Mítico hoyuelo en la barbilla. Estrella reluciente del Hollywood más dorado. Encarnación del Macho man con ciertas dosis de neurosis. Ego descomunal e inmarcesible. El hoy superviviente Kirk Douglas decidió a los 95 años -en el 2012, cuando se publicó el libro en Estados Unidos- contar en Yo soy Espartaco. Rodar una película, acabar con las listas negras, la intrahistoria del rodaje de Espartaco que ahora publica el sello Capitán Swing, que incluye un prólogo del comprometido George Clooney.
La película de 1960 es considerada como la primera superproducción épica con trasfondo social y la que cerró, simbólicamente, las listas negras del macartismo en el cine norteamericano al aparecer con su verdadero nombre en los créditos el guionista Dalton Trumbo, uno de sus más famosos represaliados. De Espartaco, de rodaje tumultuoso y complejo que duró más de un año, no solo fue Douglas su protagonista absoluto, sino también su productor ejecutivo y a punto estuvo de que la experiencia le costase el cierre de su incipiente productora.
Por si hubiera alguna duda de su responsabilidad en la revuelta contra la era McCarthy -que las hay, porque algunas voces en Estados Unidos le han reprochado el excesivo autobombo y le han señalado inexactitudes-, el actor se erige en estas memorias como máximo responsable del pulso echado a la conservadora sociedad norteamericana, dejando a su director, entonces un joven Stanley Kubrick muy poco conocido por el gran público, a la altura de mero figurante. ¿Hay que añadir que Kubrick después del rodaje juró solemnemente no someterse jamás a ningún otro productor que no fuera él?
Más de medio siglo después de todo aquello, Douglas, que no fue ni es un activista pero sí un liberal progresista, compara en su libro la locura del macartismo con las penurias actuales: «En aquel entonces el enemigo eran los comunistas. Ahora el enemigo son los terroristas. Los nombres cambian pero el miedo permanece».
En la sombra
Dalton Trumbo era uno de los guionistas mejor pagados antes de que el Comité de Actividades Antiamericanas le llevara a la cárcel por negarse a testificar contra sus colegas sospechosos de ser comunistas. Cumplida su condena de 11 meses en 1950, siguió trabajando bajo nombre falso por mucho menos de lo que cobraba y llegó a ganar dos Oscar, que no pudo recoger, por Vacaciones en Roma y por El bravo, sin que nadie supiera quién estaba bajo los seudónimos. Otros, como Edward Dmytrick o Elia Kazan, se plegaron a las circunstancias, delataron y mantuvieron su trabajo. Mientras tanto, Orson Welles hizo su diagnóstico: «Lo malo de la izquierda americana es que traicionó para salvar sus piscinas». El clima de represión se prolongó una década. En 1957 murió el senador McCarthy, pero como recuerda Douglas, en palabras de Shakespeare: «El mal que hacen los hombres les sobrevive».
Sin embargo, por entonces algunos brotes verdes daban a entender que la situación estaba cambiando. El expresidente Harry Truman había hecho declaraciones a favor del fin de las listas negras y el director y productor independiente Otto Preminger, en la campaña previa de promoción de Éxodo, adaptación del best-seller de Leon Uris, ya había anunciado que contarían con el blacklisted Douglas Trumbo como guionista. ¿Cuál, pues, es la cuota de pionera rebeldía que aportó Espartaco? Por supuesto, estrenarse dos meses antes que Éxodo y en especial que tuviera en su interior el tema de la lucha de clases -made in Hollywood, eso sí- con la épica rebelión de los esclavos contra el imperio romano y el hecho de que la base fuera una novela del conocido antifascista Howard Fast, que también había conocido las iras de McCarthy.
Kirk Douglas, que ha tenido un equipo de documentalistas ayudándole aunque asegure que la redacción del libro es suya -al igual que la de El hijo del trapero, las memorias de orgullosa carga erótica que publicó en los 80-, relata el estresante proceso de producción que le llevó a contratar primero a Anthony Mann como director, que rodó apenas algunas escenas, y un reparto con la plana mayor de los grandes actores británicos, como Laurence Olivier, Charles Laughton y Peter Ustinov, mientras el guion inacabado sufría añadidos y transformaciones a diario y mientras cada uno de los actores, en especial Laughton y Olivier, competían por la importancia de sus papeles.
Ostras y caracoles
Una de las escenas más arriesgadas de la película, sin embargo, no tuvo carácter político sino sexual y se hizo famosa por su atrevimiento. En ella, el patricio Olivier intenta seducir a su esclavo personal, interpretado por Tony Curtis, enfrentándole a la elección de ostras y caracoles como una metáfora de la bisexualidad. «¿Consideras moral comer ostras e inmoral comer caracoles?, pregunta un sibilino Olivier. Y remacha. «Por supuesto que no. Es solo cuestión de gusto, ¿no es así?». La escena no pasó la censura en su momento y solo pudo que ser rescatada en 1991 al recordar Joan Plowright, viuda de Olivier, que Anthony Hopkins era capaz de imitar a la perfección a su marido, porque la grabación de su voz se había perdido.
Durante la producción, Trumbo permaneció perfectamente oculto bajo el seudónimo de Sam Jackson. Y ni los reporteros que se personaron en el rodaje ni la visita de la columnista cotilla y feroz anticomunista Hedda Hooper lograron sacarlo a la luz. Luego, descubierto el pastel, Hooper recomendó a sus lectores que nadie fuera a ver la película.
Llegado el momento de decidir quién iba a figurar en los créditos como guionista, Douglas no se priva de relatar, malignamente, cómo a Kubrick, a quien retrata como una soberbia insensibilidad, le pareció muy natural que se utilizara su nombre (el de Kubrick) como tapadera. Pero el momento más emocionante, sin duda, muestra cómo, tras haber decidido que el trabajo de Trumbo iba a salir por fin a la luz, Douglas le citó, con toda la intención, en el comedor de la Universal a la vista de todos. Allí, y como si se tratara de una vieja película en blanco y negro, el veterano guionista cogió la carta del menú con mano temblorosa y dijo, sencillamente: «Hace mucho que no vengo aquí».
Elogios de Kennedy
La película, es sabido, fue un gran éxito, cosechó cuatro Oscar (Peter Ustinov como mejor secundario y tres premios técnicos) y tuvo, lo cuenta el actor, una posdata política que refrendaría todo aquel esfuerzo antimacartista. Un mes después de tomar posesión como presidente, en febrero de 1961, John Kennedy decidió ir al cine con su subsecretario de Marina. Y no quiso hacerlo en la sala de la Casa Blanca, sino a la vista de todos. Su elección fue Espartaco y cuando apareció en la pantalla el nombre de Trumbo, JFK dijo: «Conocí una vez a unos Trumbo en Irlanda. ¿Sabes si es irlandés? Espero que sí». Acabada la proyección y en calculada voz alta añadió: «Una película excelente, ¿no les parece?»