«Las empresa se las ingenian muy bien para lograr que sus empleados sean infelices»

Por Ethic  ·  21.01.2022

El relato real y autobiográfico de las andanzas de un periodista cincuentón que es contratado por una ‘start-up’ tecnológica repleta de ‘millennials’ en la órbita de Silicon Valley. Ese es el punto de partida de ‘Disrupción. Mi desventura en la burbuja de las start-ups’, de Dan Lyons (Massachussets, 1960), un libro hilarante en muchos de sus pasajes, pero también aterrador. Porque detrás de la sorna con la que este ex reportero de tecnología y guionista de la serie de HBO Silicon Valley desnuda a su empleador –HubSpot– y a todo el ecosistema emprendedor norteamericano, subyace el relato descarnado de una realidad cuajada de apariencias, burbujas económicas, empleos precarios y una indisimulada discriminación por edad. La traducción de este ‘best seller’ de 2016 llega con unos años de retraso a España publicada por Capitán Swing, pero su contenido sigue plenamente vigente. Lyons nos atiende desde su casa en Boston.


Han pasado seis años desde lo que relatas en tu libro. ¿Han cambiado las cosas desde entonces en el universo emprendedor?

Yo diría que han cambiado a peor, que esas terribles condiciones laborales sobre las que escribí se han exacerbado todavía más. Y en buena medida es, por un lado, debido a que los mercados permiten y alientan ese tipo de comportamientos y, por otro, la falta de equilibrio entre empleados y empleadores en las empresas tecnológicas emergentes.

Disrupción presenta un mundo tecnológico en el que se diría que lo de menos es la tecnología en sí y que lo realmente importante son las apariencias. 

Hace poco leía un artículo que afirmaba que las OPIs (Oferta Pública Inicial) y la venta de acciones de las compañías tecnológicas en general son, esencialmente, historias. Y de eso es precisamente de lo que escribo en Disrupción. Una empresa de capital riesgo que invierte en una start-up es lo más parecido a un productor de cine que financia una película. Se contrata a un director para que lleve el proyecto, a un reparto, se crea una narrativa y luego se vende la historia a los inversores particulares. En realidad, el producto que haga la start-up no importa demasiado, es un vehículo para que la firma de capital riesgo obtenga rendimiento por su inversión. Ni siquiera hace falta que la start-up obtenga beneficios en algún momento. Eso es irrelevante mientras el precio de la acción siga subiendo.

Es una visión bastante incendiaria.

Se podría decir que es una forma de ver este mundo un tanto cínica, pero creo que es forma correcta de hacerlo. Por supuesto, no todo el mundo en Silicon Valley está de acuerdo con esta evaluación, y hay quien no me tiene en mucha estima por allí. Pero también es cierto que, en general, la gente ese entorno ha desarrollado una piel muy fina para todo lo que suene a crítica hacia su sistema. No les gusta que nadie cuestione su relato de que están construyendo «un mundo mejor». Muchos de estos emprendedores y empresas de capital riesgo han ganado tanto dinero que creo que, de alguna forma, eso ha afectado a su cerebro y realmente creen que ellos son los chicos buenos. Su razonamiento es: «Oye, yo acabo de ganar 200 millones dólares en una semana y tú escribes en un blog, así que, ¿quién te crees que eres para darme lecciones?».

«Lo que la gente quiere de su empleador es sencillo: tiempo libre pagado, un seguro médico, un plan de jubilación y guardería para los niños»

Futbolines, cerveza gratis, salas de siesta, osos de peluche ocupando un asiento en los comités de dirección… Cuentas que cuando llegaste a HubSpot, la oficina te recordó a la guardería a la que llevabas a tus hijos.

Lo que la gente realmente quiere de su empleador es muy sencillo y de sentido común. Un seguro médico, un plan de jubilación, guardería para los niños o tiempo libre pagado. Pero todas esas cosas cuestan dinero, así que en determinadas empresas te lo cambian por cerveza gratis, dulces, juguetes y todo tipo de ventajas tontas que no ayudan en nada a la gente. Y luego está esa concepción errónea de que los millennials y la gente joven lo que quieren es divertirse mucho en el trabajo. Pero resulta que, si investigas y les preguntas a ellos, eso no es cierto. Los jóvenes no quieren estar cambiando de trabajo cada dos años, quieren cierta estabilidad, beneficios sociales, desarrollo profesional… Y esas cosas las empresas de Silicon Valley no se las están dando.

En España ya existen algunas empresas que tienen hasta un ‘director de felicidad’. ¿Por qué esa obsesión porque el trabajo sea como un parque de atracciones?

