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Bowles, Paul

El escritor y compositor estadounidense escapó a Europa muy joven después de diversas disputas

Layachi, Larbi

Su nombre real es Larbi Layachi. Cuando Paul Bowles se encontró con él en 1960, paseando por la playa

A la rica marihuana

Esta recopilación de escritos, artículos y entrevistas en torno a la droga, la música, la política exterior norteamericana, la CIA, el periodismo, la moral convencional, etc; nos revela una mente descarada, elegante y muy en la onda. A través de ellos se detecta con gran sagacidad la sensibilidad de la década de los setenta

Verdades como puños de hada

La compartimentación en géneros y edades con que suele presentarse la narrativa provoca que determinados lectores se sientan inmediatamente excluidos al encontrarse con una de esas etiquetas. Entonces, de vez en cuando, aparece un libro no clasificado que se empeña en tumbar prejuicios o saltar con desparpajo de una casilla a otra jugueteando con todas. Además de un golpe de frescura nos hacen ver la inutilidad de reprimir o censurar nuestra curiosidad lectora, cuánto nos perdemos por estar demasiado atentos a las ramas de los árboles que forman bosque, en vez de apartarlas –y si acaso detenernos a contemplar su belleza- y seguir el rumor del río que encontraremos tras ellas.

“La esposa diminuta” es una fábula ilustrada, lo que en principio podría tentarnos para encasillarla. Pero si nos dejamos llevar por la primera impresión, cuando tenemos el volumen –primorosamente editado por Capitán Swing- entre las manos, nos perderemos una historia que ofrece sobrados alicientes para que la forma en que se nos muestra tenga algo de culminación estética de un fondo de por sí interesante.

No es difícil, a medida que van pasando las páginas, interpretar la metáfora que nos propone el autor a través de ese ladrón de objetos personales valiosos que estima estos más lucrativos que el dinero guardado en la caja fuerte del banco que atraca. Los personajes, al verse despojados de tales pertenencias, asisten al progresivo desmoronamiento de sus vidas.

Y es que cada uno de las posesiones entregadas tenía un carácter simbólico que definía, en realidad, la personalidad completa de sus propietarios, que asisten tan sorprendidos como el lector al modo en que aquéllas se revelan en su naturaleza definitoria y, más aún, se rebelan contra quienes las habían hecho imprescindibles.

A la esposa de la que habla el título le encantaban las matemáticas, su mundo estaba ordenado en números, así que entregó al ladrón una calculadora. El hecho de que, con posterioridad, comience a disminuir de tamaño la lleva a reaccionar del mismo modo en que siempre ha encarado las adversidades: midiendo y tasando, llevando un control detallado que se centra más en lo superficial de los hechos que en las causas profundas de lo que le ocurre.

Kaufman tiene el acierto enriquecer su relato con tonos surrealistas, a la manera de los grandes cuentos clásicos, de forma que la lectura no cae en la simpleza. Ayuda a ello una prosa transparente pero rápida y seca, que nunca explica y tampoco deja aliento para excesivas especulaciones, así que a veces nos obliga detenernos y releer con mayor atención. Mención aparte merecen las ilustraciones, como sombras proyectadas sobre una página blanca, que saben aunar, al igual que la escritura, lo real y lo fantástico con belleza y efectividad.

El final –así ha de pasar en toda buena fábula- permite que las cosas encajen pero, de nuevo, eludiendo escenas o frases trilladas. Aprendemos no obstante que a veces es necesario perder lo que consideramos más valioso para descubrir que no era eso, o no lo era tanto. Quizá lo que desea el malvado autor y los pérfidos editores es que todos los lectores/as de este libro delicioso pongamos en cuestión nuestras prioridades, precisamente en los tiempos que vivimos. Ah, bandidos…

 

Composición nº1

Esta es probablemente la reseña más difícil a la que me he enfrentado. Posiblemente porque nadie leerá el mismo libro que yo he leído. Y diréis «¿por qué?». Pues porque Composición nº1 es un libro muy original que se nos presenta en una caja con las hojas sin encuadernar, sin numerar, tan sólo un taco -bastante grande, por cierto- de más de trescientas hojas, calculo, en cuya presentación se nos advierte que dispongamos este libro como si fuese una baraja de cartas o naipes y las mezclemos todas.

A partir de ahí, ya comienza una aventura en la que ni el autor conoce el final. Tu destino ha decidido que ese sea el libro que leas y, si otra persona lo lee, obtendrá otra historia distinta. Pero no es como un libro de Decide tu aventura o similares, va mucho más allá. Además está lleno de reflexiones profundas que me encantaron. Y las hojas terminaron subrayadas. Así que mi ejemplar es ún más distinto que el de los demás.

Y lo -permítanme la expresión- cojonudo es que… ¡todo enlaza perfectamente! Yo intenté «pillar» al autor mezclando una vez más algunas hojas -las siguientes que iba a leer- o cambiaba el orden, para ver si encontraba algún «fallo» en el que la historia no tuviese sentido, pero nada, no obtuve ningún resultado a mi favor. Todo coincidía a la perfección.

Los personajes principales -al menos en mi historia- eran Dagmar y Marianne, pero resultaron ser como delfines, que sólo salían a la vista en ciertos momentos, como para recordarme que aún estaban ahí. Quizá había veinte páginas en los que no sabía nada de ellos y ya comenzaba a preocuparme, pero rápidamente salían en mi auxilio -o yo en el de ellos- y me los volvía a encontrar.

Es un ¿libro? estupendo, muy muy entretenido, muy visual y también de muchísima calidad narrativa, que hacen que disfrutes al máximo de su lectura, presentada como un juego.

Nunca había leído nada parecido, aunque he descubierto que hay varios libros más a los que ya les he echado el ojo.

Os dejo el book-trailer para ir abriendo boca…os seguro que no os defraudará.

Además la edición viene muchísimo mejor que otras que he visto curioseando por la Red, como la inglesa o la francesa. La caja es de cartón duro y viene barnizada. Las hojas están escritas sólo pro una cara y por detrás tienen un diseño muy chulo, letras flotantes. Todo muy currado.

Geniales los de Capitán Swing Libros :)

 

Vida de un esclavo americano

Cuando se habla de los grandes líderes negros en la historia de Estados Unidos, inmediatamente se recuerdan las imágenes de los activistas del movimiento por los derechos civiles Martín Luther King, Malcom X, Rosa Parks y otros más que lucharon contra la discriminación y la segregación racial en la segunda mitad del siglo XX y que se convirtieron en grandes símbolos de las luchas raciales en el mundo.

Pero más allá de la importancia que tienen estos tres personajes en la historia  política Norteamericana por sus luchas contra la discriminación y la segregación racial, existen otros personajes que también fueron precursores de las luchas contra la opresión del negro en Estados Unidos, y que formaron parte del movimiento contra la esclavitud como Frederick Douglass y Charles Lenox Remond, dos ex esclavos que se destacaron durante en el siglo XIX por sus luchas contra la esclavitud, Sin embargo, en la actualidad son pocos recordados.

Ambos dejaron profundas huellas en la historia norteamericana, pero como sucede en ciertos casos por el desconocimiento de sus trayectorias son poco reconocidos. Charles Lenox Remond (1810-1873) fue uno de los 17 miembros de la primera sociedad  antiesclavista que se formó en Estados Unidos. Se destacó como profesor, orador, militar de las tropas de la Unión durante la Guerra Civil y líder de la Sociedad Abolicionista de Massachusetts.

En cambio Frederick Douglass, fue un autodidacta que nació en el Condado de Talbot, Maryland en 1818 y murió en Washington en 1895, quien aprendió las primeras letras de manos de una esclavista y que cuando el esposo de ésta se enteró que le estaba enseñando a leer se lo prohibió, pero fueron tantas ganas que tuvo de aprender a leer y a escribir que por iniciativa propia se las ingenió hasta que aprendió por su propia cuenta.

Narra en su autobiografía que “el plan que adopté, y con el que tuve un gran éxito, fue  el de hacerme amigo de todos los chiquillos blancos que veía por la calle y a muchos niños blancos pobres del vecindario les ofrecía pan, en agradecimiento me dan a probar el más valioso pan del conocimiento”. Douglass se destacó como escritor, editor, orador y un luchador del movimiento abolicionista y participó activamente en las luchas y en los movimientos que se formaron en Estados Unido y Gran Bretaña por la abolición de la esclavitud.

Autor de cuatro libros, entre los cuales su autobiografía “La vida de un esclavo”, libro que fue reditada hace poco, por la editorial Capitán Swing Libros de Madrid, cuya presentación hace la escritora y activista de los derechos humanos Ángela Y. Davis es un descarnado y conmovedor relato sobre su vida miserable de esclavos, en donde hace una descripción magistral sobre la radiografía de las crueldades y de los abusos de la esclavitud, al igual que sus pericias y sus vicisitudes para escapar y alcanzar la  libertad.

Texto que se convirtió en su época una especie de bestseller, entre los miembros del movimiento abolicionista en Estados Unidos y Gran Bretaña hasta el punto de considerarse paradigma de la narrativa esclavista Norteamericana. Frederick Douglass fue conocido en su época como “el sabio de Anacostia” y sin dudas es uno de los escritores negros más destacado del siglo XIX y unos de los grandes íconos de la lucha por la abolición de la esclavitud y los derechos humanos en la historia Norteamérica.

