La primera vez que Patrisse Khan-Cullors sintió sobre sus muñecas el tacto metálico de unas esposas tenía 12 años. Los agentes de policía no tenían pruebas de que la niña tuviera el hachís que la acusaban de llevar encima y ella no tenía la droga, pero aquel episodio traumático marcó su infancia. “Me di cuenta de que nunca volvería a ser vista como una niña que necesita ayuda o apoyo, me estaban señalando”, dice. “La infancia es relativa para los niños negros: dependiendo de con quién estés o qué estés haciendo puedes ser visto y criminalizado como un adulto en cualquier momento”.“La extrema derecha explota el racismo estructural que el Gobierno mantiene”
SABER MÁS
Según su relato, desarrollado en el libro ‘Cuando te llaman terrorista’ (Capitán Swing), la cofundadora del movimiento antirracista Black Lives Matter tuvo que enfrentarse a lo largo de los años a un sistema policial y carcelario que busca perseguir y encarcelar a la población negra de EEUU. Un sistema que la alejó de su padre durante años; que aísla a su hermano tras ser detenido durante un brote psicótico en el que no hizo daño a nadie o que condena a una década de prisión a un joven que roba para pagar el alquiler, mientras deja libre al policía que disparó al pequeño Tamir Rice, que recibió dos disparos cuando tenía 12 años por llevar una pistola de juguete en 2014.
Para aquel año, Khan-Cullors llevaba más de una década dedicada al activismo y había reivindicado ya que las vidas de las personas negras importan. Fue ella quien, la noche del 13 de julio de 2013, cuando se conoció la absolución de George Zimmerman, el asesino de Trayvon Martin -un adolescente negro de 17 años al que persiguió y disparó cuando iba desarmado- respondió a la publicación de Facebook de una amiga con el hashtag #BlackLivesMatter.
El mensaje acabaría convirtiéndose en un movimiento global contra el racismo y la violencia policial que enfrentan las personas negras y que levantaría la voz ante los asesinatos de Michael Brown, George Floyd o Breonna Taylor. En el libro, escrito junto a Asha Bandele, narra el impacto del racismo en su infancia y adolescencia, así como los inicios de Black Lives Matter (BLM).
Khan-Cullors dejó en mayo la dirección de BLM, la función de la que es cofundadora, en medio de críticas por opacidad en la gestión de un gigante del activismo que ha recaudado cerca de 90 millones de euros en donaciones en el último año. Unas críticas que atribuye a una campaña de desprestigio personal por parte de la derecha mediática de Estados Unidos y por las que su equipo pide que no se le pregunte en esta entrevista.
En el libro escribe que aprendió que su vida no importaba en el mismo lugar que la ayudó a encontrar su voz: las aulas. Habla de profesoras, de compañeros, de espacios seguros. ¿Qué significaron los recursos educativos a los que tuvo acceso como una joven queer negra?
Hay dos fuerzas, a menudo opuestas. Por un lado, está el sistema educativo de Los Ángeles, que no se preocupaba por mí como niña negra. Por otro, las personas mayores, las mentoras que se preocuparon por mi educación cuando necesitaba una experiencia educativa que me ayudase en mi desarrollo como niña. El sistema educativo ha excluido históricamente a los niños negros y racializados, pero también existe este espacio increíble de mentoras que intentan asegurarse de que tanto yo como muchos otros niños y jóvenes recibiéramos la educación que merecíamos.
La cultura carcelaria está profundamente ligada a la esclavitud
¿Fue esa red la que le dio el apoyo que necesitaba en lugar del sistema que se suponía que debía hacerlo?
Totalmente. Las estructuras que existen en EEUU, y diría que en muchos otros países, están destinadas a marginar a ciertas personas y a mantener a otras dentro. Hay dos sistemas separados y uno de ellos no permite que un niño crezca como debería, de forma saludable, con amor, con generosidad… En su lugar, tenemos un sistema que castiga y que se centra en la cultura carcelaria, que está profundamente arraigada en la historia de la esclavitud.
Defiende que la guerra contra las drogas que Nixon comenzó en los años 70 era en realidad una limpieza étnica en un momento en el que las personas negras estaban en una posición moral elevada. ¿Por qué?
