Yósik el del viejo mercado de Vilnius

La mirada cómica de un judío

Hace muchos años, a bordo de un transatlántico, un anciano escritor suizo me contó que en su juventud había conocido a Kafka y que en un café de Viena lo había escuchado leer. Según él, mientras Kafka leía con voz suave y pausada, el público se reía a carcajadas. Me asombré de que un texto de Kafka pudiese parecer cómico, por más particular que fuese el humor de los austriacos de entreguerra. El amigo de Kafka me dijo que obviamente yo conocía mal la literatura judía, para la cual la tragedia de Edipo es la farsa de un niño mimado que no quiere compartir con nadie su Yiddishe Mamme. El Talmud dice que un hombre puede conocerse a través de cuatro cosas: su copa, su ira, su monedero y su risa.

Es cierto que, desde los comienzos, para los judíos, la tragedia no conduce necesariamente, como para los griegos, al llanto y al desasosiego. Frente al trágico secular y cotidiano, frente a las eternas persecuciones y vejaciones, el judío prefiere reír, como si descubriese en la miseria del mundo una demostración del tremebundo humor divino. Que Dios haga morir a Moisés justo antes de alcanzar la Tierra Prometida, le parece una broma inmensa, a la medida de Aquel Que Todo Lo Sabe.

Joseph Buloff fue uno de los más grandes actores cómicos del teatro yídish. Nacido un año antes del fin del siglo diecinueve, en Vilnius, Lituania, Buloff trabajó en los teatros de Europa del Este hasta acabada la Primera Guerra Mundial. En 1926 emigró a Estados Unidos donde puso en escena más de doscientas obras, tanto en el Yiddish Art Theatre de Maurice Schwartz como en Broadway. Su actuación en Muerte de un viajante de Arthur Miller, que Buloff y su mujer Luba Kadison llevaron a Buenos Aires en 1949, fue tan exitosa, que Miller comentó que la versión yídish de Buloff era sin duda el original y el texto en inglés una endeble traducción.

Cuando Buloff murió en 1985, dejó no sólo una gran cantidad de versiones dramáticas de diversos clásicos yídish y rusos, sino también varias novelas, de las cuales Yósik, el del viejo mercado de Vilnius es tal vez la mejor y sin duda la más ambiciosa, un ejemplo perfecto de la visión cómica judía del mundo. Vilnius era para los judíos una de esas ciudades europeas de identidad múltiple, polaca, rusa, lituana, soviética, que le daba una calidad de Torre de Babel absurda, pero, por sobre todo, era un centro de sabiduría ancestral, la “Jerusalén del Norte”.

Su variada población, su larga historia, el hecho de ser y haber sido la encrucijada de tantas culturas, hizo de Vilnius un escenario ideal para la comedia humana que Buloff quiso pintar. Su modelo iconográfico fue Chagall y sus ambientes feéricos; su material, la rica mitología hasídica de cuentos y parábolas, en las que Dios comparte, de manera sobrehumana, claro está, la azarosa suerte de sus criaturas. La universalidad del género picaresco tiene matices y tonos distintos en distintas culturas. En España, hesita entre la anécdota soez y la moraleja; en Inglaterra, entre la diferencia de clases y la caricatura social. En la literatura yídish, el héroe picaresco es parte Schlemil (bobo) y parte Lamed Vafkin (uno de los 36 santos ocultos gracias a los cuales el mundo no ha sido destruido). Yósik, el protagonista de la novela de Buloff, es ambas cosas, y su historia cómica, desde su infancia a su edad adulta, coincide con la del trágico pueblo judío de la Mitteleuropa del siglo XX.

Tártaros, griegos, turcos, habitantes de las grandes llanuras rusas, chinos y, por supuesto, judíos pueblan el viejo mercado de Vilnius que resurge en la memoria y la escritura de Buloff, y donde Yósik lleva a cabo su aprendizaje: cómo entenderse con los otros, cómo aprovechar las más escuetas oportunidades, cómo diferenciar granujas de buena gente, y cómo convivir con ambos, cómo protegerse de enemigos y de amigos: en una palabra, cómo sobrevivir. Pero aún esta mínima ambición debe ser filtrada a través de la implacable ironía yídish. “Es posible”, le dice su padre a Yósik, “que con el aliento de Dios en tus pulmones hasta puedas llegar a ser millonario algún día: si no de todo un millón, al menos de diez mil rublos”. Hasta la imposibilidad debe ser reducida a aquello que un judío de Vilnius puede imaginar como imposible.

Es una pena que esta edición, por lo demás cuidada, no haya respetado la ortografía correcta del nombre del traductor, el entrañable Jacobo Muchnik, muerto hace ya más de quince años y autor de numerosas y memorables traducciones.

Por ALBERTO MANGUEL

Anhelos que guían una vida

Yösik, el del viejo mercado de Vilnius, de Joseph Buloff, es un relato que tiene algo de memorias de infancia y juventud de Joseph Buloff (1899-1985), un actor lituano que abandonó su país en 1926 para emigrar a los Estados Unidos, donde, desde su debut en Broadway en 1936 y en el cine en 1949, llegó a ser muy conocido.

El narrador habla primero de su infancia en el mercado de Vilnius, cuando era un chaval de baja estatura, charlatán y embaucador, que va poco a poco aprendiendo el rechazo que sufren los judíos. Luego cuenta cómo su vida da un giro cuando, al regresar su padre de los Estados Unidos, su familia se muda de barrio y él asiste al colegio. La segunda parte comienza con otro cambio de colegio donde trata con gente de otras capas sociales. Pero un nuevo revés de la fortuna, pues debido al asma su padre ya no puede seguir siendo peletero, le devuelve al mercado, en principio para trabajar de aprendiz, pero donde su vida sufre multitud de vaivenes debidos al estallido de la primera Guerra Mundial.

El libro cambia de tono y de ritmo varias veces: en ese sentido es desigual y no tiene la consistencia de una buena novela; sin embargo es interesante por lo que tiene de visión caleidoscópica y «chagallesca» del mundo del autor. En ocasiones tiene acentos surrealistas pues el pequeño y joven Yósik tiene un poderoso mundo imaginativo. Hay momentos cómicos pues también es un superviviente nato que se mete o le meten en unos líos monumentales. Otras veces predomina lo costumbrista, como cuando visita las sinagogas del barrio judío de Vilnius y nos cuenta su organización y funcionamiento. No faltan los acentos picarescos en algunas situaciones. En la tercera parte la guerra lo cambia todo y Yósik, que pasa por etapas de actor y de contrabandista, comienza con sus intentos de marcharse a América.

Como es habitual en este tipo de historias, abundan los personajes pintorescos y no faltan diálogos y reflexiones acerca del papel de Dios en la historia del pueblo judío y en la vida del narrador, con los choques entre los más ilustrados y los más tradicionales. En conjunto la novela tiene mucho de relato de aprendizaje y, en particular, el autor desea señalar cómo nació su vocación de actor desde que un tío suyo le introdujese en el mundo teatral: «me despertó anhelos que luego guiaron mi entera existencia: el anhelo de representar, el ansia de tener sujeto a todo un público en la palma de mi mano».

Yósik, el del viejo mercado de Vilnius

En las calles y callejones de la vieja ciudad de Vilnius, Joseph Buloff creció aprendiendo el arte de la metamorfosis, necesario para sobrevivir durante las ocupaciones sucesivas de cosacos, alemanes, bolcheviques y polacos. La vida urbana, los estruendos, la realidad de la Primera Guerra Mundial… Todo se combina en este impactante documento