un chándal», dice el modisto- no basta para construir una teoría de la transgresión y, por otra parte, se hace imposible imaginar a Brummell emulando a Peter Pan o deambulando por el horror acartonado de Disneylandia.

Por lo que se refiere a la selección, el conjunto reúne textos o fragmentos canónicos de Disraeli (Vivian Grey), Balzac (Tratado de la vida elegante), Carlyle (La secta de los dandis), Baudelaire (El dandi), Huysmans (Al revés), Lorrain (El señor de Phocas) o Camus (La rebelión de los dandis), además de otros inéditos como el interesantísimo Del esnobismo de Robert de Montesquiou. Los autores de lengua castellana están representados por el cubano Julián del Casal (Ezequiel García) y los españoles Zamacois (El fantasma), Retana (El encanto fatal), Hoyos (La hora violeta) y Umbral (Larra: anatomía de un dandi), que no sólo reflexionó con lucidez a propósito de dandis y malditos sino que encarnó, hasta cierto punto, la figura.

 

Faulkner, un escritor con oficio

Lo apunta el traductor David Sánchez Usanos: si de algún autor norteamericano se ha llegado a una opinión unánime sobre su calidad e interés, ése es William Faulkner. Y además en todo el mundo, muy en particular en América Latina; por algo Onetti dijo: «Yo he leído páginas de Faulkner que me han dado la sensación de que es inútil seguir escribiendo. Si él ya hizo todo. Es tan magnífico, tan perfecto…». Se trata sólo de un ejemplo que justifica el interés máximo que despertarán «todos los artículos de madurez, los discursos, reseñas de libros, introducciones a libros y cartas destinadas a su publicación», como indica su editor en el prólogo, James B. Meriwether. Es un Faulkner en la última parte de su trayectoria, ya convertido en una figura pública relevante, sobre todo tras la obtención del Nobel en 1950, cuyo discurso tiene un inicio inolvidable: «Siento que este premio no me ha sido concedido a mí como hombre, sino a mi trabajo, el trabajo de una vida en la agonía y el sudor del espíritu humano, no por la gloria ni mucho menos por el beneficio, sino para crear a partir de los materiales del espíritu humano algo que no existía antes». Es mediante las intervenciones de viva voz donde encontramos al Faulkner más pasional y comprometido con su profesión.

El río de la vida

Persiguió la perfección, sabiendo que se fracasa estrepitosamente pero que cabe insistir, debiendo «tener humildad respecto a su competencia para llegar allí, respecto a sus métodos, a su oficio y a su destreza en el oficio», como señaló en un homenaje a John Dos Passos. También su mentor Sherwood Anderson, Albert Camus y el Hemingway de «El viejo y el mar» se dan cita aquí, en ensayos donde surge el sueño americano, el Sur y, sobre todo, el río Misisipi, que le vio nacer, escribir y morir.

Sobre el autor

La obra de William Faulkner, nacido y muerto en localidades del Misisipi (1897-1962) es inmensa: veinte novelas, más de cien relatos, seis poemarios y varias adaptaciones teatrales, además de varios guiones de cine.

Ideal para…los que gustan de la literatura norteamericana en general y de la voz reflexiva de un gran autor ante su oficio.

Puntuación: 9

 

El prodigio de ser dandi

A priori, el título de la obra que nos traemos entre manos pueda quizás significar más bien poco o casi nada para el lector casual. Es la lectura de su apostilla la que marca la senda del camino por el que nos va guiar este cuidado y selecto recopilatorio de textos: Prodigiosos Mirmidones: antología y apología del dandismo (Capitán Swing) utiliza una oscura cita de Baudelaire para nombrarse y homenajearse, y es que ‘lo dandi’ atesora un halo de excentricidad cautivador abonado de gracia e ironía que gusta del rodeo, las sutilezas a bocajarro, la ocurrencia y ese wit inglés llevado a la irreverencia dentro de los salones del poder, que no es poco.

Esta antología, coordinada por Leticia García y Carlos Primo (que algunos conocerán bajo cierto pseudónimo en los deslenguados dominios de las redes sociales) tiene actitud académica e ilustrada aunque su lectura evita los rodeos, los tropiezos y las torpes injerencias de aburrida verborrea a pie de página que podrían esperarse de una obra de este corte. Prodigiosos Mirmidones es una obra trufada de citas imprescindibles firmadas por autoridades como Balzac, Baudelaire o Montesquiou, pasando por Virginia Woolf o Paco Umbral y poniendo fin con un grandioso colofón bajo el sello de Tom Wolfe y la radiografía que imprime del swinging London en su Underground de Mediodía. Quien espere encontrar una guía útil del perfecto dandi mejor que se dedique a empolvarse la nariz frente al espejo: la intención de la obra no es otra que dilucidar la compleja idiosincrasia, a menudo tildada de mera excentricidad o de esnobismo, de esa ‘secta’ de hombres que en palabras de Baudelaire, simbolizó “el último destello del heroísmo de las decadencias”.

La avanzadilla de este ejército de héroes no fue otro que Beau Brummell, “el gran vanidoso” según Jules Barbey d’Aurevilly, un ser de presencia arrolladora y revulsiva (a este respecto, Baudelaire afirma que el dandi “construye una originalidad contenida en los límites exteriores de las convenciones”, originalidad o acaso protesta y disención) que se procuraba sin tregua el don de la sorpresa y que “se burlaba de las reglas y sin embargo las seguía respetando”. En Brummell hallamos la semilla que a lo largo de la historia se ha reproducido en los dandis que han tomado su relevo (Oscar Wilde, lord Byron, el propio Larra según Umbral o los mods del relato de Wolfe) y aquellas características que reúnen en mayor o menor medida todos ellos como pacto tácito y santo y seña: “la brillantez en su vida, la soberanía sobre la opinión, la magnífica juventud que acrecienta la gloria, y este aspecto tan encantador y cruel que las mujeres maldicen al mismo tiempo que adoran”, en las palabras de d’Aurevilly.

Aunque la sucesión de hechos históricos, ideas y anécdotas que se hilvanan en Prodigiosos Mirmidones obligan a pensar en el dandi como una entidad más allá de la apariencia, algo filosófico y casi metafísico, no se puede obviar que una de las particularidades del dandi es el culto a la estética, a la apariencia y, en fin, a la moda. Quizá Carlyle tenga razón cuando afirma que el dandismo es la ciencia del “culto a uno mismo”, que el dandi “vive para vestirse”… ¿no son los usos de la vestimenta el elemento más claro de individualidad, de revolución y de la ruptura del orden y sin embargo y al tiempo, instrumento de creación del orden social y de clases? En cualquier caso, ya sean dandis ya sean los mods de la novela Wolfe, la moda les diferencia, les aísla y es la herramienta que les permite construir un universo a su medida. Sobre ésta y otras muchas ideas nos hablan generosamente los ejecutores de Prodigiosos Mirmidones, Carlos Primo y Leticia García, con la colaboración especial de la siempre incisiva experta en moda Inmaculada Urrea:

“Brummell poseía es familiaridad encantadora y excepcional que lo acaricia todo y que nada profana. Convivió de la misma forma con todos los poderes, con todas las superioridades de la época, y por su desenvoltura se elevó hasta su nivel” (Jules Barbey d’Aurevilly).

SM: ¿Cuánto de mera apariencia y cuánto de actitud hay en los prodigiosos mirmidones que presentáis en el libro?

LG: Espero que haya mucha más actitud que apariencia. En el dandi el parecer se convierte en el ser, es decir, no aparenta nada porque acaba por no haber nada detrás del personaje que se construye. Por eso nos resulta una figura tan fascinante, porque puede ser más o menos fácil construirse una máscara, pero acabar siendo todo tú tu propia máscara…

CP: Estoy de acuerdo, hay más actitud que apariencia. El aspecto externo de los dandis que mencionamos puede variar enormemente. Brummell, Wilde, Larra o Montesquiou no se parecen ni visten igual, pero sus motivaciones son similares, y es ahí donde nosotros ubicamos la esencia del dandismo.

SM: En el prólogo proponéis modelos de dandis modernos (Lagerfeld, Michael Jackson…), aunque el verdadero dandi se circunscribe a un período histórico determinado.

Dandis ha habido siempre, es una raza extinta o acaso está en peligro de extinción? ¿Después del dandi… qué hay?

LG: El dandi prototípico y el primero al que se le atribuye esta etiqueta es Brummell. Su leyenda dio lugar al movimiento de las Fashionable Novels, que ‘enseñaban’ a convertirse en dandi y a poder introducirse en los herméticos círculos aristocráticos. El dandi es un producto de la Regencia inglesa y probablemente dandi, en el sentido más estricto del término, sólo existió Brummell. Pero hay personajes posteriores e incluso anteriores (se habla de Alcibíades como un dandi, por ejemplo) que cumplen muchos de los requisitos para ser considerados dandis. El problema es que actualmente la moda se ha cargado los códigos férreos de vestimenta y es mucho más difícil epatar si no es cayendo en el mamarrachismo. No sé qué puede haber después del dandi, esperemos que siga habiendo personajes cercanos a él, si no fuese así, sería un síntoma de que ya ni siquiera podemos oponernos al entorno a golpe de originalidad.