La idea de un ‘director de felicidad’ siempre me ha hecho reír porque, en general, las empresas se las arreglan bastante bien para que sus trabajadores sean infelices. Es la propia naturaleza del trabajo. Dudo mucho que una empresa como Uber tenga un director de felicidad. Pero si lo tuviera seria como decir: «Explotamos a nuestros conductores, los tratamos mal y dejamos que nuestros propios empleados trabajen sin descanso. Pero, eso sí, queremos que sean felices».

Otro mantra reciente es de la diversidad. Sin embargo, cuando se trata de contratar a mayores de 50 años, los ratios son muy bajos.

Hace un tiempo escribí un artículo cuyo titular decía: «Cuando se trata de discriminación por edad, las empresas tecnológicas ni siquiera se molestan en mentir». Imagínate que fueras uno de los pocos empleados de raza negra de tu empresa y que un día leyeras a tu CEO afirmar en prensa que los empleados negros no son tan buenos como los blancos. Se montaría un escándalo tremendo. Sin embargo, las empresas de tecnología dicen eso continuamente sobre los trabajadores mayores.

¿Cuáles son las causas de esta especie de Fuga de Logan contra los trabajadores mayores de 50 años?

Se esgrimen varios argumentos. Uno habitual es que cuando llegas a cierta edad tienes otras preocupaciones al margen del trabajo. Hijos adolescentes o a punto de ir a la Universidad, padres mayores que necesitan atención… En cambio, la gente de 20 y 30 años no tiene ninguna de esas preocupaciones y su vida gira alrededor del trabajo. En mi opinión, todo eso no son más que chorradas, excusas para no tener que contratar a trabajadores mayores, que son más caros.

«Cuando se trata de discriminación por edad, las tecnológicas ni siquiera se molestan en mentir»

También está la idea de que los mayores son torpes con la tecnología.

Mis hijos podrían estar de acuerdo con esa percepción, especialmente cuando les pregunto por cómo se hace algo en Instagram. Pero pensemos, por ejemplo, en un ingeniero. En su campo los lenguajes de programación y las herramientas están en constante evolución y necesita mantenerse al día de esos cambios. Un antiguo ejecutivo tecnológico me dijo una vez que las personas que son perezosas y no quieren aprender nada nuevo ya eran así cuando tenían 25 años.

Se habla mucho de las «nuevas formas de trabajar». ¿Qué significa exactamente?

En Estados Unidos, y creo que cada vez más también en Europa, están proliferando los llamados «trabajadores por contrato». Así que las empresas tienen dos niveles de profesionales. En el nivel A están los empleados que tienen un contrato laboral, digamos con Google, y disfrutan de atención médica y el resto de beneficios que les ofrece la empresa. Y en el nivel B, aquellos que trabajan para una empresa X que vende sus servicios a Google y que lo único que reciben es un cheque a final de mes. Por supuesto, la empresa X permite a Google aumentar o disminuir su fuerza de trabajo según sus necesidades y no tiene problema en despedir a gente.

¿Son las empresas más egoístas ahora que hace unos años?

Hace una o dos generaciones las empresas se preocupaban más por sus trabajadores. Si tu trabajabas ensamblando coches en una cadena de montaje de Ford en Detroit podías tener una gran vida. Podías comprar una casa, mandar a tus hijos a la universidad, ahorrar para la jubilación. Ahora, las empresas que tienen enormes beneficios hacen un vídeo para celebrar como un gran éxito que ha subido el salario mínimo a sus trabajadores de almacén a 15 dólares la hora. En Estados Unidos con eso no se puede vivir. ¿No tendría más sentido tener unos beneficios un poco menores y mejorar la vida de tus trabajadores?

Sin embargo, numerosas empresas no dejan de insistir en sus elevados valores y un noble propósito. ¿Se compra ese discurso con facilidad?

Cuando yo trabajaba en Newsweek estaba realmente orgulloso de lo que hacía. Creía (y sigo creyéndolo) que el periodismo cumplía una función importante. Pero en otro tipo de trabajos, digamos, por ejemplo, fabricando un software de dudosa utilidad o enviando correos spam a la gente, ya no lo tengo tan claro. Supongo que nos lo creemos porque necesitamos creerlo, porque es muy duro pensar que tu trabajo no tiene ningún sentido. Y las empresas han encontrado un filón en esto. Han visto que la gente, especialmente los jóvenes, quieren encontrarle un propósito a lo que hacen, y les dicen: «¿Queréis un propósito? No hay problema. Nosotros podemos daros todo el propósito que necesitéis».

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