 

Brasil, país de futuro

Publicado en 1941, Brasil, país de futuro parece un libro recién terminado. Zweig escribió tanto sobre aquella tierra que parecía haber nacido allí, evocando con gran precisión los detalles y entresijos de la historia, economía, y cultura brasileñas, así como el desarrollo de sus principales ciudades. Con su habitual destreza y sensibilidad

100% visceral

Llegué a La jungla de Upton Sinclair (Capitán Swing, 2012) sin demasiadas ganas. Era largo, de letra apretadita. Por algunas de las críticas que había leído parecía más una suerte de panfleto que un texto literario. Y yo llevaba, además, no demasiados meses sin comer carne: aunque este texto, definitivamente, me terminó de convencer de aquel proceso vegetariano que ya había comenzado tiempo atrás por influencia de mi amigo Ernesto Castro y de mi gata Delhi. Llegué sin ganas, pero después me encantó, pues La jungla no es un libro «para hacerse vegetariano» tanto como para «hacerse consciente» de cosas terribles e importantes relacionadas con la inmigración, el sexismo, el maltrato a los trabajadores, el nefasto sistema de producción de alimentos, y, sobre todo, de carne, las luchas de los sindicatos, la corrupción de los ayuntamientos, la maldad, la envidia, el terror a quedarse sin nada y el terror a sobrevivir cuando se tiene poco… parece mentira que este libro fuera publicado hace más de cien años y parece mentira que, al contrario de lo que dije que pensaba, todo esto quepa en una novela de tal bellísimo lenguaje, descripciones y escenas. Upton Sinclair construye una novela perfectamente medida y planeada (o esa impresión da al lector quizá hasta las últimas páginas donde las idas y venidas del protagonista ya se hacen más pesadas), envidiable a cuanto a trama se refiere. El libro provoca los justos sobresaltos, el justo asco, las justas ganas de vomitar o de llorar, pues no deja de ser un libro de desgracias en donde todo está perdido excepto la fe (aunque no sepamos realmente en qué).

100% Visceral.

0% Ñoñada

 

Upton Sinclair: La Jungla

En 1904, Fred Warren (editor del periódico socialista Appeal to Reason) encargó a Upton Sinclair una obra sobre las malas prácticas de la industria cárnica en Chicago. Después de siete semanas trabajando de incógnito en los mataderos, Sinclair escribió La jungla, una novela que llegó a ser una de las más influyentes del pasado siglo. No sólo se convirtió en un éxito de ventas, sino que fue utilizada por Roosevelt para poner en marcha las leyes sobre pureza de alimentos e inspección de carnes y, además, supone, como bien explica César de Vicente en el prólogo a esta edición, un alegato a favor del socialismo.

A principios del siglo XX, Chicago era la encarnación del capitalismo más feroz,  caracterizada por zonas residenciales circundadas por inmensas plantas industriales y barriadas inmundas donde se hacinaban los trabajadores. A esta ciudad llega Jurgis Rudkus, un inmigrante lituano que huye con su familia de las injusticias que sufre en su país natal, con la ilusión de construir un futuro y salir de la miseria.

Sin embargo, lo que encontrará al llegar a Chicago no será, ni mucho menos, lo que esperaba. A las interminables jornadas en los mataderos en unas condiciones pésimas y la falta de seguridad (tanto en las calles como en su lugar de trabajo) se les unirá el desconocimiento del idioma, lo que convierte a Jurgis y a su familia en el blanco perfecto para sufrir todo tipo de engaños y fraudes. A fuerza de sufrir todo tipo de calamidades se dará cuenta de que el sueño americano es sólo una pesadilla para la que no está preparado y de la que no puede escapar.

Pero Sinclair no se conforma con describir las penalidades de la familia del protagonista. A través de sus vivencias (desestructuración familiar, lesiones, desamparo, miseria…), denuncia de forma cruda y realista las condiciones a las que estaban sometidos los trabajadores de la época y las malas prácticas (carnes en malas condiciones, tratamientos dañinos…) de una industria corrupta, preocupada sólo por conseguir dinero fácil y rápido, y que pasaba por alto cualquier tipo de consideración con sus empleados o sus clientes.

Todo esto es La jungla, un lugar (una sociedad, en este caso) en el que no todo el mundo puede sobrevivir y al que sólo se le puede hacer frente, como aprenderá el protagonista después de innumerables desgracias, a través de la cooperación. Así, como afirma de Vicente, convierte Sinclair las penurias de Jurgis y su familia en demandas (derecho a una vivienda, condiciones laborales dignas, castigo a la corrupción, prohibición del trabajo infantil…) indispensables para poder salir adelante y para que la sociedad funcione como debe.

Estandarte, así, del realismo socialista y más de un siglo después de haber tenido una gran repercusión social, La jungla vuelve a nuestras manos, seguramente, cuando más se la necesita. Esto es, cuando vemos que el siglo XXI comienza (salvando las distancias) como comenzó el siglo XX: con la explotación de los animales, con miles de personas en movimiento buscando un futuro mejor y unas condiciones de vida y de trabajo cada vez peores.

Izaskun Gracia

El Crack-Up de Scott Fitzgerald

El Crack-Up (Capitán Swing) es una colección de ensayos, cartas inéditas y apuntes de Francis Scott Fitzgerald compilada y editada por Edmund Wilson en 1945, poco después de su muerte. Incluye también valoraciones favorables de su obra a cargo de celebridades como Glenway Wescott, John Dos Passos o John Peale Bishop. Los ensayos no tuvieron buena acogida en su época, en especial las confesiones personales. Sin embargo, el libro nos permite comprender mejor la mente del escritor estadounidense durante el período más difícil de su vida.

Cuenta El Crack-Up la historia de la brusca caída de Scott Fitzgerald desde una vida de éxito y glamour a otra de vacío y desesperanza, así como de su voluntariosa recuperación. Esta intensa y reveladora colección de escritos describe la trayectoria de un hombre cuya personalidad nos sigue cautivando, cuya alegría y genio temerarios lo convirtieron en un símbolo viviente en la época del jazz. A los que crecieron con El gran Gatsby o con Suave es la noche, esta extraordinaria recopilación de escritos autobiográficos les ofrece una mezcla única y personal del romance y la realidad encarnados tanto en la vida como en la literatura de Fitzgerald.

Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) es un narrador estadounidense considerado el máximo intérprete literario de la llamada “era del jazz” de los años veinte de su país. Obtuvo gran popularidad con su primera novela, A este lado del paraíso (1920), lo que le permitió publicar sus cuentos en revistas de prestigio como The Saturday Evening Post, y convertirse en una de las figuras más representativas del “sueño americano” de la década de 1920. En Francia escribió la que se considera su obra maestra, El gran Gatsby (1925), la historia del éxito y posterior decadencia de un traficante de alcohol durante la ley seca. Fitzgerald describió en sus páginas un arquetipo que estaba surgiendo por entonces en Estados Unidos: el individuo de clase baja y de escasa moral, que para triunfar utiliza cualquier medio a su alcance.

 

La hipertextualidad antes de internet

La novela decimonónica, con su estructura aristotélica compuesta por inicio, desarrollo y desenlace, era puesta en duda por una serie de autores que, después de un artículo publicado en Le Monde en 1957, se les conocería como escritores de la nouveau roman.

Hoy no es extraño, ya, hablar de la hipertextualidad para referirnos al cambio de paradigma en el que estamos sumergidos. Las ya no tan nuevas tecnologías han posibilitado que un texto nos lleve a otro saltando con un único clic, y combinando formatos como el audio y el vídeo en una misma pantalla. No escribimos ni leemos como Balzac, ¿Pero es culpa de la red? ¿Por qué internet es como es?

La editorial Capitán Swing acaba de publicar el libro-artefacto Composición nº1 de Marc Saporta -considerado miembro de la nouveau roman -, que salió a la luz originariamente en 1962 y que se lee como una baraja de cartas lanzadas al azar. Las páginas, sin encuadernar, no están numeradas y se presentan dentro de una caja. ¿Cómo empezar la novela? ¿Cuándo acabar la lectura?

El autor, en el prefacio, nos avisa: «Se ruega que el lector disponga de estas páginas como de una baraja de cartas. Que corte, si lo desea, con la mano izquierda, como si fuera una cartomántica. El orden en el que las hojas salgan de la baraja orientará el destino de X». Más allá del experimento, del divertimento, Saporta está investigando sobre una forma de conocimiento diferente: «Una vida se compone de elementos múltiples. Pero el número de composiciones posibles es infinito.»

El éxito de Composición nº1, claro, es que siempre tiene sentido. El lector, activo, decide en todo momento el trayecto de lectura, y la ruptura de la linealidad se vive como un juego. Los personajes navegan o naufragan según nuestras decisiones, exactamente igual que cuando nos movemos por la red.

La propuesta del francés, fallecido en 2009, es uno de los referentes de lo que se ha llamado literatura pre-hipertextual, o que pertenece a la poética del hipervínculo. Su estructura fragmentaria, sin embargo, no es una rareza como se pudiera pensar.

El colectivo Oulipo, con Raymond Queneau al frente (publicó en 1961 Cien Trillones de Poemas), ya estaba trabajando en un camino muy parecido. No hay que olvidar tampoco que un año después de Composición nº1, Julio Cortázar presentaba Rayuela. Como es sabido, el argentino coloca un “Tablero de dirección” al principio de la novela y de esta manera “el lector queda invitado a elegir una de las dos posibilidades”. U optar por el primer libro, que termina en el capítulo 56 y que se lee de manera convencional, o el segundo, que comienza por el capítulo 73 y que ha de leerse según la mencionada tabla. En la misma esfera de actuación, en 1964, Max Aub publicaba su Juego de Cartas. Algo estaba pasando, existía una necesidad que hoy percibimos como nueva, pero que seguramente podemos encontrar ya en la Biblia o el I Ching, que utilizan técnicas como el collage, la intertextualidad o los palimpsestos.

La tecnología no surge de la nada. Es la respuesta a nuestros anhelos y aspiraciones. Es, como Prometeo, la ambición de acercar el fuego a los hombres para progresar, aunque esa misma idea esté también en crisis. Si en nuestros ordenadores, como en una suerte de paralelismos, tenemos un escritorio, una papelera de reciclaje y múltiples carpetas, es porque trasladamos nuestra cosmovisión, nuestro entorno adquirido, a las nuevas formas de organizarnos.

Algo parecido pasa con la manera que leemos en internet. Roland Barthes ya diferenciaba entre un texto “escribible”, en el cual el lector reinterpreta libremente y adquiere un papel activo en el proceso creativo; y un texto “legible”, en los cuales se restringen estas posibilidades. Jacques Derrida prefiere enfrentarse al texto abierto bajo su “metodología de la descomposición”, a través de pedazos o fragmentos que remiten a otros. Michel Foucault escribe en El orden de las cosas: “hay que reconstruir el sistema general del pensamiento cuya red, en su aspecto positivo, hace posible la interacción de opiniones simultáneas y aparentemente contradictorias”. La misma pluralidad de conexiones es la que desarrollan Deleuze i Guattari: “una meseta está siempre en el medio, no al comienzo o al final. Y un rizoma está hecho de mesetas”.