CP: Una cosa es el dandi prototípico y primigenio, que efectivamente es Brummell, y otra cosa muy diferente son las derivaciones del dandismo en la sociedad contemporánea. Si nos hubiésemos restringido al dandi entendido en el sentido histórico, es posible que no hubiésemos pasado de la primera mitad del siglo XIX. De hecho, en esa categoría no entraría ninguno de los personajes del Decadentismo (Huysmans, Montesquiou, Lorrain o Wilde). Lo que nos interesa es la actitud del dandi, que es lo que no cambia, y lo que relaciona a todos estos personajes tan dispares. Claro que Lagerfeld y Michael Jackson no encajan de ningún modo en la estética decimonónica y contenida de Brummell, pero ciertas posiciones -la fidelidad a un código de comportamiento y vestimenta, la distancia respecto al público, la frialdad- los vinculan en el plano teórico. A eso vamos. Mientras persista esa actitud, habrá caso de dandismo, aunque sean aislados.

SM: ¿Cuál es la semilla de la obra? ¿Nace de un proyecto personal, un encargo editorial…?

LG: De ambos. Marina, Carlos y yo nos conocimos siendo compañeros de doctorado. Los tres, aunque venimos de carreras distintas, tuvimos una asignatura en Periodismo, Semiótica y Sociología de la Moda, en la que se hablaba del dandi. Nos fascinó el tema y a partir de ahí, por motivos distintos, seguimos investigando sobre el mismo. A nuestro editor (Capitán Swing) lo conocimos porque Marina y yo escribimos un texto sobre Mad Men en un libro sobre la serie que publicó. Llevábamos tiempo con la idea de hacer un libro sobre dandismo, se lo propusimos y le gustó la idea. Nos pusimos poco a poco manos a la obra, a investigar, a perfilar el proyecto y…esto fue lo que salió.

SM: Según vosotros, ¿es el dandi un outcaster en toda regla o sólo pretende epatar?

CP: No está reñido, ¿no? Un dandi es un outcaster, aunque con ciertas peculiaridades. Un dandi siempre permanece en la cuerda floja, es un transgresor que pone en solfa las convenciones sociales, pero al mismo tiempo no llega a romperlas del todo, porque entonces sería expulsado. Sin público, un dandi no es nadie, ya que es un provocador necesario para la continuidad del sistema. En ese sentido, su papel es ambivalente. No es radicalmente diferente al resto, porque correría el riesgo de quedarse fuera. La provocación es una de sus herramientas pero, si quiere perpetuarse, tiene que manejarla con una increíble cautela. De ahí la necesidad de un código.

SM: Cuando habláis de lo femenino y el dandismo, presentáis iconos como Dietrich o Patti Smith, mujeres que adaptan códigos masculinos y devienen ambigüedad. ¿El dandismo es territorio vedado para la mujer? ¿Puede el dandismo representarse en clave femenina al uso?

LG: No es un terreno vedado para la mujer, pero tampoco creemos que el dandismo en este caso consista meramente en apropiarse del vestuario masculino. El dandi acata un código de reglas que él mismo crea, tanto indumentarias como actitudinales. Tiene que ser radicalmente individual. Patti Smith, Dietrich y otras mujeres como Coco Chanel, creemos que son dandis en este sentido. Supieron construir un personaje que no se parece a ningún otro, apropiándose de la apariencia masculina en algunas ocasiones, y en otras  no. Muchas mujeres han fomentado la ambigüedad por cientos de motivos y no son dandis. Y si pensamos en lo que la moda llama ‘tendencia dandi’, o sea, el esmoquin femenino, el borsalino etc., siempre hay detrás un discurso que exalta la feminidad, la sensualidad y demás, así que poco tiene que ver con el dandismo. Vamos, que hay mujeres dandis en el mismo sentido en que hay hombres dandis, al margen de si su indumentaria es masculina o no.

SM: Desarrolláis una intensa difusión de vuestra obra y vida a través de las redes sociales y vuestro blog donde vertéis vuestro enciclopédico, sincero y descomedido saber sobre la moda… ¿qué tiene la moda que nos pone tan nerviosos?

LG: Sin meterme en diseñadores y editores, que al ritmo vertiginoso que va la industria en los últimos tiempos, debe resultarles muy difícil mantener la cordura, yo creo que, por un lado, están los quieren hacerse un hueco dentro del periodismo de moda y sienten que tienen que conocer e informar antes que nadie de cada pequeña noticia y de cada alfombra roja. Teniendo en cuenta que en la moda y en el mundo del faranduleo hay nuevas informaciones cada diez segundos, pues normal que se te crispen los nervios. Luego están los que tienen el síndrome de Carrie Bradshaw y necesitan vestirse constantemente a la última, contarlo y , además, adelantarse a sus competidores. La moda es un mundo muy competitivo y a la vez la forma en que se presenta públicamente lo convierte en algo muy atractivo para muchos, aunque en muy pocas ocasiones ésa sea la realidad. Y claro, eso muchas veces acaba en neurosis.

Por otro lado, es una industria potentísima y poderosísima. Y si es así es porque la moda importa, tiene una incidencia social increíble, nada ni nadie escapa a sus garras, aunque muchos la consideren algo frívolo y banal. A nosotros, que ni queremos ser musos de nada ni demonizarla, no nos tensa, nos divierte. Nos interesa la moda desde el punto de vista social y nos interesan los por qué y los cómo que hay detrás de las marcas y de las historias que nacen de ella. Visto con distancia, como meros observadores, nos parece un mundo fascinante.

CP: La moda es una especie de placa de petri donde se reproducen, a pequeña escala, las luces y las sombras de la sociedad actual. Se basa en la estética y el gusto, pero en el fondo es un engranaje económico perfecto capaz de generar deseos, aspiraciones, estados de ansiedad, contradicciones y hábitos de todo tipo. Pretende parecer superficial, pero no lo es en absoluto. El historiador marxista Eric Hobsbawm, que ha fallecido recientemente, afirmaba que los creadores de moda eran los únicos capaces de predecir el futuro. Por supuesto, se refiere a la capacidad de ver la evolución de las tendencias y al instinto para lo nuevo, pero hay algo más. La moda termina reflejando todos los fenómenos sociales, psicológicos y políticos de la sociedad en la que se inserta. Es una versión exaltada e histriónica de la comedia humana. Y, en mi caso, es un pretexto estupendo para desencadenar la escritura. Balzac escribió que “se adivina el espíritu de un hombre por su modo de llevar el bastón”, así que nosotros escribimos y, dentro de nuestras modestas posibilidades, teorizamos sin parecerlo. Esa es la moda que nos interesa. Por eso resulta fundamental también el papel de las ilustradoras que forman parte del proyecto, porque tienen un talento increíble a la hora de reflejar plásticamente una serie de ideas sin tener que recurrir a la fotografía.

LG: Son lo más. Les dices sobre qué quieres escribir y enseguida saben cómo ilustrarlo. Hay algunos dibus con los que me haría posters, camisetas…

– SOVIET Magazine / Inmaculada Urrea: ¿Vuestro buen criterio fashionpédico proviene, precisamente, de no dedicaros profesionalmente a la moda?

LG: Supongo que nos acercamos a la moda por la vía académica y haciendo los dos cosas relacionadas con las Humanidades. Nos empezó a gustar después de descubrir que autores que nos encantan se habían ocupado ella y de ver que es un mundo con mucha más enjundia de lo que parece en un primer momento. En mi caso, que vengo de la Filosofía y he acabado haciendo la tesis sobre moda, me he acostumbrado a tener que argumentarlo todo, a comparar metodologías, buscar fuentes que me respalden…y al final acabas viéndolo todo así, escribiendo posts larguísimos y sobre temas poco actuales pero que a nosotros nos parecen fundamentales. No sé si es buen criterio, en realidad nuestro blog se parece mucho a nuestra forma de trabajar en moda sólo que mucho más relajada e irónica (eso sí, lo de la ironía nos encanta).

CP: Personalmente, ejerzo la posición que más me interesa en el mundo de la moda: la de observador. Me encanta escribir sobre lo que veo, y también ser profesor, porque me permite quedarme con la parte que más me interesa y ahorrarme el resto. Soy consciente de que es mirar los toros desde la barrera, pero tampoco esto me perturba excesivamente. Llegué a la moda a través de la crítica literaria y artística, y, como dice Leticia, trato de aplicar la misma metodología a colecciones, diseños y fenómenos del mundo fashion. Sin más. Escribimos porque nos divierte, y porque la moda es un pretexto estupendo para desarrollar distintas formas de escritura y de creación.

– SM/IU: ¿Dedicarse al fashioneo genera impedimentos intelectuales?

CP: la industria de la moda es muy amplia y hay muchos tipos de fashioneos, pero es cierto que parte de ellos no implican un desarrollo extraordinario de cuestiones intelectuales. Es normal. Por otro lado, lo que sí sucede es que, si estás muy metido en ello, a veces se pierde la perspectiva y la capacidad de autocrítica. La parte intelectual de una marca es pequeña si la comparamos con la magnitud de la industria, pero es esencial que funcione correctamente. Hay marcas enormes que, por no sentarse a pensar en un concepto, se convierten en castillos de naipes edificados sobre la nada. Y claro, sopla el aire y todo se va al traste. La moda no genera impedimentos intelectuales, pero el fashioneo entendido como brillo, celebridad, belleza y dinero sí genera una cierta pereza del pensamiento. Hay una frase de Julio Llamazares que me encanta. Dice que «la endogamia y la tribu, en la poesía como en la vida, producen solamente sangre dulce, perros de raza y niños tontos». En la moda sucede lo mismo. Hay que ver mundo y cuestionarse las cosas para entenderlas. Gusto tenemos todos, pero hace falta algo más para darle consistencia a lo que uno hace. Sacar los pies del tiesto y leer autores nuevos es un ejercicio muy sano.

