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Los abusos de algunos clichés

Resulta arriesgado recomendar en 300 palabras alguna pieza de la obra de Virginia Woolf (Londres 1882-Sussex 1941); de Fin de viaje a Los años, pasando por el Orlando, el agua que inunda a su trabajo narrativo es compleja. Enfrentarse a él supone adentrarse en un océano de tribulaciones.

A 60 años de su muerte, la aparición de la antología La muerte de la polilla es la afortunada coincidencia que permite navegar el cosmos literario de la escritora inglesa sin agitaciones ni contratiempos.

Una veintena de trabajos –entre ensayos, artículos periodísticos y un cuento escritos entre 1921 y 1942– componen la presente selección, que muestra esa otra cara de la personalidad de Virginia Woolf, enrarecida por sus propios padecimientos mentales, sí, pero principalmente por las leyendas negras a su alrededor; todas encarnadas en la novela Las horas, cuya adaptación al cine significó su encasillamiento popular en la depresión perpetua.

«Cuando nos asalta el deseo de pasearnos por las calles –escribe en uno de los ensayos–, el lápiz sirve de pretexto, y al levantarnos decimos: –sin falta debo comprarme un lápiz–, como si al abrigo de esta excusa nos pudiéramos permitir con tranquilidad el mayor placer que nos ofrece la vida urbana en invierno: pasearse por las calles de Londres».

La versión de Cunningham en Las horas no coincide con éste ni con ningún otro guiño contenido en los relatos aquí reunidos. Woolf no era una festiva e hilarante mujer, por supuesto; pero tampoco era un despojo humano sin otro oficio que llorar.

Por eso, vale afirmar sin duda y con el profesor Harold Bloom, que se trata de la persona de las letras más completa de la Inglaterra del siglo XX. Haga la prueba con este libro, no se arrepentirá.

La inteligencia alemana

En términos de geopolítica, ya nadie recuerda cuando un país europeo (Rusia no cuenta para estos menesteres) ostentaba el trono de gran potencia. Por suerte la Historia está ahí para recordar que en sucesivas etapas España, Francia, Reino Unido y Alemania han dominado con su poderío económico, político y cultural. Es probable que entre los Estados Unidos, China y la India tal cosa no vuelva a suceder en mucho tiempo.

El dominio alemán fue el más efímero, el menos claro (compartían los germanos poder con el Imperio Británico) y también el que peor huella ha dejado. El relato histórico ha creado una solución de continuidad entre la consolidación de Alemania tras la guerra franco-prusiana de 1871 y la progresiva creación de una mentalidad de señores que concluyó en las teorías raciales y políticas de los acólitos de Hitler con el resultado que todos conocemos. De nada sirve que conocidos cosmopolitas como Stefan Zweig hayan hablado de la “Edad de la Seguridad” para referirse a la época anterior a la Primera Guerra Mundial o que la Constitución de Weimar sea aún a día de hoy modelo para toda Constitución democrática que se precie, por encima incluso de la archicitada Constitución americana.

Una parte de la mala fama alemana se debe, como ya hemos dicho, a circunstancias históricas. Pero estas circunstancias no suponen ni suponían en su momento una impugnación completa del pensamiento germánico. Esa protesta fundamentada llegó de la mano de Hugo Ball en su “Crítica de la inteligencia alemana”, obra publicada en 1919 y que ahora reedita la siempre cuidadosa editorial Capitán Swing, de la que ya hemos hablado en alguna ocasión por su capacidad para escoger para publicar buenos libros.

Hugo Ball es un personaje que seguro atrae la atención de mi compañero de fatigas críticas Jaureguizar. No en vano, fue uno de los fundadores del “Cabaret Voltaire”, y si se buscan imágenes suyas en el omnisciente Google lo veremos con un atuendo a medio camino del una persona estrafalaria y el hombre de hojalata del Mago de Oz, ofreciendo un recital de los primeros poemas dadaístas. No duró demasiado al lado de Tristan Tzara y se dedicó a otros menesteres, como el de criticar la cultura alemana o describir el cristianismo bizantino. Su temprana muerte, con solo cuarenta y un años, impidió que llegase a ver cuán profético resultaba aquel libro escrito tras el trauma de la Gran Guerra.

De todo lo dicho podrían deducirse varias cosas. Por ejemplo, que Ball era un antialemán. Falso, y su admiración por Thomas Münzer así lo demuestra. Si no era proalemán, quizás fuese favorable al “lobby judío”, muy poderoso entre la intelectualidad. Falso también, Marx y Lasalle reciben una buena cantidad de golpes dialécticos sobre todo por su vinculación con Hegel y su idealismo, que ni con su ideario socioeconómico se puede compensar. ¿Protestante o cristiano? Pues ni una cosa ni otra. Si Lutero es el Anticristo por su defensa de los privilegios de los nobles en las revueltas campesinas y por su “entrega al despotismo”, la Iglesia católica no puede ofrecer mucho más cuando el mismo Jesucristo se contradice afirmando que “mi reino no es de este mundo” y que “sobre [Pedro] edificaré mi Iglesia”. En resumen, un francotirador. Lutero, Hegel, Bismarck son poderes de las tinieblas. Schopenhauer se yergue como el detentador de la única filosofía posible, la del pesimismo y la búsqueda de la verdadera paz interior.

“Crítica de la inteligencia alemana” es uno de esos libros poco conocidos pero con una enorme huella. Gracias a él podemos explicar las bases seculares de cierta corriente política por fortuna sumergida ya. Es un libro que creó y crea imágenes. Y en nuestro mundo actual, la imagen, de una u otra manera, ofrecida por un televisor o construida por un libro, manda. Eso sí, el sábado es día del Libro: por una vez, huyan de la imagen y refúgiense en la página escrita.

¿Puede sobrevivir el capitalismo?

En este profético libro, el autor —que junto con Keynes está considerado el más influyente economista del siglo XX— aproxima al lector al concepto de destrucción creativa. Schumpeter describe el proceso de innovación que tiene lugar en las economías de libre mercado, en las que los nuevos productos destruyen viejas empresas y modelos de negocio, algunos necesarios, desgraciadamente. Para Schumpeter, las innovaciones de los emprendedores son —junto al trabajo— la fuerza que hay detrás de un crecimiento económico sostenido a largo plazo, pese a que en ocasiones puedan destruir en el camino el valor de compañías bien establecidas.

La de este libro es una notable aportación a las ciencias económicas y sociales. Sus conclusiones no dejan de sorprender, tanto a progresistas como a conservadores, pues el autor llega a aventurar —o predecir, según las «gafas ideológicas» que use el lector— que el capitalismo desaparecerá, pero no tanto por la inefi ciencia del sistema —que es evidente—, sino por razones sociales ligadas a sus éxitos económicos, pues acabarán provocando la deserción de los intelectuales, precisarán una creciente intervención estatal para evitar barbaridades y amenazarán la supervivencia del empresario innovador.

Llegan los bárbaros

Del mismo modo que la experiencia de los campos de exterminio transformó a un químico de Turín —Primo Levy— en escritor y relator universal del Mal llegado a extremos inimaginables, la Primera Guerra Mundial cambiaría vidas y rumbos. Aquel trauma les haría tomar conciencia a muchos jóvenes, antaño entregados a frenéticos y novedosos gestos de vanguardia, de que lo que se necesitaba ahora eran gestos de denuncia y protesta.

Ese sería el caso del poeta y dramaturgo Hugo Ball (1886-1927). Abandonando su interés por las experiencias culturales de su época, elaboró en 1919 un iracundo e insólito panfleto titulado Critica de la inteligencia alemana. En él lanzaba durísimas acusaciones contra «1os siniestros poderes» doctrinarios, despóticos y «anticristianos» que, como el Estado militarista-nihilista alemán, llevaron a la primera conflagración mundial de la Historia. Aquel Estado, como decía Hugo Ball en su brillante estudio acusatorio —«uno de los documentos más estimulantes y peculiares del anarquismo religioso», en palabras de Hermann Hesse—, se había arrogado la potestad de «pisotear los derechos y la neutralidad de los pueblos. Declarando la guerra y arrebatando territorios a las demás naciones».

