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Vandana Shiva: “Hoy la revolución empieza en la cocina”

Por El Periódico   ·  25.01.2018

“Diosa ecoguerrera”, “izquierdista reaccionaria”, “una de las siete feministas más poderosas del mundo”, “la rockstar de la batalla contra los transgénicos”. Ese tensionar la cuerda de la reputación de Vandana Shiva (Dehradun, India, 1952) tiene que ver con su enfrentamiento a los gigantes agroalimentarios. Es su ‘bestia negra’. En su último libro, ‘¿Quién alimenta realmente el mundo?’ (Capitán Swing), redobla la crítica a quienes, según ella, “envenenan” nuestro cuerpo y el medioambiente.

Dé su versión de sí misma. Soy alguien que pone el alma en trabajar por la justicia social, la diversidad, la sostenibilidad y la libertad. Lo único que hago es intentar responder a los retos.

¿Plantándose en jarras delante de las corporaciones que hagan falta? Cuando empecé a estudiar Física, pensaba que me pasaría la vida haciendo ecuaciones, encerrada. No quería tener ninguna relación con el mundo. Pero, a medida que vi cómo desaparecían ríos y bosques, cómo robaban el agua, se desató en mí la necesidad de actuar para la tierra y las personas.

Afeando nada menos que a multinacionales como Coca-Cola. El Día Mundial de la Madre Tierra del 2002, una mujer de Plachimada, una pequeña aldea donde Coca-Cola tenía una planta, me llamó para contarme que les “robaban” 1,5 millones de litros de agua potable, de modo que tenían que caminar 16 kilómetros para conseguirla. Al llegar a la aldea, vi a 500 policías para contener a 100 mujeres. “Cuando vuelvas a Delhi, diles que quien bebe el refresco, bebe la sangre de mi pueblo”, me pidieron. Mi inspiración viene de esas mujeres que no olvidaron quiénes eran y qué relación tenían con la tierra. Su fortaleza es mi fortaleza.

¿Dejaron de “robar” el agua? La planta cerró en el 2004. Soy de las realistas que cree que, en un lugar muy oscuro, una pequeña lámpara arroja mucha luz.

¿Qué luz tiene prendida ahora? La de guardar semillas en libertad para crear un futuro distinto.

Tiene unas 5.000 guardadas. ¿Recuerda cuál fue la primera? Una de mijo, que aporta 400 veces más nutrición que otras semillas con el mismo volúmen de agua. La planté y dio 2.000 semillas que distribuí entre los campesinos. La fecundidad del mijo hizo que las corporaciones lo descartaran y optaran por la soja y el maíz. Y, créame, sin semillas libres no tenemos libertad sobre lo que nos nutre.

¿Qué nos nutre? La ciencia está avalando la tesis del ayurveda que dice que el alimento es la mejor medicina. Nuestro sistema digestivo tiene 300 billones de microbios. Si les damos el alimento correcto, y diverso, pueden cumplir su función. Los que están llenos de tóxicos, en cambio, provocan la actual explosión de alzhéimer y autismo en niños (en EEUU cuna de los transgénicos, uno de cada dos menores será autista de aquí a 10 años). Del intestino parten las encimas que crean neurotransmisores, por eso decimos que es el segundo cerebro.

C<strong>uando solo existía agricultura tradicional, la esperanza de vida era de 45 años. ¡La noción ‘esperanza de vida’ es un constructo social! En aldeas remotas de los Himalayas hay comunidades que viven 100 años y solo ingieren alimentos locales. Hoy el 70% de las enfermedades están relacionadas con el intestino. Los alimentos industriales tienen un 60% de nutrientes menos, de modo que hay que comer el doble para obtener el mismo resultado. Hay que fijarse en las enfermedades crónicas.

La diabetes es una, y de momento la solución es la insulina, un transgénico. La diabetes es un transtorno metabólico. Los tóxicos de los alimentos o la ausencia de micronutrientes desestabilizan el sistema autorregulatorio. Así que puedes enfocar la diabetes de dos formas: 1/ seguir comiendo mal y aplicar insulina, o 2/ nutrirse bien, con alimentos libres de químicos, para que el sistema se autorregule.

La agricultura ecológica representa el 1% de la producción mundial.
Y 793 millones de personas pasan hambre. La principal causa de que la mala comida sea la única comida es la existencia de un ‘cartel venenoso’ de corporaciones –Monsanto, Bayer, Dow, DuPont, Syngenta–, que tienen una base sólida en la arquitectura de la guerra. Y su control de las semillas tiene dos finalidades: 1/ vender más químicos, y 2/ si las semillas son de su propiedad, pueden cobrar por ellas.

