‘Pimp. Memorias de un chulo’ es un clásico absoluto de la literatura de barrio
— ¿De qué va esto?
— Nada, memorias de un chulo. Un libro con el que estoy.
— ¿De un chulo de putas?
Esto me decía hoy uno de los parroquianos del bar al que voy a veces a comer mientras hojeaba ‘Pimp. Memorias de un chulo’, la autobiografía de Iceberg Slim.
Se dedicó en Chicago al oficio ilegal, rentista y machista de proxeneta desde los 18 años. Se dice que le apodaron Iceberg por que era frío como un témpano, cosa que al parecer demostró quedándose impávido, whisky en mano, en mitad de un tiroteo en un bar. Slim, por lo delgado.
—Suena a cabronazo.
Con los años, a su gusto por el whisky le acompañó un especial cariño por la cocaína y la heroína. Su repeinado meticuloso, joyería generosa y vestimenta pastel conformaron la figura arquetípica del personaje de cine blaxpoitation por excelencia.
—¿Cine qué?
—Cine de negros en los 70, funkazo, soul, humo en las discotecas, persecuciones, confidentes y maderos.
Iceberg Slim trató de teorizar sobre su oficio. Según él, el de chulo era un oficio directamente heredado de la esclavitud. Los blancos dominaban en todos los ámbitos, incluido el del negocio sexual, y los negros eran usados solo como sementales. O sea que él le daba un poco la vuelta a la tortilla.
También sabía que su riqueza procedía de la explotación de las mujeres. Llegó a decir que un chulo tiene que odiar a las mujeres, incluida su propia madre.
—!!!
Al contrario que muchos chulos blancos que no necesitaban hacerlo, Slim se tenía que patear las calles.
—Joder, mira cómo empieza:
“Rompía el amanecer y el gran Puerco volaba por las calles. Mis cinco putas parloteaban como urracas borrachas. Me llegó ese pestazo que solo suelta una puta de la calle tras una noche larga y ajetreada. Tenía la tocha por dentro en carne viva. Eso pasa cuando esnifas cocaína como un mulo”
—Tenía flow.
Sí. Se lee a Iceberg Slim y suenan bombos y cajas en la cabeza. Ojos como faros, pollo frito y bares con botellas más limpias que sus vasos. Cuando las cosas se ponen feas, Slim nos lleva a un mundo gélido. Era un maldito generador de silencios. En esos momentos se podía escuchar a un mosquito cagando en la luna.
Quizá sea sinónimo de chulo, pero Iceberg era un maltratador. No tiene tapujos en dejar escrito cómo golpea a alguna mujer hasta dejarla prácticamente inconsciente, las engancha a las drogas o practica el terrorismo emocional contra ellas. Y todo con un objetivo: la pasta.
El flaco de la sonrisita. Bolsa blanca va, bolsa blanca viene.
—Me cae mal.
Pero hay cero moralismo en su relato. Iceberg no escribió esto para glorificar al cabrón que era, sino para dejar claro que no era precisamente un ejemplo a seguir para la chavalada negra. Leyéndolo, a uno no le da ninguna gana de ser como él.
Al revés que otros escritores, con Memorias de un chulo Slim pasó de chulo a artista. El asesinato de Malcolm X en 1965 le hizo reconsiderar su vida. En Iceberg retumbaron las palabras de Malcolm sobre que el chuleo convertía a los hermanos y hermanas en mercancía para blancos.
El sufrimiento de las mujeres a quienes odiaba y explotaba era la única razón para no haber acabado en la mierda. Quiso convertirse en un referente positivo para la comunidad negra. Admiraba a Huey P. Newton y los demás Panteras y escribió su vida en 1967.
—Aaahora nos entendemos.
“Si eres negro y estás obligado a ser un delincuente, no me robes a mí. Vete allí. Roba a los blancos ricos”, dijo. Iceberg Slim no elude, nombra. Y donde allí es la jungla, él es el hombre que estuvo allí.
Para el escritor Irvine Welsh, Slim está entre la conciencia del barrio y una máquina de hacer dinero. Entre Muhammad Ali y Michael Jordan. Richard Pryor, David Chappelle o Eddie Murphy le deben bastante.
Ice T y Ice Cube directamente se pusieron su nombre en honor a él. El gangsta-rap se olvidó, eso sí, de un pequeño detalle. Si tratas de salir del gueto pisando a tus hermanos y hermanas, el gueto nunca saldrá de tu cabeza.
O, como diría Iceberg Slim, chulea al cabrón al que de verdad tienes que chulear.
Autor del artículo: Ignacio Pato
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