La periodista e historiadora Anatxu Zabalbeascoa escribe sobre todas las escalas de la arquitectura y el diseño en El País y en libros como The New Spanish Architecture, Las casas del siglo, Minimalismos o Vidas construidas, biografías de arquitectos. A continuación su análisis sobre Muerte y vida de las grandes ciudades, de Jane Jacobs (Capitán Swing, 2011)
1. ¿Cómo funcionan las ciudades en la vida real?
Un modelo de seguridad basado en la confianza en el vecindario: responsabilidad social, personas que se saluden, gente que curiosea tras las ventanas, tenderos que conocen a la gente del barrio, calles en las que la gente se para a hablar.
¿Cómo debe ser un espacio público para que la gente lo use? Zaida Muxí y Blanca G. Valdivia sostienen en la introducción a la reedición del libro Muerte y vida de las grandes ciudades, publicado por Jane Jacobs hace cincuenta años, que hoy proliferan espacios públicos en los que se fomenta el pasar frente al estar. Justo lo contrario de lo que pedía Jacobs cuando aseguraba que no hay policía capaz de mantener la paz en las calles y que deben ser las aceras transitadas por personas de todas las razas y orígenes las que no ofrezcan ninguna oportunidad a la barbarie callejera. “Los tenderos son sólidos defensores de la paz y el orden: odian los escaparates rotos y los atracos, no les gusta ver a sus clientes nerviosos. Cuando son numerosos, pueden constituir un excelente cuerpo de guardianes de las aceras”.
La importancia de la calle como lugar de relación teje la obra de Jacobs, hoy tan vigente como hace medio siglo. Y tan universal que poco importa que el nuevo editor (Capitán Swing) haya omitido parte del título original: The Death and life of Great American Cities, porque, si bien es cierto que Jacbos explica qué funciona y qué no de las calles y barrios de Chicago, Filadelfia o Nueva York, también lo es que los problemas muy concretos del señor Fox, de la licorería, o de la señora Kostritsky, en su calle sin tiendas, se pueden aplicar a un tendero del barrio del Carmen de Valencia o a un vecino de la Plaza Maestro Mateo, en A Coruña.
Contra la simplificación, contra la utopía del tiralíneas, contra el jardín desierto y contra la planificación centralizada del movimiento moderno, Jacobs (1916-2006) fue una activista que paralizó proyectos urbanísticos que consideró que destruirían las comunidades locales. En Canadá consiguió la cancelación de una red de autopistas defendiendo otro modelo de planificación: “la ciudad no proyectada”, la urbe espontánea que van tejiendo las necesidades y las costumbres de los habitantes.
Este es el gran libro de Jacobs. Pura práctica callejera. La teoría, que es mucha, son las conclusiones de las preguntas que se hace examinando las calles y analizando las que funcionan y las que no. Su ataque a otros postulados teóricos nade de hechos recogidos en sus paseos. Del análisis de esos hechos reales obtiene sus propuestas.
También el antropólogo Manuel Delgado habla en el nuevo prólogo de una “colosal apología del valor de uso” para resumir este libro. Denuncia la actual “tendencia a acuartelar a los niños para protegerlos de una calle que había sido uno de los instrumentos clave para su socialización” y resume el valor de las ideas de la activista norteamericana asegurando que “sin necesidad de ser socióloga o antropóloga entendió lo que muchos sociólogos o antropólogos no son capaces de reconocer: que las aceras no son sólo extensiones sino auténticas instituciones sociales”. Con la Puerta del Sol dando una lección de ideales y democracia, la reedición del libro, a manos de la editorial Capitán Swing y traducido por Ángel Abad, no puede ser más oportuna: lo que Jacobs plantea con todos sus ejemplos es la pregunta: ¿A qué debemos llamar progreso?
¿Qué tipos de calles son seguros y cuales no? Les invito a la semana homenaje a Jane Jacobs. En los próximos posts, más sobre la activista y la vida en las ciudades.