No hay que irse tan lejos. Todos recordamos aquellas historias de dragones que se vendían bajo el lema “Escoge tu propia aventura” y en las que, al final de cada capítulo, podías elegir cómo seguir la trama. Existía, pues, un caldo de cultivo. El salto era cuestión de tiempo. Actualmente sustituimos conceptos como el centro, el margen, la jerarquía y la secuencialidad para sustituirlos por la multilinealidad, los nodos, los nexos y las redes.

Miguel Ángel Ramos, que se encarga del prólogo de la edición de Composición nº 1 de Capitán Swing, nos dice que “al menos una vez en nuestra vida deberíamos barajar nuestra memoria”. Para abrirnos a lo desconocido, a la sorpresa, a lo imprevisto. Ese misterio es el que permite pasar de la información al conocimiento, sorteando criterios, algoritmos, que tan sólo buscan responder a nuestros juicios previos. Veamos cómo funcionan los buscadores, y cómo nos adaptamos a ellos. Nos hemos convertido en lo que creemos que buscan de nosotros. Una máscara de una máscara.

No hay nada más ilógico que una secuencia simplemente lógica, y eso es lo que demuestra Marc Saporta en esta composición. Literatura, o todo lo demás.

Albert Lladó

El Crack-Up

Publicado en 1945, El Crack-Up es una colección de ensayos, cartas inéditas y apuntes de F. Scott Fitzgerald compilada y editada por Edmund Wilson poco después de su muerte. Incluye también valoraciones favorables de su obra a cargo de celebridades como Glenway Wescott, John Dos Passos o John Peale Bishop

Reflexiones sobre la guillotina, 1957

Según informaban el pasado viernes muchos diarios de todo el mundo en sus páginas de Internet (y muchos el sábado en sus ediciones impresas), el vespertino Le Monde había publicado un manifiesto inédito de Albert Camus en defensa del periodismo libre que fue censurado en 1939 por las autoridades francesas en Argelia. Ha sido encontrado en los Archivos de Ultramar, en la ciudad de Aix-en-Provence. Muy cerca, por cierto, de Lourmarin, pequeño pueblo de la Provenza donde está enterrado en la tumba más humilde de todo el cementerio, adonde voy a verlo cada vez que, por razones personales, visito la región. (La foto de la tumba que aquí aparece es mía.) Escogió el lugar porque, tras conocerlo a través de su amigo el poeta René Chard, encontró sus paisajes parecidos a su Argelia natal, y de la casa que adquirió allí fue desde donde saldría en el fatídico viaje que le costaría la vida tras estrellarse su coche contra un árbol, en 1960.

La lectura del manifiesto no sorprenderá a quienes conozcan la biografía y la obra de Albert Camus, aunque sus seguidores, como dijo Juan Luis Panero en «El desencanto» mientras enseñaba una foto del escritor, también adoramos los fetiches, y esto es un fetiche. De modo que este trabajo, más que aportar, reafirma en la creencia de que Camus fue, defintivamente, un personaje adelantado a su tiempo, pues sus denuncias de los obstáculos y enemigos de las sociedades libres se adelantaron bastantes décadas al momento en que empezaron a hacerlas muchos de sus contemporáneos.

Si en este manifiesto de 1939 destinado a su diario Le Soir républicaine (que codirigía) denunció la necesidad de un periodismo libre, o en sus propias palabras un periodismo pleno de lucidez, desobediencia, ironía y obstinación, en su ensayo de 1957 Reflexiones sobre la guillotina (que aún estaba vigente en Francia en esa fecha) adoptaba sus propios mandamientos periodísticos y conseguía un irónico e incontestable alegato contra la pena capital. Esto era coherente con su posición contra la actuación de las autoridades francesas en Argelia y contra el terrorismo practicado por el FLN, por más que estuviera de acuerdo con la causa. Sus posicionamientos contra la violencia le causaron, entre otros muchos disgustos, la enemistad del gurú de la intelectualidad de la izquierda europea del momento, Jean-Paul Sartre.

Célebre es el episodio ocurrido durante su conferencia en la Universidad de Uppsala durante su viaje para recibir el Nobel de Literatura, también en 1957. Ante la pregunta-acusación por parte de un estudiante por su falta de apoyo a las acciones del FLN, Camus respondería: «Entre la justicia y mi madre, escojo a mi madre», frase que se malinterpretó y sacó de contexto, pues el escritor se refería a al concepto de justicia que el FLN creía ver en las acciones terroristas que, como efecto colateral involuntario, Camus decía que podían matar a su madre, francesa en Argelia. A su vez, esta frase resume el núcleo del pensamiento de Camus plasmado en este memorable ensayo: la ley no está por encima de la vida humana; y no existe atenuante moral si la lleva a cabo una democracia o un régimen criminal como el nazi.

Este ensayo ha sido recientemente publicado en una edición impecable en el sello Capitan Swing, junto a otro ensayo de Arthur Koestler sobre la pena de muerte, Refelxiones sobre la horca. El autor húngaro estuvo cerca de morir en las cárceles franquistas, de lo que lo salvó el cónsul inglés en Málaga, Sir Peter Chalmers, algo de lo que éste dio cuenta en sus memorias, Mi casa de Málaga (Ed. Renacimiento, 2010). Ambos ensayos han sido publicados con el nombre Reflexiones sobre la pena de muerte, con una interesante presentación de Jean Bloch-Michel.

El ensayo de Camus está escrito, además desde la ironía, desde la desobediencia, pues recordemos que Francia vivía en un estado de corrupción moral que funcionó como la llave de París de los nazis pocos meses después; desde la lucidez de quien conoce la debilidad argumental del que justifica la muerte de otro individuo (si la guillotina es tan buena, ¿por qué no la sacamos a la calle y ejecutamos allí a los reos, en lugar de guardarla en sótanos oscuros?, se pregunta el autor de El extranjero), y desde la obstinación, pues si algo demostró Camus durante su vida es que había principios morales básicos innegociables. No dejaría de denunciar los crímenes de Stalin, la falta de libertades en la URSS, la deshumanización que acarreaba el comunismo o el terrorismo del FLN, por más que Sartre, aludiendo tácitamente al autor, dijera aquello de que «todo anticomunista es un perro».

Ahora que se escucha tanto a la jerarquía de la Iglesia afirmar que sin religión nos abandomamos como sociedad a un supuesto «relativismo moral» decadente y peligroso, no estaría de más que siguiéramos leyendo a Camus, pues claro que hay una moral pública laica, coherente entre dichos y hechos, y Albert Camus dejó testimonio de ella con su obra teatral, sus novelas y ensayos.

La próxima vez que vaya a su tumba le diré: «Albert, también tuviste razón en tus reflexiones sobre el periodismo y la pena de muerte». Y creo que me responderá en el tono existencialista de Mersault encarcelado: «Eso ya no importa nada». Pero todos sabemos que sin Camus, el siglo XX hubiera sido mucho más terrorífico de lo que ya lo fue.

Para profundizar en todos estos hechos aquí apenas esbozados, recomiendo la biografía canónica que sobre él escribió uno de los grandes biógrafos franceses, Olivier Todd, Albert Camus. Una vida (Ed. Tusquets).

Antonio García Maldonado

La esposa diminuta, de Andrew Kaufman

Un ladrón que, en lugar de robar el dinero del banco, se lleva el objeto de mayor valor sentimental de trabajadores y clientes. Así comienza La esposa diminuta, una fabulosa historia con la que Andrew Kaufman (autor de Todos mis amigos son superhéroes) nos interroga sobre el lugar que la felicidad ocupa realmente entre las preocupaciones de la gente.

El tatuaje de un león que cobra vida, un bebé que caga dinero o Stacey Hinterland, que descubre que está encogiendo. Algunos lograrán superar la prueba, que parece ideada por un dios travieso e irresponsable, otros no.

Las ilustraciones de Tom Percival, la traducción de Leticia García Guerrero y la cuidada edición de Capitán Swing han conseguido que La esposa diminuta sea, además, un libro hermoso.

 

Milímetros y afectos

El clásico drama de la incomunicación humana nos parece, a estas alturas, algo demasiado existencialista. Perdió su indudable valía tras ser aceptado de forma colectiva. Asimismo, la cuestión alcanza un mayor grado de ambigüedad al identificar la soledad como una de las fobias más temidas por la sociedad. Andrew Kaufman recupera la citada problemática en su breve relato La esposa diminuta, editado recientemente por Capitan Swing.

Este cuento para adultos narra, con cierto humor macabro, la experiencia inexpresiva en las relaciones de pareja. La impasibilidad matrimonial se manifiesta a través de una excelente metáfora. Uno de los afectados, en este caso la mujer, se ve obligada a disminuir su tamaño paralelamente al grado de desvalorización afectiva respecto al cónyuge. Los milímetros extraviados simbolizan el progresivo desánimo frente a la lucha por la estabilidad emocional. El arrebatamiento de la fisicidad corporal y la consternación psicológica se articulan mejor que nunca gracias al embrujo de un ladrón que no roba dinero, sino artículos estrechamente vinculados a las preocupaciones atávicas de sus respectivos dueños.

Kaufman rescata de nuestro fuero interno una idea con tendencia a ser olvidada, sobre todo en momentos propensos al distanciamiento afectivo. El compartir nos hace grandes, mayores. Crecemos en compañía, no aisladamente. Menguamos hasta desaparecer cuando nos dejamos llevar por el profundo abismo de la soledad. La protagonista, Stacey, experimentará el cesar del empequeñecimiento de su cuerpo y alma una vez interiorice dicha proclamación.

Carlota Moseguí

 

Capitan Swing sorprende con el libro-artefacto “Composición nº1″

Dejad que os describamos nuestro encuentro inicial con “Composición nº1“… La primera reacción fue pensar “qué guay este libro que viene en un cofre tan chulo”. A continuación, evidentemente, abrimos el cofre y nos encontramos con que dentro no hay un libro. O sí. Pero no un libro al uso. Todas las páginas están libres, sin encuadernar. Así que se impone investigar. ¿De qué va esto? Y resulta que la solución nos la da el mismo autor, Marc Saporta, en el prefacio de “Composición nº1“: “Se ruega que el lector disponga de estas páginas como de una baraja de cartas (…) Del encadenamiento de las circunstancias depende que la historia acabe bien o mal. Una vida se compone de elementos múltiples. Pero el número de composiciones posibles es infinito“. Es decir: llevar los postulados del Cortázar de “Rayuela” no un paso más allá, sino una cantidad innombrable de pasos más allá. La filosofía detrás de “Composición nº1” parece señalar hacia la certeza de que el orden de los acontecimientos en nuestra vida acaba siendo más importante que los acontecimientos en sí… Pero eso es algo que iremos descubriendo en la dulce batalla contra la “novela” de Saporta. Y ponemos “novela” entre comillas porque esto es más un libro-artefacto. Así que sólo podemos decir. gracias, Capitan Swing, por vuestra valentía a la hora de publicar algo tan especial.

