Somos el 99%

Anarquismo para gente que no es anarquista

En una conocida red social donde sólo se pueden utilizar 140 caracteres por mensaje el antropólogo David Graeber anuncia en su perfil: “Veo el anarquismo como algo que no es una identidad así que no me llameis el antropólogo anarquista”. Capitán Swing acaba de publicar el libro de Graeber Somos el 99%, cuyo título original es The Democracy Project: A History, a Crisis, a Movement. Es relevante tener en cuenta el título en inglés, ya que en realidad el libro profundiza en la historia del concepto y práctica de la democracia más que en la idea del 99%, uno de los “peores esloganes políticos de la historia reciente” según algunos detractores marxistas del autor. Es curioso el uso del 99% en un autor que divide siempre a los activistas en verticales, normalmente marxistas o lo que él denomina liberales (que aquí serían los “progres”) y horizontales, anarquistas o activistas asamblearios.

EEUU posee tradiciones políticas anarquistas que no tienen su correspondencia exacta en España o incluso Europa, como las ideas económicas del teórico Michael Albert, al que el autor recurre en varias ocasiones. Una de ellas son los anarcocapitalistas, que según se aclara en el libro “sólo existen en internet; hasta el momento, no estoy seguro de haber conocido a ninguno en la vida real”. El autor, en cambio, se define políticamente como un anarquista con a mínúscula o “dispuesto a colaborar en coaliciones amplias siempre que funcionen sobre principios horizontales”. 99% da una visión del anarquismo o de tácticas polémicas como el Bloque Negro que jamás suelen reflejarse en los medios, por lo que es una muy buena aproximación a las ideas libertarias junto a otros textos publicados recientemente en España, como por ejemplo Anarquismo: una introducción de Dolors Marín, Anarquismo es movimiento de Tomás Ibáñez o el trabajo que se presenta esta semana en Madrid, El espacio político de la Anarquía de Eduardo Colombo (hay muchos más, en el siglo XXI se ha producido una auténtica explosión editorial anarquista).

Graeber comienza 99% retratando una escena previa al estallido de Occupy Wall Street en la Bolsa de nueva York que recuerda a Sátira de una asamblea del colectivo Wu Ming, una de las parodias más descarnadas que se hicieron del llamado Movimiento Antiglobalización. La comparación no es forzada, ya que de hecho Graeber alude en varios apartados lo que el refleja como Movimiento por la Justicia Global. Hay que recordar que en España hablábamos indistintamente de Movimiento Antiglobalización o Movimiento de Resistencia Global, donde militó el actual líder de Podemos Pablo Iglesias. En 99% el relato evoluciona de un comienzo desesperanzador de las movilizaciones en el 2011 por el fracaso de la primera acampada llamada Bloombergville y las prácticas de los estalinistas y trotskistas de Nueva York (tan exóticos para nosotros como nuestros raperos para ellos) al análisis político y organizativo de por qué funcionó Occupy Wall Street y cómo consiguió extenderse tan rápidamente por todo EEUU.

99% funciona como una caja de herramientas donde se exponen los principios de prácticas activistas ya hegemónicas en los movimientos sociales como la desobediencia civil, la acción directa o el funcionamiento por consenso, mientras en paralelo desmitifica los procesos revolucionarios y recupera argumentos ya expuestos en En deuda, como la necesidad de realizar un jubileo o cancelación global de la deuda. Consciente o incoscientemente sigue a autores como Micha? Kalecki, al resaltar que, aunque pueda parecer paradójico, el capitalismo antepone el control social a su funcionamiento efectivo. Pero lo verdaderamente relevante del libro son las similitudes y diferencias que encontramos tanto del funcionamiento de las acampadas en EEUU como a posterior la evolución política del movimiento. Como anarquista Graeber elude cuidadosamente el proponer cualquier tipo de iniciativa de corte institucional (como por ejemplo, presentarse a unas elecciones) pero sus planteamientos suenan muy familiares: describe un sistema que funciona a base de sobornos, cuestiona la validez actual del eje izquierda-derecha y sentencia que “una revolución de verdad debe funcionar siempre en el nivel del sentido común”.

De la academia a las barricadas

En un momento en el que, aparte de intervenciones puntuales en momentos de agitación, el star system intelectual parece más alejado que nunca de los movimientos políticos que han sacudido al mundo desde 2011, el antropólogo David Graeber reclama para sí la muy clásica figura del intelectual comprometido.

En su nuevo ensayo, Somos el 99% (Capitán Swing), Graeber asume gustosamente su papel de intelectual de cabecera del movimiento Occupy Wall Street, y se lanza a un género tan en boga como el del panfleto político con una mezcla de experiencias en primera persona como participante en el movimiento y de reflexiones políticas sobre sus temas centrales, en un estilo voluntariamente accesible y alejado de los cánones académicos.