Es evidente que las políticas contra las drogas en este país son racistas. No hay más que ver en quién impactan. Existe la creencia, cada vez menos, popular de que las personas que consumen drogas son en su mayoría negras, racializadas y pobres, pero los estudios dicen que todo el mundo consume drogas. Las personas negras y racializadas no son más propensas a consumir drogas, sin embargo, ¿a quién afecta la política de drogas? A las comunidades negras y racializadas. Si miras quién está en la cárcel por consumir o vender drogas, a menudo son personas de estas comunidades. El objetivo era señalar a los negros, especialmente a los jóvenes.
Esa guerra contra las drogas no ha ayudado a nadie, pero no se detiene. Ni el consumo ni la venta de drogas han terminado. No se ha evitado el daño ni la violencia relacionada con el tráfico de drogas. Entonces, ¿para qué hemos estado haciendo esto? Mi argumento es que se llevó a cabo para poder tener el sistema penitenciario que existe actualmente en este país. Yo, que he vivido y experimentado el impacto que la guerra contra las drogas ha tenido en mi propia familia, a través de mi padre, de mi hermano y de mis tíos, veo de primera mano que su papel es deshumanizar y matar a la gente de mi comunidad y de mi familia.
Una de sus reivindicaciones es abolir los cuerpos policiales. ¿Cómo se imagina un mundo sin policías?
Tenemos que pensar cuál es la función de la policía. Asumimos muchas cosas sobre lo que hace la policía, sobre qué es la protección y la seguridad. Tenemos que desafiar esa idea de lo que las fuerzas de orden público han adoptado como idea de lo que es la seguridad en una comunidad. Estoy hablando de un mundo sobre el que todavía tenemos una responsabilidad y en el que podemos dar respuesta al daño y a la violencia, pero esas respuestas están muy arraigadas y señalan cuestiones sistémicas. Podríamos comprar y consumir drogas, por ejemplo.
¿Qué pasaría si hiciéramos lo que ha hecho Portugal, que ha despenalizado el uso de drogas? Hay zonas donde la gente puede consumir de forma segura. ¿Seguiríamos teniendo el mismo número de delitos relacionados con las drogas? ¿Recibiríamos la misma cantidad de daño y violencia en nuestras comunidades? Yo diría que no.
Tenemos que experimentar con la idea de un mundo que satisfaga nuestras necesidades. Si hablas con personas pobres, muy vigiladas por la policía, te dirán que no les interesa un mundo donde haya más policía. Están interesadas en un mundo donde haya menos policías, donde tengan menos contacto con la policía.
Podemos emplear el dinero que destinamos a la policía a que la gente pueda tener espacios verdes, una alimentación saludable, acceso a un puesto de trabajo o ingresos. No todo el mundo puede trabajar y eso no significa que la gente no deba poder vivir una vida digna.
Su hermano fue arrestado –y encarcelado– durante un ataque de esquizofrenia para el que no recibió el tratamiento adecuado en la cárcel. Dice que hoy en día hay más pacientes con problemas de salud mental en prisiones que en los hospitales.
El principal recurso en EEUU que no cuenta con un presupuesto suficiente es la atención a la salud mental. El sistema de atención a la salud mental, o su ausencia, es una crisis de derechos humanos. No hay un sistema de salud mental en este país. Tenemos las unidades de psiquiatría de los hospitales donde la gente va a que la mediquen. A veces los estabilizan, a veces no. A menudo son abandonados de nuevo en las calles y nunca llegan a recibir la atención que deberían recibir y que merecen. Podríamos destinar fondos de la policía para crear un sistema de atención a la salud mental sólido.
Señalas la pobreza como un factor de discriminación. ¿Condenar a generaciones enteras de niños y niñas negras es la manera de mantener el supremacismo blanco?
Sí. El poder adquisitivo de las personas negras en este país no está mejorando. De hecho, somos más pobres generación tras generación. Eso es sistémico. Eso es lo que hace que no podamos ascender, lo que a menudo está conectado con no tener una casa, acceso a una educación adecuada o a una alimentación saludable.
De hecho, la mayor población de personas sin hogar aquí en Los Ángeles es la de personas negras, a pesar de que solo somos el 8% del total. Es desproporcionado. También somos, de lejos, el mayor grupo de población reclusa. Y eso ocurre porque ha habido un esfuerzo, un esfuerzo sistémico, para mantener a las personas negras fuera de la creación de riqueza, para no permitirnos ascender.
En las protestas tras el asesinato de George Floyd vimos a más personas blancas que nunca diciendo que el racismo y la violencia policial no son aceptables. ¿Cómo consiguió el BLM ganárselas para su causa? ¿Es un triunfo del movimiento?
