Roxane Gay no quiere que la coloquen en un pedestal feminista. María Unanue tampoco. Por eso se ha identificado con este libro y lo considera “la Neobiblia de las chavalas de a pie que no aspiramos a ser coherentes en absoluto”.
El año nuevo ya está encaminado. La vida pasa, y lo de que el tiempo es relativo lo tiene claro cualquiera que de adolescente fuera a la ortodoncista. No sé si hay estudios de Prestigiosas Universidades sobre esto, pero está claro que sólo quienes, como dice un meme que vi en Facebook, tuvimos en la boca esa pasta de pseudoarcilla repulsiva para medir nuestro paladar y luego llevar hierros entre los dientes, entendemos que un minuto puede pasar en un chasquido de dedos, o que por el contrario ese mismo minuto puede crearte las arcadas más horrorosas y los pensamientos más esperanzadores que nunca hayas tenido. Darte cuenta de que quieres vivir a toda costa no es moco de pavo. Esto lo he aprendido en el bendito Facebook, qué gracioso es. Lo mismo pasa con los años. 2017. Menuda ensalada de números tan poco elegantes. 2, 0, 1, 7. A mí no me dicen nada. Tiene pinta de año mediocre. Supongo que no debería sorprenderme, ya que posiblemente sea exactamente igual de montañarrúsico que los demás, nada nuevo bajo el sol.
Para alegrar un poco el cotarro, hoy me dispongo a presentar mi regalo favorito de estas navidades. A la regaladora en cuestión, la conocí gracias a escribir aquí y aplaudo a los astros, por haberse alineado de aquella manera aquel día. Gracias por todo, Bea. Creo que si no ha sido en esta vida, en alguna otra compartimos placenta, porque tanta complicidad no es ni medio normal. Mala Feminista, escrito por Roxane Gay, es una lectura que no puedes dejar pasar. La autora, profesora de Universidad, comentarista, editora y escritora, ha creado una Monstrua im-presionante, que diría aquel. Por lo tanto, si estás leyendo estas líneas, seas quien seas, te guste lo que te guste, estés donde estés: leétela o pide que te la cuenten. Yo tengo entre manos la traducción de Ana Momplet Chico, porque cierto es y falso no, que aunque haya estudiado en inglés, al final siempre leo más a gusto en la lengua de Emilia Pardo Bazán.
Mala Feminista, escrito en el año 2014, es una colección de tropecientos, pero no suficientes, ensayos. Gay divide sus 319 páginas en bloques que a su vez se subdividen en algo así como capítulos de una amplia variedad de temas. Según abrimos la primera página, nos encontramos de par en par con una introducción la mar de bien hecha, que se titula “Feminismo (n.): Plural”. Esto es algo así como la panacea de las declaraciones de intenciones habidas y por haber. Yo mientras leía me llevaba las manos a la boca con gesto de sorpresa cómplice y pensaba: “ya te digo”, “si yo te contara”, “vaaaaya que sí”.
Como sé que no tenéis por qué creerme y seguro que preferís asomaros a la clarividencia de la autora, voy a rescatar la siguiente pregunta, porque tiene mucha miga: “¿Cómo conciliar las imperfecciones del feminismo con todo el bien que puede hacer?”
A veces a una se le llena la boca con la palabra sororidad, pero a trabajar en grupo hay que aprender, y como no es una destreza que traigamos de serie, hay ocasiones en las que en cuanto nos dejamos llevar un poco, nos encontramos al borde de la histeria y con unas ganas de tirar del pelo sorprendentes. Y no sé por qué hablo en impersonal. Porque hablo de mí. ¿Cómo mierdas puedo compaginar una personalidad mie(r)dosa y adolescentoide con un tipo de activismo aparentemente adulto en el que no se permite fisura alguna porque si no aparecerán los dedos señaladores? En ocasiones tengo serias dificultades para predicar con el ejemplo y me descubro haciendo gilipolleces de las que no estoy orgullosa. Quiero decir, que en el momento suelo querer hacer lo que hago, porque si no haría otra cosa, pero al de unos meses, cuando el tema ese me da lo mismo, me pregunto si no podía haber solucionado la situación poniendo distancia y tomándome menos en serio lo que sea que sucediera. Lo que pasa que cuando eres una intensa de mierda es difícil saltar en el tiempo y contener reacciones que salen de tu boca cual cataratas del Niágara. Además yo soy una bocas, así que siempre tengo la sensación de haber dicho más de la cuenta, porque acostumbro a decir más de la cuenta. Pues eso, que a currar en equipo no se aprende de la noche a la mañana y es una ardua tarea que trae tanto alegrías como llanto descontrolado y frustración.