David  Graeber ha sido una figura polémica desde hace años: en 2007 fue expulsado de su plaza de profesor en la Universidad de Yale. Además de por sus escritos sobre lo que él mismo denominó cómo antropología anarquista, una tipo de antropología política que enfatiza la ausencia de jerarquías en las sociedades primitivas, Graeber había adquirido notoriedad por participar activamente en el ciclo de movilizaciones antiglobalización, de Seattle en 1999 a Quebec en 2001.

En 2011, Graeber  publicó Deuda: los 5000 primeros años (Ariel), una de las obras más relevantes de las ciencias sociales de los últimos años y, además, sorprendentemente, a pesar de sus más de quinientas páginas, todo un best-seller. El libro defiende que la deuda, antes que un fenómeno económico, una cuestión moral y política que precede a la existencia misma del dinero. Esto le lleva, a través de una prolija argumentación histórica a sostener que el rechazo de la carga de la deuda cuando se percibe como una forma inmoral de dominación es tan viejo, y legítimo, como la propia deuda.

Esta declaración, le trajo a Graeber el odio de varios economistas académicos,escandalizados porque alguien les ponga en solfa en lo que consideran su terreno. En concreto, Bradford de Long, uno de los economistas de lo que se llamó Nueva Economía antes de que la burbuja tecnológica saltase en pedazos en 2001, y cercano al Partido Demócrata, se lanzó a uno de los trolleos más antológicos que se recuerdan en el medio académico y estuvo a persiguiendo a Graeber por Twitter durante casi un año con supuestos fallos de detalle de su libro.

En una evolución con un cierto aire de tendencia en los últimos años, conSomos el 99% Graeber se pasa del gran ensayo académico al panfleto político, y del ámbito de la economía al de la intervención política, en su caso del estudio sobre la deuda al llamamiento a fundar una democracia verdaderamente igualitaria.

Luces y sombras

Buena parte de su nuevo ensayo se centra en la narración de los hechos, losmotivos y las estrategias de Occupy Wall Street (OWS). Graeber, que no tiene problemas con el tamaño de su ego, se sitúa en un lugar central de la narración y llega a reproducir literalmente un email en el que queda claro que fue él quien propuso el nacimiento del término “99%” para caracterizar a los protagonistas del movimiento OWS y, por extensión, de las revueltas del resto del mundo.

Tomado de las estadísticas de desigualdad económica, este término, y su complementario, “1%”, se refiere a la colosal acumulación de riqueza y poder en unas pocas manos durante las últimas décadas. Estas gigantescas desigualdades entre los muy ricos (el 1%) y el resto de la población (el 99%) hacen que una gran mayoría de la ciudadanía de medio mundo esté más dispuesta que nunca a lanzarse por el camino del cambio democrático radical frente a unos gobiernos rendidos al poder del dinero. Un enfoque que inmediatamente anima a una muy útil comparación entre EEUU y otros contextos.

En lo que Graeber elabora esta tesis, va dejando apuntes muy valiosos sobre el papel de la deuda estudiantil en EEUU, la posición del Partido Demócrata o las lecciones a extraer del éxito de los neocon.

Especialmente interesante es su hipótesis de que la democracia americana nació de un combate entre proletarios, esclavos liberados, piratas y indios contra los “padres fundadores” de la Constitución americana, que ganaron estos últimos fundando una república oligárquica en vez de una democracia igualitaria. Otros temas, como, por ejemplo, los motivos de la decadencia de OWS los toca con brocha más gorda reduciendo los argumentos a letanías militantes -la poli nos pegó, los progres nos abandonaron, los medios nos silenciaron-  poco autocríticas.

La maravillosa historia de los publicistas que querían hacer la revolución

¡Alto ahí! Resulta que uno de los movimientos sociales más poderosos de los últimos años nació en una reunión de publicistas. Nos referimos a Occupy Wall Street, y la anécdota la vuelve a detallar el activista David Graeber en Somos el 99% (Una historia, una crisis, un movimiento), libro que este mes verá la luz en Capitán Swing.

Cuenta Graeber que el origen del meme “Occupy Wall Street” se encuentra en  Adbusters, una publicación fundada por trabajadores del mundo de la publicidad, cansados del mundo de la publicidad. Su intención era convocar una asamblea general para planificar la ocupación de Wall Street. Lo que buscaban era replicar las protestas de Grecia, donde «ocuparon la plaza Sintagma (una plaza pública junto al parlamento) y crearon una auténtica asamblea popular, un nuevo ágora, basada en los principios de la democracia directa».

Aquel era un ideal ambicioso, aunque para llegar a él antes tendrían que superar un problema importante: “sacar esas ideas del gueto del activismo, y llevarlas ante el gran público”. La solución que los ideólogos de Occupy Wall Street propusieron, en cambio, difería poco de los principios básicos de la publicidad capitalista que tanto detestaban: “coge un eslogan llamativo, asegúrate de que expresa lo que tú quieres y no dejes de machacarlo”.

Está claro que funcionó.