 

 

Una baraja literaria

En 1962, un año antes de que se publicara «Rayuela», en la que Cortázar rompía la linealidad del relato proponiendo al lector que eligiera el orden de lectura de los capítulos, apareció en París otra «baraja» literaria. La firmaba un escritor cuya obra crítica sí nos iba a llegar en español pero que, hasta ahora, nos era desconocido: Marc Saporta. En 1960, Raymond Queneau funda el grupo Oulipo a la busca de nuevas estructuras literarias. Saporta no perteneció a él, pero su obra podría adscribirse a esa corriente; en una nota previa, ruega al lector que mezcle las páginas sueltas con las que se va a encontrar; sus personajes tendrán un fin u otro dependiendo del azar.

El libro-caja está prologado por Miguel Ángel Ramos, que habla de cómo esta «ars combinatoria» exige un lector activo. Saporta hace del libro físico una metáfora de la desordenada memoria, y sus personajes, la pintora Dagmar, la pequeña Helga, la hipocondríaca Marianne, son piezas de un collage cuyo título alude a un «cuadro abstracto, negro, sobre el que explotan manchas de colores. El experimento de Saporta interesará sobre todo al aficionado a los poemas en prosa. El lenguaje y el tono obedecen más a este género que a lo narrativo: «El grito de Marianne sierra la noche, cuyos trozos caen como dos leños», se dice en una hoja que, ya perdida entre el resto, uno no sabría volver a localizar.

Toni Montesinos

Cerdos capitalistas

Con los, seguro, billones de palabras que se han escrito en todos los idiomas contra el capitalismo parece increíble que no pueda hablarse de él como de un modelo de organización social —nunca de producción— extinto. Cada envite, acometida o terremoto que sufre, incluso los generados por su propia entropía, acaban fortaleciéndolo, añadiéndole músculo e insuflándole más vida. El capitalismo es una plaga, una enfermedad que ha aprendido cómo neutralizar el efecto del virus de la disidencia: fagocitándolo y asimilándolo.

Porque salvo unos pocos eremitas que se alimentan de aire y viven físicamente mal —el rollo espiritual está muy arriba en la pirámide de Maslow—, aquí todo el mundo está inmerso en el sistema capitalista por mucho que se raje y se rece públicamente por su hundimiento definitivo. Mientras echamos pestes de los excesos y deficiencias del sistema capitalista, adoramos —no precisamente en secreto— al sistema capitalista. Escribo sobre el sistema capitalista en un ordenador construido por ese mismo sistema, su teclado iluminado por una lámpara fabricada y alimentada por ese sistema, en una casa inserta en el sistema y procurada remando a favor del sistema. Por mencionar solamente unos pocos detalles “sistémicos” que hacen posible mi diatriba acerca del sistema capitalista.

Hay una imagen en la página 55 del libro La jungla, de Upton Sinclair, que resume bastante bien esta paradoja. Miles de reses y cerdos hacinados en un terreno gigantesco de un matadero de Chicago cuyo destino inmediato es su sacrificio sin ningún miramiento con el objetivo de alimentar a la raza humana. Cámbiense cerdos y reses por personas y Chicago por la Tierra y a la raza humana hambrienta por un sistema cuya principal fortaleza reside precisamente en la necesidad que todas esas reses/personas tienen de que siga funcionando porque están tan hambrientas que pueden llegar a comerse unos a otros (“Haz con los demás lo que vayan a hacer contigo, pero sé el primero en hacerlo”, p. 33) para satisfacer esa necesidad básica (“Ganaré mas; trabajaré más duro” p. 39). Lo sabemos pero no lo reconocemos porque las alternativas —un prueba y error lento y sumamente doloroso— han fallado una detrás de otra. La perfección es una quimera. Así que lo que verdaderamente preocupa e indigna son los efectos nocivos de ese sistema, esa esquizofrénica capacidad connatural suya para dañar a sus integrantes e incluso para herirse a sí mismo.

Sinclair era un escritor de dramas románticos cuya visión de la literatura como herramienta de cambio social no le llegó hasta que se echó unas risas con unos nuevos amigos izquierdistas de Nueva York. Es algo que suele pasarle hasta al individuo de ideas más recalcitrantes, o sin ideas. Entonces comenzó a comprender, y a ver, lo cerdos que podían llegar a ser los capitalistas y escribió un libro en el que se narran matanzas de cerdos (“tecnificadas” —lo del killing floor es más que sugerente) y montones de degradación y sufrimiento humanos:

A los doce años tuvo que escapar de casa porque su padre le golpeaba por tratar de aprender a leer. [p. 89.]

La casa formaba parte de un grupo de viviendas construido por una compañía creada exclusivamente para robar el dinero de los pobres. [p. 99.]

…pero como [las orejas] estaban completamente congeladas, a las dos o tres fricciones, se le cayeron de raíz. … Los obreros se veían expuestos a que la sangre les empapase la cara, las manos, todo el cuerpo. Esta sangre se helaba en seguida. [p. 122.]

Y así todo el rato. Pensad una putada que pudiera hacérsele al proletariado y os quedaréis cortos; también valen la tortura y el asesinato. Quizá estemos muy acostumbrados a este tipo de imágenes en el sector del capitalismo alimentario. César de Vicente —un crack—, en el prólogo a La jungla, remite acertadamente a Fast Food Nation como documento icónico de los excesos de la industria alimentaria y los efectos sobre la población humana y animal a secas. Pero los hay a patadas. Por citar solamente unos pocos: en la baja cultura, la novela Toxina de Robin Cook; en la medio baja, la novela Todo un hombre de Tom Wolfe y uno de los ensayos incluidos en el libro Un antropólogo en Marte de Oliver Sacks; en la alta, por supuesto las cosas que en su día escribiera Vicente Verdú y, aunque con las miras puestas en la anarquía versus el capitalismo, la enorme novela de Thomas Pynchon Contraluz; en las trincheras del día a día de la vida adulta: el sábado pasado fui al mercado y los huevos blancos habían subido de 2 euros la docena a 2,80 por culpa de no sé qué norma comunitaria sobre el hacinamiento de gallinas en las granjas: han cerrado un montón de empresas por no cumplirla y la consecuencia obvia ha sido el encarecimiento del huevo en sí, como concepto físico y tangible y comestible. Nada de esto tiene sentido. Sinclair pretendía arreglarlo poniéndolo por escrito y publicándolo por entregas, y de hecho logró que Roosevelt tomara cartas en el asunto y apañase un poco las cosas, puesto que además de los abusos sobre cerdos y humanos resultaba que el producto final era de una calidad pésima. Pero no era ese el objetivo del viejo Upton. Él y sus amigos querían que los Estados Unidos de Norteamérica se convirtieran en una nación socialista de pro (“Todas las naciones civilizadas contaban con organizaciones socialistas”, 475) y para ello introdujo su manifiesto en el libro, cosas en las que cada uno ha pensado (?) en una u otra época de su vida:

Cuestionamiento:

¿Gobierno? [Su propósito] no era más que la defensa del derecho de propiedad, la perpetuación de esa antigua fuerza y ese moderno fraude.

¿Matrimonio? Éste y la prostitución eran dos caras de la misma moneda: una explotación que ese depredador que es el hombre hace del placer sexual. … Cuando una mujer tenía dinero, estaba en situación de imponer sus condiciones, a saber: la igualdad, el contrato de por vida y, en cuanto a los hijos, su legitimidad o, dicho de otro modo, su derecho hereditario. Si, por el contrario, la mujer carecía de fortuna, convertida en proletaria, debía venderse a sí misma para vivir. [p. 503.]

ETCÉTERA

Y Revolución:

Después de la revolución, todas las actividades intelectuales, artísticas y espirituales de los hombres serían atendidas por “asociaciones libres” … Los novelistas románticos tendrían el apoyo de los que se deleitan con la literatura sentimental … la existencia de una competición salarial obliga al hombre a vender, para subsistir, la totalidad de su tiempo libre, mientras que, con la abolición de los privilegios y la explotación, cualquiera podría atender a sus necesidades con sólo trabajar una hora al día. … no podemos ni siquiera formarnos un concepto del nivel que las actividades intelectuales y artísticas alcanzarían a partir del momento en que la humanidad se viese libre de la pesadilla de la competencia. [p. 509.]

 

ETCÉTERA

Comprensiblemente, Sinclair barre algo para casa…

Las cosas han mejorado bastante desde que se escribió La jungla y tuvo aquel éxito tremendo, pero al mismo nivel en que ahora se es capaz de curar enfermedades antes incurables: se tratan los problemas, pero no se erradican definitivamente las causas.

¿Hay remedio? Desde luego la resignación no parece ser la vía adecuada. Que un sistema se haya demostrado hasta el momento como a prueba de bombas y escupitajos no quiere decir que sea ni el mejor de los mundos posibles ni imbatible. Una de las principales causas de este inmovilismo radica en la propia raza humana, en su bestialismo difícil de erradicar. No cabe imaginar una sociedad en la que la mayoría de sus integrantes fuesen cultos y en la que esa fuerza, una cultura y una sabiduría reales, no diese con una mejor fórmula de organización. Evidentemente no considero este asunto como algo para tomarlo a la ligera. En este post defendía la idea de un quintacolumnismo basado en que la cultura comenzara a tambalear los cimientos del capitalismo salvaje desde adentro, obviando los intentos fútiles consistentes en arrojar huevos desde afuera. Leer, estudiar, interesarse por todo, no vegetar, provocar cambios de facto a pequeña escala: una estrategia cuyo éxito estaría basado en su oficiosidad. Decía entonces conocer casos, y ahora he sido consciente de otros incluso más grandes.