Genios alemanes

En su dura e implacable requisitoria, donde dio muestras de un profundo conocimiento de la Historia de las ideas europeas, de su filosofía y movimientos religiosos, también repasaba 1a trayectoria de los diversos genios alemanes que iluminaron, proyectaron grandes sombras o condujeron directamente a la degeneración del espíritu y las costumbres de la Nueva Alemania. Una Alemania, Estado «fantasma y fetiche a la vez», que aunaba las fuerzas de «un gran pueblo trabajador y de sus aliados asesinos». Ese Estado había sabido «absorber o inutilizar todo esfuerzo opositor», abocado al «placer de la destrucción» (como lo denominó Bakunin), a la falta de libertad («una de las peores tradiciones alemanas es la de renuncia a la libertad»), a unas ansias de dominio sin límites y, por fin, al conflicto armado.

Dadaísta y fundador en 1916 del mítico Cabaret Voltaire en Zúrich, Ball se convirtió no solo en un personaje legendario, de actuaciones y puestas en escena estrafalarias, sumamente atractivo a la hora de entender el momento único que vivieron las vanguardias artísticas de comienzos del siglo XX, sino en un iluminado y en muchas ocasiones, visionario artífice de audaces y exactos diagnósticos de1 comienzo de la barbarie que iba a asolar Europa. «¿Qué es la barbarie sino la incapacidad para sufrir y tener conmiseración de los demás? ¿Qué es lo satánico sino la voluntad de multiplicar el tormento en lugar de eliminarlo?», se pregunta Ball en su libro.

Trincheras y barro

Original mezcla de artista y provocador, de socialista sui generis y de místico del catolicismo, ferozmente opuesto al protestantismo de Lutero —según él, uno de los villanos supremos del pensamiento alemán, junto a Hegel y Bismarck, a los que tampoco les andaban a la zaga Kant, Nietzsche o Marx—, Hugo Ball, autor de una magnífica biografía dedicada a Hermann Hesse (Acantilado), dio voz teórica, espiritual y moral a aquel fin del «mundo de la serenidad» del que hablaba Zweig en sus memorias. Un fin del mundo que no era otro que el de la llegada de la Guerra del 14. Las nuevas máquinas de destrucción, así como el pagano endiosamiento otorgado a un poder teológico sin precedentes, correría diabólicamente paralelo a la deshumanización ya la indiferencia total hacia lo humano vivida en los campos de batalla por los cientos de miles de soldados sin rostro que fueron sacrificados.

Tiene razón Germán Cano en su excelente prólogo al libro de Ball cuando afirma que, de ahora en adelante, el único rostro heroico reconocible de esa nueva y hasta entonces desconocida guerra de las trincheras y el barro será, el rostro fantasmal escondido tras una máscara de gas.

Muerte y vida de las grandes ciudades

Cincuenta años después de su publicación, Muerte y vida de las grandes ciudades es, según el New York Times, «probablemente el libro más influyente en la historia de la planificación urbana». Jane Jacobs, columnista y crítica de arquitectura de principios de los años sesenta,

Jacobs, Jane

Divulgadora científica, teórica del urbanismo y activista político-social, su obra más influyente fue Muerte y vida

Savia nueva para el libro de siempre

Responsables de pequeños sellos explican sus rutinas y estrategias
Nada de ‘e-book’ y una apuesta clara por ediciones muy cuidadas
Unos 30.000 euros sirven para poner en marcha una pequeña editorial

No es tan romántico como parece. Es cierto que trabajan sin horarios prefijados -pero no cuentan las horas que trabajan- y que la mayor parte de su trabajo es leer -muchas veces en diagonal para ganar tiempo-, pero tras la figura de un editor de libros se esconden las matemáticas de las devoluciones y los secretos del marketing. Sobre todo cuando uno trabaja en un sello pequeño y le toca convertirse en ‘hombre orquesta’ del negocio editorial.

Jan Martí (Blackie Books), Daniel Moreno (Capitan Swing) y Ana Pareja, de Alpha Decay, -todos menores de 35 años- ya viven del libro de papel. El de siempre, pero diferente: con ediciones más cuidadas, afirman. Son negocios pasionales, eso sí, que pusieron en marcha con inversiones a partir de 30.000 euros y que, de momento, les da para pagarse el alquiler de sus casas y oficinas y para seguir publicando.

«No monté una editorial para perder dinero. Al revés, a nivel de economía creía que podía funcionar y tenía bastantes ideas para cambiar algunas sinergías de lo que suele ser el mundo editorial. En momentos de crisis hay que inventarse algo», afirma Martí (Barcelona, 1982). Aprendió el oficio en una de las grandes, «viendo cosas que se hacen automáticamente, con obsesión por la novedad y una cantidad desmesurada de libros publicados con tal de ocupar espacio en librerías». Sentía, dice, que «funcionan como máquinas, como pasa con otros productos de consumo».

De ahí que su primer objetivo sea minimizar gastos. «Tratamos de ser muy avispados en todo lo relativo al ahorro. Hay muchas fórmulas para gastar menos y rentabilizar cada inversión. Los adelantos de nuestra editorial no son muy altos pero en contraposición trabajamos mucho la prensa y damos mucha proyección a nuestros autores. Una cosa por la otra. Los autores están contentos y nosotros, también», comenta Pareja (Castellón, 1979), que define su sello, fundado por Enric Cucurella, como una mezcla de «esplendor y ‘do it yourself’ [hazlo tú mismo]».

De los tres, Moreno (Madrid, 1981) ha sido el último en incorporarse al negocio. Empezó en enero de 2009 y él es, casi literalmente, todo Capitan Swing, editorial especializada en ensayos y que fundó tras fracasar un intento de crear un servicio de publicaciones para la Universidad Complutense. «Externalizo correcciones y traducciones, pero casi todo el peso lo llevo yo, y eso hace que una empresa así pueda ser viable. Los gastos son mínimos porque trabajo en casa. Las horas no se cuentan», explica.

«Podemos vivir modestamente de esto y eso es un gran triunfo», afirma la editora de Alpha Decay. «La temible crisis ha coincidido en nuestro caso con una extraña bonanza y la editorial empieza a rodar y a afianzarse», comenta Pareja, que tiene un lector electrónico, un Kindle, para leer manuscritos y libros susceptibles de ser publicados. «Tener un lector electrónico me facilita muchísimo las cosas en el día a día, pero la verdad es que sigo sin leer libros digitales por placer. Todos nuestros libros están listos para ser digitalizados cuando llegue el momento, pero todavía no hemos hecho nada en esa dirección», agrega.

Relevo generacional

«Creo que sí que existe algo parecido a un nuevo sentir editorial desde el nacimiento de tantas editoriales pequeñas. No creo que veamos las cosas de un modo tan distinto a como las veían los editores de la generación previa al ‘boom’ de las independientes. Y supongo que con los años todos evolucionaremos de un modo similar. No hay tantas maneras distintas de hacer este trabajo», opina Pareja.

«Las cosas han cambiado. Antes si eras editor, de daba como un estatus simbólico, como de aristocracia cultural. Ahora es un trabajo muy llano. Antes era más de gente con pasta y hoy puedes empezar con tres duros», opina Moreno, que montó Capitan Swing, especializada en ensayo, con poco más de 30.000 euros. Suele sacar tiradas de unos 1.500 ejemplares -procura que algunos llegan a tiendas de países latinoamericanos- y del que más ha vendido es uno sobre la serie de televisión ‘Mad Men’, del que lleva vendidos ya más de 5.000.

¿Qué les dicen los veteranos? Habla Pareja: «Admiro a Jorge Herralde y a Claudio López, de Lamadrid. He aprendido mucho de Julián Rodríguez, que es para mí el modelo de editor perfecto. Siempre atento a todo, lector voraz, inquieto y muy hábil llevando su sello. Ignacio Echevarría me aconsejó que profundizara más en la búsqueda de jóvenes talentos en lengua castellana, y le he hecho caso. También nos amonesta y nos dice siempre que nos dejemos de tanta promoción y tanto Facebook y que leamos más. Eso nos da mucha risa y no le hacemos demasiado caso».