LG: para mí no genera impedimentos intelectuales, sino todo lo contrario. Estoy súper de acuerdo con que dice Carlos, la endogamia, en cualquier ámbito, genera impedimentos intelectuales. Y la moda ya sabemos que es un mundo muy endogámico. Pero a la vez es un tema de reflexión interesantísimo. Se podría decir mucho del momento social en el que vivimos a partir de cómo funciona y se recibe la moda en él. Analizar las propuestas, por qué vuelve lo que vuelve, por qué funciona una tendencia y no otra, es una buena forma de empezar a tomarle el pulso al presente. Y ahondar en la otra cara, en la del consumidor y el observador, ver por qué funcionan las marcas que funcionan, etc., dice mucho del tipo de idiosincrasia que está funcionando. A primera vista parece algo muy inmediato y muy frívolo, pero no lo es para nada. Vamos, que yo he aprendido mucho con la moda. Me parece un objeto de estudio y de reflexión súper rico. Depende del modo de lidiar con ella y del punto de vista que adoptes, supongo.

SM: ¿Qué tenéis a la vista después de Prodigiosos Mirmidones?

LG: Encontrar trabajo (como la mayoría, supongo), dar clase, acabar la tesis, …y tenemos un par de ideas que queremos desarrollar en un libro/ensayo sobre moda. Ojalá. A ver qué pasa.

CP: Seguir trabajando, escribiendo, investigando y dando clase. Y desarrollar ideas que ya tenemos, y otras que ya tendremos.

 

 

Faulkner, William

Considerado uno de los más grandes autores del siglo XX y uno de los padres de la novela contemporánea

Ensayos y discursos

Una recopilación esencial de la brillante obra no narrativa de Faulkner, puesta al día y con abundante material nuevo. Pero sobre todo una singular mirada a la vida del maestro estadounidense.

Una vida llena de agujeros

Lo vernáculo tiene la notable característica de retornar periódicamente con fuerzas fundantes en la historia del arte. Lo exótico, así como el encuentro del lenguaje coloquial, han sido ejes de investigación literaria, de búsqueda de códigos que permitan una más profunda comprensión de nuestro ser en el mundo. En lo nativo, espacio que se aleja al sobre maquillaje de las sociedades industrializadas e hípercomunicadas, creemos poder descubrir o estar más cerca de una supuesta unidad perdida, de algo originario, y con ello entender los movimientos lógicos, la trama que articula la naturaleza y nuestra existencia. La narración oral, la historia contada, relatada, es el núcleo arcaico de transmisión literaria, en ella se mantiene el tiempo de la experiencia, el pulso de una humanidad, y esto hoy es cada vez más difícil de encontrar y representar. Una vida llena de agujeros nos invita a ello.

Paul Bowles (Nueva York 1910 – Tánger 1999), luego de viajar por Europa y Latinoamérica, se instaló en los años 40 en Tánger donde enfocó su trabajo artístico investigando la creación musical y literaria de la zona del Magreb, norte de África, lugar donde se pone el sol para el mundo árabe. En Tánger escribe su más conocida novela, El cielo protector, donde, al modo de Conrad en El corazón de las tinieblas, o Celine en su Viaje al fin de la noche, o del Aguirre y Fitzcarraldo de Herzog, sus protagonistas se adentran en lo más profundo de la naturaleza y lo salvaje -sea el desierto o la selva-, perdiéndose las dimensiones de lo racional, lo permitido y lo posible.

En los años 50, con una beca de la fundación Rockefeller, recorre los pueblos del Magreb grabando su música tradicional y a contadores de historias, entre ellos destaca Larbi Layachi, quien era asiduo a la casa de Bowles y que, sorprendido por el oficio de novelista como constructor de historias, le ofrece al escritor narrar las suyas para que este las transcriba y publique. Bowles, impresionado por la elocuencia de este analfabeto marroquí, transcribe y casi sin intervenir traduce al inglés sus relatos. Éstos serán publicados en 1964 bajo el seudónimo de Driss ben Hamed Charhadi (A life full of holles, Grove Press) y hoy los encontramos traducidos al español por Javiel Tlayero para el sello editorial Capitán Swing.

Como bien nos dice Walter Benjamin en El Narrador (Iluminaciones IV, Ed. Taurus), es característico de los narradores una orientación hacia lo práctico y en ello radica su sabiduría. Esto lo encontramos notablemente en este libro. Ahmed, el protagonista, nos relata sus desventuras desde sus 8 años. Huérfano de padre, mal querido por su padrastro, emigran de Tetuán a Tánger donde se pierde al salir a caminar. Al ser encontrado por la policía dice que es de Tetuán, donde lo llevan, y al no existir quien lo acoja queda en un hogar para niños abandonados. Volverá caminando a Tánger, intentarán violarlo, su padrastro hará imposible que conviva con su madre y empieza su errar de escenarios y oficios: pastor, peón,  ayudante de panadero, cuidador de un café, sirviente de una pareja de nazarenos gays, traficante y ladrón sin suerte. Conoce las putas y las cárceles. Bordea la muerte en más de una ocasión. Cada capítulo es una aventura donde la injusticia, la pobreza, los abusos no alcanzan a dar un tono moral al relato ya que Layachi – Ahmed relata sin interpretaciones psicológicas, inflexiones o altibajos. El continuo del relato se mantiene en el placer de estar siendo, de estar sucediendo, ajeno tal vez a la reflexividad o elipsis de la novela contemporánea.

Destaca también la particular concepción del tiempo y del destino, propia tal vez de las culturas orientales o de los pueblos de religiosidad profunda, donde nada parece urgente y no existe accidente porque todo sucede por voluntad de Dios -Alá para nuestro héroe- . Esto aparece en el relato con una fina claridad. Pasajes del capítulo El Pastor:

“La vida del pastor es buena vida, me dijo.

Buena o no buena, ya soy pastor, le dije yo”.

“¿Te quedaste dormido?

Bueno, me dormí un poco.

¿Por qué? Te tengo dicho que no duermas nunca. ¿Quién te dijo que te durmieras?

No sabía que me iba a dormir hasta que me desperté”.

“Estábamos allí sentados. Él me miraba y yo lo miraba. Esperaba a que él dijera algo, pero ya no dijo nada más. Y yo no quería hablar solo”

Benjamin nos habla que el arte de la narración está tocando a su fin, que la facultad de intercambiar experiencias nos está siendo retirada. Hoy predomina la información, lo verificable y explicable pero queda poco para lo memorable. Precisamente el no explicar entrega las condiciones para la sorpresa y la reflexión, siendo esto una de las gracias a celebrar en Una vida llena de agujeros. El lector, sin buscar el sentido último del texto, presta voz al protagonista y reinstala la experiencia de Ahmed – Layachi para un goce que se transmite en el tiempo.

Sebastián Astorga A.

 

Sobre ‘Getting up’

1.

El 2 de diciembre de 1977, en el apartadero de trenes de Coney Island, Lee, Mono, Doc y Slave pintaron un tren entero, compuesto por diez vagones. Era un hito. No tanto por ser los primeros (en realidad fueron los segundos en pintar un tren entero) sino por el impacto de la pieza. Diez vagones, de arriba abajo, de un lado al otro, destacando sobre todo la composición central: un Papá Noel felicitando la navidad. Y junto él, en el resto de vagones, varios símbolos populares como Micky Mouse y otros elementos por el estilo.  Así lo recuerda Lee: “Este tren fue lo mejor que hemos hecho nunca; bueno, y lo mejor que se haya hecho nunca en esa línea, en la línea 4. Estoy seguro de que la gente que lo vio no puso la televisión esa noche al volver a casa. Hablaron del tren que habían visto”.

2.

Getting up. Hacerse ver. El grafiti metropolitano en Nueva York, de Craig Castleman, arranca con esta historia. La recreación por parte de Lee, uno de los miembros de los Fab Five, de cómo llevaron a cabo la peripecia de pintar un tren entero. Getting up fue publicado originalmente en 1982, siendo traducido al español a mediados de los ochenta. Aparece reeditado a los treinta años de su aparición sin perder un ápice de su fuerza histórica, más aún, reaparece con todo el peso de ser ya un clásico, una pieza central para todo aquel que quiera asomarse —con eso vale— al periodo en el que el grafiti toma el mando visual de las calles de Nueva York y, por extensión, de todas las grandes capitales mundiales. Sin embargo, si para empezar nos referimos a su sentido elemental lo que hallamos en Getting up es un documento, pero un documento que es a su vez la apertura de una posibilidad más amplia de reflexión. He ahí lo fascinante de este trabajo. No se trata de juicios de valor, no trata Castleman de elaborar teorías socio-políticas (que hubiera sido lo más sencillo), pero tampoco nos lleva al árido (y poco fructífero para un territorio como éste) documento estadístico, ni deriva hacia cuestiones de clase social, sino que trata de recoger datos, de exponerlos ordenadamente pero bajo el aspecto de una narración entre histórica y policíaca. No es una crónica, ni se trata de periodismo gonzo, ni de un informe a secas. Es todo eso, pero también es algo más (o algo menos). He ahí lo positivo (y lo negativo) del libro. Más positivo que negativo. De hecho, mucho más. Lo coyuntural del libro, permite, en una lectura entrelíneas, la posibilidad de ampliar sus lecturas, y ver en este libro la huella original de una mutación más global en lo referente al aspecto de las ciudades. Castleman, aconsejado por Margaret Mead a lo hora de emprender este estudio, se dedica a recopilar información, hablar con policías, con grafiteros, con políticos, seguir por la prensa los problemas que causa el grafiti en el marco político, etc.

