Precariado. Una carta de derechos

Aversión, ansiedad y alienación: estos son los problemas de la generación precaria

Ese curro que no tienes. O ese curro que tienes y que no te gusta. Ese tiempo que te sobra si no tienes pasta y ese tiempo que te falta cuando una empresa te da un poco de dinero por un mucho de ese tiempo. Quizá formas parte de lo que algunos comentaristas políticos llaman precariado. Y tranquilo por eso, porque que estés así de jodida, de jodido, no es casualidad.

El precariado no es un accidente, es una estrategia deliberada del capitalismo global. Así suele introducir el británico Guy Standing su definición de esta clase. Justo en 2011, su El Precariado. Una nueva clase social vino a complementarse perfectamente en nuestro país con la ola de protestas que en aquel momento se dieron. Anomia. Aversión. Ansiedad. Alienación. Estas son las 4 “aes” que configuran, según Standing, al precariado, afectado por bajos salarios, inseguridad laboral y falta de narrativas ocupacionales.

La composición del precariado está clara: ellos son esa generación de jóvenes a la que el mundo laboral ofrecía un horizonte-páramo en el que, por primera vez, la salida más recurrente de la universidad consistía en una mezcla de franquicias fast-food, aeropuertos y lamentos por la vida que iba a ser y no fue. También son quienes se enfrentaban a la alienación política promovida por los grandes partidos para intentar mantener la mecha mojada. Sin embargo, la frustración relativa entre aquello aspirable y aquello conseguido ha puesto a este ejército desfragmentado en primera línea política.

Standing reconoce que Precariado. Una carta de derechos, el libro que ahora presenta, surgió de la ira contra la falta de empatía de políticos y medios con el precariado. En este sentido, es difícil no volver a catalogar la obra que ahora edita Capitán Swing como oportuna. Si su anterior trabajo planteó la definición y origen de este agente social en forma de clase, ahora es momento de concretar demandas. Esta carta de derechos es buena compañera de los intentos de reformar el poder a los que estamos asistiendo. En otras palabras, del 15M a Podemos y el municipalismo de cambio social.

El libro coloca al precariado como agente dinamizador de mejoras reales. Un nuevo contrato social ha de ser suscrito en base al bienestar común. No se trata en todo caso de gritar la revolución a los cuatro vientos, sino más bien de una serie de reformas que puedan realmente llevarse a cabo. Concebido como un manual de cambio, Standing defiende por ejemplo la instauración de la Renta Básica Universal para garantizar una existencia mínimamente soportable.

De hecho, Standing, actualmente profesor de la Universidad de Londres y ex de la Organización Internacional del Trabajo, es miembro fundador y actual co-presidente de la Basic Income Earth, Network (BIEN, o Red Global de Renta Básica). La de la renta básica es una de los 29 artículos contenidos en su carta del precariado. De aspiraciones globales, entre ellos se encuentran propuestas de calado como una redefinición del trabajo, detener la demonización hacia personas migrantes o instituir un derecho al conocimiento financiero para evitar estafas económicas.

“Lo peor sería volver a ser normal”. Standing recuerda en el libro este grafiti en las calle de Madrid a la vez que pone su esperanza en el precariado más politizado para construir la sociedad del futuro. Una en la que no debería haber vuelta al consenso político-laboral que les ha llevado a ser precarios.

En la presentación de esta carta precaria en Madrid y Barcelona —junto a personalidades como las del filósofo y autor de “Sociofobia” César Rendueles, Tania Sánchez de Izquierda Unida o Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero de Podemos— podremos comprobar hasta qué punto puede calar el mensaje de Standing en nuestra caldeada agenda política.

Quizá sea esta la base del nuevo proceso constituyente. O al menos el puente entre lo que todavía no muere y aquello que no acaba aún de nacer. En cualquier caso, algo nuevo. Y seguramente nuestro.

