Andreas Malm (Fässberg, Suecia, 1977) ya no es a estas alturas ningún desconocido. Las obras de Malm, profesor de ecología humana en la Universidad de Lund y miembro del consejo editorial de la revista Historical Materialism, han sido traducidas a varios idiomas. El año pasado aparecieron Qui apagarà aquest incendi? Història i perspectives davant l’emergència climàtica (Tigre de Paper) y El murciélago y el capital: coronavirus, cambio climático y guerra social (Errata Naturae). Investigador sobre la emergencia climática, escritor y periodista, estuvo en Barcelona la semana pasada para presentar Capital fósil (Capitán Swing).
De Malm dijo Naomi Klein que es “uno de los pensadores más originales” sobre el cambio climático. El Quinze habló con Malm de su último libro y de las relaciones entre ecologismo y socialismo.
En ‘Capital fósil’ emplea el término de “economía fósil”. ¿A qué se refiere?
“Economía fósil” es el tipo de economía que hemos tenido en los últimos dos siglos. Es una economía de crecimiento autosostenido basado en la extracción y el consumo de energía fósil, lo que permite el crecimiento económico, pero también produce la emisión de CO2. El motivo por el que la llamo “economía fósil” y no “capitalismo fósil” es porque puede incluir a los Estados estalinistas, la Unión Soviética y sus Estados satélite.PUBLICIDAD
En el libro reconstruye con detalle la historia de esta economía. ¿Hasta qué punto se encuentra detrás de los problemas actuales?
El cambio climático es un problema histórico. Su impacto es el resultado de todo el CO2 que se ha acumulado en la atmósfera. Antes de la revolución industrial había 280 partes por millón (ppm) de CO2 en la atmósfera y ahora nos acercamos a las 420 ppm. Esto es el resultado de una acumulación en el tiempo. Esto no significa que una gran parte del CO2 proceda específicamente de mediados y finales del siglo XIX, de hecho, probablemente se trate de una pequeña parte. La mitad de esas emisiones se han realizado desde mediados de los noventa. Pero fue a mediados del siglo XIX cuando los combustibles fósiles se convirtieron en la base del crecimiento. Eso puso en marcha el mecanismo que ha ido continuando año tras año, década tras década.
¿Qué papel desempeña el movimiento obrero en esta historia?
Tuvo un papel complejo. El intento de los capitalistas por mecanizar y automatizar la producción industrial en la industria británica, empleando los combustibles fósiles para ello, fue, en buena medida, una respuesta al movimiento obrero organizado. Existe una historia fascinante de protestas obreras contra este complejo tecnológico. Los luditas son los más famosos. Pero sigue existiendo un universo de protesta y resistencia, prácticamente desconocido, de varios grupos obreros organizados contra la introducción de esas máquinas.
En ocasiones resulta imposible no ver paralelismos con la actualidad, como cuando describe los intentos de la burguesía inglesa por minimizar el problema de la contaminación en Manchester, alegando que no se habían demostrado efectos negativos sobre la salud. ¿Existen otros paralelismos?
Hay muchos paralelismos, pero también algunas diferencias. Por supuesto, el Manchester de este período y otras ciudades industriales de Reino Unido pueden verse como un microcosmos de lo que hoy experimentamos a una macroescala: los niveles de polución y desigualdad social o los problemas de salud y sanitarios. Desde entonces se ha magnificado. Hoy puede estudiarse en China o India, pero a una escala mucho mayor.
Afirma que el capital es cuantitativo por su propia naturaleza y que no admite un punto final. ¿La única solución es el cambio de sistema?
Sí.
Esa es la respuesta corta, imagino.
Bueno, esa crítica del capitalismo es algo que yo apoyo. Pero no implica necesariamente que cualquier tipo de progreso en la cuestión medioambiental presuponga la abolición completa del capitalismo. No es como me gusta presentarlo. Termina pasando del modo de producción capitalista a algo diferente, pero comienza con la reducción de las energías fósiles y las industrias basadas en ella.
Recientemente hay quien ha pedido a los países africanos que no empleen energías fósiles para su desarrollo, lo que choca con la voluntad de sus gobiernos de proporcionar a sus ciudadanos un mayor nivel de bienestar.