El libro como objeto ‘bonito’

En sus recetas, a la hora de editar un libro no sólo es importante el contenido del libro, sino su presentación formal. Blackie Books ha conseguido marcar un estilo propio, reconocible a primera vista, con vistosas ediciones (tapa dura, diseño de portadas y fajas, material extra del autor…) para llevar al lector libros que parezcan hechos con amor. «En nuestra colección caben libros de hace siglos o novedades. Queríamos que cada libro pudiera ser también un objeto bonito», explica Martí, contentísimo de poder haber rescatado y vestir en un envoltorio más moderno «a libros que sonaban a rancio, quizás, y que a nosotros nos parecían modernísimos, como Jardiel Poncela».

El más vendido de la editorial es ‘Los Simpsons y la Filosofía’ y también ha funcionado muy bien con el ‘boca-oreja’ ‘Cosas que los nietos deberían saber’, del músico estadounidense Mark Oliver Everett (Eels). «Este es quizás el libro que me impulsó a dar el paso de crear la editorial. Sabía que tenía que publicarlo como fuera y fue nuestro tercer libro», apunta. Los 50.000 euros que puso para fundar la editorial los recuperó en pocos meses y alguno de sus títulos, que tienen una tirada media de 3.500 ejemplares, ha llegado a vender 20.000 unidades.

Los tres coinciden en que la experiencia importa a la hora de lanzarse a crear e intentar vender libros. «Necesitas saber cómo funciona lo económico. Hay costas técnicas nada románticas del mundo de la edición, como el tema de las devoluciones, los porcentajes de distribución…. Se trata de sobrevivir para pagarse el alquiler del piso y poder hacer nuevos libros más arriesgados «, señala Martí, formado en Filosofía y que también tiene un grupo de música, Mendetz. «Hay que pensar en el marketing, en cómo vas a explicar tu libro y en cómo lo verán desde fuera», añade. Acaban de sacar el primer autor de la casa, Miguel Noguera. «Nos gustaba su blog y le pedimos un libro. Hicimos una locura de vídeo con Venga Monjas, hicimos una faja que se convierte en póster, una ‘mini-gira’ de presentaciones», explica sobre su método de trabajo.

La crisis del libro y los miedos por la ‘amenaza’ del ‘ebook’ no van con ellos y, hoy por hoy, aspiran a mantenerse como editores de por vida. «Sigo pensando que no existe ninguna amenaza [para el libro de papel] y que podremos seguir trabajando bien con los dos formatos. Sólo habrá que adaptarse», afirma Pareja. En Alpha Decay, la tirada media es de unos 1.500 libros, aunque la novedad de marzo, ‘Richard Yates’, de Tao Lin, es la apuesta fuerte del semestre y ha salido con 3.000. De momento, sus obras más vendidas son ‘Las teorías salvajes’ (de Pola Oloixarac), que va por la quinta edición, seguida muy de cerca por ‘Cuentos completos’, de Saki. «Siempre nos llevamos trabajo a casa. Y siempre estamos pensando en los libros. Leemos en diagonal continuamente, pero en algo somos bastante vieja escuela: Nos dormimos leyendo, con mayor rapidez si el libro es aburrido», comenta Pareja.

Un claro aliado para promover sus libros lo tienen en las redes sociales que les permite dar a conocer probablemente a lectores que ya les conocen sus novedades y tener un ‘feedback’ con posibles clientes, destacan desde Blackie Books. «Incluso hemos corregido libros con la colaboración de otras personas porque no había tiempo de pagar un corrector», explica el editor y músico barcelonés.

Los tres afirman que publican por gustos personales, atentos también a lo que pueda interesar y gustar a los lectores en cierto momento. Una de las mejores sensaciones que les ha proporcionado el negocio, comentan, es pillar a alguien comprando o leyendo un libro editado por ellos. «Es entonces cuando cierras el círculo», dice Pareja.

La alternativa al optimismo es el realismo

Barbara Ehrenreich (Montana, 1941) es una de las ensayistas más importantes de EEUU. Autora de clásicos del pensamiento crítico como Por tu propio bien. 150 años de consejos expertos a las mujeres (Capitán Swing) y Por cuatro duros (RBA), Ehrenreich se topó con el pensamiento positivo «en el peor momento de mi vida»: cuando le diagnosticaran un cáncer de mama. El día que vio «el osito del cáncer de mamá con un lacito rosa prendido en el pecho», cabeza de puente de un gigantesco mercado de productos que señalaban que «la actitud positiva era fundamental para curarse», pese a los estudios que señalan que «estar de buen humor» no cura. «El cáncer me dio la oportunidad de toparme con una fuerza ideológica y cultural que nos anima a negar la realidad y a someternos con alegría a los infortunios».

¿Es malo ser optimista?

No tiene nada de malo, siempre que se base en hechos y expectativas razonables. Lo contrario es ser un iluso. La alternativa, tanto al pensamiento positivo como el negativo, es el pensamiento crítico. El realismo. Intentar comprender lo que pasa en el mundo y qué podemos hacer al respecto.

¿Qué le llevó a escribir «Sonríe o muere»?

Fue en el año 2005. Cuando me di cuenta de que los parados estaban siendo alimentados con la misma ideología que había escuchado como enferma de cáncer: que todo iba a iba a ir bien sólo con pensar en ello positivamente.

¿Cómo se infiltró esta idea en las corporaciones?

Ha ido ganando terreno durante décadas. Primero como ideología de los vendedores de toda la vida. Luego, de los ochenta en adelante, como el corazón ideológico de la cultura corporativa, comienzo de la edad de oro de la reducción de personal, cuando los directivos necesitaban encontrar el modo de manejar la ansiedad y la desesperación de los trabajadores de cuello blanco. Los empresarios comenzaron a contratar a oradores motivacionales y a distribuir libros de pensamiento positivo como Who moved my cheese? (2000) (¿Quién se ha llevado mi queso?, superventas que aconsejaba enfrentarse al despido sin quejas). Las corporaciones ya no podían garantizar la estabilidad laboral, pero sí ofrecer a sus empleados maneras de ser más «positivos» y estar más motivados, incluso aunque estuvieran cayendo en la espiral de la pobreza.

¿Qué relación tuvo este pensamiento con la crisis de las hipotecas basura?

Muchas personas que nunca habían podido acceder a un crédito antes empezaron a recibir ofertas de hipotecas de fácil acceso la pasada década. Concedidas sin fijarse en los ingresos fijos del solicitante y sin pedir entrada alguna. Los gurús del pensamiento positivo y los predicadores evangélicos alentaron a aceptar esas hipotecas, porque si eras «positivo», ¿qué podía ir mal? Al mismo tiempo, la industria financiera quedó atrapada en la obsesión maníaca del pensamiento positivo. La idea era que los precios de las casas sólo podían subir y subir. Y que la gente no dejaría de pagar sus hipotecas porque la economía sólo podía ir a mejor. Los ejecutivos que mostraron sus dudas fueron silenciados o despedidos.

¿Todo esto es causa o síntoma de la clásica resistencia de EEUU a las ayudas sociales?

Diría que causa, aunque no la única. Si, por ejemplo, piensas que el único motivo por el que alguien es pobre es porque carece de una «actitud positiva», ¿por qué ibas a querer que el Gobierno le ayude? Esta ideología es totalmente individualista: todo el mundo es responsable de su propio destino individual (llevándolo a un extremo, se podría decir que hasta las víctimas de tsunamis incitaron el desastre por albergar pensamientos negativos). Se trata de una ideología contraria a cualquier noción de solidaridad o responsabilidad mutua.

La democracia urbana: una vieja historia

A pesar de que su nombre figura en la lista de historiadores que merecen ser llamados “maestro” por sus pares, la obra de Henri Pirenne no es muy conocida para el lector no especializado. En el entramado infinito de autores y libros que nos envuelve permanentemente, Henri Pirenne, como muchos otros, puede perderse. Sin embargo la misma vorágine que tiende a ocultar la obra de Pirenne puede convertirse en la causa de su hallazgo. Al fin y al cabo, entre tanta información inútil y autores intrascendentes, por qué no leer el libro de un historiador considerado clásico una vez que éste cayó en nuestras manos.