El precariado, la peor herencia

Acaso haya aspectos discutibles en la acción política del Gobierno del PP en estos tres años de legislatura, pero no en materia de desempleo. El balance en este territorio es tan malo que no se justifican para nada los propagandísticos párrafos del presidente Rajoy en su artículo publicado en El Mundo (“la reforma laboral está detrás de la mejora en el empleo que está creciendo a un ritmo muy superior al que tradicionalmente se producía en España con esta tasa de actividad”), ni sus críticas palabras contra “una nueva leyenda negra que cuenta sin descanso que las cosas van siempre mal en España” y “contra el fatalismo infecundo, el pesimismo interesado o el enfado permanente que tiran por la borda unos logros que son excepcionales”.

No se trata tan sólo de que en estos momentos la tasa de desempleo sea tan desdichada, o incluso peor, que la que había con los socialistas en el último trimestre de 2011 (23,67% frente a un 22,85%) —lo que da derecho a hablar de tres años perdidos— sino del resto de los aspectos que acompañan a una reforma laboral que se justificó en la enorme dualidad entre asalariados fijos y temporales en el mercado laboral español, la mayor de los principales países europeos.

Tal dualidad no se ha corregido para nada tras esa reforma que, además, ha facilitado a traición (porque de ello no se decía nada en su justificación normativa) una devaluación salarial que ha reducido la capacidad adquisitiva de la mayor parte de las familias españolas. Los últimos datos del INE y de la Agencia Tributaria ponen de manifiesto las bajas retribuciones de una gran parte de los trabajadores españoles. Y todavía hay agencias como la OCDE o el Fondo Monetario Internacional (FMI) que insisten en que se profundice el ajuste salarial… para salir de la crisis. ¡Qué tiempos en los que el mal era el mileurismo!

Otro informe, este de la sociedad de gestión de crédito y ahorro Intrum Justitia, dice que casi la mitad de los jóvenes españoles entre 15 y 24 años, piensa en emigrar fuera de España en busca de prosperidad. Tan sólo Grecia, dentro de Europa, nos supera (el 53% de los jóvenes). Y en el estudio sobre el trabajo, correspondiente a 2013, PricewaterhouseCoopers (PwC) se señala que sólo en el año 2033, un cuarto de siglo después del inicio de la Gran Recesión, España recuperará el porcentaje de desempleo anterior a la crisis económica.

Así pues, pocos indicios objetivos de optimismo en este terreno, que es el que diferencia en primera instancia a nuestro país de cualquier otro europeo, exceptuando a Grecia. La magnitud del paro y la degradación del empleo son las que ha hecho aparecer entre nosotros un nuevo concepto: el del precariado.

Debido al profesor de la Universidad de Londres Guy Standing, creador del Índice de Trabajo Decente (léase El precariado. Una nueva clase social, en la editorial Pasado/Presente, o Precariado. Una carta de derechos, en Capitán Swing editorial), el precariado es un conglomerado heterogéneo de varios grupos sociales, fundamentalmente jóvenes con formación (aunque no sólo), cuya situación laboral es incierta y que se encuentran a medio camino entre la exclusión y la integración social.

El precariado, o está en paro, o tiene un contrato a tiempo parcial involuntario, o un contrato temporal. Sin un anclaje estable en el trabajo, sin la identidad que da un puesto más o menos seguro, centenares de miles de personas se van incorporando a este grupo que ni pertenece a la clase obrera, ni a la clase media, ni a la economía sumergida. No tienen contrato social con la sociedad y en muchos casos, avisa Standing, pueden dejar atrás las razones morales para respetar las leyes, cuya transgresión llega a ser su única forma de sobrevivir.

Más de la mitad de los jóvenes españoles carece de empleo, hacinándose en la búsqueda de un puesto de trabajo eventual. Cientos de miles de ellos viven de salarios y subsidios que no les permiten alcanzar unos estándares de vida mínimamente decentes. En la pared de una calle de Madrid hay un grafiti que dice: “Lo peor sería regresar a la vieja normalidad”. Esa sería la peor herencia de este Gobierno.