“Se ha quemado tanto combustible fósil, que todo el mundo tiene que poner fin a su uso”
Obviamente, EEUU tendría que limpiar su propio patio trasero antes de decirle a otros países qué hacer. A China, por supuesto, no le falta razón cuando dice: “¿Por qué nos acusáis de las emisiones que proceden de vuestras fábricas, que han sido deslocalizadas a China?”. El problema actual es que hay tanta contaminación en la atmósfera, se ha quemado tanto combustible fósil, que todo el mundo tiene que poner fin a su uso. Eso también vale para el Sur de África, no porque haya contribuido al problema, porque no lo han hecho de ningún modo, sino porque los países ricos han quemado tanto que el medio ambiente ya no puede aceptar más si no queremos tener una desestabilización total del planeta.
Afortunadamente, eso no significa que no pueda haber desarrollo en el Sur global. En el África subsahariana, la India rural, América Latina o el Sureste de Asia lo que necesitan no son combustibles fósiles per se, sino energía. Hoy puede obtenerse la electricidad más barata de la historia con energía solar y eólica. Las energías renovables no son un obstáculo al desarrollo, son un obstáculo para las compañías energéticas que obtienen beneficios de la producción de combustibles fósiles.
La mayoría de los gobiernos europeos ha aprobado en los últimos meses medidas para la transición ecológica. A usted se le considera uno de los principales críticos, desde la izquierda, del llamado New Green Deal y el European Green Deal. ¿Por qué?
En el caso del New Green Deal impulsado por Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez en realidad estoy a favor. Formo parte de ese proyecto. Obviamente, puede decirse que no es lo suficientemente ambicioso, pero nos encontramos en una situación en la que hay que poner las cosas en marcha. La mayor virtud del New Green Deal es que vincula la transición ecológica con los intereses de los trabajadores. Tal y como lo propone la izquierda del Partido Demócrata y otros sectores de la izquierda estadounidense, se trata de un programa que buscar ir a las raíces de la crisis: disminuir el uso de energías fósiles al mismo tiempo que se redistribuye y desplaza el poder del capital al trabajo.
En cuanto al Green Deal de la Comisión Europea, ésa es otra cuestión. Lo conozco sólo parcialmente. Pero no veo signos de una transición real en Europa. Hay pequeños ejemplos aquí y allá. Pero no veo una reducción anual del 5-10% de CO2 en Europa hasta que lleguemos a cero al mismo tiempo que una inversión masiva en soluciones tecnológicas alternativas.”Las energías renovables no son un obstáculo al desarrollo, sino a los beneficios de las compañías energéticas”
Ha criticado en varias ocasiones el énfasis en la responsabilidad individual, la reducción del ecologismo a una opción de consumo más. ¿Cómo ha ocurrido esta transformación?
Tiene que ver con la ideología del neoliberalismo, la idea de que puede ejercerse algún tipo de influencia como consumidor. Lo que significa que quien tiene más dinero va a tener una mayor influencia que quien no lo tiene. Una política basada en opciones de consumo es antidemocrática en sí misma, porque presupone una forma de voto en la que la gente con poco dinero tiene, por definición, menos capacidad para decidir. Por ese motivo resulta tan atractiva para el neoliberalismo: es algo que puede venderse como producto de consumo.
Una cuestión central en este debate son las inversiones, que determinan si las energías fósiles –petróleo, carbón y gas– se expanden o no en relación a las energías renovables. Y las decisiones de inversión no las realizan los consumidores. Las hacen los inversores, los propietarios de las empresas. Las compañías petrolíferas o gasísticas tienen sus propios consejos directivos, que responden ante sus accionistas y que toman decisiones de inversión que no tienen ningún tipo de control público. Como consumidor no tengo ninguna capacidad de influir en esas decisiones. Debería ser una solución política, no pedir a la gente que tome decisiones a título individual.
Para eso tenemos ya a Al Gore, imagino.
Exacto. No ha funcionado muy bien. El problema con Bill Gates, por poner otro ejemplo, es que produce la impresión de que la gente más rica del planeta tiene un plan para evitar el caos climático. Y eso envía una suerte de mensaje calmante, tranquilizador: “Estamos al mando, tenemos un manual para resolver esto”.
En cualquier caso, ¿cómo se ha llegado a esta situación? El ecologismo en los setenta era una idea radical.
Había una situación política completamente diferente a la actual. Si la cuestión medioambiental hubiese explotado en los años setenta, la situación actual sería hoy muy diferente. En los setenta aún existía cierta confianza en la capacidad de influir en la sociedad y cambiarla. Había una práctica revolucionaria viva en Europa.