La vida de Pirenne transcurrió entre la segunda parte del siglo XIX y la primera del XX, pero su erudición y su creatividad vivieron volcadas sobre la Edad Media. Sin ser marxista fue un fuerte defensor de la importancia de los aspectos económicos y sociales como determinantes de los acontecimientos históricos. La formación del mundo medieval, con sus respectivas clases sociales, sus instituciones y sus convulsiones, junto con la historia de su país, Bélgica, fueron los principales ejes en los que desplegó su obra. Lo más conocido de la misma es la llamada “tesis Pirenne”, una particular visión de los orígenes de la sociedad medieval, según la cual no es la caída del Imperio Romano el acontecimiento que sirve de bisagra entre el mundo antiguo y el medieval sino la aparición en el Mediterráneo del imperio musulmán. Como todo gran historiador, Pirenne supo ser un buen escritor. “La democracia urbana: una vieja historia” es una obra maestra que pone la más densa erudición al servicio de una prosa ágil y una argumentación siempre clara y precisa. Por más lejana que nos pueda resultar su temática, la lectura del libro en ningún momento resulta intrascendente. En no más de trescientas páginas se suceden procesos que duraron siglos, atravesando generaciones de personas, ciudades y travesías, sin perder nunca el manejo de los hilos que tensan la historia.

A modo de introducción el libro incluye un texto del autor titulado “Estadios en la historia social del capitalismo”, donde se describe a grandes rasgos la visión de Pirenne sobre el lento desarrollo del capitalismo a lo largo de diez siglos, un desarrollo desigual y escalonado en el que cada generación de capitalistas se hace a sí misma con la herramientas de la astucia y la especulación, logrando acumular una riqueza que le permite establecerse socialmente, integrándose a la nobleza o filtrándose en la administración del Estado, para después retirarse, temerosa de perder lo acumulado, ante un cambio en las circunstancias que le permitieron progresar. Con estas situaciones de crisis una nueva generación de emprendedores, sin riqueza que perder ni escrúpulos que obedecer, se lanza a la aventura del comercio para progresar y estancarse, con el tiempo, en forma de clase alta. En una apretada síntesis Pirenne rastrea este proceso desde sus remotos inicios entre los siglos IX y X hasta finales del XIX. Un punto interesante de este planteo son los antecedentes que establece para las primeras clases burguesas. En una sociedad que a grandes rasgos podemos caracterizar como segmentada entre el clero, la nobleza y la clase campesina, Pirenne nos dice que: “Los antecesores de la burguesía hay que buscarlos especialmente en la masa de seres vagabundos que, no teniendo tierra que cultivar, fluctuaban por la sociedad, viviendo al día de las limosnas de los monasterios, alquilándose a los cultivadores de la tierra en tiempo de cosecha, alistándose en el ejército en tiempo de guerra y no desperdiciando cualquier ocasión de pillaje o rapiña que se les presentara”[i].

Siguiendo, entonces, con el paso de las páginas, nos internamos en el libro propiamente dicho. Entre los siglos IX y X la zona de los Países Bajos experimenta un importante desarrollo del comercio gracias a la posición privilegiada que ocupa en el nuevo mapa de la Europa medieval. Los comerciantes que empiezan a circular por los caminos y ríos de la zona utilizan como paradas y puntos de encuentro los viejos castillos y las ciudades episcopales que se encuentran convenientemente ubicadas. Va naciendo así, al amparo de las murallas, una nueva población urbana más numerosa y activa que la antigua población que estaba conformada por militares, clérigos, funcionarios y siervos. La nueva población no vive de prestaciones ni impuestos sino del fruto de su trabajo. Son personas que dejaron atrás la tierra y la familia, que forman una comunidad de desconocidos donde es imposible establecer orígenes y procedencias. Son, por lo tanto, una comunidad de iguales.

Tanteando en la penumbra de la falta de documentos, puesto que la historiografía de la época se dedicó a registrar las gestas de príncipes y obispos, Pirenne nos lleva a ese primer momento de la comunidad en que “…el principio organizativo básico fue la libre asociación. Para estos recién llegados, estos desamparados, desconocidos los unos para los otros, la asociación fue el sucedáneo o, si se prefiere, el sustitutivo de la organización familiar.[ii]” Hay que agregar a esto que desde las ciudades parten, para recorrer las rutas con mayor seguridad, grandes caravanas de mercaderes que peregrinan hacia tierras lejanas. La organización de estas caravanas requiere una disciplina que junto a los riesgos y experiencias compartidas engendra un fuerte sentimiento corporativo.

Toda esta actividad en las primeras épocas no llama particularmente la atención de los príncipes laicos. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de éstos no poseía una residencia fija sino que se trasladaba de un rincón a otro de sus tierras. No ocurría lo mismo, sin embargo, en el caso de las ciudades episcopales. Los obispos, acostumbrados a gobernar de acuerdo a sus propios principios no tardan en entrar en conflicto con los nuevos habitantes. En este punto Pirenne cita el ejemplo de la ciudad de Cambrai. En 1077, aprovechando la ausencia del obispo, el pueblo, liderado por los comerciantes más ricos, toma la ciudad y proclama la comuna. El caso no es aislado, en muchas de estas ciudades se forman gobiernos comunales que establecen sus propias leyes e instituciones. “…la comuna, al menos en sus comienzos, y, teóricamente, incluso más tarde, fue una democracia. Por primera vez, en una época dominada en todos los órdenes por el principio de autoridad, se logró llevar a cabo el gobierno del pueblo por el pueblo.[iii]”

El estilo de Pirenne, su forma de pensar la historia, tiene un fuerte anclaje en la formulación de generalizaciones. No es, al menos en este libro, un historiador del detalle, ni un cronista. Cuando menciona casos particulares lo hace para ejemplificar sus generalizaciones. Y si bien reconoce excepciones para las reglas que establece siempre se encarga de señalar que son excepciones. Esto es lo que le permite desplazarse a lo largo de períodos tan extensos sin perderse ni perdernos entre los datos y las fechas. Apelando a la idea de la evolución, o involución, de los regímenes políticos, Pirenne nos explica cómo la democracia inicial tiende a degenerar en plutocracia y después en oligarquía. La actividad comercial que antes había igualado a los nuevos ciudadanos se convierte ahora en la causa de la diferencia. Los comerciantes más exitosos, los más ricos, empiezan a ocupar un lugar cada vez mayor en los cargos públicos hasta que se establece un gobierno de patricios. Siguiendo la lógica descripta en la introducción, los hijos de los ricos no se sienten inclinados al riesgo del comercio sino que prefieren vivir de rentas y cargos públicos. Los patricios se diferencian cada vez más del vulgo, mediante su forma de vestir y sus costumbres. Son los que acostumbran a beber vino todos los días, los que tienen de yerno algún caballero venido a menos, los que van al ejército con su propio caballo. Durante un tiempo la situación se mantiene estable y la mayoría acepta el gobierno de la minoría. Hasta que esa minoría termina por volverse demasiado conservadora y reaccionaria. Los abusos se suceden y la situación estalla. A mediados del siglo XIII las condiciones están dadas para el levantamiento en la mayor parte de las ciudades de los Países Bajos. El movimiento es muy amplio y Pirenne se encarga de caracterizarlo a partir de los ejemplos de Lieja y Flandes. Después de avances y retrocesos, de traiciones, represiones y nuevos levantamientos, el siglo XIV comienza con el orden democrático recuperado por la vía revolucionara.