Guy Standing: “Tengo que ponerme en tu pellejo”

Parece una broma argentina, pero no lo es. “Nuestros sueños no cogen en vuestras urnas” es un lema del 15M traducido del castellano al inglés y del inglés de nuevo al castellano, que Guy Standing cita en El precariado. Una carta de derechos. El traductor de Capitán Swing, Andrés de Francisco, se ha visto en un brete al traducir un libro que dice que los precarios son denizens, lo opuesto en inglés a ciudadano; un libro que divide a la sociedad en seis grupos sociales entre los cuales están los proficians, traducidos como profitécnicos de trabajo flexible y clase media. Un libro que detalla los artículos de una charter, una carta magna que tiene que ver menos con la concesión monárquica de privilegios, tal y como la conocemos en España, que con la petición y el reclamo de derechos desde abajo, una tradición de iniciativas legislativas populares que en Inglaterra se remonta hasta el cartismo del siglo XIX y su referente mitológico, la Carta Magna de 1215 y la Carta del Bosque de 1217, origen en última instancia del procomún ecologista anglosajón.

Guy Standing (en inglés, literalmente: un tío de pie) es un apátrida que carece derechos políticos en su país natal, Reino Unido. Vive en una casa de campo en Ginebra como Jean Jacques Rousseau y da clases a tiempo parcial en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de Londres, una institución académica cuyo lema es “Saber es Poder” y en cuyo escudo hay un elefante y un dromedario, símbolo de las antiguas colonias en India y el canal de Suez, donde las conferencias inaugurales se imparten todavía con toga y birrete.

Standing ha trabajado treinta años en la Organización Internacional del Trabajo, analizando durante los años 70 la situación de la fuerza de trabajo en países con baja renta per cápita como Jamaica, Guayana, Malasia o Tailandia, elaborando durante los años 80 una serie de informes sobre la flexibilización neoliberal del mercado de trabajo en los Estados Unidos y en Europa, cofundando en 1986 la Red Terráquea de la Renta Básica (las siglas en inglés son BIEN) y finalmente estudiando durante los años 90 la economía de Rusia después de la URSS y la de Sudáfrica después del Apartheid; lo raro de Standing es que, habiendo estado siempre en el lugar adecuado en el momento adecuado, pensando los problemas económicos de actualidad desde una perspectiva típicamente izquierdista, haya tardado tanto tiempo en hacerse famoso.

Hacía falta un neologismo.

En los países de lengua latina llevamos oyendo la cantinela del precariado desde las movilizaciones del invierno francés de 1995, pasando por la contra-cumbre altermundista y  posoperaista de Génova 2001, y Standing ya hablaba de los flexitrabajadores en su libro de 2002, Beyond the New Paternalism, y del precariado en Work after Globalization, del año 2009. Está visto que, hasta que no colocó el latinajo en el título de su best seller de 2011, El precariado. Una nueva clase social, no le tradujeron a catorce idiomas y no tuvo que hacer más de 300 presentaciones en hasta 33 países. De la mano de Andrés de Francisco y Capitán Swing, Standing estuvo el pasado martes en el Círculo de Bellas Artes de Madrid hablando de “Una agenda política para el precariado” junto a Jorge García López y un Iñigo Errejón que quiso evitar por todos los medios que el evento se convirtiera en una rueda de prensa sobre su expediente y/o Podemos. Entrevistamos a Standing en la sala Valle-Inclán, mientras el público tomaba asiento una planta más abajo, ante una alucinante y madrileña puesta de sol que lanzaba sus destellos amarillos sobre el rostro de este economista de 66 años.