3.

Podrían extraerse muchas lecturas de este libro, precisamente por su carácter descriptivo. En este caso, destacaremos sólo algunas de ellas. El arranque novelesco, con los Fab Five como protagonistas, permite visualizar tanto el ámbito social en el que se va a mover el libro como las intenciones de intervención/transformación propias de los grafiteros. O, mejor, podrían relacionarse. Buena parte de los grafiteros son portorriqueños, o más ampliamente, de origen latino. Otros son negros. Unos del Bronx. Otros de Brooklyn. Una de las cuestiones, precisamente, que relaciona el aspecto social y de transformación urbana que late tras el desarrollo del grafiti es la necesidad de ese hacerse ver tanto por parte de los individuos como de las comunidades. Pero quedarnos en este simple territorio social sería hacer trampa. El grafiti, desde su origen, parece esconder no una necesidad de expresarse (algo que parece demasiado cursi —lo es—) sino la necesidad de ver con otros ojos y desde otra perspectiva el continuo dinamismo de la ciudad. Entre los muchos datos que recoge Castleman no deja de sorprender cómo estos escritores tienden a ver la ciudad como un lugar destinado al movimiento y que este movimiento necesita a su vez de transformaciones visuales. Así, como Baudelaires o Constatin Guys portorriqueños estos artistas se sitúan en las estaciones de tren (o en las calles) y divisan durante horas el paisaje que frente a ellos se desarrolla, observando al mismo tiempo las posibilidad de hacer de ello un territorio más atractivo en su variación constante. “Muchos escritores —escribe Castleman— pasan también mucho tiempo sentados en las estaciones del metro mirando y comentando las piezas pintadas en los trenes que pasan”. Lee, uno de los escritores más conocidos, añade: “Todos los escritores estaban allí porque en las primeras horas de la mañana pasan más trenes”. La idea de permanecer en medio del flujo urbano del metro para ver el movimiento de los vagones parece alimentar a muchos de los primeros escritores.

4.

He dicho “grafiteros”, pero esa no deja de sar una palabra inadecuada. La palabra correcta es escritor. Sí. A sí mismos se denominan escritores. La escritura en su sentido más fuerte, como el hecho de dejar una huella.  Dice Castleman: “cuando ellos hablan de sí mismos, utilizan la palabra “escritores””. La escritura como imagen, entendida ésta como huella. Pero escritura desprendida. Pero ¿quién fue el primero? No hay dudas: Taki 183. Él fue el primero. desde finales de los sesenta se dedicó a escribir su nombre por toda la ciudad. ¿Por qué? Los resultados de una investigación realizada por el New York Times en 1971 revelaban que “Taki era un joven parado de diecisiete años que aquel verano no tenía nada mejor que hacer que andar pintando su nombre allí por donde pasaba”. En una especie de compulsión gráfica, Taki 183 reconoce, tiempo después, que no puede dejar de escribir allí donde va. Es más, añade: “no podría retirarme nunca… además… esto no hace daño a nadie. Yo trabajo, pago mis impuestos. ¿Por qué tienen que meterse con las más inofensivos? ¿Por qué no se enfrentan con las compañías de publicidad que llenan el metro de pegatinas en las épocas de elecciones?”

5.

Otro de los momentos importantes del libro es igualmente el proceso por el cual Castleman disecciona tanto el concepto de escritura como de escritor.  La escritura tiene la forma de una huella, de un indicio, de un hacerse ver. Pero ese hacerse ver en la escritura implica un doble movimiento: la cantidad y la calidad. Visibilidad en aumento y estilo en la composición. El estilo es importante, pero como señala Tracy 168, “el estilo no significa nada si tu nombre no aparece con frecuencia. ¿Cómo va a conocer la gente tu estilo si no ve piezas tuyas?”.  Esto genera debates en el mundo —tremendamente jerárquico— del grafiti. Parece, sin embargo, que la cantidad de veces que tu nombre aparece en el metro o en cualquier otro lado es más importante que la calidad de la escritura. De esta forma surgen lo que se denomina “throw-ups”, es decir, “potas”. El escritor que más veces escribe su nombre en una línea recibe el título de “rey de la línea”. Esto ha hecho que las “potas”, es decir, escritura chapucera y sin estilo, llena de churretones y sucia, pase de ser censurada a ser incluso alabada. De todos modos, no puede olvidarse que la fama (cuestión central para los escritores) se alcanza quizá —o eso parece— por el camino del equilibrio, como parece buscar el mencionado Lee, de los Fab Five. De Lee, P-Body dice lo siguiente: “Su estilo es el mejor de la ciudad. Además es un tío que se hace ver cantidad”. Escribe Castleman: “Los pintores especializados en vagones enteros, como Lee o Blade, calificaban abiertamente la “pota” de “montón de basura” y empezaron a lamentarse de que la popularidad que estana alcanzando suponía la muerte del grafiti”

 

6.

Escritores, estilo, cantidad, fama… Castleman lo tiene claro.  A pesar de su pulcro descriptivismo parece que en ocasiones hace decir a sus interlocutores lo que él está deseando que digan. Es así cuando uno de ellos describe cómo todos esos elementos (desde el mismo concepto de escritor hasta el de “pota”) forman parte de una realidad lingüística y social propia. Wicked Gary, un escritor de Brooklyn, dice lo siguiente: “Era un sistema de comunicación e interacción totalmente diferente de aquellos que estábamos acostumbrados a manejar en la vida normal, como la lengua, el dinero u otras cosas por el estilo. Teníamos nuestras propias palabras, nuestra propia tecnología, nuestra propia terminología. Las palabras que utilizábamos significaban cosas que nadie salvo nosotros podía identificar. […] Todo ello era algo exclusivamente nuestro”.  El sentido de comunidad socio-lingüística se hace evidente a lo largo del libro. Bama, junto a Lee, uno de los grandes nombres del libro, lo describe así: “Era divertido… lo más hermoso de todo. No sé, estás allí sentado pintando de madrugada con cuatro tíos más y miras a un lado y al otro y los ves trabajando en una sola meta: hacer que este tren sea más bonito. Hay tanta paz en todo esto. Te inunda ese sentimiento de creatividad, esas vibraciones que emanan de todo lo está sucediendo allí. […] Cuando estás pintando te sientes más cerca de los otros, tienes que confiar en el que está a tu lado, porque cuando tú no estás vigilando, confías en que lo esté haciendo él”.  Castleman lo describe así: “En los primeros días de la historia del grafiti en el metro neoyorquino, cuando los escritores hacían una expedición a las cocheras llevaban lo necesario: unos cuanto sprays y rotuladores. Hoy suelen llevar comida, bebida, hierba, radios, guantes, ropa para cambiarse y, en el caso de que se trate de una pieza grande, maletas o bolsas llenas de pintura”

7.

Robar es importante. Mangar sprays y rotuladores forma parte del rito de los escritores. Castleman describe algunas de las muchas técnicas. Nunca comprar. Y si lo hacen nunca reconocerlo.

8.

Junto al tema de la comunidad, de la convivencia, Wicked Gary se refería a unas palabras propias, a una tecnología propia así como a un terminología propia. Castleman recoge detalladamente todo ello. Tags, potas, piezas (de arriba abajo, de punta a punta), etc. Phase II inventó la llamada  “letra pompa”, así como Pistol I la denominada “letra 3-D”. Es importante saber quién y cómo inventó algo. Es una comunidad, como señala Castleman, donde la fama es importante, donde el novato (denominado “toyaco”) es menospreciado, y donde el hacerse un nombre es clave. Uno de esos nombres es Super Kool. Todos los escritores parecen deberle algo. En 1972 creó la primera pieza maestra. Así la denominaba el resto de escritores. Entre otras muchas cosas Super Kool desarrolló uno de los grandes avances tecnológicos, clave para el desarrollo del grafiti. “Super Kool —escribe Castleman— había descubierto que cambiando la válvula normal del spray por otra más gruesa del tipo de las de los sprays  de espuma o almidón, podía cubrir de pintura superficies más grandes, dándoles además un aspecto aterciopelado, y ello con una sola pasada”. Bama llega a decir que “Super Kool es el padre de todos los escritores del Bronx”, y sobre todo de aquellos que, como Jeff Kool, y otros, tomaron su apellido.  El mismo Bama recuerda cómo Super Kool lograba que sus piezas apareciesen, aunque fugazmente, en películas: “Super Kool aparecía en El exorcista. ¿Te acuerdas del metro que entra en la estación cuando el cura iba a visitar a su madre? ¡Qué estupendo era Super Kool!”.

9.