Umair Haque es “otro” nuevo gurú de la economía sostenible que tiene una, como la denominan, boutique consultora de negocios. Un tipo al parecer hiperactivo y empeñado en refundar el capitalismo que ha escrito un libro titulado El nuevo manifiesto capitalista. Ya en el prólogo Gary Hamel, un viejo y reputado economista inconformista, cuestiona el capitalismo de manera constructiva y, literalmente entre paréntesis, delinea sus defectos más flagrantes. De forma muy resumida:

• El objetivo de las empresas es ganar dinero (no mejorar el bienestar humano).

• A los ejecutivos sólo se les puede culpar de sus acciones (no de sus consecuencias de segundo y tercer grado).

• A los ejecutivos se les compensa en función del corto plazo (no de la creación de valor a largo plazo).

• Los clientes son compradores de productos (no los jodidos por las acciones de la empresa).

• Es legítimo que la empresa se beneficie de explotar la ignorancia del consumidor y de limitar su oferta.

• A los clientes sólo les interesa el funcionamiento de un producto y su precio (no los valores profanados en su producción y venta).

• Los empleados son recursos humanos y luego seres humanos.

• A la empresa sólo le mueven valores egoístas (no el amor, la felicidad, el honor, la belleza y la justicia).

• Etc. (Hamel leyó a Sinclair.)

Friedman, Nobel de Economía, estaba equivocado cuando dijo que “un sistema de mercado podía autorregularse”; Greenspan, discípulo del Nobel y antiguo gobernador del Tesoro norteamericano, estaba consternado porque “todas las sofisticadas matemáticas y maravillas informáticas no bastaban para reparar el fallo sistémico del egoísmo ilustrado”; el principal asesor de Barack Obama, Larry Summers, admitía que había que replantearse la economía en sí; y Krugman, otro Nobel más, dijo que “la macroeconomía moderna es espectacularmente inútil en el mejor de los casos y positivamente perjudicial en el peor”. Es decir, quienes se supone que llevan la voz cantante están de acuerdo en que urge una cirugía radical del sistema capitalista y en que la parte cerda del mismo debe ser expurgada de inmediato. Y sin embargo nada parece cambiar… a mejor. Quizá porque ese cambio ha de venir desde el interior, un interior ahora podrido.

Haque se dedica a analizar dónde están los fallos y cómo podrían solucionarse para eliminar las frases previas a los paréntesis, estos mismos y los noes de la lista anterior. Escribe mal, es decir: no sabe escribir o no sirve para escribir (no es Michael Lewis). Pero sus ideas son interesantes, sobre todo porque en realidad no son suyas sino que surgen de la colectividad: están probadas, no nacen de una reunión altruista y espontánea entre amigos sino del análisis empírico, de la observación más ramplona. Plantea una serie de presupuestos de partida de los que el más impactante es el ejemplo de los Hummers. Un Hummer es esa especie de vehículo supuestamente todoterreno —más o menos el equivalente norteamericano de nuestros repulsivos 4×4— cuya única función es servir de apoyo a la vanidad de su propietario; un elemento de atrezzo más junto con la ropa de marca y la tarjeta Platinum. Si sólo se tratara de un gadget identificativo de posición económica —que no social—, no habría mayor problema —o el problema lo tendrían, como de hecho lo tienen, los palurdos que gustan y gastan ese tipo de gilipolleces—, pero lo espantoso es que los Hummers del sistema capitalista, con sus motores de combustión interna gigantescos, sacrifican el futuro para “disfrutar” del presente. Son un ejemplo perfecto del egoísmo humano no sólo para con sus contemporáneos sino también para con las generaciones venideras. No añaden valor a la raza humana y, es más, la diezman física y moralmente. Hummers hay muchos: las viviendas surgidas de la especulación, la ropa confeccionada en condiciones infrahumanas, los productos que limitan la competencia, los Big Mac, por supuesto los malos libros… Y la culpa de que esos estúpidos Hummers existan es exclusivamente de un conjunto de cerdos capitalistas que se lucran inoculando necesidades espurias en una fenomenal manada de incultos —otro día escribiré sobre cómo se hace esto a un nivel cuasi científico, que también tiene miga—.

Partiendo de tales presupuestos, Umair Haque se dedica a desgranar las claves para conseguir que las empresas cambien de verdad desde un capitalismo eficiente (para con ellas mismas y sus accionistas) hasta un socialismo eficiente (“socioeficiencia”), lo que, paradójicamente, ya están haciendo algunas y les está yendo muy bien: Apple, Wal-Mart, Nike (aunque parezca mentira), Google, Nintendo, Starbucks, Wikimedia y un (corto) etcétera. Lo irónico es que todas estas empresas triunfan sobre sus competidores. Dedicándose de manera activa a no joder a los demás, teniendo cuidado de por dónde pisan y echando la vista hacia más allá del mero plazo anual de rendición de cuentas, ganan más dinero —Wikipedia aparte…—. Ser bueno, más allá de la clásica excelencia de producto y gestión implícita en este adjetivo, es rentable porque parece que la sociedad está deseosa de reconocer la diferencia. Los casos de Apple y Google, por todos conocidos, son paradigmáticos, dignos de remedo y copia ad infinitum. No quiere decirse con esto que se trate de empresas perfectas; tienen fallos a patadas, entre otros motivos porque la dimensión les afecta negativamente. Pero al compararlas con sus competidores clásicos —Yahoo!, Microsoft— y sobre todo con las clásicas empresas cortijeras —por muy número uno meramente numérico que sean, su éxito sigue estando basado en el sufrimiento ajeno— a que estamos acostumbrados en España, no extraña que levanten la ola de admiración que levantan.

La jungla demuestra que la literatura puede convertirse en una poderosa arma de destrucción de sistemas, y El nuevo manifiesto capitalista, con sus defectos expresivos pero con sus virtudes expositivas a modo de user’s guide, ofrece propuestas para cambiar desde adentro un capitalismo que, si hiciera caso de ellas, ya no sería capitalismo sino otra cosa totalmente distinta.

JOSÉ LUIS AMORES

Móntate tu novela

El último juego llegado a las librerías consiste en mezclar las hojas de un libro como si fueran las cartas de una baraja y ver qué sale. ¿Que no te gusta? Las vuelves a barajar.

Es como montar un mueble de los que se compran empaquetados, pero a tu gusto, sin pesadas instrucciones, como te da la gana. ¿Que te sale una cama con las patas hacia arriba o un armario con las puertas a los lados? Pues no hay problema. Disfrútalo.

En literatura hace ya tiempo que existen estos juegos. El último acaba de llegar a las librerías en una caja de cartón negra y se titula ‘Composición nº 1’. Es del vanguardista francés Marc Saporta. Dentro de la caja, hay un montón de hojas sin numerar. En cada una se encuentra una pequeña historia, de personajes como Marianne, Dagmar y Helga. El juego consiste en mezclar las hojas como si fueran las cartas de una baraja y ver qué sale. ¿Que no te gusta? Las vuelves a barajar.

No es este el único juego literario que ha inventado la vanguardia. He aquí algunos, desde los dadaístas hasta Twitter.

-Los dadaístas, locos subversivos de principios del siglo XX, recortaban letras de los periódicos, las metían en una bolsa y las iban sacando para formar palabras nuevas. Como el ‘scrabble’, pero disparatado.

– Pocos años más tarde los surrealistas empezaron a jugar al ‘cadáver exquisito’. Cada uno de los participantes tiene que escribir un sujeto, un verbo y un predicado, sin que los otros sepan cuál es. Luego se juntan para formar la frase. “El exquisito cadáver/ beberá/ el burbujeante vino”. Esto fue lo primero que les salió a André Breton y compañía. Por eso el juego se llamaba el cadáver exquisito.

– El escritor Julio Cortázar escribió ‘Rayuela’ en 1963. La novela consta de 155 capítulos, que pueden ser leídos de manera sucesiva, o saltando y alternando capítulos según un plan indicado por el autor. La tercera opción es seguir el orden que uno se invente.

– Variantes del cadáver exquisito hay muchas. Este mismo periódico inició un relato a partir de una frase, que se unió a otras de otros escritores. Y Tim Burton, el cineasta, aplicó la fórmula en Twitter para crear una nueva aventura de su superhéroe Chico Mancha (Stainboy).

‘Composición nº1’ está publicado por la editorial Capitán Swing.

Iñaki Estebán

La esposa diminuta

Quizá fuera por lo arriesgado de la apuesta hecha por la editorial Capitán Swing, tan inclasificable como apasionante. Quizá por las serenas ilustraciones de Tom Percival. Quizá porque últimamente necesito libros que me sorprendan (debo de estar haciéndome mayor). Quizá haya despertado la pasión que sentí (y casi había olvidado) por los relatos de Julio Cortázar.

El caso es que me sigue resultando extraño haberme interesado por un libro con un argumento tan alocado y mágico: un atracador de bancos advierte a las víctimas presentes que no les sucederá nada si cada uno de ellos le entrega, de entre lo que llevan encima, su bien más preciado. Una petición que parece un alivio en un primer momento se convierte en una de las acciones más maléficas que alguien puede realizar, porque con los objetos, el atracador se lleva también parte de sus almas, de sus motivos para vivir y de sus mundos. Poco tiempo después del atraco, los afectados están viviendo en mundos irreales, mágicos donde Jenna despierta convertida en una persona de caramelo, Dawn es perseguida día y noche por el león que tenía tatuado en su pierna, Jennifer debe llevar a la lavandería a Dios (cogió muchas pelusas debajo de su sofá) o Stacey comienza a menguar de un modo aparentemente arbitrario.

Con un estilo narrativo sencillo, casi juguetón o distraído (quién sabe si no hubiera naufragado de haber optado Kaufman por una belleza estilística mayor), esta historia te atrapa, te empuja, te inmoviliza y te presenta un lógico laberinto, una serena locura de la que necesitas angustiosamente ver la salida, pero pides a gritos no salir. Una fabulosa sorpresa.

