Antes de llegar a la vejez, ya llevaba media vida mirándola y repensándola desde el feminismo. La gerontóloga Anna Freixas (Barcelona, 1946), doctora en psicología, acaba de publicar Yo, vieja (Capitan Swing, 2021), “una linterna con la que se apuntan cosas que nos pasan porque somos viejas y cosas que, al hacerlas, perpetúan imágenes estereotipadas de la vejez”, resume. Frente a la homogeneización, la censura y el menosprecio con los que a menudo chocan las personas de más edad, Freixas llama a resistir, a ser “viejas tremendas”. A la vez, a quienes las rodeamos, nos reclama reconocimiento y sumar en la exigencia de vivir vejeces con “dignidad, justicia y libertad”. Tres máximas de mínimos que quedan lejos de las condiciones de vida de muchas.
La pandemia ha suscitado más atención mediática y política hacia la gente mayor. ¿Cómo diría que se les ha mirado y tratado públicamente? ¿Nos dice algo del lugar que socialmente, más allá de la emergencia sanitaria, otorgamos a las personas de más edad?
Creo que lo primero que ha mostrado la pandemia es que hay un montón de personas mayores en nuestra sociedad y que no sabemos nada de ellas. Parece que, una vez se considera que las personas están “amortizadas”, hay que ponerlas en un sitio donde no molesten y que no se vean mucho. Ante esta desaparición, ante este borrado, la pandemia ha evidenciado que hay un montón de personas que están viviendo en condiciones que nadie querría para sí misma. La sociedad intenta librarse de una serie de personas que ya le resultan incómodas y que no considera estéticas. Además, se considera que las viejas suponen un gasto, cuando la infancia y la adolescencia y la primera edad adulta también lo suponen. ¡Pero esto no se dice!
¿Por eso es por lo que, al pensar en la vejez, a menudo se nos activan sentimientos en gris oscuro? Más bien miedo, tristeza, angustia, en lugar de lo que usted reivindica: la vejez como algo que agradecer
Es una injusticia. Cuando las personas ya no pueden ser utilizadas para mantener a la familia, para cuidar de nietos y nietas, para que la sociedad descanse en ellas, entonces este pasado parece que ya no existe. No se reconoce lo que sería de justicia reconocer. Las viejas de hoy hemos sido las pioneras en prácticamente todo. Hemos luchado por trabajar fuera de casa, por disponer del dinero propio, por tener derecho al voto, por el derecho al aborto, por disponer de nuestro cuerpo y de nuestra sexualidad… De la misma manera que hemos tenido que inventarnos cómo queríamos que fuera la vida, porque la vida que nos ofrecían no nos gustaba, pues también ahora estamos necesitando inventarnos la vejez para que no sea una vida gris. Ha habido un rechazo a la vejez y ahora nos toca redefinir qué viejas queremos ser, cómo queremos vivir y conseguir lo que es de estricta justicia.
Los viejos y las viejas nos autocensuramos y desaparecemos de la vista, a la vez que la sociedad no nos invita a aparecer
¿Qué es lo que dificulta vivir una vejez con significado y confortable, como reclama?
El dinero es una de las grandes asignaturas pendientes en la vida de las mujeres, en todas las edades, pero desde luego en la vejez. Y esto es porque mientras las mujeres estamos sosteniendo la vida, ellos están ganando dinero y no asumiendo la parte del trabajo de sostenimiento que les corresponde. Tal y como están las cosas, para tener una vejez confortable puedo necesitar determinadas ayudas para las que hace falta dinero, porque hay que pagarlas. Y así será mientras la sociedad no asuma un cuidado amplio de la vejez, que incluya servicios de asistencia domiciliaria, de comida y sanitaria, y también cultural, vacacional y vecinal; un cuidado que permita que las personas con máximas edades y máximas limitaciones podamos seguir participando de la vida en la medida que nos apetezca.
¿Le parece problemático que en diversos espacios y actividades de la vida pública, excepcionalmente, participen personas mayores?
Por una parte, la sociedad no reclama la presencia de las viejas y viejos, porque no le resultan interesantes, a pesar de tener mucho que aportar. Y, por otra parte, hay una autorretirada para no ocupar los espacios, porque los demás pueden pensar que no somos suficientemente interesantes. Hay esa dificultad para usar la libertad disponible: todo aquello que nadie ha dicho que no se pueda usar. Los viejos y las viejas nos autocensuramos y desaparecemos de la vista, a la vez que la sociedad no nos invita a aparecer.
Que las residencias estén en manos de empresas cuyo objetivo es ganar dinero significa que nunca van a prestar un servicio que sea digno y justo
¿En servicios públicos es habitual encontrarse con la discriminación edadista que denuncia o diría que hay una atención y un trato dignos, en general, hacia las personas mayores?
En el trato a la vejez hay de todo. Hay profesionales excelentes y gente que se preocupa por el tema. Hay un pensamiento crítico importante y hay gente tratando de mejorar algo que está fatal. Transformarlo va a costar mucho, porque supone una inversión en medios económicos, asistenciales, habitacionales… una inversión enorme, junto con la formación de las personas que se relacionan con la vejez, en cualquier lado.
Hablar de la vejez nos lleva a hablar de provisión de cuidados, ya que más tarde o más temprano y con menor o mayor intensidad, en esta etapa de la vida, que se puede extender muchos años, vamos a requerir que nos cuiden. ¿Cómo valora la forma en la que se suele gestionar la necesidad de cuidar a las personas mayores?
