Un aluvión de libros que invitan al escapismo campestre llenan las librerías de bosque, olas y la utopía libertaria de un mundo más salvaje y mejor
Después de la Revolución Industrial, vienen los Prerafaelitas. Después del Renacimiento, viene la oscuridad. Al espíritu de la globalización le sigue el individualismo anarquista. A los delirios de inteligencia colectiva, las Zonas Temporales Autónomas. Al universo elegante, el Apocalipsis. Vuelven los valores sencillos: tierra, religión y escopeta. Después de Barak Obama, viene Donald Trump.
En esta era la transición adopta múltiples caras, desde los cosméticos de aspecto farmacológico que se transforman en ungüentos naturales con aceite de caléndula o las drogas de diseño que devienen en Ayahuasca. Al hiperracionalismo tecnócrata de las últimas décadas le sigue el espíritu de Walden, un Rousseau que no descarta la violencia y que la prefiere un millón de veces a la violencia soterrada de la sociedad moderna.
Este año, un aluvión de libros nos invitan al escapismo campestre con bosques, olas y la utopía libertaria de un mundo más salvaje y mejor.
Años salvajes. Mi vida y el surf (William Finnegan, Libros del Asteroide)
El último Premio Pulitzer de biografía empezó como un artículo para la revista New Yorker sobre la escena surfista de San Francisco en los años 80. Finnegan, un periodista que ha destacado por sus coberturas en zonas de guerra, de Sudán a los Balcanes, y temas tan espinosos como el apartheid, la desigualdad en Estados Unidos o el narcotráfico, considera que sus años salvajes fueron otros, los que le llevaron de playa en playa por Samoa, Indonesia, Fiyi, Java, Australia y Sudáfrica. Una obsesión que estaba destruyendo su cuerpo. “Nada de eso me importaba entonces. Todo lo quería de mi cuerpo era que que remara más deprisa y surfeara mejor”.
William Finnegan, por cierto, vendrá a presentar su libro en Madrid y Barcelona a finales de octubre, y el 24 de octubre dará una conferencia sobre El periodismo y el futuro de la democracia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB).
Leñador (Mike Wilson, errata naturae)
Mike Wilson deja casa, familia y redes sociales para irse a los legendarios bosques del Yukón, al noroeste de Canadá, frontera con Alaska, para vivir entre leñadores, ganarse el pan con el sudor de su frente y encontrar su lugar en el mundo.
“Los leñadores me otorgaron un hacha, filo de acero. El cabo era de olmo liso, la madera oscurecida por años de uso. Pesaba más de lo que aparentaba. Aprendí”. Y nosotros también aprendemos porque después de este párrafo vienen cinco páginas sobre el correcto uso del hacha, y 500 páginas sobre cómo escuchar, comer, dormir y vivir.
La vida del pastor (James Rebanks, Debate)
A diferencia del resto de autores en esta lista, James Rebanks siempre ha vivido en el campo. Cuando dejó de ir al colegio a los 15 años, apenas sabía escribir. Su padre fue pastor de ovejas en el Distrito de los Lagos, al noroeste de Inglaterra, igual que su padre y cada padre de su familia desde hace 600 años. Como ellos, Rebanks se considera “asentado” (hefted), un término que se usa localmente para describir al ganado que se “pertenece” a un área de pasto en terrenos altos.
La increíble historia de este improbable superventas empezó hace cuatro años con una cuenta de Twitter que enseguida se viralizó. Su espíritu protector es William Wordsworth, el poeta de los lagos, en el que un joven James descubre el amor por la propia tierra. Es un libro extrañamente literario sin ser particularmente romántico, donde este pastor cuenta su vida de pastor, que considera dura y a la vez perfecta. Y la cuenta porque “si queremos entender a quienes viven en las montañas de Afganistán, quizá tengamos que intentar entender primero a quienes viven en las montañas de Inglaterra”.