Creo que la razón por la que vimos ese aumento el año pasado es porque el trabajo de los organizadores negros nunca se detuvo. Llevamos décadas organizándonos. Hay momentos en los que el ambiente es más tranquilo y otros en los que es más favorable, pero el movimiento nunca se detiene, nunca se para. Hay un impulso constante, incluso cuando ese movimiento se vive solo en los libros o lo vive una sola persona. Creo que gran parte del trabajo que hicimos el verano pasado fue hacer avanzar el movimiento para acercarnos a eso que todos deseamos: la libertad de las personas negras.
¿Qué diferencias ve entre esta ola del anti-racismo y la del Dr. Martin Luther King en los 60?
Tenemos formas diferentes de contar las historias. La narración ahora es diferente porque hay mucha más gente que puede contar su historia. En el pasado había muchas personas presentes, pero solo teníamos una forma de entender la lucha por los derechos civiles: a través de la lente del Dr. Martin Luther King. Ahora podemos verlo a través de diferentes lentes, de miles de personas que nos cuentan una historia mucho mayor y que pueden ayudarnos a mirar a ese pasado en el que el Dr. Luther King no era la única persona que estaba transformando el país. Hubo miles de personas que defendieron los derechos de las personas negras.
En una entrevista que concedió hace unos meses decía que el anti-racismo necesita una estrategia y paciencia. ¿Cómo equilibra esa paciencia con la violencia que sufren hoy las personas negras?
Tenemos que reconocer que nos ha costado 400 años llegar hasta aquí. No puedes cambiar sistemas en 40 o 50 años. Estos movimientos por los derechos civiles ocurrieron hace 40 años. Tenemos un largo camino por recorrer. Desafortunadamente, mientras avanzamos hacia los cambios, muchas vidas están en peligro, pero hacer cambios es un proceso lento.
¿Cómo se convirtió el hashtag #BlackLivesMatter en un movimiento global?
Con persistencia y entendiendo que no eres la única persona que está haciendo un movimiento global. Hay cientos de miles de personas que están haciendo ese movimiento y que entienden que la negritud no está relegada a los Estados Unidos, sino que forma parte de cada país. Muchas de esas personas viajaron al comienzo del movimiento y muchas de nosotras viajamos por todo el mundo para reunirnos con ellas, escucharlas y estar presentes mientras construían ese movimiento en sus propios países.
¿Cómo ha mejorado la vida de las personas negras desde la aparición de BLM en 2013?
No creo que haya mejorado, pero mucha gente está hablando sobre anti-racismo en todo el mundo. También tengo que decir que en algunos lugares los tiroteos por parte de la policía ya no son tan habituales tras las protestas de BLM. Hay estudios que muestran que tenemos menos contacto con la policía, sobre todo cuando las protestas estaban en su máximo apogeo, porque hemos seguido haciendo nuestro trabajo.
Pero el gran cambio, el cambio que permitirá a las personas negras ascender, tener riqueza, poder emprender, llevará tiempo. Ocho años es muy poco tiempo y todavía queda mucho trabajo por hacer en lo que respecta al acceso de las personas negras a recursos. Y yo, ya sabes, creo que la forma de llegar es destinando el presupuesto de la policía y del ejército a la atención social.
No creo que la vida de las personas negras haya mejorado desde 2013, pero mucha gente está hablando de anti-racismo en todo el mundo
Al final del libro, Trump gana las elecciones y usted se preguntaba cómo podrá sobrevivir a esa legislatura. ¿Cómo lo hizo?
Manteniéndonos activos. Muchas de nosotras miramos hacia lo local y tratamos de construir una comunidad como una forma de resistir a Trump. Funcionó. El trabajo local, el compromiso, las protestas locales y entender cómo funcionan las políticas inspiraron un movimiento que pudo sacar a Trump de la presidencia.
Desde su experiencia en EEUU, ¿qué consejos le daría a los activistas anti-racistas españoles?
Les diría tres cosas. Uno, que se cuiden unos a otros. Una gran parte de la maquinaria de la derecha tratará de separarlos, así que deben cuidarse unos a otros y no permitir que les separen. Dos, que se formen y estudien. Tres, que sepan que pueden participar en el movimiento de muchas maneras, no solo a través de manifestaciones o campañas. Puedes involucrarte a través del arte; desde la medicina; a través del trabajo social… Hay muchas otras formas, sé imaginativo.
Ver artículo original