Que las residencias estén en manos de empresas cuyo objetivo es ganar dinero significa que nunca van a prestar un servicio que sea digno y justo. Hace falta un debate nacional sobre la vejez y que el Estado invierta miles de millones en residencias para las personas que las necesiten, y en asistencia domiciliaria para las que pueden vivir en sus casas. Porque habrá hijos e hijas a quienes puede convenir meter a su madre o a su padre en una residencia y así vender el piso y repartírselo, pero la residencia debe ser el último recurso. Este es otro de los borrados que sufren las personas mayores: cuando te borran de tu casa y ya no tienes tus recuerdos, tus macetas, tus cuadros, tus vecinas. Por otro lado, por ejemplo, tengo una amiga con asistencia domiciliaria tres mañanas a la semana y cada día viene una trabajadora distinta. ¿Eso es buen trato? Lo que le hace falta es una persona que sepa lo que ella necesita.
Pronto hará 15 años que se aprobó la ley de la dependencia, infrafinanciada hasta hoy e incapaz de garantizar el derecho a recibir cuidados de calidad desde lo público. Esta deficiencia se va resolviendo individualmente hasta hoy y, además de con mujeres de la familia, en muchos casos se cubre con el trabajo de otras mujeres, mayoritariamente migrantes, empleadas como trabajadoras del hogar y, a menudo, en condiciones aún más precarias que aquellas que trabajan en centros residenciales o en servicios de atención domiciliaria externalizados…
Es un trabajo súper mal pagado y explotado. Hay que atender a las personas que cuidan. Las profesionales del cuidado necesitan trabajo justo, salarios justos. Todo el país tiene que planteárselo porque la edad nos afecta a todos. O la palmas por el camino o llegas a vieja, que es una suerte. Una suerte si la sociedad te trata con la dignidad y el respeto que mereces. No hablo del amor merengue hacia la viejecita. Hablo de trato respetuoso con quien soy, con quien he sido y con quien pienso ser.
¿Qué espacio observa que tienen los derechos de las mujeres mayores en la agenda feminista?
El abanico de la agenda feminista lo ha tenido que abarcar todo: la justicia, la vivienda, la salud… la vejez no ha sido una prioridad. Pero nos hemos hecho viejas y nos preocupamos de esto. Como nos preocupamos de la menopausia y de la crianza y de los divorcios. Somos muchísimas las viejas feministas hoy, mujeres que hemos tenido la suerte de poder reflexionar sobre estos temas. Muchas otras no han tenido oportunidad y bastante tienen ahora en preocuparse de sobrevivir con pensiones miserables o directamente con la falta total de pensiones. En este camino nos tenemos que implicar, porque nadie nos va a venir a resolver los problemas con los que nos encontramos las mujeres en la vejez, que no queremos caridad, queremos justicia. He subtitulado el libro “Apuntes de supervivencia para seres libres”, pero también le podría haber puesto “Apuntes para la resistencia”.
¿Resistencia ante qué?
Resistencia a caer en las garras de la conmiseración y la desaparición. Para mí lo fundamental es la libertad, la justicia y la dignidad: La libertad para ser la vieja que quiero ser. La justicia con la que debo ser tratada. Y la dignidad de que no me llamen abuelita porque no soy su abuela; de que no me digan “levante el bracito” o “ponga el culete”, porque lo que tengo es un brazo y un culo; o de que si voy al médico contigo no te mire a ti, que me mire a mí. Dignidad también es como yo me relaciono con mi cuerpo, con mi vestimenta y con mi estar en el mundo. Para mí eso es la resistencia.
Pensar en la vida como llaneras solitarias es un fracaso, y más en un trabajo de tan enorme envergadura como son las condiciones de vida de las mujeres en la vejez
¿Qué herramientas ayudan a armarla?
Las mujeres no hemos logrado absolutamente nada solas. Lo que hemos logrado ha sido porque hemos tirado las unas de las otras y hemos ido haciéndolo, a pesar de tener también interiorizado el modelo jerárquico. Hemos tenido que aprender a funcionar de otra manera. Pensar en la vida como llaneras solitarias es un fracaso, y más en un trabajo de tan enorme envergadura como son las condiciones de vida de las mujeres en la vejez. Es una empresa de enorme calado. A eso solo podemos ir de la mano y sugiriéndonos cosas las unas a las otras.
¿Cómo viven las “viejas tremendas”?
Son las viejas que se atreven, viejas que no se autolimitan, viejas que no se quitan de en medio, viejas que reivindican su presencia, viejas que están, viejas que cuando son discriminadas te interpelan, viejas que no sonríen ante las impertinencias que la sociedad les ofrece.
¿En qué momento empieza a identificarte, y a reivindicarse, como vieja?
Siendo joven me adentré en la vejez leyendo pero, sobre todo, escuchando a mujeres mayores. Lo veía lejano pero es algo en lo que he ido pensando siempre. Lo mío con la vejez ha sido un currículum pasional. Me ha aportado mucho. Y llegó un momento en el que dije ‘ostras, ¡pero si ya tengo 70!’, ‘ostras, ¡75!’, ‘¡Pero si llevo diez años jubilada!’. Sin darme ni cuenta.
¿Una sociedad que procura negar la vejez, que la pone en un lugar marginal, nos dice algo de sí misma?
Habla de una sociedad empobrecida, que pierde el capital que supone la sabiduría del estar, de la experiencia, de la superación de los miedos, que proporciona una persona mayor que ha vivido, que te puede indicar caminos, y que además sean mucho más divertidos.
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