Un año en los bosques (Sue Hubbell, errata naturae)
Lo de irse al campo con la cabeza llena de Thoreau es muy de tíos. Sue Hubbell es la excepción. Ella y su marido escapan a los Ozarks, Misuri, en el Medio Oeste de Estados Unidos, como protesta por la guerra de Vietnam y una sociedad cada vez más capitalista. Al poco de llegar, su marido la deja con 50 años, 200 colmenas y un desfile de criaturas salvajes que incluye coyotes, mochuelos, termitas, murciélagos, mariposas y arañas peludas. El recuento es interesante porque Hubbell es bióloga, y porque en la soledad de las montañas descubre cómo sobreviven las mujeres cuando la nieve se cierra sobre sus casas y no tienen a nadie más.
En el prólogo, el nobel francés Jean-Marie Le Clézio dice que Un año en los bosques es como leer a Virgilio bajo los olivos.
La práctica de lo salvaje (Gary Snyder, Varasek Ediciones)
El más bello de los bellos Beats ha sido granjero, leñador, marinero y vagabundo, además de uno de los mejores poetas de la tradición norteamericana (Pulitzer de poesía en 1975) y un autor visionario en el que se entrelazan lo científico, las culturas tribales y lo espiritual.
La práctica de lo salvaje es una colección de nueve ensayos sobre “el Universo físico y sus propiedades” por los que circula una preocupación persistente por el procomún, “la tierra indivisa que pertenece al conjunto de los miembros de una comunidad local”. Definición que no incluye “el hecho de que las tierras comunales son al mismo tiempo el territorio concreto y, también, la institución tradicional comunitaria que determina la capacidad de carga de sus varias subunidades, y que establece los derechos y deberes de quienes la utilizan, incluyendo sanciones y faltas”.
Su curiosidad científica busca respuestas espirituales en las sociedades más implicadas con su entorno, de los inutit a los aborígenes australianos pasando por ainu, los habitantes originales de Japón, cuyos dioses no son antropomórficos, sino El Gran Oso Pardo de las montañas al salmón de las cuencas fluviales, los ciervos y las orcas. Hace cinco años pasó por Madrid para presentar un documental dedicado a su vida, dirigido por John J. Healey y titulado, precisamente, La práctica de lo salvaje.
El solitario del desierto (Edward Abbey, Capitán Swing)
Para la mayoría de la gente, lo salvaje es el estallido de vida descontrolada, la profusión de verde y animales salvajes del amazonas. Para Edward Abbey, lo salvaje es el horizonte plano y árido de los cañones de Utah. Como el único ranger del Parque Nacional de Los Arcos, Abbey lamenta con todos sus poros el proceso de industrialización del oeste americano, la mercantilización del parque que cuida, en un relato lleno del tipo de aventuras que nos incendian el corazón con la promesa de un territorio virgen que ya no existe. El libro fue publicado en 1968.
Y reflexiones cotidianas en un entorno excepcional, se abra por donde se abra. “Quizá el búho cornudo sea el enemigo natural del conejo, pero no hay duda de que el conejo es el amigo natural del búho cornudo. Lo alimenta. Es fácil imaginar el cariño, la simpatía, el afecto genuino con el que el búho mira al conejo antes de convertirlo en porciones comestibles”. Un relato poético de un hombre que no lo es, iluminado por constelaciones que solo se ven realmente en la noche azul profunda del desierto.
Walden. La vida en los bosques (Henry David Thoreau, errata naturae)
En 1845, un joven Thoreau abandona la casa familiar de Concord y se muda a una cabaña al borde de la laguna de Walden, donde quiere “hacer que la tierra diga judías”. En el ínterim, producirá la biblia seminal del pensamiento libertario.
En los últimos años, la crítica se ha divertido desmontando el mito del hombre entregado a lo salvaje contando, entre otras cosas, que la cabaña quedaba tan cerca de su casa que su madre le llevaba los tupper y le hacía la colada. Nada de esto es importante si consideramos que este ensayo bellísimo es la chispa original del incendio que calienta los seis títulos anteriores.
Autora del artículo: Marta Peirano
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