Los setenta es el década del hacerse ver. En el arte, parece evidente. Es la década en la que el feminismo introduce el debate de la visibilidad en los espacios del arte contemporáneo. Es una década de protestas y de visibilidades. Estos escritores no pretenden menos. Se trata de hacerse ver en todos los sentidos posibles de la expresión. Desde la teoría del arte uno de los aspectos más destacables —aunque el autor con su fantástico temple no entre en ello— es el de los límites del trabajo de estos escritores. De los límites, me refiero, entre arte y no-arte. De la línea de tensión que se crea entre la acción (o el happening según indica Castleman), el deseo, la intención y la recepción del trabajo de estos escritores. ¿Es posible generar un espacio de disrupción para estos escritores dentro del mundo del arte de los setenta? No queda claro del todo el marco artístico desde el cual estudiar el fenómeno del escritor de grafiti. A pesar de ello, a lo largo del libro no se aclara. Ni mucho menos existe esa intención en Castleman (afortunadamente). Ahora bien, en las diversas declaraciones de los escritores (y adyacentes) podemos leer la constante búsqueda de un lugar para el conflicto.  El arte —como institución impermeable— aparece ahí, frente a ellos, como territorio para compararse y abastecerse, para despreciar y aprovechar su mercado.  Los mismos escritores son los primeros en establecer metáforas: el vagón de metro como un cuadro en movimiento, el metro como una exposición en tránsito.  El mencionado Lee, tras pintar su primer tren entero afirmaba lo siguiente a Castleman: “Fue maravilloso. Parecía una exposición. Había un montón de gente mirándolo y, cuando el tren arrancó, sacamos la cabeza entre los vagones y dijimos: “¡Fabulous Five!”. Había allí escritores y dijeron: “Miradlos. Ahí van””.  En un momento dado Castleman lanza el tema: “Suele ser bastante frecuente que los escritores sean aficionados al arte. Muchos de ellos, a fuerza de dibujar en sus “cuadernos negros”, desarrollan técnicas de dibujo de lo más depuradas y confiesan que les gustaría abrirse camino como dibujantes […]. La mayoría de los escritores muestra un gran interés por todo lo relacionado con las técnicas de la ilustración gráfica, la fotografía, la caligrafía, la impresión y la pintura. La historia del arte también suele atraerles, y hay algunos escritores que cuando quieren crear nuevos diseños para sus “piezas” buscan la inspiración en los libros y los museos. En el caso de Lee y Fred, esta atracción dio lugar a un profundo sentimiento de identificación con ciertos artistas del pasado”.  Es esta tensión abierta entre el acto de escritura como ejercicio o acción urbana y la posibilidad de su institucionalización o su mercantilización algo que en parte ocupaba a los escritores en los primeros setenta. Y es eso lo que, en cierta medida, está detrás del surgimiento de las dos grandes asociaciones de escritores: United Graffiti Artists (UGA) y el Nation of Graffiti Artist (NOGA). Por resumir, fijémonos en el UGA. En este caso Hugo Martínez, un licenciado en sociología en el City Collage de Manhattan, figurará como propulsor de iniciativas tendentes a pasar el graffiti al lienzo y del vagón a la sala de exposiciones. A pesar de ello, los propios escritores consideran este tránsito como gratificante, aunque en ocasiones excesivo. Bama lo cuenta así: “Fue estupendo. Intentaban enseñarnos arte, nuestra herencia cultural, pero lo hacían de una manera tan cursi que aquello era más de lo que podíamos soportar”. En cualquier caso, añade el mismo Bama, tras las exposiciones “nos tranquilizamos y empezamos a considerarnos artistas de verdad”.  Castleman habla de su caso en concreto: “Aunque muchos escritores hablan sobre la posibilidad de seguir una carrera relacionada con el arte, en realidad son pocos los que llegan a acudir a las escuelas de arte, y menos todavía los que logran ganarse la vida como artistas. Un ejemplo notables es Bama, que siguió estudios en el Pratt Institute de Nueva York y hoy es un dibujante de dibujos animados en una compañía especializada en anuncios de televisión”. No es fácil cerrar este tema. Y a día de hoy, incluso, la institución arte —sea lo que sea— tampoco parece tenerlo claro.

 

10.

Es Getting up, aunque pueda no parecerlo, un libro con muchas lecturas e implicaciones bien diferentes. Con todo han de quedar necesariamente  muchas cuestiones en el aire, que quizá en otra ocasión puedan desarrollarse y que no son menos importantes. Por ejemplo, la relación de los escritores con la política, o mejor dicho la obsesión de los políticos de Nueva York por erradicar la “enfermedad del graffiti”. Esa obsesión por erradicar el graffiti conllevará un gasto excesivo para las arcas públicas, cuantificable en millones de dólares. Tampoco hemos hablado de las declaraciones de dos de los policías de la brigada antigrafiti que a fuerza de detener a los jóvenes acabaron por contraer con ellos una extraña y delirante sensación de dependencia. Así como otros temas, tratados y documentados de forma ejemplar por Castleman, como por ejemplo el tema de las bandas de escritores y sus relación (o no) con las bandas más violentas tanto del Bronx como de Brooklyn. En definitiva, un libro o un documento cuyo desarrollo permite al lector introducirse en un momento histórico y social clave para la transformación de la ciudad contemporánea. Es este libro un documento (y un acta) de esa mutación.

Alberto Santamaría

La soledad del editor de fondo

Una conversación con tres editores solitarios

Donatella Ianuzzi, Gallo Nero Ediciones

Daniel Moreno, Capitán Swing Editores

Francisco Navas, Ediciones Doctor Domaverso

JRZ: Empecemos por hablar de los proyectos editoriales, cómo funciona cada uno y  si  realmente trabajáis solos.

Francisco Navas: En principio sí, de momento no se ha apuntado nadie, así que me toca a mí todo el peso. Mi día a día es revisar pruebas, ir dejando notitas por ciertos puntos dónde están tus libros, hablar con la prensa…

JRZ: ¿Cómo se te ocurrió montar una editorial sin tener una infraestructura?

FN: Pues la cosa empezó a funcionar muy bien, todo empieza a ir de maravilla. Contacté con los gerentes de los derechos de Ducharme para publicar El valle de los avasallados, que es el libro que me dió en el olfato: un libro que tú quieres leer en castellano y no está en castellano  y dices, esto tiene que haber mucha gente que lo quiera leer y así ha sido, es el primer libro que saqué, en 2009, el que mejor ha funcionado y el que según los libreros tendría que ir por la séptima edición.

Yo en principio no tenía ni distribuidor, empecé a contactar con las librerías y las librerías aceptaron, sobre todo La Central. Es por ellos que empezaron a venir más libreros. Todo fue ir haciendo amistades pero siempre vas con el contrato pisándote los pies ¿no? Al principio distribuía yo, pero ha medida que voy creciendo empiezo a necesitar uno. Hablo con amigos editores, gente que me anima, como Constantino Bértolo.

JRZ: Daniel, en tu caso, por lo menos por el lado de tu hermano [Diego Moreno, editor de Nórdica] que también trabaja en en mundo editorial, entiendo que había ya unas condiciones previas que te podrían haber llevado a crear un proyecto personal.

Daniel Moreno: Sí, en parte me ayudó a montarlo. Aunque de maneras diferentes, veníamos un poco del mundo del libro, por nuestra nuestra familia. Él mismo había sido librero. Es mayor que yo, con lo cual había accedido a este mundo antes, pero más o menos las inquietudes estéticas eran comunes.

JRZ: ¿Y qué te decide a dar el salto al proyecto personal?

DM: En mi caso lo de estar solo ha sido más bien fruto del destino, porque la editorial empezó como una  editorial universitaria, intentamos montarla en la universidad, con más gente y, bueno, eso no dio resultado y al final en el proceso acabé yo solo porque la gente implicada se echó para atrás cuando había que poner pasta para hacerlo funcionar de manera autónoma. Yo decidí seguir para adelante. Eso fue en 2009.

JRZ: Donatella ¿Cuándo cuándo surge la idea de Gallo Nero?

Donatella Ianuzzi: Gallo Nero tiene dos años y sí, es una editorial solitaria, aunque creo que eso es relativo porque todos trabajamos con mucha gente. La soledad se da en las decisiones, creo que es la parte más agobiante del proyecto, porque las decisiones implican también los cálculos económicos, de los que nadie habla, la rentabilidad del proyecto y todo eso lo llevas tú. Los colaboradores participan y pueden aportar ideas, ideas pero la decisión final es mía.

JRZ: Tú eres italiana, ¿cuánto tiempo llevas aquí y cómo empezaste en el mundo editorial?

DI: Llevo aquí más de diez años. Trabajé un poco en Gadir y luego en otra editorial llevando prensa un par de años, algo del mundo editorial sí conocía. Pero me decidí a crear el sello porque me gusta hacer libros, me gusta escogerlos, me gusta leerlos y bueno, ya en el proceso final, pasaré a distribuirlos un día. [Risas]

JRZ: ¿Cómo financiáis vuestros proyectos?

FN: Yo invertí parte de mis ahorros y ahí va, en la cuerda floja. Aunque tenía una red, que era mi trabajo, había conseguido media jornada y con eso pensaba mantenerme… Luego me quedé sin la red y ya me metí de lleno en esto.

JRZ: ¿Y puedes vivir de la editorial?

F.N. No, ahora mismo no. Se piensa que haciendo catálogo y haciendo fondo podrás malvivir.

JRZ: ¿Y en tu caso, Donatella?

DI: Un préstamo. Un préstamo a fondo perdido. [Risas]. No, un préstamo personal.  Yo ahora mismo estoy feliz si se puede autofinanciar, es decir que, de momento, aparte de la inversión inicial, pues sigo ahí. Algún mes cae algo. La idea es que crezca, aunque bueno los tiempos no están para eso.

