El bullshit contamina nuestro mundo usando la tecnología como caballo de Troya. Este ensayo nos ayuda a combatirlo
Según avanzamos en la lectura de este libro esclarecedor y necesario nos damos cuenta de que somos víctimas de un gran timo. Y lo que es peor, somos colaboradores/transmisores necesarios porque discriminarnos da pereza, o no es divertido, y mola más retuitear. Si hacetres décadas nos hubieran dicho que tendríamos un dispositivo de bolsillo con el que poder contrastar cualquier datoal instante para evitar ser intoxicados habríamos profetizado el final del bullshit (bulo,patraña, chorrada… algo queimplica «engañar de forma disimulada»). Pero lo cierto es que el teléfono móvil se ha convertido en un caballo de Troya.
La gatera por donde se cuela la desinformación. Así que la tecnología ha empeorado el problema. El bullshit no es tanto una mentira (no es una fakenew) como el adorno de una mentira para persuadir o impresionar a la audiencia: deslumbrados por los números, los gráficos y las estadísticas, acunados por la ideología, creemos lo que queremos creer y nos encanta que nos vendan la burra.
Expertos en todo
Los profesores estadounidenses Carl T. Bergstrom y Jevin D. West, especializados en investigación científica engañosa, comunicación, datos y ciencias sociales han utilizado un lenguaje llano y plagado de ejemplos ¡cuántos de ellos nos resultan cotidianos! En Bullshit. Contra la charlatanería (Capitán Swing). Un esfuerzo loable para desenmascarar a los bullshitters, los inefables expertos de esa fecunda universidad de la experticia, cuyos bulos conspiranoicos son cada vez más difíciles de desacreditar. Hay una broma recurrente en las redes al hilo de nuestras últimas desgracias: el relevo de epidemiólogos por vulcanólogos, y de estos por abogados penalistas versados en extradiciones. ¿Qué será lo siguiente? Da igual. No faltarán fabricantes de patrañas. No es un fenómeno nuevo. En uno de sus diálogos, Eutidemo, Platón se queja de que a los sofistas les es indiferente si algo es cierto o no, pues lo único que les interesa es salir vencedores en los debates gracias a sus argumentos. Qué no hubieran hecho estos maestros de retórica con las actuales granjas de clics. En realidad, el ser humano lleva engatusando al prójimo desde mucho antes de la aparición de la civilización. Hubo un tiempo que la sanción pública a los mentirosos estaba fuera de toda duda; hoy a los bullshitters con cara de grafeno no les sube el pulso de sesenta ni aunque les arrojes encima la hemeroteca.
Soluciones
Los responsables políticos y los medios de comunicación deberían sentirse aludidos por este ensayo. Los primeros, por cierto, no para rasgarse las vestiduras y crear oscuras oficinas de control para satisfacer su habitual ansia de entremetimiento. El escepticismo debería enseñarse en las escuelas para crear una democracia de ciudadanos críticos y desintoxicados de información. Y los medios (obsesionados por el clickbait), para cuestionar las fuentes, acabar con las comparaciones injustas, desconfiar de lo que es demasiado bueno (o demasiado malo) para ser cierto… y, en definitiva, para recordar que un buen posicionamiento en el chartbeat no justifica nunca la absoluta indiferencia por la verdad.
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