La perfecta carambola. En 1987 asistí a una reunión en la que dijeron: “El futuro serán las patentes de las semillas y las vamos a imponer gracias a un acuerdo con la OMC”. ¡No puedes ‘infectar’ una planta con tóxicos y decir que la has creado tú! ¡Las semillas son un bien común, no son un invento! Treinta años después sigo peleando para conseguir que esa mentira no tenga éxito. Primero controlan las semillas, luego los subsidios –reciben 4.000 millones de dólares, la mitad del presupuesto de la UE– y el comercio. Todo eso hace que el coste de producción baje, perjudique a los agricultores y destruya las economías locales.

No lo suficiente. No pueden competir con las industrias de EEUU y Brasil. Si dividimos el terreno de una fábrica de soja modificada para biocombustibles en pequeñas granjas, podríamos alimentar el doble de la población del mundo con alimentos de verdad. De lo contrario, comemos veneno y empeora el cambio climático. El próximo paso de Monsanto, que a través de satélite le puede decir al agricultor qué químico le conviene, será el control de los datos del clima y de las compañías de seguros. De ese modo el granjero no tendrá relación con la tierra ni con la comunidad. Ellos le venderán todo. Pero los granjeros no pueden externalizar su propia mente. La tierra necesita de su cuidado. Y el cuidado de la tierra no es el big data.

Frente a ese “totalitarismo”, ¿por dónde pasa la revolución? Hoy la revolución empieza en la cocina. Justo en el momento en que un individuo dice: “Utilizaré esta semilla libre, voy a formar parte de los sistemas anónimos de distribución, crearé una comunidad basada en la alimentación”. Y eso será inevitable. La mala alimentación se ha globalizado. Nuestra salud y la del planeta requieren respuestas individuales.

¿Individuales?¿Con qué coste? Coste cero. Deben unirse consumidores y agricultores, y crear mercados. Solo entonces el precio de lo ecológico dejará de ser un 30% superior al industrial y tendremos un aumento del 80% de la alimentación que ahora no está disponible, porque se han cargado la diversidad. Tenemos que dar cuatro pasos: 1/ recuperar la soberanía de las semillas; 2/ pasar de una industria tóxica a la ecológica; 3/ fomentar relaciones entre los que producen alimentos y los que los comen, y que los gobiernos dejen de subsidiar lo venenoso y apoyen a los mercados locales orgánicos.

De esta batalla no habrá salido indemne, intuyo.
Montsanto tiene una gran influencia en India con el algodón y hace cuatro años los llevé a los tribunales. Se pusieron muy agresivos, así que reuní a 10 amigos y les dije: “Si me pasa algo antes de que concluya el caso en los tribunales, os pido que lleguéis hasta el final”.

Sigue entre los vivos. Sí, pero tocaron mis credenciales universitarias en mi perfil en Wikipedia para decir que era una mentirosa, que no soy científica. Mi hijo mandó mis diplomas y, un segundo después de corregir el perfil, volvieron a modificarlo. Pero la gran lección que aprendí de mis padres es no tener miedo. No lo tienen las mujeres de las comunidades.

Sostiene que el cambio solo puede venir de ellas. Los hombres quedan atrapados en la seducción del mercado. La publicidad de Monsanto dice: “Hazte rico”. Pero cuando Monsanto ahoga a los agricultores en deudas, muchos se suicidan. Si hubieran hablado con sus mujeres, siempre pegadas a la economía real, habrían hallado la solución. Por eso sostengo que el tema de la alimentación es un tema de género. No desde el punto de vista de que el hombre es destructivo y la mujer, protectora, sino por la división del trabajo y el capitalismo patriarcal.

En Davos hay líderes femeninas.
En Davos el crecimiento se mide por el PIB, que también es fruto del paradigma militarizado. Te dicen: “Si produces lo que consumes significa que no produces”. Puede que el PIB crezca, pero el hambre persiste y trae aparejadas otras violencias. La alternativa al PIB es la economía circular, la de las mujeres, que deja que el superávit verdadero salga a la superficie.

Oiga, ¿y usted qué come? Puedo elegir entre 40 platos distintos con productos de nuestras granjas. El sabor es increíble, porque crecen en suelo orgánico. Una cucharadita de tierra contiene entre 100 y 1.000 millones de bacterias.

Buff. ¿Y unas napolitanas del súper?
Huyo de cualquier alimento que provoque violencia en mi organismo. Nunca voy a un súper y mi cuerpo es muy, muy feliz.

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