DM: En mi caso es una mezcla de un préstamo bancario y de ahorros que tenía, de una herencia de mi abuela. Empecé así, luego tuve que pedir otro préstamo, eso fue justo antes de que los bancos dejaran de prestar, era en 2009.  De momento yo sí vivo de la editorial. O sea, mi estilo de vida es muy sencillo, me da para pagarme las lentejas y la casa.Y el préstamo, poco a poco.

JRZ: Ese grado de responsabilidad, de que todo dependa de uno mismo, puede llegar a ser muy estresante. ¿Cómo se controla ese estrés? ¿Se siente mucha presión al llevar así un proyecto en solitario?

DM: No. Los primeros dos años fueron un poco estresantes porque ahí sí que lo hacía todo: maquetaba, diseñaba, hacía un montón de cosas y llegó un momento en que era insostenible por mi salud, no solo mental, sino también física. Fueron dos años casi, muy duros, los necesarios para que la editorial fuese sostenible. Lo bueno es que yo podía hacerlo, hay gente que no sabe maquetar, hay gente que no sabe diseñar pero yo había estudiado esas cosas, sabía hacerlas, al menos para salir del paso haciéndolas. Me levanataba a las siete y me acostaba a las tres de la mañana, hacía de todo, maquetar, leer, no sé, mil cosas. Iba a ver a la prensa personalemente, dome de aquí para allá. Todo lo que se hace normalmente en una editorial pero a pequeña escala. Hasta que ví que no podía más y decidí bajar un poquito más mi nómina y redistribuirla para contratar colaboradores externos. Ahora le pago a un maquetador, aunque los diseños los hago yo con un compañero. Las traducciones y la corrección también se externalizan y el resto de las cosas pues las sigo haciendo yo. Tengo un chico que me lleva Facebook. [Risas.]

JRZ: Donatella ¿alguna vez te enfrentaste a una situción como la que afrontó Dani al principio?

DI: Yo tengo externalizadas la maquetación, la corrección y por supuesto traducción. La corrección porque en mi caso el castellano no es mi lengua materna y no me atrevía a corregir. Y la maquetación porque no tenía mucha idea. Lo demás sí que lo hago yo todo, los contactos con la prensa, con el distribuidor, las cuentas, los números. Digamos que desde que lancé la editorial mi cantidad de trabajo ha ido aumentando, pero eso es bueno, quiere decir que la editorial ha crecido. Hay  más trabajo de prensa, cuanto más te conocen más trabajo de prensa tienes que hacer. Y todo el rato es hacer paquetitos. Yo hago los paquetes y los llevo a correos, a veces con el carrito de la compra, ¡cuidado! [Risas.] Yo cada vez tengo más mails. El mail es una cosa de la que no se habla mucho, pero a mí me lleva mucho tiempo,solo contestarlos.

DM: Es verdad que uno se quita trabajo, pero siempre hay cosas que hacer. Con el tema de la prensa al principio te agobias mucho porque piensas que si no llegas al día o si no contestas el mail te vas a hundir. Después te das cuenta de que tampoco pasa nada si el libro en lugar de salir cuando tú pensabas sale una semana más tarde. No se va a caer el mundo. Si a El País no le contestas al día siguiente tampoco se va a acabar el mundo porque es un pesado, que te mete mucha prisa y luego te saca tres años después. La experiencia en ese sentido hace que ese tipo de agobios se vaya.

JRZ: ¿Cuántas horas al día le dedicas al trabajo de la editorial?

DI: ¡Bua! Es mejor no contarlas, yo creo que eso me deprimiría bastante. No son solo las horas de despacho, estoy cien por cien con esto. Lo bueno es que casi no me doy cuenta y yo creo que es bueno, porque es algo que me gusta, no sé, no es como estar de pie haciendo algo que no te gusta. Estas pensando todo el rato, mi concentración, mi atención y mi pensamiento diario está en la editorial.

FN: Yo debo trabajar unas trece horas en promedio. No sé, no he hecho el cálculo porque es el día a día. Un día son 13  y otro día son 11.  Externalizo la traducción, la corrección y en mi caso también la contabilidad. El tema de maquetación y diseño los llevo yo.

JRZ: Otro aspecto que interesa cuando hablamos de editoriales como las vuestras es el aspecto de la línea editorial.  Porque hay que tener una seguridad en el propio criterio o tener muy claro lo que uno quiere comunicar para crear un sello. Habladnos de vuestra línea editorial.

FN: Yo desde Domaverso abro un abanico de cuatro colecciones: El inglés de ultramar, El francés de ultramar y El portugués de ultramar; con el castellano una colección que se llama Mestizaje porque es en el castellano mestizo en lo que quiero hacer incapié. Ahora hemos spublicado a un manchego que se nutre de términos colombianos y es un autor muy experimental. Me gusta la experimentación, no me gusta quedarme en el estándar del entretenimiento, contra eso lucho porque sino no hubiera creado la editorial. Me gusta mucho el ludismo con el lenguaje, también se ve  en la colección francófona, con Ducharme, o en inglés con Toby Olson cuyo Seaview tiene una estructura que yo no había visto jamás.

DI: Gallo Nero es fundamentalmente una editorial literaria, así que tampoco tengo ningún límite, me he centrado mucho en el siglo XX, más o menos, me he metido mucho en literatura francesa, ahora he acoplado algún estadounidense. Me gusta un poco esa época así, conflictiva, políticamente interesante. Cuando empiezas con la editorial y piensas en los libros por lo general no tienes muy presente el mercado, y según vas avanzando empiezas a tomarlo en cuenta. Es decir, seguimos siendo independientes pero dependemos de nuestra cuenta, de resultados, y eso también hay que tenerlo en cuenta. A lo mejor hay libros que me encantan y que me doy cuenta, ahora, de que ya no tienen cabida en la editorial. Es decir que uno no publica todo lo que le gustaría leer, sino que publica lo que ahora se podría acoplar a las colecciones. Yo por ejemplo, tengo una colección pequeñita con cosas gráficas. Es la colección más pequeñita que tengo en número de títulos porque la verdad es que la novela gráfica está siendo atracada por muchos editores literarios con lo cual la lucha para pujar y para comprar derechos está siendo complicada.

DM: Capitan Swing es un poco un cajón de sastre, porque… alguna vez lo he hablado con Donatella, porque uno tiene una idea cuando monta una editorial, pero una vez que la ha montado se da cuenta de que no siempre publicas lo que quierea sino que publica lo que puedes. La gente que me conoce sí ve cierta coherencia tanto en los ensayos como en la narrativa que saco porque siempre tienen un punto crítico que a mí me apetecía sacar. Me interesa un tipo de lectura arriesgada, que fuera poco predecible, intentar que ese fuera un poco el aspecto de distinción. El reto es diferenciarse un poco de tantas editoriales y en narrativa es la hostia porque todo el mundo saca cosas buenas encima. Yo creo que en mis libros hay un aspecto político central en ciertos textos que la gente no quiere sacar, porque no hay una comunidad extensa de lectores. Si sabes que si sacas un libro vas a vender 1000 o 1500 ejemplares como muchísimo, pues a las editoriales eso les tira para atrás porque es ponerse un límite, pero a mí eso me parece bien porque estás satisfaciendo una demanda que existe… cuantitivamente baja, pero existe, y que en un futuro, con textos políticos o culturales puede ir variando.

JRZ: ¿Qué tirada tienen normalmente vuestros libros?

DM: 1500, 2000 ejemplares.

DI: Igual.

FN: Pues, yo he variado, depende de lo que me ofrezca el libro o lo que vea yo de demanda en el libro. Por el momento creo que mi fallo como editor es la prensa, tengo que trabajar todavía mucho más en prensa. Para mí es difícil porque tienen poco espacio, mucho trabajo y están siempre con los minutos contados, tú llegas como nuevo, con la voz apocada, no quieres molestar… Si te abren, entras, con unos tienes mucha suerte y con otros cuesta más.

DI: Yo creo que hay muchísimo apoyo a las editoriales pequeñas. Abres el Babelia, por ejemplo, o cualquier suplemento cultural nacional y lo ves. Ahora sí, ese apoyo no viene de ellos lo han creado otros pequeños editores antes que yo, que han presionado a la prensa. Son años de editoriales independientes que han hecho una labor con prensa que antes otros grupos grandes no hacían: una voz personalizada, envío constante de libros, de mandarles algo, de hacer que adviertan tu presencia, que ellos sepan siempre en todo momento lo que tú estas haciendo. Esto creo que lo han trabajado muchos editores independientes antes que nosotros. Yo creo que nos dan bastante espacio, el tema es que ahora mismo salir en un suplemento impreso cultural nacional no implica nada de venta, con lo cual pues se sale y está bien para tu imagen pero eso no se traduce en ventas.  Por otro lado, los blogueros y las revistas digitales, que tienen muchísima más difusión, nos siguen mucho a los pequeños. Pero es una labor que hacemos nosotros, también, ¿eh?, al periodista hay que darle ya todo hecho. Yo creo que una editorial grande no estaba dispuesta a hacer esto ni está dispuesta a hacerlo. Que la prensa la haga un editor en lugar de una persona que viene de publicidad o de comunicación hay muchísima diferencia, cómo puede hablar un editor de un libro no va a hacerlo un encargado de prensa, esto es normal, es tu libro.