En El Precariado. Una carta de derechos, dice suscribir una ideología progre, basada en el velo de ignorancia de John Rawls, según la cual una política pública es buena si favorece los intereses de los que están en peor situación; lo opuesto a esto, según dice, es el utilitarismo de Jeremy Bentham, que solo tiene en cuenta los intereses de la mayoría. Sin embargo, cuando habla del trabajo flexible en el Art. 4 de su carta de derechos, escribe: “El precariado debe combatir las prácticas teniéndolas por lo que son para la mayoría”. ¿No será usted mismo, en el fondo, un utilitarista de mayorías?

No hay contradicción entre una política de mayorías y el principio de seguridad rawlsiano, que hay que recordar que es un principio entre cinco que propongo. Este principio dice que una política pública es socialmente justa si incrementa la seguridad de los grupos más inseguros. La carta propone una revisión de la gran trinidad de la Igualdad, la Libertad y la Solidaridad y empiezo diciendo que la perspectiva utilitarista, que ha dominado nuestro bipartidismo político durante los últimos treinta años, ha de enfrentarse a una contradicción, porque de hecho las clases medias están encogiéndose y el precariado está creciendo, lo que hace muy difícil el mantener una estrategia benthamita de intentar demonizar y castigar a las minorías. Mientras sea la minoría pueden hacerlo. No es algo que defienda, estoy en contra de ello, pero podría soportarse si solo fuera un 10% de la población. Pero cuando estamos hablando de castigar al 40% de la población, se trata de castigar a millones de personas.

Vuestra nueva ley de seguridad ciudadana, por ejemplo, es un trozo de legislación notoriamente de derechas, que ataca a los grupos vulnerables y todavía está planteada para las clases medias. Eso atrae a vuestras clases medias, a vuestro salariado, a vuestra elite. Estáis castigando a los inmigrantes, a los desempleados, que son vuestras minorías. De acuerdo. Pero mientras tanto el precariado está aumentando, así que cada vez estáis castigando más, en cierto sentido, a vuestros propios hijos. Esta es la contradicción ideológica principal. Estamos viendo cómo el precariado se está alejando de este tipo de estrategia utilitarista, lo cual resulta bastante reconfortante, ya que supone una apertura de la mente ante lo que la agenda política neoliberal está haciendo realmente a la gente.

En sus dos últimos divide la sociedad en seis grupos: la elite, el salariado, los profitécnicos, el núcleo, el precariado y el lumpenprecariado. ¿Es ésta una distinción objetiva, basada en los ingresos, en la estabilidad profesional o en otra medida empíricamente definible, o tiene que ver con la conciencia de clase subjetiva? Y si se basa en la estabilidad profesional, como apunta en el libro, ¿por qué no incluye bajo el mismo paraguas a los llamados proletarios del salariado y a los del núcleo? Es una distinción redundante.

Los grupos se distinguen por tres dimensiones. Se distinguen en primer lugar por sus relaciones de producción. Tienen distintas formas de trabajo o de empleo. Los grupos superiores tienen muchas formas de seguridad, una suerte de narrativa ocupacional y realizan actividades cómodas para su educación. El precariado, por el contrario, afronta un trabajo inestable, no realiza un trabajo o un empleo que sea equivalente a su educación y están explotados dentro y fuera de los centros de trabajo de formas que el resto de grupos ni huele.

Otra dimensión son las relaciones de distribución que se discuten en el libro. Sus fuentes de ingresos difieren. Los que están en la plutocracia o en la elite ganan dinero del capital. Los del salarido tienen seguridad, pensiones, vacaciones pagadas y todas esas cosas. Cada vez más gente del salariado no forma parte de la clase trabajadora porque están ganando sus ingresos cada vez más del capital: de los retornos de sus inversiones, por ejemplo. El antiguo proletariado tenía seguro de empleo, acceso a beneficios estatales y por tanto un ingreso social distinto del que tiene ahora mismo el precariado. El precariado tiene que descansar casi por completo sobre el dinero de su salario y no tiene acceso a otras formas de ingreso: los beneficios no salariales del salariado y del proletariado. No tiene acceso a ese espacio de los derechos. Eso lo coloca en una situación de inseguridad única, constantemente sometido a la explotación por los intereses que están por encima de él, incluyendo los préstamos diarios, las becas préstamo para estudiantes y cosas como estas que no paran de chuparse ingresos.