Javier Moriarty

La esposa diminuta

No puedes negarte a ti mismo. Ni vivir en un letargo permanente equivocando sueños y costumbres. Cayendo viciado a la rutina y el auto-desconocimiento de ti mismo. No es que necesites que un ladrón entre a un banco en el momento preciso en el que tú estás y, en vez de vaciar las cajas fuertes de toda la sede de la entidad de ahorros, decida vaciarte el alma obligando a rellenarla de nuevo y a jugar al mismo juego que te había hecho caer en la planicie vital en la que estabas sumido/a, pero es una opción. Una opción que plantea Andrew Kaufman (no el mítico y transgresor humorista fallecido, sino uno de los liristas mejor valorados desde el comienzo de siglo) en una de las fábulas con moralina más fantásticas, futuribles, sociológicas (¿o antropológicas?) y ficticias que se hayan parido en los últimos años y sin necesidad de recaídas en formato El Principito ni en los ensayos humanistas en formato El Príncipe de Maquiavelo. Medianeras y puentes cruzados.

La esposa diminuta, editado por Capitán Swing Libros casi dos años después de su edición original en los states, narra una acción y una serie de reacciones en formato catastrofista bizarro: un ladrón decide entrar en un banco no para llevarse la pasta gansa de las cajas fuertes sino los elementos más valiosos en la vida de los allí presentes. Una vez sucedido esto y de llevarse diverso tipo de fetiches sentimentales tales como llaves, fotos o calculadoras, la mierda ocurre. Y ocurre a escala individual pero en aplicación global. Una deformación social de la cotidianidad de cada uno de los allí damnificados pero que Kaufman decide centrar en uno de los personajes: Stacey, esposa de David (narrador) y madre de Jasper y que comienza a sufrir, en escala gradual numérica, el empequeñecimiento de su propio ser día tras día. A la búsqueda de soluciones, tortazo en la cara. Al fin y al cabo lo que el escritor pretende no es tanto frivolizar sobre las catástrofes surgidas por arte de magia o la demonización en formato ilusionista de un ladrón-cabronazo que deforma la vida de a quienes hechiza, sino más bien cuestionar nuestro lugar en el mundo, el devenir claustrofóbica, la confusión de nuestros sueños, los amores envueltos, la renuncia del otro al uno, la omisión familiar, la adaptación de caracteres y el equilibrio en dosis únicas del querer y poder en formatos elásticos. Gimnástica pasiva.

Alan Queipo

Año Locus Solus

Capitán Swing recupera la novela fetiche de las vanguardias con una nueva traducción y los comentarios de la pléyade de admiradores de lujo; Breton, Foucault, Ashbery, Deleuze, Robbe-Grillet. La publicación sucede a la exposición monográfica del Museo Reina Sofía, una selección con piezas de Dalí, Duchamp o Max Ernst, todos ellos influidos por el libro.

No recuerdo si fue la cuarta o la quinta generación, pero hubo un grupo de aca­démicos de la patafísíca, la ciencia feliz­mente enfocada en las excepciones y las soluciones imaginarias, que inventó, en los años setenta, una máquina, la Rayuel-O­Matic, para leer la novela de Julio Cortázar. Con ello refrendaban la dimensión espa­cial del libro, que había dejado de perte­necer en exclusiva al ámbito casi siempre displicente de la literatura para sumarse a la categoría de acontecimiento, de cuerpo perceptivo. Resulta que Cortázar era un ad­mirador confeso de Rayrnond Roussel y de Locus Solus, quizá lo más parecido que haya dado nunca la narrativa a una má­quina infinita, con un recorrido tan largo y profundo en las vanguardias como deshilachado en la edición española, donde ha estado décadas sin reeditarse, después de la propuesta de Seix Barral —ay, qué pasó con su verdadera biblioteca—, en 1970.

La influencia del libro de Roussel, pu­blicado por primera vez en 1914, cuartea el siglo de corrientes como si fuera el núcleo de una extraña sociedad secreta. Si Rayuela, por ejemplo, regurgitó la novela y alteró de­cisivamente la sangre de los lectores, es­pecialmente de las jovencitas de buena fa­milia, en esa época mucho más potables que bajo las cursilerías de Amelie, Locus Solus descarrila sobre el conjunto del lenguaje artístico, desde el dadaísmo a los juegos su­rrealistas de Marcel Duchamp o Salvador Dalí. Recientemente el Museo Reina Sofía ha dedicado una muestra a los tentáculos pictóricos de la novela, que inspiró, de ma­nera explícita, a Max Emst, Chirico o Ioseph Comell. En literatura, su estela llega toda­vía más lejos, hasta medirse, al menos cualitativamente, con la pisada de los grandes renovadores. Roussel pudo surgir perfectamente de una costilla revolucio­naria de Cervantes, un sustrato eléctrico sin el que quizá no hubiera germinado el uni­verso de Perec o del nouveau roman, al que legó sus descripciones en movimiento -en el poema La Vue el autor dedica cientos de alejandrinos a la imagen de un cortaplu­mas-o Muchos de estos nombres, a los que se añaden otras referencias mayúscu­las, Robbe-Grillet, Butor, Breton, Deleuze, Foucault, Blanchot o el neoyorquino Iohn Ashbery, que estudió frenéticamente su po­esía, acompañan la magnífica edición de Locus Solus de Capitán Swing; un volumen que amplía y compila el aparato de estudios sobre Roussel, pero que prescinde, quizá para no saturar a la imaginación, de los cro­quis de J ean Ferry que clausuraban la edi­ción antigua.

Locus Solus, actualizada ahora con la tra­ducción de Marcelo Cohen, sigue siendo una novela totémica, a ratos delirante, de una eficacia demoledora en el plano fabulístico. Roussel introduce al lector, a través de la visita de un grupo de amigos, en la mansión de Martial Canterel, donde se multiplican los hallazgos, las atracciones y las bestias. Enanos que viven en cajones, escenas de ejecución que se reproducen continuamente, capillas, gemas mons­truosas y gigantes, máquinas que compo­nen poemas en serie; los números y los in­ventos de Roussel se suceden en la casa, que funciona casi como un vértice de leyendas y posibilidades simultáneas.

El autor, al fin y al cabo, tenía fama de in­ventor. Muchos de los ingenios extremados en la mansión de Canterel fueron fabricados posteriormente. Roussel era un cons­tructor de quimeras, a ser posible metáli­cas, un genio extraordinariamente lúdico, cuyo imaginario excitó a las vanguardias, que vieron en él a un creador cercano no a la narración, sino a la fabulación total. Las posibilidades de Locus Solus, como las de los poemas en bucle de Queneau, son inagotables, cada pieza de la casa contie­ne un nuevo arsenal de motivos literarios, grotescos, monstruosos, metafísicos. Rous­selllegó a decir que su método de escritura, especialmente en el periodo que abarca el jardín de esta novela, se basaba en las po­sibilidad de los retruécanos; el autor aga­rraba varias palabras y retorcía sus posi­bilidades fonéticas y semánticas hasta armar una historia aparentemente azarosa, pero que, en su resultado, tiene muy poco que ver con el ejercicio de laboratorio. En el libro asoma el espectáculo de una ima­ginación portentosa, declinada en bruto, lo que confiere al texto una cadencia de es­tructura laberíntica, extraña y, al mismo tiempo, legible; las puertas de Locus Solus se han vuelto a abrir, con todos sus pro­digios.

Los itinerarios de Roussel

Las novelas de Raymond Roussel son puzz­les gigantescos de imágenes e historias con una extraña lógica carnavalesca. Locus Solus hace un recorrido por el jardín-museo de un excéntrico millonario que, como el propio au­tor en la vida real, colecciona insólitos obje­tos con frenético y psicodélico racionalismo. Escrito tras las Impresiones de África, Locus Solus está presidido por Martial Canterel, un personaje como recién salido de una novela de Julio Verne, de quien Roussel dijo una vez que no se debía pronunciar su nombre «si no se está de rodillas». Canterel, docto científico cuya inmensa riqueza no limita su prolífico ingenio, lleva a un grupo de visitantes a reco­rrer Locus Solus, su apartada finca situada cerca de París. Uno por uno irá presentando, demostrando y exponiendo los descubrimien­tos e invenciones de su fértil y enciclopédica mente. El flujo de su imaginación se convierte en una riada.

LUCAS MARTÍN

Saporta, Marc

Novelista, ensayista y el crítico literario francés de la segunda mitad del siglo XX. Saporta es autor de

Composición nº1

Entre los precursores de los textos no lineales, de la fragmentación del discurso que hoy sirve de paradigma a la literatura hipertextual, se encuentra el novelista francés Marc Saporta

Buscadores de tesoros

Los editores buscan las mejores obras para sus colecciones, tanto en nuevos autores como en novelas publicadas que ya no se encuentran en las librerías o que aún no están traducidas al español. Cuatro editoriales independientes muestran sus últimas joyas.

Para encontrar estos tesoros no hay mapa. Escondidos, olvidados o simplemente ahí, pa­cientes en algún lugar del inmen­so archipiélago de la literatura, miles de libros esperan ser des­cubiertos. Sus buscadores no lle­van GPS y como brújula portan un olfato especial, instruido por el bagaje que deja la lectura, y una mirada crítica y curiosa. Son los editores, el oficio de los cazadores de libros. Las editoriales independientes españolas recu­peran muchos de estos tesoros, tanto novelas nuevas como obras que se habían publicado ya pero no se encuentran en las librerías o que todavía no contaban con edición en español. Algunas de ellas, como Lengua de Trapo, ya muy consolidada; Capitán Swing, con casi tres años de andadura; la navarra Cénlit, con propuestas renovadas; y Automática, llegada al mercado en febrero, dan ‘pis­tas’ sobre el hallazgo de sus joyas literarias.

Las cuatro apuestan por una literatura de calidad, que aporte algo nuevo y que no esté, en nin­gún caso, encorsetada por las modas. Desde ese prisma buscan sus libros. Jorge Lago, uno de los editores de Lengua de Trapo, y Daniel Moreno, editor de Capitán Swing, participaron la semana pasada en el Foro de la librería Auzolan, en Pamplona, donde conversaron sobre su labor. Lago explica que Lengua de Trapo, na­cida en 1995 y que cuenta con co­lecciones de novela y ensayo, par­te de la idea de «dar un hueco a narradores jóvenes o no tan jóve­nes, pero sí primeros narradores en castellano, que no suelen te­nerlo en el mundo editorial». Eso sí, matiza que no se trata de cual­quier autor sino de quienes «es­tán intentando decir algo»: «La buena literatura por la que noso­tros apostamos no habla solo de literatura. Tiene detrás una realidad compartida, que intenta sol­tar y dar algún tipo de sentido».