DM: Bueno…, ¿los medios en general? Hay que matizar qué medios. Yo creo que el espacio de Internet, el espacio bloguero, es básicamente para las editoriales independientes porque las editoriales grandes han pasado de los blogs totalmente…

DI: Hasta ahora, ahora mismo también les mandan ejemplares…

DM: Ahora mismo, las grandes, incluso las medianas ya no mandan libros, no mandan libros ni a prensa ni a blogs ni a nada. Es una actitud como que si me quieres reseñar pues te lo compras y a ellos les ha funcionado, pero otros no podemos darnos  el lujo de hacer este tipo de historias. El periódico más receptivo es el ABC sin lugar a duda, y es el suplemento más extenso. El País se intenta adaptar en su justa medida, porque yo creo que aún tienen ciertos compromisos que todavía les cuesta romper y El Mundo es el que menos, ahí sí que es una jaula de hierro donde la casta es la casta y es muy difícil entrar… Pero Donatella tiene razón en cuanto al posible prejuicio que tenemos los editores que estamos empezando con respecto a la prensa y al poco caso que nos puedan hacer, es una falacia. La gente de los medios por lo general son gente muy simpática y muy maja que te atiende. Además, está prácticamente probado que, si vas a verles, en algún momento te van a sacar, casi por compromiso trivial “ha venido a verme hasta el metro de Suanzes pues…”

DI: También es verdad que no todos los libros se adaptan a la prensa, es decir, que el editor también tiene que aceptar que de su catálogo no todos los libros puedan ser noticia. La prensa siempre busca algo, como ya no existe la crítica literaria sino la crítica de la noticia, si tu libro no conlleva algo de noticia que tenga que ver con la actualidad o algo, una efeméride o lo que sea que funcione en prensa… Yo creo que en otros tiempos era más fácil que se hiciera crítica literaria de una novela que no tuviera nada que ver con la actualidad.

JRZ: Bueno, perspectivas de supervivencia y de futuro. ¿En tu caso, Paco, cómo es, en medio de esta crisis incluso de ahora, ¿eres optmista con respecto a lo que le espera a Domaverso?

FN: Me voy haciendo a la realidad, era más optimista antes. Ya sé que no puedo ser veinte y de momento no se ha apuntado nadie y sigo siendo uno. El panorama se presenta difícil pero voy a seguir luchando, me aconsejan que no tire la toalla y que siga para adelante que se están sacando buenas cosas y que darán fruto en algún momento.

DI: A mí me gustaría sacar algo más de libros, aunque ahora mismo quizá no pueda.

Publico unos doce libros, garantizo la salida mensual a librerías. Aveces me gustaría hacer más pero, bueno, no es solo por una cuestión económica sino porque yo me doy cuenta de que a veces no llego ni con uno, por una cuestión de tiempo. Osea, si eso va a perjudicar la calidad de mi libro no voy a hacerlo y lo haría solo en el caso de que tuviera a alguien ayudándome, eso sí me gustaría. En cuanto a las perspectivas, estamos todos con los editores pero la verdad es que luego hay que hacer cuentas con los lectores que van fallando. Realmente lo que yo he descubierto es que hay poco lector y cada vez hay menos. No me preocupa tanto la entrada de lo digital, o sea se habla todo el tiempo de lo digital, pero si no hay lectores no va a haber ni para digital ni para papel. Hay que volver a la gente,  animar a la gente a que lea. Yo no sé esto cómo se hace. Tampoco creo que tengan que hacerlo las editoriales o no solo las editoriales. Estamos abandonados en esto, a nadie parece preocuparle la falta de lectores o por lo menos la educación a la lectura y eso sí ahora mismo es más preocupante que el formato del libro

DM: Yo publico entre 8 y 9 libros al año y a mí lo que me gustaría es decrecer, pero la lógica del mercado editorial no va por ahí.

JRZ: Hace un momento dijiste “a veces uno no publica lo que quiere sino que publica lo que puede”. Eso me parece curioso viniendo de una editorial independiente en la que  sólo tú decides lo que se publica…

DM: No, me refería a que puedes querer publicar un libro y que ese libro lo haya publicado el de enfrente, ¡hay tantas editoriales que publicar lo que uno quiere cada vez se convierte en algo más difícil!

DI: La compra de derechos para nosotros es mucho más complicada.

DM: Es horrible, horrible.

JRZ: Pero ¿habéis tenido algún conflicto con otras editoriales?

DI: No son conflictos, esto es la ley del mercado. Llega un momento en el que tú no puedes dar más y tienes que renunciar y aunque el libro te encantaba. Eso duele mucho. Pero bueno, es así, es ley del mercado, tampoco es culpa de la otra editorial y hay que aceptarlo. Ellas tienen su tamaño y tú tienes tu tamaño.

DM: Es que uno tienen que estar contento con el libro que ha publicado y no pensar en el libro que podría haber publicado. Las grandes editoriales han copado gran parte, gran parte del segmento cultural y hay una parte residual que es en la que todos nos movemos y como pececillos pequeños, estamos ahí un poco picoteando de lo que deja Alfaguara, de lo que deja Tusquets…

DI: Estamos pescando en un charco…

DM: Con lo cual estamos abocados, aunque no siempre, a la obra menor, al panfleto, porque las obras mayores son imposibles para nosotros.

FN: Yo donde picoteo. No me he encontrado con el no, ni con otra persona que puje por lo que yo quiero. Mi idea inicial era publicar 11 libros al año y no lo he llegado a hacer. Es lo que decía antes , he comprobado que no puedo ser veinte y quiero hacer las cosas bien. Me gusta hacer las cosas bien y que lleguen bien.

Jaime Rodríguez Z.

El dandi verdadero

En uno de los ensayos de Prodigiosos mirmidones, antología y apología del dandismo, Francisco Umbral comenta que Larra se europeizó al máximo porque España no quería hacerlo en lo más mínimo. No es que Capitán Swing sea el único sello que comparte el pensamiento del gran periodista del Ochocientos, pero su labor en pos de recuperar textos de la gran tradición occidental puede considerarse como una de las grandes noticias del panorama literario nacional en los últimos tiempos, porque más allá de la tendencia la joven editorial madrileña apuesta por obras que nunca serán flor de un día.

En este sentido, también es encomiable la labor de coordinación de Leticia García y Carlos Primo, que han hilvanado un estupendo volumen sobre el dandismo y su constante evolución desde aquel momento impreciso en que la otrora Pérfida Albión acuñó el término que nos concierne. Dice Luis Antonio de Villena que surgió durante el romanticismo inglés, cuando el aburrimiento era soberano y algunos osados jovenzuelos con algo de dinero y mucho desparpajo optaron por escandalizar al personal con un toque de clase que destacaba por el traje y se consolidaba a base de actitud y una moderna religiosidad, ética y estética. El más notorio de estos irreverentes ejemplares fue el legendario Beau Brummel, quien abrió la veda con su vestimenta y un comportamiento que, pese al desdén para con los demás, le convertía en el mayor reclamo social en fiestas y eventos.

Brummel pervivió como el pionero paradigmático, y así se plasma en el libro, donde  comprobamos como su fama se extendió más allá de Londres. Balzac, Barbey d’Aurevilly y Virginia Woolf se centran en su figura, que extendió sus redes hasta crear un arquetipo que nunca podía ser imitado en su fracasada y sublime perfección. El buen dandi, como los mirmidones, debe cultivar su terreno pedregoso hasta sacar petróleo de la adversidad, vencerla e imponer una individualidad que asombre a propios y a extraños, y desde esta perspectiva la modernidad se configuró en inigualable escaparate que nos transporta al París de Haussman, con Baudelaire erigido en prima donna del movimiento.

El buen dandi, como los mirmidones, debe cultivar

su terreno pedregoso hasta sacar petróleo de la adversidad, vencerla

e imponer una individualidad que asombre a propios y a extraños

Miles son las anécdotas del poeta, un profeta de lo que vendría desde el instante en que dejó caer su laurel en el barro de los Campos Elíseos y prosiguió su camino hacia la puerta del burdel. Rico heredero, dilapidó su fortuna y reinventó el dandismo con estrépito. Salió con una mulata coja, se tiñó el pelo de verde y se arrojó el lujo de llevar la contraria al establishment con opiniones que a la postre se revelarían como ciertas y precursoras de lo que vendría. Su figura marca un antes y un después. Chateubriand podía hablar de elegancias americanas, como si lo europeo fuera una pieza más del conjunto, pero se equivocaba en su apreciación: El autor de Las flores del mal plantó su pica en Flandes y catapultó la estridencia de la rebeldía hasta convertirla en un arte.

El dandi debe inspirar respeto y desagrado, su puesto es el de la inmensísima minoría, y la democratización de la moda afectó su estatus, sobre todo a partir del siglo XX. Antes su impronta era la del ser excepcional, un rara avis que cosechó éxito en el Hexágono y traspasó fronteras como consecuencia de las prioridades de su tiempo. Da la sensación que muchos de los fragmentos seleccionados se inspiran en el legado baudeleriano, desde Julián del Casal y Álvaro Retana hasta la progresión, dentro de un mismo estilo galo, que suponen Montesquiou y Lorrain, outsiders que proseguían la senda del asombro mientras advertían el peligro de la burda imitación producto del Novecientos y su cultura de masas, fenómeno con el que hoy se excitarían negativamente en la orgía de lo vintage que suprime en la mayoría de casos cualquier atisbo de originalidad.

