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Riane Eisler: “La guerra hizo que la sociedad pasase de la colaboración a la dominación”

Por Ethic  ·  16.06.2021

Conversar con la escritora, abogada, socióloga y activista social Riane Eisler (Viena, 1931) es una lección de vitalidad y esperanza. La estudiosa, que carga a sus espaldas numerosas décadas, tiende a ‘Ethic’ desde Los Ángeles, vía teleconferencia, y se toma todo el tiempo necesario para explicar una falsedad: que la violencia y la dominación masculina sean parte de la naturaleza humana. Eisler no se cansa de repetir que el conflicto entre los sexos no es una cuestión ni biológica, ni divina. Y aunque su discurso se contraste con décadas de estudio, su relato alrededor de –entre otras cosas– el amor, la empatía y la creencia de que otro mundo es posible, sigue resonando con fuerza. La casi nonagenaria responde solícita, pausada y sonriente. De los años, de las guerras, de los conflictos y hasta de su pasado. Eisler, perseguida por los nazis, fue una de esas muchas niñas que tuvieron que abandonar su país natal. Emigró a Cuba, y de ahí saltó a Estados Unidos, donde se formó. Allí escribió en 1987 ‘El cáliz y la espada: Nuestra historia, nuestro futuro’, un ‘best seller’ internacional traducido a 22 idiomas y que no ha parado de reeditarse. Ahora ese volumen actualizado se publica en España. Se titula ‘El cáliz y la espada. De las diosas a los dioses: culturas pre-patriarcales’ , editado por Capitán Swing.


Sus múltiples escritos sobre la evolución humana, premios y reconocimientos en todo el mundo, sus intervenciones ante los grandes foros para decir que hay evidencia científica para afirmar que durante miles de años la humanidad vivió sin relaciones de opresión entre sexos ni clases, en sociedades de cooperación y colaboración pareciesen tener poco eco. ¿Por qué?

Porque nos hemos socializado en un sistema de dominación y bajo un esquema en el que los que tenían el poder escribían la historia. En el libro explico cómo la raíz del problema radica en un sistema social en el que el poder de la espada, el del hombre, el poderoso, se idealiza y oculta otros sistemas de colaboración que estuvieron vigentes durante milenios. Pasamos de un orden social apoyado en el cáliz, años de paz, a uno apoyado en la fuerza, en las sociedades patriarcales, violentas y desiguales. La historia se ha contado y estudiado sólo desde un ángulo. Porque a pesar de que la humanidad está formada por dos mitades, hombres y mujeres, en la mayoría de los estudios el protagonista, y muchas veces, el único actor, ha sido el hombre. Lo que enseñamos como objetividad, un mundo de hombres guerreros y monjes, no es cierto. Faltan historias. ¿Y la de los niños, las niñas y las mujeres? La empatía no se ha sido estudio en la ciencia, por ejemplo. Mi relato seguramente es menos conocido porque va contra el que ha repetido la academia y la historia durante siglos. Hay que considerar también que los sistemas de dominación creados premian mundos artificiales de economías que venden armas y desprecian la capacidad humana, los cuidados, el apoyo, la educación. Tenemos que repetir que la guerra fue un instrumento esencial a la hora de cambiar la sociedad que pasó, en un momento dado, de la colaboración a la dominación. No siempre fue así: hace unos 5.000 años la humanidad cambió y tomó ese giro de vivir en unas comunidades agrícolas y pacíficas a otras violentas.

Por eso, para un posible cambio, el lenguaje, el relato son esenciales.

Sin duda. El lenguaje es fundamental. Tenemos que dejar de lado los relatos que nos dicen que la violencia, la injusticia, la crueldad y la dominación masculina han estado siempre en nuestras sociedades. Esa historia es falsa. En El cáliz y la espada documento evidencias arqueológicas, artísticas y religiosas así como múltiples referencias de estudios que hacen alusión a que hubo una forma de vida armónica y pacífica durante milenios. Hemos aprendido un modelo impuesto, un modelo único de dominación, el de un sistema que nos excluye y en el que se aprenden unos roles de género totalmente rígidos en el que nosotras sólo quedábamos para la reproducción. Basta con repasar la historia, las artes o cualquier ciencia. La mayoría de los estudios sociales han trabajado con una base de datos incompleta y distorsionada. Incluso hoy, la información acerca de las mujeres se relega a un cajón especial denominado muchas veces como ‘estudios de la mujer’. Tenemos historias y lenguajes que nos hacen creer que las cosas siempre han sido así, y eso dificulta mucho el cambio a otro sistema y forma de pensar.