Y la tercera dimensión, la única que carece de traducción en castellano, es que son denizens , lo que en inglés significa que hay gente en el precariado que está perdiendo derechos: derechos civiles como el acceso a una justicia apropiada; derechos culturales, no pueden pertenecer a una comunidad que les dé identidad; derechos sociales, porque no tienen acceso a beneficios garantizados; derechos políticos, porque no están representados por el momento en el espectro político; derechos económicos, porque no pueden llevar a la práctica su cualificación.

Estas tres dimensiones distinguen a estos grupos, y por supuesto que conducen a diferentes formas de conciencia. Los que están en el precariado están de hecho más liberados del sistema del que les hemos expulsado, porque no se sienten una parte material del mismo, no se sienten vinculados a él, sino que se les considera unos extraños, a pesar de que su número esté creciendo. Así que esto les da un punto de vista radical, y yo creo que es importante diferenciar y escapar de la antigua terminología marxista de las dos clases, porque paraliza la imaginación, la comprensión de las dinámicas efectivas.

En su respuesta a la reseña negativa que hizo Jan Breman de El precariado (Pasado & Presente, 2013) para la New Left Review , Porqué el precariado no es un concepto espúreo , dijo que la precarización es una “adaptación de las expectativas vitales a un empleo inestable y a una vida inestable”. Y no es una cosa de la crisis: como señala en El precariado , en la Italia del año 2000, cuando la tasa del desempleo era del 4%, el 70% de los bachilleres iba a la universidad y un 40% de los graduados trabajaba en un empleo que no requería formación superior. Mientras tanto, en Alemania, según mucha gente el modelo a seguir de los países del Sur, solo un 38% de los bachilleres iba a la universidad. ¿Cree que hay un problema sistémico con que vaya demasiada gente a la universidad?

Para mi uno no puede estar sobreeducado. Creo que a los neoliberales les gustaría que interpretásemos la situación como que hay demasiada educación. Eso es lo opuesto de lo que yo creo. Creo que debemos divorciar la educación del mercado de trabajo. Tiene que haber un derecho a ser educado al máximo de la capacidad de cada uno. Eso ha sido siempre la visión progresista y uno solo cae en la trampa si interpretas la educación como la preparación de la gente para sus curros en el mercado de trabajo y para mi ésta es una forma alienada de pensar; es falsa conciencia. Por eso yo le presto tanta atención a la desmercantilización de la educación. Debemos recapturarla para la ciudadanía.

Hegel lo describe bellamente, cómo la educación primaria y secundaria debería ser una cuestión de liberarnos a nosotros mismos y capacitarnos para entender nuestra cultura, nuestra filosofía, nuestro arte, nuestra civilización, nuestra historia. Y cada vez más en este sistema mercantil, con las escuelas y las universidades orientadas hacia el lucro, todos esos grandes valores de la Ilustración están siendo expulsados a los márgenes. Así que en Europa y en los Estados Unidos cada vez más gente parece tener un nivel de educación muy elevado pero en realidad se les vacía de una educación realmente liberadora y me parece que en lo fundamental es un argumento vergonzoso que alguien pueda siquiera imaginar que alguien como yo está en contra de maximizar la educación. Tenemos que rescatar la educación del capital humano.

Usted sostiene que debemos abandonar una noción antagonista de la política, el “ellos contra nosotros”, y promover una noción más solidaria de la misma. Quisiera saber qué opinión le merece la teoría populista que sostiene que no puede haber emancipación sin antagonismo. Y hasta qué punto usted mismo no suscribe una visión antagonista del campo intelectual cuando cita irónicamente The Economist y The Financial Times , que recientemente apoyó a Podemos en el tema fiscal, como diciendo “Incluso los enemigos nos dan la razón”. ¿Acaso cree que el antagonismo y la demonización del adversario es un aspecto irreductible de la política?