En fin. Yo voy de abierta de mente pero suelo resistirme a los cambios porque me pone nerviosa no saber qué viene detrás de la curva. Sé que eso de no dejarme fluir, y apoyada en un asiento demasiado recto andar dando volantazos con los brazos rígidos de lado a lado mientras suelto grititos y ni siquiera avanzo, no me hace demasiado moderna. Pero es que yo soy de esas que no saben dejarse llevar. Nunca he sabido. A mí cuando alguien desconocida me decía de pequeña cosas tipo “confía en mí”, yo preguntaba “¿para qué?, ¿pero qué vas a hacer?, ¿por qué tengo que confiar?”. Y ya hasta el presuntamente inocente “cierra los ojos”, en mi cabeza tiene como respuesta siempre el acto reflejo de soltar tenso: “no”. Sé que no tengo que dar explicaciones sobre mis preferencias, porque tengo derecho a elegir con quién quiero relacionarme sin que nadie me raye la cabeza, pero aún así, necesito que se comprenda que no tengo el menor interés en ser parte de un grupo o incluso movimiento feminista donde no me sienta en confianza con las que tengo al lado. Yo sólo sé funcionar cómodamente con cercanía y de manera personal. Por lo tanto, necesito un espacio en el que para empezar, sólo estemos nosotras y nosotrxs. Llamadme carca. Un movimiento feminista transinclusivo donde los hombres CIS no estén, es mi ÚNICO escenario posible para la militancia. Opino que el sujeto transfeminista NO son los chicos cis. ¿Diciendo esto estoy deslegitimando el duro trabajo de señores comprometidos que se lo han currado? Pues mira, puede ser. Pero no lo siento. ¿Por qué? Porque esto es como cuando a no sé quién (y no lo voy a mirar) le preguntaron si creía en dios. Su respuesta fue “si dios existe, seguro que no le importa que dude de él”. Lo de pasar en sanchesqui de que me rodeen tíos en debates transfeministas, es exactamente igual. Si a un tío realmente le interesa crear espacios seguros transformadores, va a entender que yo no quiera sentarme a su lado. Y si no, pues muy educadamente digo… ¡que le jodan!
Llevo tragando excrementos patriarcales como si fuera la única opción, desde que tengo uso de razón, y me he sentido la persona más infeliz y desdichada de la capa terrestre por ello. En cambio, desde que tuve la suerte de zambullirme en el feminismo no mixto, incluso con tooooda la cantidad de defecaciones que también he olido muy de cerca y hasta saboreado en múltiples ocasiones, puedo comunicar y comunico, que yo no sé si por la gracia de diosa o porque me ha salido espontáneamente, he sabido convertir las experiencias peculiares en abono y aprendizaje. En crecimiento. En lo que considero una mejora de mi persona. Mi calidad humana sigue siendo dudosa (y siempre lo será, que decía la canción), pero lo que otras compañeras me han dado la oportunidad de vivir y experimentar, aunque no haya sido siempre lo que yo esperaba, no lo cambio por nada. Live and learn, que se llama. Pero live and learn whatever the fuck I choose. Claro.