Eso sí, la idea de que unos publicistas estadounidenses copien las protestas griegas y las difundan bajo un empaquetado cool es digna de todo tipo de sospechas. ¿Nos encontramos ante la enésima merienda de la contracultura por parte del capitalismo? Al menos aquí, puede que la historia sea un poco más compleja.

La política es el nuevo indie

Una de las críticas más perezosas que en su momento se hicieron a movimientos como Occupy o el 15-M aludía al hecho de que los activistas usaran iPhones, o se organizaran en redes sociales. Se daba por hecho que si estabas en contra del sistema, necesariamente tenías que peinar rastas, vestir con camisetas de Bob Marley, y comunicarte a través de un envase de yogur conectado a un hilo. Sin embargo, el principal mérito de Occupy y el 15-M fue romper la presa que separaba dos mundos aparentemente opuestos.

Digamos que a partir de entonces, ya no eras precario o emprendedor, moderno o perroflauta, proletario o profesional liberal… De hecho, si tenías menos de 35 años, había un 99% de posibilidades de que fueses todo a la vez. O sea, un emprendedor precario: la clase de persona que aparentemente disfruta de las comodidades de la vida moderna —viajes baratos, nuevas tecnologías, cultura accesible— pero cuya estabilidad laboral está expuesta a infinidad de riesgos.

O como cuenta Graeber en su libro: “mientras redacto esto, uno de cada siete estadounidenses está perseguido por una empresa de cobro de deudas; al mismo tiempo, y según un reciente sondeo, por primera vez solo una minoría de estadounidenses (45%) se describen a sí mismos como “clase media”.

Paralelamente, aquellos publicistas empeñados en hacer llegar al gran público las reivindicaciones de la minoría activista consiguieron otras cosas. Por ejemplo, incorporar la política a la conversación juvenil. A partir de ahí, el raro no era quien sacara a relucir sus inquietudes políticas en mitad de una conversación. Al contrario, el raro era quien careciera de inquietudes.

Tras varias décadas de juventudes aleladas por inyecciones letales de cultura pop, la política era el nuevo indie. Por fin.

Tiempos de mestizajes

En 2013, Matthew Frost consiguió una de las mejores parodias sobre el mundo de las tendencias. El vídeo se llamaba “ Fashion Film”, y venía a decir que si el hipster en puridad existe —con sus vinilos de los sesenta, su fascinación por la nouvelle vague y su afectación extrema—, sólo podía hacerlo en la mente de algún publicista enfermo, demasiado mayor para entender qué sienten los jóvenes de verdad. De la misma manera, la última caricatura del perroflauta, entendido como sinónimo de joven con intereses políticos, ya solo queda en aquel famoso clip de Intereconomía donde se decía que “la acampada huele a porro”.

Del manifestante que retrata la brutalidad policial con su smatphone al diseñador cuya renta anual equivale al de un operario no cualificado, es evidente que nuestra época se presta a toda clase de mestizajes.

Más aún si hablamos de política.

Discutiendo acerca de la implacable estrategia de comunicación de Podemos, el filósofo Santiago Alba Rico publicaba hace unos meses uno de los ensayos más lúcidos sobre la figura de Pablo Iglesias: “lo contrario de visibilidad es asimismo ‘pureza’, pero por eso mismo la pureza conduce fatalmente a las tinieblas. Como antropólogo del capitalismo, choco con esta contradicción casi insuperable: la visibilidad es corrupción, la invisibilidad es muerte. Hay que jugársela, porque la pureza es tan elitista como la riqueza, pero socialmente impotente”.

Por supuesto, el movimiento Occupy que Graeber retrata participa en esta compleja ecuación: se trata de un proyecto mestizo, inclusivo y que no teme a la visibilidad, y por tanto a la corrupción. Sus integrantes hablan el idioma del capitalismo, porque es ahí donde han sido educados. Sin embargo, lo hacen desde el lado de la mayoría oprimida.

Hay cosas que no cambian

A través de sus infinitas mutaciones, es incontestable que al menos en España el movimiento 15-M ha tenido un éxito arrollador: ahí queda la creciente educación en materia de feminismos, la aguda crisis de representación de los principales partidos políticos, el auge imparable de las nuevas voces, la aparición de nuevos independentismos, el agotamiento de la Cultura de la Transición, los nuevos municipalismos, etcétera.

Precisamente porque los frentes políticos abiertos hoy son incontables, repasar a Graeber se convierte hoy en un ejercicio purificante. Porque para saber a dónde vamos, es indispensable refrescar nuestra historia, conocer quiénes somos y saber a qué nos oponemos. Y a pesar de los constantes terremotos políticos que se han sucedido en los últimos tiempos, hay cosas que no cambian. Por ejemplo, que seguimos siendo el 99%.

Somos el 99%

Pensamos que sabemos lo que es la democracia pero, ¿es así? El antropólogo y activista estadounidense David Graeber reflexiona a partir del movimiento Occupy Wall Street, del cual fue un destacado partícipe, sobre la idea política más poderosa: «la democracia mundial». Sus orígenes, sus oponentes y sus posibilidades hoy en día