Un comentarista alemán, Peter Nowak, ha calificado a Los Verdes alemanes del partido “de la nueva fase de acumulación”. ¿Se ha convertido el ecologismo en una ideología que justifique un nuevo proceso de acumulación por desposesión y nuevas políticas de austeridad?
Alguien ha descrito a Los Verdes alemanes en la revista Jacobin como “neoliberales con bicicleta”. Es una descripción bastante adecuada. Además de tener políticas sociales insuficientes, en cuestiones medioambientales carecen de políticas lo radicalmente necesarias. Ha habido tensiones con sectores del movimiento ecologista. Los Verdes gobiernan en Baden-Württenberg, donde apoyaron la expansión de una autovía para la que hubo que talar un bosque, y son próximos a la industria automovilística. Si Los Verdes llegan al gobierno este otoño habrá una gran desilusión del movimiento ecologista y los votantes. Algo parecido ha ocurrido en Suecia. Los partidos verdes en Europa tienden a ser liberales, no anticapitalistas.
Lo que ocurra en Alemania es importante. Es el motor económico de Europa, pero también se trata del país con mayores emisiones. Si tiene que haber una transición de las energías fósiles a las renovables, Alemania será clave. No se trata sólo del carbón de lignito, sino de la industria automovilística, que es la columna vertebral de la economía industrial alemana, que tiene que transformarse a fondo.
Lo que nos lleva al coche eléctrico, del que sin embargo sabemos que no es tan ecológico: para su producción es necesario invertir grandes cantidades de energía y no deja de ser un vehículo de transporte individual.
No soy un experto en coches eléctricos. Mi impresión es que puede sustituirse una pequeña parte de la flota automovilística actual con coches eléctricos, pero cambiar toda la flota a coches eléctricos generará enormes problemas ecológicos y aún quedaría por resolver la emisión de CO2 por la producción misma de los coches. La transición en el sector del transporte, y diría que hay bastante consenso al respecto, no es sólo pasar de motores de combustión a eléctricos, sino en cambiar los modos de transporte para reducir el tráfico, incrementando el transporte público y, en las ciudades, con la bicicleta y las vías peatonales. Eso quiere decir que tenemos que replantear las ciudades y la relación entre el puesto de trabajo, los hogares y los mercados de alimentos. En Francia, el país del que acabo de llegar ha sido una cuestión central en torno al movimiento de los chalecos amarillos’ ya que, debido a la manera en que han evolucionado las ciudades francesas, los trabajadores tienden a vivir en los suburbios y han de desplazarse hasta la ciudad, sin más opción que el coche.
Hemos visto estos últimos años reacciones en forma de protesta, como los chalecos amarillos en Francia, e incluso la defensa, desde algunos sectores de la izquierda que se hacen llamar “aceleracionistas'”del productivismo de posguerra, la expansión de las capacidades industriales y hasta de las centrales nucleares…
“No podemos centrarnos en combatir los síntomas de la crisis ecológica, hemos de ir a la raíz del problema”
La revolución rusa puso en marcha iniciativas en muchos frentes, incluyendo el ecológico. De hecho, formo parte de un proyecto que traducirá al inglés textos soviéticos, la mayoría por primera vez, de los años veinte y treinta sobre ecología. El volumen se titulará October ecologists [Los ecologistas de Octubre]. En él descubrimos esfuerzos verdaderamente pioneros en conservación medioambiental, reforestación, reconstrucción ecológica, ciencias del medio ambiente… con debates sorprendentes, como si debiera mantenerse la industria petrolífera o si ésta era una fuente de energía capitalista y había que aprovechar la energía solar.
Podemos debatir el historial ecológico de los primeros bolcheviques. Es una cuestión compleja. Hay paralelismos entre la situación de entonces, de guerra, y la actual. A comienzos de la pandemia vimos una retórica bélica, de guerra contra el virus. También podemos ver similitudes con la Primera Guerra Mundial como la catástrofe que puso en marcha el siglo XX. Hoy nos encontramos ante una situación en la que un desastre ecológico precede al siguiente, y una pandemia tras la cual puede haber otras pandemias. Cada vez que hay un desastre ecológico, la tarea estratégica para la izquierda y para el movimiento ecologista y sus aliados es ese paso leninista de transformar esos mismos desastres en una crisis para sus responsables. No podemos centrarnos en combatir solamente los síntomas. Hemos de ir a la raíz del problema.
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