Como decía, y fíjaos si el libro da de sí, que estoy estancada en la página diez aunque vaya ya por la tercera hoja de word (se oye desde el fondo: “¡¡eso es porque hablas de tu vida, cíñete al libro, hostia!!”) (“eso es…¡verdad!”- diría Emma García en aquel programa suyo donde humillaban a personas haciéndoles preguntas indiscretas de todo tipo delante de sus familiares a cambio de dinero), esta introducción es impecable en lo que a contenido se refiere. Sin palabras pomposas tras las que escondernos, porque no hay ni rastro de: generar, visibilizar, gestionar…(¡puaj!) Porque no me cansaré de decirlo: que ya es hora de que empecemos a utilizar un lenguaje claro y directo para llamar a las cosas por su nombre y no liarnos con generalidades que entorpecen la comunicación. Por favor ruego que si alguien piensa que soy gilipollas, me diga que le parezco una gilipollas, y no se ande por las ramas. Yo ofreceré lo mismo. Creo que Pikara ya no tiene los comentarios abiertos, pero podéis entrar en el foro y decirlo sin miedo: a mí María Unanue me parece gilipollas. Y ya. No pasa nada. Coño. No puede estar una intentando controlar lo que la gente piense de ella eternamente, porque es agotador. ¿O qué? ¿Sólo me pasa a mí? Porque resulta que ahora vamos todas de correctas, y ha llegado un punto en el que todo parece que se sobrentiende, pero como no hay pruebas explícitas de las connotaciones de lo dicho, esto es un cisco y ni cristo se entera de la fiesta. Y cuando alguien se entera, aparecen las correcciones matizadas tipo “yo no he dicho eso, te remito a la palabra cinco, de la línea dos, del acta seis”. Esto no es la puñetera universidad, hostia. Esto es la vida. Yo no digo que vayamos a las asambleas con navaja, pero lo que sí digo es que al año 2017 le pido claridad y buenos alimentos. Que la gente hable para que se le entienda, coño. Y retornando a la página 10, hago un copy-paste para ilustrar el tema que nos concierne en el día de hoy, misa de doce:
“En verdad, el feminismo tiene sus fallos porque es un movimiento impulsado por personas y las personas son intrínsecamente imperfectas. Sea como sea, lo juzgamos con una vara de medir poco razonable que le exige ser todo lo que queremos y tomar siempre la mejor decisión. Cuando el feminismo no cumple con nuestras expectativas, sacamos la conclusión de que el problema es del feminismo en sí y no de las personas imperfectas que actúan en su nombre. El problema de los movimientos es que a menudo se asocian solamente con sus figuras más visibles (…) pero el feminismo no es una filosofía cualquiera que suelta la feminista de turno en el foco de los medios populares, al menos no del todo.”
Y sigo copiando, porque me salen sarpullidos en el pecho de la emoción que tengo mientras me recreo en las palabras:
“Últimamente, el feminismo ha padecido cierta culpabilidad por asociación, ya que lo relacionamos con mujeres que lo defienden como parte de su marca personal. Cuando esas figuras prominentes dicen lo que queremos oír, las ponemos en el pedestal feminista, y cuando hacen algo que no nos gusta, las derribamos y decimos que algo falla en el feminismo porque nuestras líderes feministas (¿?) nos han fallado. Olvidamos la diferencia entre el feminismo y las feministas profesionales”.
Desde que hablo en la radio dando mi opinión con perspectiva feminista joven sobre diferentes temas sociales de los que a veces admito que no sé demasiado, desde que escribo estas líneas más o menos afortunadas de manera regular y desde que a veces hablo en sitios donde hay gente que parece escuchar, siento una puñetera presión asquerosa que me trae por el camino de la amargura, porque me da la sensación de que hay una especie de pacto no escrito en el que yo debo decir lo que se quiere que diga. Y no. Aquí, en persona, en redes sociales y por megáfono: yo digo lo que me da la gana. Y como ya he contado antes que soy una bocas, muchas veces lo que diga, serán estupideces impulsivas sin reflexionar. Pero eso no invalida las no estupideces que haya dicho anteriormente. Y sigo con el libro:
“Acepto abiertamente la etiqueta de mala feminista. Y lo hago porque no soy perfecta, soy humana (…) soy complicada. No pretendo ser un ejemplo. (…) No pretendo decir que tenga todas las respuestas. No pretendo decir que tenga razón. Sólo pretendo defender aquello en lo que creo (…) hacer algo de ruido con lo que escribo siendo yo misma. (…) Soy mala feminista porque no quiero que me coloquen nunca en un pedestal feminista. La gente que se sube a un pedestal debe saber posar a la perfección. Y cuando la caga, se le hace caer. Yo la cago a menudo. Consideradme derribada a priori”.