Da la sensación que muchos de los fragmentos seleccionados

se inspiran en el legado baudeleriano, desde Julián del Casal y Álvaro Retana

hasta la progresión, dentro de un mismo estilo galo, que suponen Montesquiou

y Lorrain, outsiders que proseguían la senda del asombro

Si fuera puntilloso criticaría, dentro de la línea cronológica asumida por los antólogos, la ausencia de Jean Cocteau, factor que obvio porque tras la apoteosis de los fundadores llega el turno para la reflexión con Camus, Umbral y la traca final de Tom Wolfe. El filósofo nacido en Argelia apunta reflexiones de sumo interés, sobre todo cuando en una nota al pie cita a Malraux, quien dice que ya no hay poetas malditos. El autor de La peste matiza la afirmación y comenta que hay menos: los que no lo son tienen mala conciencia.

Volvamos a nuestra era. Si esos dos monstruos de las letras universales vieran el circo de hoy en día cortarían cabezas con saña por la banalidad en la que ha derivado el exhibicionismo que aspira a ser único cuando, en realidad, sólo consigue agrandar el espectro del rebaño, siempre más monolítico y patético por la presunción de singularidad. Las fotos de las redes sociales de bardos posmodernos y aspirantes a ídolos pop de la literatura les producirían urticaria, porque el dandi puede ser fachada sí, pero ante todo debe tener un contenido interno que le distinga de los demás mortales, algo que en la actualidad ocurre de uvas a peras, porque prima la pose sin chicha y la gente descuida demasiado lo de ser uno mismo, aplicando mal el toque de máscara que no deja de ser un añadido para potenciar ciertos efectos.

Si esos dos monstruos de las letras universales vieran el circo

de hoy en día cortarían cabezas con saña por la banalidad

en la que ha derivado el exhibicionismo que aspira a ser único

cuando, en realidad, sólo consigue agrandar el espectro del rebaño

Hacia esas latitudes se dirige el artículo de Tom Wolfe que cierra el volumen, centrado en los proletarios del swinging London que prefieren gastar en ropa para lucir en los nuevos templos que son los clubes. La bonanza del período permitió que cualquiera albergara el anhelo de postularse como icono, aunque sólo la gente con verdadera charme pudo trascender desde su modesto origen hasta el estrellato, que ya había perdido su encanto pretérito desde el ángulo que nos atañe.

En definitiva, si quieren saber más lean Prodigiosos mirmidones, saquen sus conclusiones y aprendan la esencia de nobles vocablos sin pervertirlos.

Para ser un dandi literario

Hay ocasiones –pocas- en las que la vida y el arte encuentran efímeros espacios de convivencia donde pululan personajes capaces de erigirse en héroes numantinos sin quitarse la máscara. Se llaman dandis y traspasan límites temporales y geográficos haciendo de su rebeldía disonante enseña anti etiquetas. Prodigiosos mirmidones (Capitán Swing, 2012) disecciona desde la literatura esta figura tomando la definición que Baudelaire usó en 1863 para denominar a los integrantes de una curiosa secta que se extendía poco a poco en la alta sociedad parisiense.

«Estos seres no tienen otro problema que el de cultivar la idea de lo bello en su persona, satisfacer sus pasiones, sentir y pensar», escribiría Baudelaire. «La más absoluta simplicidad es el mejor modo de distinguirse». Leticia García y Carlos Primo, coordinadores de este manual del perfecto dandi –aunque su intención nunca ha estado más lejos de armar un decálogo-, han sacado de textos de Honoré de Balzac, Thomas Carlyle, Virginia Woolf, Albert Camus y Francisco Umbral, la excusa perfecta para hacer apología de una efigie ¿en extinción?

«El espíritu de un hombre se adivina por su forma de llevar el bastón. Las distinciones se envilecen, o mueren, al hacerse comunes», argumenta Balzac en el Tratado de la vida elegante que se incluye en Prodigiosos mirmidones. La apariencia es esencia en los dandis, hasta que la atraviesa la masa. “El síntoma definitivo que augura la desaparición de esta figura es, curiosamente, la incorporación del término al lenguaje general”, aseguran los autores.

¿La moda mató al dandi, como dijo Barthes? «Es el estilo de vida lo que los hace únicos, no el dinero, el poder, la posición, el talento o la inteligencia», apunta Tom Wolfe en Underground de mediodía. Su descripción del prototipo que salió de la subcultura británica -«muchachos y muchachas con atuendos sexy, chavales con pantalones de taleguilla, minifaldas, medias de malla, sostenes de media copa, montes de venus a medida, modelos de Cardin, escotes hasta el ombligo, zapatos Victoria, pliegues invertidos, maxi-pelos, maxi-ojos,…»- contrasta con el clásico modelo que glosó Virginia Woolf en Beau Brummell: «Beau de quien había emanado lo gracioso y lo exquisito, hubo de ser empujado hacia la tumba como cualquier viejo mal vestido, mal educado y molesto».

Entonces, ¿quedan dandis? Decidan ustedes con el siguiente recorrido por las características moleculares de estos personajes.

El dandi es:

El último resplandor de heroísmo en decadencia, escribió Baudelaire.

Un relumbrón rebelde de lo singular. Una forma de protesta, bella aunque chocante. No quiere gustar, sino disgustar o sorprender o epatar. Resultar distinto.

Una elegancia distinta. Usa la elegancia y al mismo tiempo la rompe. Esmera su vestuario, pero no solo admite, sino que precisa de disonancias. Corsarios de guante amarillo, que diría Balzac.

No es solo ropa y adorno, sino ideología. Manera de vivir, de estar a la contra. Imagen pensante.

El diablo con apariencia de hermoso adolescente, naturalmente melancólico.

El cruce inextricable con el esplín, el hastío y la añoranza.

Aquel al que el público general no le interesa: buscan el aplauso (que tomarán de manera diferente) de la minoría –a la que buscan escandalizar- y el desdén de la mayoría garrula –su enemigo mortal-.

No quiere pertenecer a ninguna clase social –a la alta tampoco-, aspira a ser un desclasado, lo que le permitirá más libremente lucir su extraña rebeldía, que en ocasiones hasta parece ir contra la vida misma porque aún es más dandi la mera ambigüedad.

Es inevitablemente un perdedor.

La frialdad y la contención.

La teatralidad. Escapar de la decepcionante realidad, estetizando la cotidianidad y convirtiendo la vida en una cuidada autopercepción.

El dandismo es una distinción más metafísica que social, Barthes.

Cultiva el detalle y la anécdota en detrimento de los grandes valores. Se aferra a un mundo perdido a través de pequeños gestos y detalles efímeros. Esta fugacidad lo convierte en un nuevo estoico.

Un aristócrata individual.

Fiel a sí mismo.

Se le atribuyen todos los pecados, las perversidades y todos los desvíos imaginables, incluidos los sexuales.

 

Ah Puch está aquí

William S. Burroughs ha pasado a la historia de la literatura gracias a su facilidad para escribir textos experimentales y ser uno de los principales exponentes de la Generación Beat. Junto a otros autores (Jack Kerouac, Neal Cassady, Allen Ginsgerg, etc.), en los Estados Unidos de los años 50 se creó una corriente literaria caracterizada por escapar de los valores tradicionales americanos, dejarse influir por los estados artificiales a los que les transportaba el consumo de drogas, creer en la libertad sexual del ser humano y dejarse influenciar por las religiones de otras culturas.

Los libros más conocidos de Burroughs  son “Yonqui”, “Marica” o “El almuerzo desnudo”. Capitán Swing ha traído ahora al español “Ah Puch está aquí”, y es una rareza que los amantes de la Generación Beat acogerán con mucho placer. Por un lado, no se trata de un texto convencional, sino que son tres relatos independientes concebidos para publicarse en un formato a medias entre la novela gráfica y el cómic. Para ello, Burroughs contaba con la participación de Malcolm McNeill, que se encargaría de las ilustraciones. Sin embargo, ninguna editorial quiso apostar por una obra tan novedosa para su época.

El primero de los relatos, “Ah Puch está aquí” (“Ah Pook is here”) llegó a ser publicado en 1969 por la revista Cyclops, la primera revista de cómic underground británica. Incluía los dibujos originales de Malcolm McNeill y aún conservaba su título original, “The Unspeakable Mr. Hart”. Pero la tira sólo duró cuatro números. Este texto está inspirado en los códices mayas y en él ya encontramos la prosa surrealista y retorcida que caracteriza también a los otros textos, llenos de giros inesperados y sentencias oníricas y muy visuales.

En “La revolución electrónica” (“Electronic revolution”), Burroughs  fantasea con la posibilidad de conseguir una forma de manipular el lenguaje para conseguir efectos inmediatos en la población que reciba los mensajes. Los medios son tratados como difusores de ideas-virus creados para la acción (o la inacción), y el método del cut-up, característico de su literatura, trasladado a las grabaciones magnéticas y a las emisiones por radio y televisión. Es casi imposible leerlo sin establecer una relación directa con “Watchmen”: un dato curioso es que la forma en que Burroughs enfocaba en estos textos la manipulación y el control de las masas a través de la imagen y los medios de comunicación influyeron de forma decisiva en la obra de Alan Moore, quien intentó llevar a cabo en “Watchmen” estas mismas ideas. Según Alan Moore, Burroughs podría haber hecho auténticas virguerías si se hubiese centrado en el cómic como medio para llevar a cabo toda su obra literaria.

Este libro es una apuesta fuerte en el mercado editorial y debemos agradecer a Capitán Swing la edición, que aparece al margen de las publicaciones súper ventas veraniegas.

Mar López