En esta línea, Moreno, cuya editorial da un papel especial al ensayo, agrega que publican dis­cursos que «se van un poco del ca­non dominante» y sostiene que «la novela al uso plantea muchas preguntas y da pocas respuestas. Hay que encontrar narrativas que intenten plantear cosas. Está bien que interroguemos, pero también dar una propuesta, una alternativa sobre algo».

Por su parte, Darío Ochoa de Chinchetru, director y uno de los tres editores de Automática, tam­bién incide en la necesidad de obras «que aporten ópticas dis­tintas a los discursos comunes y dominantes», por lo que la edito­rial debe «guiarse a sí misma si­guiendo exclusivamente el crite­rio de la buena literatura». Por su parte, Cénlit, que lleva 36 años de recorrido, amplió hace tres su apuesta inicial, dedicada espe­cialmente al material académico y escolar, con publicaciones de li­teratura infantil y juvenil. Unai Pascual, uno de sus dos editores, subraya que quieren «equilibrar la creación de materiales con in­terés y resorte pedagógico alto que, además, tengan la virtud de ser grandes obras desde el punto de vista artístico».

Lectura constante

Con estos planteamientos, los buscadores rastrean sus tesoros, que encuentran a través de dis­tintos caminos. Jorge Lago seña­la que existe un «canal semiinfor­mal» por el que circulan obras a través de autores que sugieren a otros, agentes literarios … Tam­bién cuenta que reciben miles de manuscritos en papel y a través del e-mail que, a pesar de los ine­vitables retrasos, son leídos e informados. Por ejemplo, para el Premio Lengua de Trapo 2011 recibieron 700 novelas. Sobre la re­cepción de obras nuevas, Darío Ochoa recuerda que desde la pri­mera semana de actividad co­menzaron a llegarles manuscri­tos. Durante el primer año, opta­rán por rescatar obras reeditándolas o realizando tra­ducciones, pero a partir del se­gundo sí les gustaría ofrecer tam­bién títulos de nuevos autores.

Otra de las vías que señalan to­das las editoriales es la lectura. «Una constante labor de lectura en francés, inglés, italiano … Bien nosotros, bien lectores que tene­mos fuera para traducir novelas. Hay que estar pendiente de qué sale, seguir la pista a autores, leer revistas … «, detalla el editor de Lengua de Trapo. Para Daniel Moreno, cuya editorial sobre to­do recupera obras para reeditar­las o traducirlas, este canal es cla­ve e indica la importancia de las lecturas previas. Este recorrido también es fundamental para Automática. Sus editores han vi­vido en lugares tan dispares co­mo Emiratos Árabes, China y Reino Unido, donde les cautiva­ron libros que después no encon­traron en España. Eso les impul­só a recuperarlos.

En Cénlit, la búsqueda tam­bién se orienta en dos sentidos. «Nos encargamos de revisar y destacar en algún punto los catá­logos de las editoriales a nivel in­ternacional con más peso y con más tradición en el libro ilustra­do, sobre todo en el mundo fran­cés». Además, destaca la produc­ción propia (alrededor del 70%):

«En Navarra hay un potencial muy grande de ilustradores, di­bujantes y gente que se dedica a la creación plástica», asegura. Ellos buscan trabajar a su lado, haciéndoles partícipes del proce­so de creación del libro.

Nuevas joyas

En los últimos meses, estas cua­tro editoriales, con catálogos muy diversos, han presentado nuevos trabajos, que ya pueden encontrarse en las librerías. Esta misma semana sale a la venta la segunda propuesta de Automáti­ca, La torre herida por el rayo, de Fernando Arrabal. La obra, que obtuvo el Premio Nadal en 1982, narra una final de ajedrez entre dos superdotados que simboli­zan dos corrientes, la más racio­nal y la más artística. Sus dos his­torias se entrelazan y van más allá de la propia partida, enfren­tando sus posturas vitales. La primera novela que publicaron fue Infancia, del ruso Maksim Gorki. En ella, el autor cuenta su vida de niño, marcada por la muerte de su padre y criado por sus abuelos. Una historia en la que, explican, la violencia y la ter­nura se mezclan y destaca el arrojo para superar las dificulta­des.

Desde esta semana también puede adquirirse Alimento para moscas, novela del donostiarra Jon Obeso, ganadora del Premio Lengua de Trapo 2011. La obra, ambientada en Navarra, está protagonizada por un entomólo­go que, a la vez que realiza un es­tudio sobre los nematóceros (mosquito común) reflexiona so­bre las relaciones humanas. Además, mientras desarrolla el estudio, una epidemia ataca a la fauna del valle. A partir de la se­mana que viene, también en Lengua de Trapo, podrá conse­guirse El público, de Bruno Ga­lindo. Relata la historia de un hombre que pertenece a la «bo­hemia residual que aún anhela compaginar un buen trabajo con sus ideales» y se le presenta co­mo un miembro de una genera­ción que se siente «política y culturalmente justificada», al que se le presenta la constante disyun­tiva entre el conformismo o la rebelión.

Con el sello Capitán Swing lle­ga Composicián Nº1, escrita por el francés Marc Saporta en 1962. Es una novela con un formato muy singular, que se presenta en una caja, con las páginas sin encua­dernar ni numerar, para que el lector las barajee. Cada una ate­sora una narración autónoma y mediante ese juego de azar, se de­cide cómo discurrirá la historia. Próximamente, esta editorial pu­blicará Brasil, de Stefan Zweig.

De la mano de Cénlit, que ade­más de literatura infantil y juve­nil, apuesta también por los ma­nuales académicos y ensayo, en­contramos La pequeña Enara. Se trata de una historia para niños de entre 6 y 9 años, escrita por Mikel Mendibil, que narra el via­je de una golondrina llena de in­tuición y curiosidad. Otra de sus últimas publicaciones, realizada en colaboración con la editorial catalana Ttkatuka, es Ordezko lo­re bat amarentzako (Una flor de repuesto para mamá, en su ver­sión en castellano), dirigida para pequeños a partir de 5 años. Es­crita por Rebeka Elizegi e ilustra­da por Miren Iriarte, aborda la relación de un niño con su ma­dre, que sufre cáncer de mama. Una colección de tesoros para to­das las edades ya encontrados por sus buscadores.

LEIRE ESCALADA

Southern, Terry

Escritor y guionista americano, considerado uno de los pioneros y maestros del llamado Nuevo

Scott Fitzgerald, Francis

Narrador estadounidense, considerado el máximo intérprete literario de la llamada “era del jazz”

Bombas fuera

John Steinbeck, el notario del realismo social americano, de la gran depresión, al que se le adjudicara la etiqueta de novelista proletario por su interés en los problemas de las clases obreras desde un punto de vista profundamente socialista, algo impensable en la América profunda de mediados del siglo XX, también habría de dejar para la posteridad este curioso libro a modo de informe sobre las experiencias de las tripulaciones de los bombarderos durante la Segunda Guerra Mundial. Y es que no es posíble obviar la intervención de los intelectuales durante el gran conflicto en la lucha antifascista, ni su contribución a la propaganda dentro de la guerra. y John Steinbeck, como tantos otros, no sería una excepción. Bombas fuera es pues el relato pormenorizado de ‘la historia de un bombardero’, de quienes preparan la misión del mismo, su objetivo más allá del lanzamiento de las bombas y como el propio escritor lo ha dado en llamar la composición del’equipo más formidable del mundo’. Algunos han querido ver en Bombasfuera un relato belicista Simplemente la propia idiosincrasia del momento que le había tocado vivir le hacia merecedor de convertirse en narrador del momento.

José Luis García

 

El poeta incomprendido

Raymond Roussel volcó su imaginación en ‘Locus Solus’, libro que ahora reaparece para recuperar el universo del escritor

El escritor francés Raymond Roussel creó un universo fantástico que le convirtió en inspirador del surrealismo y precursor del arte moderno del siglo XX, aunque su obra no fue reconocida por el público de su tiempo.

«Nací para alcanzar una gloria deslumbrante», pregonaba Raymond Roussel, extravagante escritor francés de la primera mitad del siglo XX, precursor del surrealismo. Aunque hablaba de sí mismo con esa exaltación, fue un autor incomprendido por la mayoría y admirado por un grupo de artistas que le consideraban un descubridor de maravillas o un magnetizador. Esos admiradores fueron los surrealistas, relevantes artistas plásticos como Duchamp, Dalí, Max Ernst, Man Ray o Roberto Matta; filósofos (Michel Foucault) o escritores (Julio Cortázar), a quienes Roussel abrió nuevos horizontes. Este excéntrico personaje inspiró muchas de sus obras, como ha podido comprobarse recientemente en la exposición del museo Reina Sofía de Madrid titulada Locus Solus, igual que el libro ahora reeditado (Ed. Capitán Swing), que nos da pie para reconstruir la peripecia creativa del autor francés.

Rayrnond Roussel (París, 1877- Palermo, 1933) nació en el seno de una adinerada familia de la alta burguesía francesa. Educado en la música y la literatura, Roussel eligió pronto el camino de la poesía y lo hizo, como repetiría siempre, de un modo extremo, ya que se consideraba un ser excepcional destinado a alcanzar las más altas cotas. Así, mientras escribía La doublure, una extensa novela en verso, experimentó, según confesaba, «una sensación de gloria universal de una extraordinaria intensidad». Pero la obra fracasó y solo obtuvo la burla de la sociedad parisina, lo que le llevó a recluirse en su mansión de Neuilly para seguir investigando. De la novela pasó al teatro esperando mejor acogida y así costeó los estrenos de Impresiones de África y L’ etoile au front, que fueron recibidas entre abucheos. Solo sus fieles surrealistas (Breton, Aragon, Éluard, Masson) le aplaudían como locos. Los artistas se reconocían en Roussel al que Louis Aragon llamó «presidente de la república de los sueños» y Cocteau, «el genio en estado puro».