Como comprenderéis, si por mi fuera, seguiría hasta el fin de los días copiando pasajes de lo que será la Neobiblia de las chavalas de a pie que no aspiramos a ser coherentes en absoluto.
El siguiente bloque se llama YO, y cuenta con algo parecido a cuatro capítulos. Después tenemos GÉNERO Y SEXUALIDAD, con apartados tan interesantes como ‘Cómo ser amiga de otra mujer’, ‘No estoy aquí para hacer amigos’ o ‘Líneas muy borrosas, está claro’. Acto seguido aparece RAZA Y ESPECTÁCULO. Supongo que no he dicho esta vez, yo que soy dada a comentar la apariencia física de todo el mundo, que Roxane Gay es negra. Y gorda. En este tercer bloque encontramos capítulos como ‘El último día de un joven negro’ y no hace falta ser muy viva para ver por donde van los tiros. Literalmente y de forma figurativa. De POLÍTICA GÉNERO Y RAZA, voy a rescatar ‘Cuando twitter hace lo que el periodismo no puede’ o ‘El racismo que todos llevamos dentro’. Para terminar, DE VUELTA A MÍ, contiene dos tomos con el título ‘Mala feminista’.
El entretenido y fresco ritmo de Roxane Gay, cómo transmite lo que quiere contar, junto con la combinación de cotidianidad y profundidad de los temas, hacen una cóctel perfecto que te deja una resaca de lo más deseable. Va a ser leerte un capítulo, y no poder parar de dar vueltas a sus reflexiones, sintiendo el tipiquísimo indicador de que un libro es genial: “¡¿pero cómo nadie ha dicho esto antes?!” Además, no sé si porque compartimos profesión, y porque me siento muy identificada con su personalidad, a veces me salían carcajadas al leer. Cualquier profesora con una mínima autocrítica ha pensado alguna vez desmarcarse del vomitivo adultismo de las narices: “Intento no ser vieja. Intento no pensar: cuando yo tenía tu edad. Pero es que me acuerdo bastante a menudo de cuando yo tenía su edad”. Y por supuesto, yo también vivo con una mezcla de miedo y deseo de que mi alumnado encuentre lo que escribo. Como ella dice, lo mío también es bastante explícito, y a veces si me has oído hablar más de quince minutos seguidos, aún con pseudónimo, sabrás que soy yo. Por eso cada día, llego a clase con la duda de si alguien sabrá más de lo que yo sé que sabe de mí.
Esto llega a su fin, y si he conseguido transmitir un cuarto de lo deslumbrante que me ha parecido esta peazo de joya, me doy con un canto en los dientes. No perdáis la oportunidad de leerla. No tenéis por qué empacharos con sus trescientas páginas en un día (aunque os aseguro que vais a tener dificultades para soltar el libro), siempre existe la posibilidad de leerla “por fascículos” y dejando tiempo de por medio. Los capítulos son muy cortitos y seguro que en vez de mirar tus dos mil grupos de whatsapp, cuando veas de qué va el percal, decides no sacar el móvil del bolsillo y hojear y ojear las reflexiones de esta Mala Feminista que hace un retrato costumbrista del pan nuestro de cada día. Y de alguna hostia que otra, también.
¡Perdamos el miedo al ridículo, joder! ¿Qué es lo peor que puede pasarnos si somos como somos? ¿¿¡Que nos conozcan y no les gustemos!?? Pues ya ves tú. ¡Estamos hasta el bigote de complacer!
¡Arriba las malas feministas! Y a quien no le guste… “hasta luego Mari Carmen”.
Autora del artículo: María Unanue
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