«Hay que pensar en la colaboración, en la empatía y en una educación que también signifique la protección del medio ambiente y la armonía con la naturaleza.

Para cambiar la desigualdad existente habla de conceptos como la ‘gilania’ o el feminismo.

Sí, claro. El feminismo ofrece la visión de un reordenamiento del sistema y contempla la violencia de ese sistema de dominación de unos sobre otros. No se trata de mujeres contra hombres, se trata de mujeres y hombres contra el patriarcado, un sistema al que a mí me gusta más denominar como ‘androcracia’. Contra ese poder del hombre propongo la ‘gilania’, un estado donde ambas partes de la humanidad se liberen de la rigidez de papeles otorgados que permitan niveles más complejos y evolucionados. Hay que ir a por ese equilibrio y ese sistema de colaboración y cuidados. Creo que sólo el feminismo podría convertirse en el núcleo de esa cosmovisión gilánica nueva. Hay que dejar atrás los sistemas productivos establecidos sobre el poder y las conquistas y pensar en la colaboración, en la empatía y en una educación que también signifique la protección del medio ambiente y la armonía con la naturaleza.

En su estudio también comenta el fracaso tanto del capitalismo como del comunismo…

Sí, porque de nuevo reproducen el sistema de dominación. El uno porque es el poder de unos pocos, los poderosos, la androcracia. Y el otro porque aunque promovía la igualdad, no abandonó el principio androcrático de que el poder debe alcanzarse por medio de la violencia. ¿Dónde estaban los cuidados, o los derechos de las mujeres? Los derechos humanos son los derechos de las mujeres. Ninguno valoraba la economía informal no monetizada.


El cáliz y la espada presenta indicios del arte, la arqueología, la religión, las ciencias sociales, la historia y otros campos de investigación para contar una nueva historia de nuestros orígenes culturales y afirmar que el conflicto y la guerra de los sexos no está intrínseco en la naturaleza humana. Basándose en evidencias arqueológicas, antropológicas e históricas, la autora habla de un mundo en que prevaleció el equilibrio y la comunidad antes que el caos y la destrucción. Con más de 500.000 ejemplares vendidos en todo el mundo, el texto imagina una sociedad verdaderamente igualitaria al explorar el legado de las pacíficas culturas adoradoras de diosas de nuestro pasado prehistórico.

«Sabemos que hubo sociedades antiguas organizadas de manera muy diferente a la nuestra, como confirman las numerosas imágenes de la deidad como mujer en el arte antiguo, los mitos e, incluso, los textos históricos, que no hubieran podido explicarse de otro modo. (…) Tiene mucho sentido que las representaciones más antiguas del poder divino con forma humana fueran femeninas en lugar de masculinas. Cuando nuestros ancestros comenzaron a hacerse las eternas preguntas («¿de dónde venimos antes de nacer?», «¿dónde vamos después de morir?»), debieron de darse cuenta de que la vida surge del cuerpo de una mujer. Les resultaría muy natural imaginar el universo como una madre que todo lo da, de cuyo vientre toda vida emerge y a la que, como los ciclos de la vegetación, regresa tras la muerte para renacer de nuevo. Tiene sentido igualmente que las sociedades con esta imagen de los poderes que gobiernan el universo tuvieran una estructura social muy diferente de la de aquellas sociedades que adoraban a un padre divino que blandía un rayo y/o una espada. (…). Lo que no tiene sentido es llegar a la conclusión de que, en las sociedades en las que los hombres no dominaban a las mujeres, las mujeres dominaban a los hombres». – Riane Eisler.

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