Este domingo comienza la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26), que se celebrará en Glasgow, Escocia, hasta el 12 de noviembre. Allí se reúnen representantes de un total de 197 países firmantes, para llegar a acuerdos para reducir emisiones, financiar la transición ecológica en países más pobres y, en general, dar pasos hacia frenar, o al menos reducir al máximo posible, el calentamiento global.
A pesar de que a menudo al hablar de cambio climático se resaltan las acciones individuales para combatirlo, para el ambientólogo Andreu Escrivá esto supone cerrar demasiado el foco en torno al individuo, cuando la cuestión principal es que “el cambio climático es un problema de desigualdad”.javascript:falsePUBLICIDAD
“El 1% más rico del planeta consume y emite más que el 50% más pobre”, explica el ambientólogo en La Ventana, “los ricos y los muy ricos están contribuyendo en mucha mayor medida, y lo que no podemos hacer es obviar estos condicionantes”.
Escrivá es además autor del libro ‘Y ahora ¿yo qué hago? Cómo evitar la culpa climática y pasar a la acción‘ (2020), donde responde a un sentimiento generalizado que, a lo largo de sus años de carrera, ha comprobado es contraproducente a la hora de cambiar nuestros hábitos para ser más ecológicos: “Esto del cambio climático es como deberes que nos ponen y que tenemos que seguir haciendo, y es una lista inagotable”.
La culpa y la ‘ecoansiedad’
“Ahí hay una sensación de agotamiento, de ahí nace también esta culpa, esta ‘ecoansiedad’ y angustia constante por no estar haciendo lo suficiente”, explica. Para intentar separarnos de este sentimiento de culpa, añade, “lo que necesitamos es ver que nosotros nos movemos, pero el sistema en el que estamos insertos también se mueve, también se transforma”.
Las estructuras en las que vivimos condicionan en gran medida las cosas que podemos hacer de forma individual, como explica Escrivá con un sencillo ejemplo: “Si queremos ir en bici al trabajo necesitamos un carril bici, que los conductores tengan educación vial y que podamos aparcar la bici en algún sitio, no vale con que estemos muy concienciados, necesitamos que ese marco colectivo exista”.
El panorama puede parecer desolador, pero Escrivá recuerda que “la culpa no es un sentimiento que nos roba la acción, y en este momento yo creo que lo que queremos todos es movernos, actuar y hacer que esto cambie”.
Es importante “sobre todo ver que hay posibilidades de actuar que están dentro de nosotros y que van más allá, también en lo colectivo, no sentir que el peso de salvar el mundo recae sobre nuestros hombros”.
¿Cambios individuales o estructurales?
Para el ambientólogo, no es cuestión de elegir entre cambios individuales o colectivos: “En la cuestión de la acción climática se debate desde hace mucho tiempo sobre si hay que enfocarse en los cambios del día a día que todos podemos hacer, o si hay que ir a los cambios estructurales”.
“Yo creo que el debate es falaz”, asegura, “hay que hacer cambios en el día a día y hay que hacer cambios estructurales, pero sobre todo hay que pensar que, a pesar de que siempre sumen esas pequeñas acciones, necesitamos marcos colectivos para desarrollarlas”.
Le parece especialmente dañino poner todo el peso de la lucha climática sobre los individuos, porque “las vidas de la gente ya son lo bastante complicadas como para encima añadir esta capa de preocupación y de culpabilidad”.
Estos cambios colectivos, concluye, dependen de eventos como la cumbre en Glasgow, para la que confiesa “las perspectivas no son demasiado halagüeñas”, sobre todo teniendo en cuenta que todavía está costando implantar los cambios que prometía el Acuerdo de París, del que recuerda “se habla como si fuera ayer, y es de 2015, ya ha pasado tiempo para ponerlo en marcha”.
También pone una fecha para hacer transformaciones esenciales que “garanticen un futuro viable y humano”, que para él deben producirse antes de diez años, es decir, para 2030, lo que entraría en línea también con los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2030.
Mientras esperamos a que las altas esferas se encarguen de estos cambios estructurales, concluye, nos queda hacer lo que podamos a nivel individual sin caer de nuevo en la culpa por no estar haciendo más, y recordar que salvar el planeta no depende exclusivamente de que una persona recicle o utilice pajitas de papel.
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