Sin embargo las contradicciones continúan latentes. Entre los que empuñaron las armas hay quienes no se contentan con el establecimiento de un orden político que no modifica el orden económico. “Un buen número de ellos se entregaron a vagas quimeras de igualdad social, al mismo tiempo terribles y conmovedoras, en las que se les representaba el ideal inalcanzable de la justicia absoluta y de la fraternidad entre todos los hombres. Muchos pensaban que [cada hombre debía tener tanto como su vecino[iv]].” Los sectores más bajos de los trabajadores industriales y artesanos, principalmente los tejedores, son los que ponen el cuerpo a las nuevas luchas, actuando de forma solidaria y coordinada entre las distintas urbes. El alzamiento de una ciudad puede repercutir en todas las demás en forma de alzamiento general. Los tejedores flamencos, con nombres como De Deken, Van den Bosch, Ackerman, Phillippe Van Artevelde, son los protagonistas de un siglo de luchas, levantamientos, masacres y nuevos levantamientos. La imposibilidad de acabar con todo el orden de la sociedad medieval una vez que toman el poder les quita siempre la victoria definitiva. El patriciado, sin embargo, no vuelve a imponerse y la democracia queda bajo el control de los gremios.

Durante los siglos siguientes las comunas atraviesan los diversos procesos de cambio de la sociedad europea: el renacimiento, la reforma protestante, el calvinismo, los conflictos políticos y militares con las potencias de la época, la enemistad de los príncipes y obispos y la emergencia del Estado nacional. Por las ciudades circulan ideas novedosas, artistas, formas distintas de leer las Escrituras, nuevos odios y adelantos técnicos. En las batallas la pólvora se suma al acero y las murallas van perdiendo su utilidad. La imprenta modifica para siempre el modo en circulan las ideas. El mundo se agranda con un nuevo continente rico en materias primas que modifica toda la estructura económica del viejo mundo. Imposible resumir en un artículo lo que ya está tan resumido en un libro de trescientas páginas. El régimen comunal llega hasta fines del siglo XVII. Lieja es la última comuna en caer. La independencia de las ciudades no encaja en el nuevo orden de estados y guerras nacionales que se está formando en Europa. Cuando vuelve a estallar la revolución lo hace bajo el signo y las ideas del siglo XVIII.

Existen frases que, dada su fuerza poética o filosófica, trascienden el uso de cita de autoridad para convertirse en una especie de amuletos. Insertar en un texto propio una de estas frases no es meramente apelar a la legitimación de sus autores sino evocar el poder simbólico que tienen, del mismo modo que quien aferra un amuleto intenta contagiarse de su poder mágico. Por ejemplo, decir que la tarea de los intelectuales ya no es describir el mundo sino transformarlo, no es simplemente citar o aludir a Marx, es establecer un principio de carácter moral amparado en una tradición histórica concreta. La edición de Capitán Swing del libro de Pirenne incluye a modo de epígrafe una de esas frases. Es la famosa Tesis sobre la Filosofía de la Historia de Benjamin que concluye señalando como una tarea del materialista histórico la de cepillar la historia a contrapelo. Desconozco si hoy en día esa sigue siendo la tarea del materialista histórico, de hecho ni siquiera sé si el materialista histórico todavía tiene tareas. Pero la idea de cepillar la historia a contrapelo describe con increíble precisión mi experiencia al leer este libro. Sin ser historiador ni encontrarme particularmente formado sobre temas históricos, soy un lector con cierto interés general en la historia, y como tal poseo una concepción histórica, una estructura de los procesos que, creo, es común a la que puede tener un lector medianamente formado de la actualidad. En esa estructura de los procesos existen determinados núcleos que uno vive como certezas. Un ejemplo es la idea de la oscuridad medieval. Una oscuridad que funciona como el correlato perfecto de las luces modernas.

El libro de Pirenne es un buen antídoto para ese tipo de concepciones. Encontrar chispazos en donde antes había tiniebla puede llevarnos a ver los grandes espacios de sombra que se forman entre las luces. Cepillar la historia a contrapelo significa desandar el camino del sentido común en busca de esos claroscuros, deshaciendo el tejido de ficciones e intereses hasta dejar al aire libre, aunque sea por un instante, el verdadero cuerpo de la historia.

[i] Pag. 38.
[ii] Pag. 84.
[iii] Pag. 115.
[iv] Pag. 216.

Buloff, Joseph

La carrera artística de Buloff, primer actor de la Compañía Teatral de Vilnius, y de su mujer, primera actriz e hija

Yósik, el del viejo mercado de Vilnius

En las calles y callejones de la vieja ciudad de Vilnius, Joseph Buloff creció aprendiendo el arte de la metamorfosis, necesario para sobrevivir durante las ocupaciones sucesivas de cosacos, alemanes, bolcheviques y polacos. La vida urbana, los estruendos, la realidad de la Primera Guerra Mundial… Todo se combina en este impactante documento

‘Mad Men’ sigue viva

Una noticia buena, y otra mala. Primero la mala: el estreno de la quinta temporada se retrasa hasta Marzo del 2012. La buena: Matthew Weiner habría firmado para tres temporadas más.

Las negociaciones entre la cadena AMC y el creador de la serie, Matthew Weiner, han terminado retrasando el ansiado estreno de su quinta temporada hasta Marzo 2012. El que fuera también guionista de «Los Soprano» ha querido aclarar que las tensiones con la cadena no tienen nada que ver con su sueldo. Muy al contrario, habría ofrecido que se lo recortaran para no ceder a las presiones de AMC / Lion’s Gate que pretendería menguar el reparto de la serie. Otro motivo de discrepancia tendría que ver paradójicamente, tratándose de «Mad Men», con la publicidad. La cadena habría insistido para cargar la serie de product placement (publicidad encubierta). Es decir, condicionar la trama a las marcas de los anunciantes.

Después de las turbulencias, parece que habrá final feliz. Matthew Weiner habría firmado para dos o tres temporadas más. Varía según las fuentes. Hay quien anuncia dos más, pero parece confirmado que «Mad Men» llegará hasta siete temporadas. Bien para los fans de una de las mejores series de la última década, una década dorada en la historia de la ficción televisiva norteamericana. Pocas series pueden sin embargo jactarse del mismo nivel de calidad que esta visión de los años 60 a través de sus anuncios publicitarios que también viene cargada de referentes literarios. Como tantas veces ha ocurrido en la historia del cine, la literatura y la televisión, el reflejo de una época pasada, aquella llamada «era de la ansiedad» que fueron los 60 también viene a ser, además, el espejo de nuestro presente. En este sentido, los títulos de crédito de la serie, completamente post 11-S, no pueden ser más elocuentes.

Tan sólo queda desear que la cadena deje intacto al espléndido reparto. No se nos ocurre ningún personaje que pueda quedarse fuera. Es más, incluso desearíamos que volviese alguno que se ha perdido en el transcurso de las últimas temporadas, como el bueno de Salvatore Romano (Bryan Batt) ¿Dónde se ha metido?. Y en general, ¿Qué nos deparará el futuro en el eje suburbial que une Ossining con Manhattan? Sólo Matthew Weiner lo sabe.

Para hacer más llevadera la espera, recomendamos la Guía de la serie que ha publicado la editorial Capitán Swing.

El año 2000 – Looking Backward

En 1888, el estadounidense Edward Bellamy publicó esta novela fantástica
protagonizada por un joven acaudalado de finales del siglo XIX que, tras una experiencia hipnótica, se despierta en el año 2000. Generadora de un fuerte debate ideológico, El año 2000 ha recibido alabanzas de personajes tan populares como Erich Fromm y Ernesto Che Guevara.

In 1888, the American author Edward Bellamy published this fantasy novel about a wealthy young man of the late 19th century who wakes from a hypnotic trance to find himself in the year 2000. Looking Backward generated fierce ideological debate and has won praise from such popular figures as Erich Fromm and Ernesto ‘Che’ Guevara.