«Me siento seguro … hoy todo es nuevo»

Sin embargo, la desesperación por el rechazo del público le marcó y le llevó a la consulta del psiquiatra. La extraña sensibilidad, fobias o manías del escritor fueron conocidas por el testimonio de Charlotte Dufréne, amiga íntima (o amor platónico) de Roussel. Por ella se sabe que el escritor sufría a la vez fobia a la suciedad y horror a las cosas lavadas. Tenía por norma utilizar una sola vez los cuellos de las camisas; los tra¬jes, abrigos o sombreros quince veces y las corbatas solo tres. Era una obsesión, de modo que cuando estrenaba decía: «Me siento seguro … hoy todo es nuevo». A ello se añadía la necesidad de ordenarlo todo igual que hacía con las palabras, lo que él llamaba reglomanía.

Le angustiaban tantas cosas que a Roussella vida se le hacía imposible. Admiraba a Víctor Hugo yJulio Verne, e incluso imitó a Phileas Fogg en la «vuelta al mundo en 80 días», pero abandonó los viajes nocturnos en tren por temor a la oscuridad y los túneles. Devez en cuando odiaba la comida y se sumergía en ayunos que cortaba atiborrándose de pasteles. Muy llamativo era su temor a recibir ofensas en una conversación, por lo cual hablaba sin parar a su contertulio para que éste no le pudiera responder.

Al margen de la realidad

Pronto Rousselse situó al margen de la realidad, en el centro de su universo literario formado por juegos de palabras y combinaciones fonéticas. Por eso para leer Locus Solus hay que colocarse en la misma longitud de onda que su autor, lo cual no es sencillo. Escrita en 1914, está protagonizada por Martial Canterel, un rico cientifico que invita a unos amigos a recorrer su finca Locus Solus, un lugar fantástico lleno de inventos y artilugios imaginarios -máquinas solteras, un diamante lleno de agua en el que baila una joven, un gato sin pelo o la cabeza conservada de Danton … – extraños objetos que Cantarel enlaza con relatos.

Sin resignarse a un nuevo fracaso con esta novela, Roussella llevó al teatro, pero ni el acom-pañamiento del ballet ni los decorados la salvaron de las carcajadas del público y las malas críticas. El escritor se volcó así en viajes interminables aunque infructuosos ya que su único o bjetivo era crear un mundo ficticio, sin ninguna relación con lo que pasabaasu alrededor. Poco a poco, voluntariamente, abandonó la escritura y la vida. En 1932 se instaló en Palermo junto a Charlotte Dufréne. Allí se suicidó el 1 de julio de 1933. Tenía 56 anos.

Roussel dejó una obra literaria reservada a unos pocos, cuyos secretos y juegos de palabras fueron la semilla de algunas de las corrientes estéticas de la primera mitad del siglo xx. En Locus Solus, que se publica ahora acompañado de textos de Jean Cocteau, Michel Leiris, André Breton o MichelFoucault, entre otros, se reconstruye la trayectoria de este personaje singular que invirtió su fortuna en ali¬mentar una pasión creativa que fue toda su vida.

M’ Jesús Gandariasbeitia

 

Las entrañas malolientes del capitalismo… y el error del socialismo

Una descripción cruel del libre mercado americano de hace un siglo es útil para entender la crisis de hoy. Aunque la demagogia tarda en curarse, hay vicios que siempre tientan.

Supongo que nadie ignora a estas alturas que hay por aquí una crisis económica. No lo ignoran desde luego los escritores y las editoriales, que aportan cada semana ideas nuevas a los escaparates. Sin embargo, antes de elegir soluciones hay que saber qué tipo de crisis tenemos, y cuáles son sus síntomas más peligrosos.

Una valiente novedad en el panorama editorial español. Pueden compartirse más o menos, o nada, las ideas que transmiten los libros de Capitán Swing, pero no puede negarse que recurrir a Ezra Pound ó a Pierpaolo Pasolini como se ha hecho publicitando esta joven editorial, para argumentar los defectos que se quieran ver en el capitalismo y en el libre mercado es valiente, acertado, revelador (y arriesgado para la editorial, dada la cultura general española de 2012). Del mismo modo que el Canto XLV de los Cantos, con lo que hoy estamos viviendo, a nadie dejará indiferente, tampoco la lectura de La Jungla, a un siglo de su publicación, puede separarse de esta crisis.

Aunque en parte de la misma época y entorno época y experiencias, difícilmente se encontrarán dos escritores norteamericanos más diferentes que Upton Sinclair y Ezra Pound. Frente a la especulación y los cambios sociales económicos, Pound insistió en la denuncia, añoró un pasado que no volvería, pasó por el fascismo y buscó siempre una nueva vía de salida no materialista. El autor de La Jungla, en cambio, denunció los defectos del capitalismo –en prosa y no en verso, y con despiadado realismo y no con símbolos- sin por ello renunciar a la idea de progreso y a la identificación de éste con la mejora material. Fue, en definitiva, socialista.

A nadie debe asustar que Sinclair fuese socialista o que se suela adscribir su prosa, y esta novela en especial, al realismo socialista o al naturalismo. No estamos hablando de un pasquín de propaganda política, sino de una gran obra literaria, con todas las particularidades de una novela publicada originalmente por entregas y vinculada a una cierta idea de la sociedad. Hoy en día, ni Sinclair se llamaría a sí mismo socialista ni lo harían sus admiradores ni sus críticos: su denuncia, el sangriento y triste recorrido de Jurgis Rudkos desde Lituania hasta lo más bajo del proletariado industrial de Chicago, no reniega de los elementos básicos del sistema. Es una denuncia del mal funcionamiento, de la corrupción y de los defectos de éste, pero no propone su destrucción sino su reforma. En 2012 Upton Sinclair sería un clásico socialdemócrata, e incluso moderado.

No se nos debe ocultar que aunque muchos de los vicios del capitalismo denunciados en La Jungla han sido en parte o del todo curados, y aunque otros persisten, el capitalismo de 1904 y el de 108 años después se manifiesta de diferente manera. La especulación patológica existía y existe, así como la usura, la falta de certezas y seguridades y el culto casi religioso al Eterno Progreso Material. Pero era una variante del sistema que, a diferencia de la actual, no necesitaba preocuparse del uso ilimitado de unos recursos limitados ni se basaba por entero sobre una riqueza irreal, teórica por entero, desconectada de la verdadera situación material.

Ambientada en los mataderos de Chicago y en los ambientes lumpenproletarios más sórdidos, La Jungla tenía todos los elementos para ser una novela de difícil lectura, una obra de propaganda pura y dura. Sinclair tuvo la habilidad de crear un relato que engancha, que uno no puede abandonar hasta el final y que logra transmitir sus ideas sin imponerlas y sin renunciar a ser auténtica literatura de la que perdura.

Es verdad que La Jungla sirvió de argumento al entonces joven Roosevelt (sobrino) para su campaña hacia la «Pure Food Legislation» federal en 1906, y es cierto que mucha de su denuncia es sanitaria y hasta ecológica. Pero el meollo de La Jungla es la cuestión social, y el debate más espinoso levantado en torno a esta obra sigue aún hoy en día. ¿Son los trabajadores libres sólo si actúan individualmente o necesitan asociarse para defender su libertad ante los más poderosos? ¿Son los sindicatos la solución que nos muestra Sinclair, si son libres, o el mal absoluto que señalan todos los fieles al libre mercado? ¿La libertad de mercado significa la nula intervención estatal, o si se quiere la intervención sólo para garantizar las libertades?

Seguramente un debate entre corporativistas y liberalistas sería hoy un pasatiempo trasnochado. Pues igualmente lo es la eterna discusión entre socialdemócratas y liberales. Es innegable que muchos de los problemas de comienzos del siglo XX fueron solucionados, o al menos parcheadas sus peores consecuencias, con la intervención pública; y es también innegable que hoy estamos ante una crisis y un abismo que difícilmente solucionarán recetas del pasado, ni unas ni otras. Pero es muy bueno que La Jungla nos recuerde que hay riesgos que no han desaparecido, que ciertas tentaciones resurgen siempre y que un mal raramente se soluciona con otro del pasado. Una reedición oportuna y bien hecha de un libro que habría que regalar a esos líderes sindicales que no trabajan, a esos magnates ajenos al bien común de la nación y a esos gobernantes a los que la macroeconomía no deja ver bien la dimensión social.

¿Es el Estado del Bienestar problema o solución de la crisis, y en particular de esta crisis?

Todo cambia con la crisis… todo menos los problemas

Nos habíamos educado creyendo que todo era seguro, y ya no lo es. Al menos lo que parecía serlo se ha hundido, y lo ha hecho estrepitosamente. Desde 1914 en parte, y desde 1945 decididamente en Occidente, con extensión desde 1989 al antiguo Este, los principales nudos de las Revoluciones Industriales parecían resueltos. Estaba claro que el mercado ha de ser libre para que los seres humanos sean prósperos, materialmente, y esta es, o era, la prioridad. Y estaba claro también que el Estado, defensor de esa libertad, había de intervenir pero sólo en los bordes del sistema, garantizando el bienestar. Capitalismo internacional y Estados socialdemócratas habían llegado a un equilibrio. O si se quiere a una sucesión de equilibrios, en la que cambiarían los matices pero no la bipolaridad.

Raúl Eguizábal nos anuncia, sencillamente, que se ha acabado la fiesta. Que de esta crisis no vamos a salir con un poco más de iniciativa privada o un poco más de intervención pública, sino dejando atrás la organización del Estado y del mercado que conocemos y que creíamos duradera. No lo es porque ya casi nada de lo que teníamos es seguro.

El cambio del capitalismo, el capitalismo global, ha implicado un cambio no sólo económico sino, a la vez, político social y cultural. Cuando el ocio es una consola, cuando las relaciones sociales son internet, cuando el bienestar es low cost y la gastronomía un producto global homogeneizado, las soluciones que sirvieron –si sirvieron- hace unas décadas ya son sólo objeto de estudio histórico y, si se quiere, de nostalgia. Nada volverá a ser como fue.

Los hombres y mujeres de la segunda década del siglo XXI han de preguntarse por la identidad de esta nueva comunidad, y por los valores subyacentes a la misma. Los viejos mitos legitimadores del sistema ¿siguen sirviendo hoy? ¿Podemos seguir creyendo en el progreso material como fundamento de la convivencia? ¿Necesitamos otra salida? El libro de Eguizábal es más una pregunta, una larga y variada pregunta que no necesita empezarse a leer por el primer capítulo, una pregunta a la que hemos de dar una respuesta si no queremos que la crisis se convierta en nuestro sistema.

Pascual Tamburri Bariain