El cambio climático o el pico del petróleo son realidades innegables que la voracidad consumista en la que vivimos inmersos hace cada vez más acuciantes. Un mundo finito y sobreexplotado en el que una parte pretende crecer infinitamente a costa de la otra no parece un panorama sostenible durante demasiado tiempo. Más bien conduce al desastre. Mark Boyle, fundador de la Comunidad Freeconomy y activista irlandés con formación en Economía, supo ver esta realidad y decidió tomar sus propias medidas. Durante un tiempo lo hizo creando compañías de alimentos orgánicos, pero esta solución le supo a poco y decidió ir más allá. Entendiendo que el dinero es la causa de la desconexión que existe entre las personas y sus acciones, decidió experimentar viviendo un año sin dinero. Parece que no le fue mal y con los derechos ganados con el libro en el que cuenta esta experiencia compró un terreno en el que se está implantando una comunidad dispuesta a seguir su ejemplo.
Algo de respetuoso gurú, visionario o nuevo mesías tiene Mark Boyle, quien no anda desacertado en su análisis cuando afirma que “los grados de separación entre el consumidor y lo consumido han aumentado de forma descomunal desde la aparición del dinero y, con la complejidad de los sistemas financieros actuales, son mayores que nunca. Las campañas de marketing están diseñadas expresamente para ocultarnos esta realidad y, como vienen respaldadas por miles de millones de dólares, lo consiguen con total facilidad”. No cabe duda de que si conociéramos el coste real que supone cultivar una patata o fabricar una prenda de vestir, si lo tuviéramos que hacer nosotros mismos o fuéramos conscientes de lo que supone en impacto medioambiental o sufrimiento humano, nos lo pensaríamos dos veces antes de comprar y tirar tan a la ligera, pero para seguir a Mark Boyle en un mundo sin dinero en el que todo se resuelve en la comunidad local intercambiando distintas destrezas sin reciprocidad estricta –tú me enseñas a fabricar cestas, pero si yo no tengo alguna habilidad o producto con el que corresponderte no importa, porque alguien dentro de la comunidad te compensará-, además de una dosis extraordinaria de valentía hace falta creer en el mito del buen salvaje, no hacer ningún caso a Thomas Hobbes y contener un alto grado de ingenuidad utópica.
“La comunidad se basará en los mismos principios que la Comunidad Freeconomy de Internet y mi año sin dinero (…). Será una comunidad en cuyo núcleo estarán el alimento, la amistad, la diversión, las fogatas nocturnas, la recolección de alimentos silvestres, la música, la formación, la puesta en común de recursos, la danza, el arte, los cuidados, el intercambio de destrezas y habilidades, las experiencias previas, el respeto y la búsqueda de comida en la basura”.
En fin, Mark Boyle lo ha conseguido –entre otras cosas ayudado por la cantidad de desechos que produce la sociedad de la abundancia-y su huella ecológica será infinitamente más pequeña que la que podamos dejar muchos de nosotros, pero para redimir a la humanidad de su consumismo rampante, quizá hagan falta métodos de decrecimiento menos drásticos y no tan capaces de asustar con sus incomodidades a todos aquellos que ya prácticamente no sabemos hacer nada con nuestras manos.
Autor del artículo: Alfonso López Alfonso
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