Leyendo “Reyes de la Avenida Madison”

Cargar con Reyes de la Avenida Madison de casa al trabajo y del trabajo a casa es una de las maneras más acertadas que se me ocurren de celebrar que tras muchos desmentidos, rumores y dados envenenados por fin se confirma que habrá quinta temporada de Mad Men. Todavía me quedan algunas lecturas para acabarlo, pero puedo asegurar que se trata de un fascinante ensayo de más de 400 páginas sobre el fenómeno que rodea a la serie. La edición original del libro pertenece a 2009 y únicamente contaba con reseñas exhaustivas de los capítulos de las dos primeras temporadas. Para su salida al mercado español, Capitán Swing ha incorporando análisis de toda ralea no sólo sobre el texto, sino también sobre el contexto. Los autores facilitan una serie de claves históricas (los movimientos sociales, el papel de la mujer, la presidencia de Kennedy) para intentar comprender la lógica interna que rige el ecosistema de la serie y dar la medida de la histérica atención al dato de Matthew Weiner. También dedican párrafos y párrafos a la caligrafía visual de la serie que ha configurado un nuevo abc de lo cool, proponiendo psicoanalíticas teorías que nos dejarán sin aliento acerca del traje recto, más que una prenda de armario toda un arma dialéctica dentro de la mecánica argumental de la serie.

El artículo escrito por Jesús G. Requena (uno de mis mejores profesores de la facultad) es quizás en su brevedad uno de los más esclarecedores; pone en relación los títulos de créditos iniciales con el sueño recurrente de Scottie en Vértigo, bajo la afirmación de que ambas ficciones comparten como tema central la caída al vacío del hombre moderno. Tanto Donald Draper como Scottie pertenecen a esa generación de machos criados en la cultura de la imagen que intentan conquistar la felicidad a través de su simulacro, sin otra intención que escapar, como apuntaba Žižek en The pervert’s guide to cinema, de la pesadilla del fundido a negro. El análisis de Vértigo sirve como punto de partida para sumergirnos en otras referencias culturales no menos obvias. Don Draper recoge el testigo de esos hombres hechos a sí mismos a los que la prosa americana ya rindió cuentas en El gran Gatsby (con inminente y peligrosa versión al canto de Baz Luhrman) y que en el cine han sido llamados Charles Foster Kane, Daniel Plainview o Mark Zuckerberg. Imposible resulta dejar a un lado al “cronista de la era de la ansiedad”. Si hacemos caso a su palabra, Weiner no tuvo un ejemplar entre sus manos de Revolutionary Road de Richard Yates (uno de esos libros en los que cada palabra parece escrita con la misma naturalidad con la que parpadeamos) hasta la producción del piloto. Asegura que de haberla leído antes, “no hubiera tenido huevos” de toserle a este paisajista incontestable de los días del televisor en color.

Echo en falta por supuesto muchas cosas, aunque puede que las pocas páginas que me restan para acabarlo, me dejen satisfecho. Sobre todo creo que el papel de la música no está lo suficientemente explicado en términos dramáticos. Si el tiempo me lo permite elaboraré una lista de Spotify en la que cada canción vaya acompañada de unos de los cócteles que, esta vez sí, el libro nos enseña a preparar (rematando la jugada con una fiesta de altos vuelos, pág 245-258). No obstante, pese a que Reyes de la Avenida Madison no ofrezca toda la cohesión que cabría esperar, se pueden detectar yendo y viniendo por sus páginas los temas que siempre he creído que vertebran la serie. Como son 1) la publicidad como industria sintomática del capitalismo de los últimos 50 años, 2) el establecimiento de la cultura de las apariencias entre finales de los 50 y principios de los 60 y de la que Draper sería el ejemplo paradigmático, como creativo publicitario el spot más elaborado al que se enfrenta es su propia vida, 3) en esa misma línea, la obsesión americana por inventar un pasado mítico ante la falta de uno histórico, de nuevo una campaña publicitaria de altos costes y 4) la fetichización del deseo y sobre todo su proyección sobre los bienes de consumo. Al contrario de lo que nos parece en el primer visionado, Mad Men no es un tratado clínico sobre una época imaginativamente reeleaborado, sino que bajo su apariencia de naturaleza muerta se ocultan subterráneas corrientes de emoción. Ese escaparate de vestidos, actitudes y vasos de whisky esconde la lucha a muerte de unos personajes por eludir la certeza warholiana por la cual sus ansiedades están condenadas a sumarse a la cadena de producción de kenes y barbies a escala humana.

Noticias de ninguna parte

Al contrario que muchas utopías, o incluso que las distopías, el británico William Morris (1834-1896) no menciona en absoluto el progreso científico en su ficción sobre lo que sería el mundo en el siglo XXI. Sus personajes no viven mejor en el sentido de tener más medicinas, disponer de recambios de carne y hueso, no tener que trabajar con las manos y sudar o contar con todo tipo de cachivaches para el ocio. Qué va. Sus personajes descubrieron hace tiempo, allá por mediados del siglo XX, que lo mejor para ser feliz y estar sano es volver a la naturaleza. Pura teoría del decrecimiento, sí, señor.

Conocer las necesidades de la tierra, amoldarse a ellas, disfrutar de las estaciones y sus frutos, aprender de nuevo a trabajar manualmente y dejar de lado los humos de las fábricas y las rutinas del consumo llevan a los habitantes de esta ninguna parte a reencontrar el sentido de la vida. Viven en armonía, viven muchos años y se conservan estupendamente porque son felices con lo que son.

Un relámpago en la orilla

Virginia Woolf (1882-1941) quizá merecería ser una figura legendaria. Estaba en el momento oportuno y en el sitio adecuado. A saber, vivía (y, sobre todo, escribía) en Gran Bretaña en el período que los angloamericanos denominan modernism. O lo que es lo mismo, pertenecía a una de las tradiciones narrativas más sólidas de Occidente en una época de absoluto esplendor para las letras europeas. Por si fuera poco, fue ella misma la que puso fin a sus días. Este último detalle puede parecer un tanto frívolo, pero la posteridad, ay, también se nutre de elementos biográficos. Con todo, conviene no olvidar lo esencial: Virginia Woolf tenía talento.

Los escritores y artistas que integraban el modernismo literario se caracterizaron por su deseo de innovación formal, por una búsqueda casi obsesiva de la pureza artística que les sirviese, entre otras cosas, para distinguir sus productos de las meras mercancías; para combatir, a su manera, el tipo de sociedad que el modo de producción capitalista estaba transformando irreversiblemente. Siempre que se piensa en figuras insignes en lengua inglesa correspondientes a este período son otros los nombres que surgen: James Joyce, T. S. Eliot, Ezra Pound… Pero he aquí que el irrepetible Erich Auerbach, a la hora de concluir su Mímesis –quizá la mejor obra de teoría literaria de todos los tiempos, en la que cada capítulo está consagrado a un autor y obra– no dedicó sus páginas finales a ninguno de ellos. No, la protagonista de “La media parda” –así se llama ese último capítulo– no es otra que Virginia Woolf.

Muchos de los frutos del modernismo han terminado por ser obras canónicas (Ulysses, La tierra baldía, los Cantos). Pero quizá porque su gestación se produjo en un ambiente dominado por la crisis y, por qué no decirlo, por el fanatismo (por lo nuevo, por lo auténtico, por el lenguaje mismo), leídas hoy en día han perdido gran parte de su vigencia. O, dicho de otro modo: ya no funcionan. Pero aquellos hombres –y mujeres, allí estaba también Gertrude Stein– eran dueños de una inteligencia sutilísima, un genio que les hizo reescribir la historia de la literatura para siempre (también la que les precedió). Y, si bien su creación ha quedado algo lastrada por estar tan ligada a aquel momento histórico particular (a pesar de pretender estar escribiendo la novela o la poesía definitiva), eso no sucede con su legado ensayístico-crítico.

Así, tanto los escritos críticos de T. S. Eliot como su particular teoría de lo literario conservan hoy en día todo su poder. De modo análogo, leer los ensayos de Ezra Pound es una experiencia mucho más refrescante que tratar de sacar algo en claro de su hermetismo lírico. Algo parecido sucede con Virginia Woolf. Por eso no nos ocuparemos aquí de cómo usa –o más bien fragmenta– el punto de vista narrativo, de su manejo del ritmo y del tiempo o de su intento de leer el significado –es decir, el sinsentido– de la vida moderna en lo más lateral y anecdótico. No hablaremos, en fin, de la carga simbólico- alegórica que concede a lo banal (elementos todos estos muy de la época y, por tanto, absolutamente presentes también en James Joyce). Quien se interese puede acudir a La señora Dalloway, Al faro o Las olas y tratar de disfrutar –o refutar– algo de todo esto (por cierto, Vargas Llosa realiza una magistral reseña de Mrs. Dalloway en su excelente La verdad de las mentiras. En cualquier caso, lo que aquí nos ha traído es la faceta ensayística de Virginia Woolf.