Tenemos que evitar centrarnos en demonizar a los grupos, particularmente los grupos vulnerables de nuestra sociedad. Nuestro punto de partida debe ser un cierto sentido de antagonismo hacia un sistema, una serie de estructuras, una serie de instituciones, que están generando una desigualdad y una inseguridad creciente. Yo lo que deploro son los pasteleos utilitaristas que nos dividen en pequeños nosotros identitarios, quienquiera que sea ese nosotros. Se presentan a sí mismos como la clase media contra los inmigrantes, los rumanos, los musulmanes, los discapacitados, las mujeres.

Ahí es donde debe contestarse a la demonización. Para mí las personas de izquierdas se conducen siempre por un sentido de empatía social, que es muy distinto de la derecha que tiende a ser moralizante, a menudo guiada por una cierta interpretación de la religión, que dice: “Vamos a ayudarte y a apenarnos de ti. Pero si no haces lo que decimos te castigaremos”. Esa suerte de perspectiva moralizante es totalmente ajena a cualquiera que se considere un progresista, que por el contrario suele decir: “Tengo que empatizar contigo. Tengo que intentar ponerme en tu pellejo.”

La última y obvia pregunta: ¿qué opina de la trayectoria de Podemos, desde su apoyo a la Renta Básica a las últimas propuestas subsidiarias de corte neokeynesiano? ¿Podría mencionar más partidos que suscriban (parcial o totalmente) algunos de los puntos de su carta de derechos?

Creo que es vital para Podemos, aunque no puedo dar lecciones porque no soy español, pero me parece vital que cualquier partido que emerja desde un escenario precario mantenga ese ethos radical, ese espíritu radical. Y creo que sería fatal si en la carrera hacia las elecciones generales, por ejemplo las del año que viene, que este partido se aproximara al centro para maximizar su atractivo ante lo que ellos creen que es la clase media, porque si hacen eso rápidamente se verán expuestos a la crítica: si no queréis transformar la realidad, ¿para qué vamos a votaros?

En cuanto a la Renta Básica, yo apremiaría a todos los partidos a que intentaran revisitar este aunto en el contexto de su propia ideología y posición. Yo he sido un defensor de la Renta Básica desde hace mucho tiempo y acabamos de realizar unas pruebas piloto en India que han demostrado ser muy transformadoras. En Brasil han sido también bastante exitosas los experimentos en esa dirección. Yo creo que la política española, particularmente la izquierda, pero no solo, tendría un gran avance si se pudieran realizar algunas pruebas piloto, si se pudiera aplicar la Renta Básica en zonas realmente pauperizadas, para ver qué sucede. Estoy seguro de que tendría unos resultados formidáblemente positivos.

Yo claramente les diría a los amigos de Podemos que no deberían asustarse por las políticas públicas conservadoras. Deben entender que la gran pregunta es: si Podemos entiende mejor al precariado que el resto de partidos, según nos ha dicho, ¿cómo piensa proveer al precariado de seguridad social básica, de un cierto control sobre sus vidas y de una capacidad de desarollar sus capacidades si no tienen la Renta Básica? ¿Cuáles son las alternativas? La Renta Básica es asequible, tendría resultados maravillosamente positivos en el mercado de trabajo, daría a la gente un sentido de seguridad y de hecho aumentaría su confianza a la hora de secundar una nueva política.

Precariado

En su libro El precariado. Una nueva clase social, Guy Standing introducía el concepto de «precariado» como una clase masiva emergente a la que se le han negado derechos políticos, civiles, sociales y económicos, y caracterizada por una creciente desigualdad e inseguridad. De una naturaleza cada vez más global, el precariado