Una ‘outsider’

Para que no queden dudas, diremos que la señora Woolf nos parece una excelente escritora de este género a caballo entre lo filosófico y lo literario (algo que recuerda también a la Susan Sontag de Contra la interpretación) y que desde luego no necesita ser rescatada apelando a su condición de mujer o a su supuesto lesbianismo. Sus textos se sostienen por sí mismos, y si bien no podemos mostrarnos tan categóricos a propósito de sus novelas, creemos que por lo que respecta a sus ensayos caben pocas dudas respecto a su calidad y a su vigor. En la contraportada de su colección más famosa, The common reader (El lector común), figura una frase que la define a la perfección: “Virginia Woolf lee y escribe como una outsider”. Pero, ¿qué significa ese lema? Pues que se aproxima a la literatura desde fuera, sin rastro de pose o impostura, sin creer- se portavoz de ningún canon ni academia, haciendo caso omiso de todo aquello que no sea su pasión. Y su pasión era la literatura.

Estando como estamos hartos de tanto tópico acerca de la grandeza de la Grecia clásica y su legado, resulta muy gratificante leer un texto como “Acerca de no saber griego” en el que la autora admira, a través de esa lengua que no es la nuestra, un mundo extraño. Un cosmos que reconstruimos a partir de lo inmediato, genuino y sensorial de su épica, su drama y su filosofía. Un frescor e intensidad que Virginia Woolf echa de menos a su alrededor. Sus ensayos nos permiten también, decíamos, releer la historia literaria. En “Ficción moderna” nuestra autora reflexiona acerca de la va- guedad y la oscuridad, de la tira- nía que la tradición o la autoimpuesta fidelidad a un estilo (o a un género, o a una estructura) ejercen sobre el contenido (el te- ma, el argumento; la historia, en suma). ¿Cuál es ese objeto que, según el sentir de Virginia Woolf, la literatura debe tratar de delimitar con la mayor precisión? La vida misma, ese espíritu que fluye y nos rodea, ese enigmático halo reñido con la exactitud y el sentido.

El placer lo controla todo

Sus ensayos están llenos de perspicacia, humor e ingenio. Vamos, que se leen de corrido. No nos extraña, por tanto, que precisamente al comienzo de sus reflexiones acerca del ensayo moderno (“Modern Essay”) anticipe cuál es la ley que gobierna el aparente caos en que consiste tan indefinible género. El placer, claro. “El principio que lo controla consiste, simplemente, en que ha de proporcionar placer; el deseo que nos impele cuando lo cogemos de la estantería es simplemente el de recibir placer. Todo en un ensayo debe estar reducido a ese fin”. Su propio magisterio en esta forma de escritura hace que la perdonemos casi todo (¿cómo se puede hablar mal de Stevenson?).
Explotando la característica autorreflexividad de la literatura modernista (y contemporánea) podríamos decir que en los ensayos de Virginia Woolf aprendemos a leer a la propia Virginia Woolf. Así, en “¿Cómo debería uno leer un libro?” nos viene a decir que lo primero con lo que hemos de hacernos a la hora de leer es con un criterio propio. Porque leer es juzgar, y ello exige libertad. Pero, como acabamos de apuntar, se trata de una libertad encaminada al goce. “Quizá la forma más rápida de comprender los elementos de lo que el novelista está haciendo no consista en leer sino en escribir; llevar a cabo tu propio experimento con los peligros y dificultades de las palabras”. Virginia Woolf hizo sus propios experimentos acerca de la diversidad de impáctos, efectos y experiencias que la literatura puede proporcionar. Posiblemente por eso, porque sabía de lo que hablaba, sus ensayos siguen siendo aún hoy tan eficaces.

Enlaces recomendados:
» Virginia Woolf o el amor a lo femenino libre (Diagonal » 29.03.2011)

Vertov, un cineasta bolchevique

A pesar de que las imágenes se utilizan para sostener una historia, un discurso, en el caso de los documentales, éstas suelen escaparse de los dominios industriales, además de tener la suerte de navegar por los márgenes difusos de la realidad y la ficción.

La tendencia de este “género” es hoy por hoy decididamente subjetiva, tanto que a veces y contradictoriamente a lo esperado, el documental se acerca imaginativa y audazmente a los modos de la ficción cinematográfica. Precisamente, la división artificial que se ha trazado entre el cine de ficción y el documental habla del contagio de formas entre ambos. Ahora se utilizan estructuras de ficción para el documental y a la inversa. Por eso quizá sea más adecuado hablar de cine de no ficción. El nuevo cine basado en “materiales reales” huye del formato reportaje y busca otras formas de registrar el mundo en el que vivimos.

El documental se adapta a los nuevos tiempos, al progreso de los modos de expresión, a las nuevas posibilidades técnicas y rescata maravillosos, dolorosos , alegres o puede que proféticos retazos de la realidad que nos rodea. Mediante una mirada curiosa e inquieta algunos cineastas suelen regalarnos a los enamorados de la imagen en movimiento intensos pedazos de vida en cápsulas.

En la actualidad un fenómeno antes impensable asombra a la industria (y a los autores); los documentales se estrenan en cines comerciales y, por si fuera poco, se hacen con excelentes recaudaciones de taquilla. El documental lleva años en plena metamorfosis, una metamorfosis en la que varios factores funcionan como llaves maestras. Por un lado, un mayor número de personas puede convertirse en “documentalista” gracias al abaratamiento de los costes y de las nuevas tecnologías en formato digital y por otro lado, como me comentaba en una ocasión el desaparecido cineasta Joaquín Jordá, “Eludir la pretensión de objetividad, ofrece libertad para el cineasta y para el espectador y esta subjetividad es precisamente lo que ha hecho que aumente el interés por el documental. Ahora no se oculta el hecho de que se trata de una forma particular de mirar la realidad. La tendencia general es hoy por hoy decididamente subjetiva, lejos de la mirada divina con la que se planteaban los documentales antaño”. En la actualidad la temática de los documentales no tiene límites, en otros tiempos la tecnología solía ser uno de ellos. Límites que en los albores del cine algunos mágicos realizadores como Dziga Vertov se animaron a superar creando documentos como “el hombre de la cámara de cine”. Denis Abramovich Kaufman nació Polonia en el año 1896, pero las corrientes artísticas futuristas le dieron un nuevo nombre por el que ahora se le conoce, el pseudónimo Dziga Vertov, “Gira peonza” en ucraniano. Dziga Vertov fue un cineasta innovador, un poeta, un bravo agitador además de propagandista y pilar indispensable de un cine documental auténtico que deseaba responder a las necesidades políticas, económicas y sociales del momento histórico en el que vivía. Baluarte del cine experimental, la mirada apasionada de este cineasta nos acerca con El hombre de la cámara de cine la actividad cotidiana de un San Petersburgo de principios de siglo, emocionándonos con el visionado de unas imágenes cautivadoras, mediante un montaje sencillamente fantástico que enlaza la vida real con el cine y los une para siempre. “El drama cinematográfico es el opio del pueblo.

¡Abajo las fábulas burguesas y viva la vida tal como es!”, o tal como la retrato él… La editorial Capitán Swing ha vuelto a rescatar la figura del bolchevique cineasta, en un libro que vuelve a recordarnos la importancia de su labor creativa, su aportación artística y humana. Memorias de un cineasta bolchevique es un libro de esos que se convierten en imprescindibles en la biblioteca de un cinéfilo.

por Iratxe Fresneda

Noticias de un futuro que ha recuperado el pasado perdido

Si bien es cierto que llevó sus ideas, muy vinculadas a la socialdemocracia o el socialismo, según las circunstancias, a la esfera política, el principio moral del fundador del movimiento Arts&Crafts (finales del XIX y comienzos del XX) fue intentar recuperar la esencia de los oficios artesanales de raíz medieval –época que estudió con vehemencia– en detrimento de un fenómeno que en su época se estaba extendiendo irremisiblemente: la producción industrial o en masa de todo tipo de objetos, incluidos los artísticos. Morris defendió la dignidad y el trabajo de los artesanos, para los que demandaba la consideración categórica de artistas. Con ese objetivo en mente creyó necesario el rechazo a todas las manifestaciones que priorizasen el concepto de máquina sobre el del ser humano.

Este humanismo se intepretó en no pocas ocasiones con una actitud retrógrada con respecto al progreso –para Morris el contexto ideal era el rural–, pero nada más lejos de la realidad, como se puede comprobar en el libro que acaba de reeditar Capitán Swing. “Noticias de ninguna parte” es la descripción de un mundo en el que el protagonista, que vive en un estado permanente de ensoñación, es capaz de prever un futuro que, en efecto, es precisamente como Morris habría soñado.

Los mejores libros de la primavera 2011

La crisis económica a través de su historia en los últimos ocho siglos, análisis acerca de los problemas del mundo contemporáneo, el pasado de España, las reflexiones de los filósofos y de los escritores y artistas sobre sus respectivas disciplinas. Sobre esos temas girarán esta temporada algunos de los libros de ensayo más interesantes y que incluyo hoy en esta serie de Los mejores libros de la primavera 2011:

[…]

Consideraciones de un apolítico (Capitán Swing), de Thomas Mann.

Escritos durante la Primera Guerra Mundial, estos textos pueden parecer un panfleto antidemocrático al defender algunos valores alemanes, pero también ofrecen un panorama de las ideas de una época que van moldeando a la sociedad. Además, una magnifica oportunidad de conocer sus opiniones sobre personalidades de la cultura, la filosofía, la música y la literatura. Y, claro, a través de todo ello comprender mejor la propia obra del autor de títulos como Los Buddenbrook. (en librerías)

[…]

Por Winston Manrique Sabogal

Ball, Hugo

Poeta, dramaturgo y escritor de temas variados, su obra está impregnada de raíces filosóficas y aspiraciones

Crítica de la inteligencia alemana

Según las palabras del genial Hermann Hesse, la Crítica de la inteligencia alemana representa «el intento más grande, honrado y profundo que ha realizado Alemania para llegar a ser consciente de los siniestros poderes que condujeron a la degeneración del espíritu y las costumbres de la Nueva Alemania, abocándola a un estado de culpa interior

Noticias de un futuro posible

De este fango ya sólo nos saca la fuerza del corazón y no las buenas razones: el presente ha agotado todas sus justificaciones y el futuro espera a la humanidad libre. Los esclavos pueden quedarse. Éste es el mensaje sin contemplaciones que lanza William Morris, de la casta de los reformadores sociales de finales del XIX, en «Noticias de ninguna parte» (Capitán Swing, traducción de Juan José Morato).

Se acabaron las monsergas sobre las virtudes de la vida laboral, sobre la justicia derivada de la propiedad privada, sobre los programas educativos patrocinados por el Estado, sobre la proliferación de leyes y la burocracia legal, sobre la familia como célula de la sociedad, sobre el arte como pastoreo de públicos, en fin, todo este mercadeo encubierto que enaltece lo más imbécil de la naturaleza humana y que es campo abonado para tiranías de la más variada índole y de la más cotidiana versatilidad.

No es William Morris, precisamente, un marxista leninista, con sus intelectuales de vanguardia y su materialismo científico, ni un anarquista construido a base de absenta y barricadas. Es más bien un tipo que está hasta los mismísimos y que arroja sobre la cultura del capitalismo una mirada sin embozo y sin hipotecas de ninguna especie. Y eso que al pobre no le dio tiempo a ver casi nada. Si llega a toparse con esa horda de funcionarios sádicos que es el siglo XX o con estos reyezuelos contables y tronados con que ha empezado el XXI, se queda en el sitio de un parrús.

La novela, que recuerda mucho en sus andares a la «Utopía» de Tomás Moro, tiene la estructura de un sueño, evitando así toda la programática y toda la homilía que suelen corresponderse con estas posturas radicales que niegan de cabo a rabo todos y cada uno de los principios autoevidentes con que nos engañamos y suelen engañarnos. No pretende un análisis sociológico o político del presente, ni una construcción demostrativa de lo que sería una sociedad ideal. Es un salto al horizonte de la felicidad -o al menos de una desdicha menos completa- de la vida en esta tierra, impulsado por un anhelo transparente: cualquiera que sea el sistema que nos impongamos ha de organizarse en torno a la idea de que cada uno pueda hacer lo que le dé la gana.

Sólo de esta idea tan poco ingeniera puede surgir, si surge, alguna suerte de armonía social. Las pulsiones particulares siempre tienden a alguna forma de orden y equilibrio, de modo que dejémoslas en paz y echemos -antes, eso sí- a los legislantes y a los propietarios.

El grácil vuelo de Virginia Woolf

Ha pasado, con razón, a la posteridad por un puñado de poderosas novelas, innovadoras y brillantes —Al faro, La señora Dalloway, Las olas, Orlando, Los años—, pero la refi nada capacidad de Virginia Woolf (Londres, 1882-Sussex, 1941) para el ensayo, aunque no tan conocida, debe ser muy tenida en cuenta. Muchas veces la excéntrica afectación del grupo de Bloomsbury, su suicidio o su feminismo han complicado el acceso a su obra, cargándolo de prejuicios. Pero su escritura —tocada por la música de la originalidad y la libertad— crece en el terreno del ensayo, abonado por su sensibilidad, su curiosidad, su humor, su ternura, su fina capacidad de observación y sus ansias por romper con las limitaciones y estrecheces de la Inglaterra victoriana; y no pocas veces por una perspectiva sorprendente que nace de haber abordado el asunto por encargo, un asunto que de otra forma le hubiera sido ajeno en lo literario.

El lector hallará una buena prueba de este dulce y asombroso magisterio, de este vuelo grácil, en La muerte de la polilla y otros escritos (1942), una reunión de textos breves publicada de forma póstuma, como la mayoría de las que aparecieron, en buena medida compiladas de la mano de su esposo Leonard Woolf, que recuperó piezas inéditas y otras estrenadas originalmente en revistas.

DEL ARTÍCULO A LA FICCIÓN

Uno de los aspectos más atractivos de este tomo —editado en español por el inquieto sello madrileño Capitán Swing— es la rica variedad temática que afronta y los distintos niveles de relación con lo que se entiende por ensayo, pasando por el artículo o la crítica y alcanzando el relato de fi cción. En este sentido, su concepción de lo literario no puede ser más actual y moderna.

Los textos dedicados a su querido Londres, el que da título al tomo —poética refl exión sobre la vida y la muerte—, o los que abordan la condición del lector —excelente ¿Cómo se debería leer un libro?— y los vínculos del escritor con el público son piezas de cabecera.

Contra el capitalismo como Estado natural

Entre las numerosas y polifacéticas actividades que durante su vida ejerció William Morris (empresario, editor, diseñador, miembro del movimiento

Oda a la gastronomía húngara y “proletaria”

Escrito a cuatro manos pese a tratarse de dos titanes de la literatura –ambos ganarían el Premio Nobel muy poco después–

Dziga Vertov, la poética del cine revolucionario

Proclamas como “El cine de ayer y de hoy es un asunto únicamente comercial. El desarrollo de la cinematografía es dictado sólo por motivos

Mad Men. Reyes de la Avenida Madison

Mad Men es la serie de moda para millones de espectadores en todo el mundo, creada por Matthew Weiner, el mismo creador de

Bellamy, Edward

De padre baptista y madre calvinista, el popular escritor estadounidense estudió leyes en Nueva York

El año 2000

Tras un trance hipnótico, un hombre de clase alta de 1887 despierta en el año 2000 encontrándose en una utopía socialista, donde se ha alcanzado una cierta plenitud y estabilidad social

Mad Men. Reyes de la Avenida Madison

En este caso, la recomendación puede resultar absurda, pero vean la serie antes de leer este estupendo libro. Ahora mismo pueden verla