2. El urbanismo del señor Rogan
Escena uno:
Lower East Side de Manhattan. Jacobs espera bajo la marquesina del autobús. Una mujer abre una ventana en un tercer piso y la llama.
-“Los sábados no pasa ningún autobús por aquí”. Luego entre gritos y gestos le indica que doble la esquina para encontrar otra parada. “Esa mujer era uno de los miles de personas que en Nueva York cuidan despreocupadamente las ciudades”.
Observando las escenas más cotidianas, Jacobs trató de entender cómo funcionaban algunas ciudades. E intentó desenmascarar la deshonesta cara de un supuesto orden: el que lleva a plantar hierba en las barriadas pobres para, desde un coche, demostrar que los pobres tienen ya de todo.
“Las calles y sus aceras, los principales lugares públicos de una ciudad, son sus órganos más vitales. ¿Qué es lo primero que nos viene a la mente al pensar en una ciudad? Sus calles. Cuando las calles de una ciudad ofrecen interés, la ciudad entera ofrece interés; cuando presentan un aspecto triste, toda la ciudad parece triste”. Que ver a otras personas tenga la virtud de atraer a más gente es algo, al parecer, incomprensible para los urbanistas. En las ciudades hay más desconocidos que conocidos, por eso, un distrito urbano está logrado cuando cualquier persona puede sentirse segura rodeada de desconocidos.
Jacobs se opone en Muerte y vida de las grandes ciudades (Capitan Swing) a la destrucción de barrios para su “modernización”. “Paseos que van de ningún sitio a ninguna parte y que no tienen paseantes. Vías rápidas que destripan las grandes ciudades… Esto no es reordenar las ciudades. Esto es saquearlas.”, escribe. Y considera que los efectos destructivos de los automóviles no son una causa sino más bien un síntoma de nuestra incompetencia para construir ciudades. “¿Cómo se puede saber qué hacer con el tráfico sin saber antes cómo funciona una ciudad y para qué necesita sus calles?”, pregunta. No se puede.
Escena dos:
“Cuando Jimmy Rogan atravesó un escaparate, intentando separar la pelea de dos amigos y casi perdió un brazo, un desconocido salió del bar Ideal y con su camiseta le aplicó un torniquete que, según los médicos del hospital, le salvó la vida. Nadie había visto a aquel hombre antes y nadie le vio después. ¿Quién avisó al hospital? Una mujer sentada en las escaleras vio el accidente. Corrió hacia la parada del autobús y le arrebató una moneda de diez centavos a un señor que esperaba con sus quince centavos preparados. Corrió hacia la cabina telefónica. El señor la persiguió para ofrecerle también la moneda de cinco centavos. Nadie lo conocía de antes. Tampoco se le ha visto después”.
“Mi teoría (que es floja, lo sé)”, dice Jacobs, “es que los barrios de renta media tienden, conforme se van haciendo viejos, a contener una proporción significativa de gente que teme relacionarse fuera de su clase”. Muchos de esos problemas no hubieran surgido si los urbanistas y otros supuestos expertos comprendieran al menos cómo funcionan las ciudades y hubieran urbanizado para la vitalidad.
Bajo el aparente desorden de la vieja ciudad, cuando ésta funciona bien, circula un orden maravilloso que conserva la seguridad en las calles y la libertad de la propia ciudad. Este orden se compone de movimiento y cambio. “Somos los afortunados poseedores de un orden urbano que nos hace relativamente fácil mantener la paz porque hay muchos ojos en la calle”. Por modestos y casuales que parezcan, los contactos en las aceras son “la calderrilla a partir de la cual crece la riqueza en la vida pública de una ciudad”.
3. Los parques no son pulmones
Jacobs arremete contra “la tontería propia de la ciencia ficción” de que los parques son los pulmones de una ciudad. “Para absorber el dióxido de carbono que cuatro personas exudan al respirar, cocinar y calentarse se requiere más de una hectárea de monte o bosque. Los océanos de aire que circulan a nuestro alrededor, y no los parques, impiden que las capitales se ahoguen”. Para la activista norteamericana, los parques más valiosos no sirven de barrera ni interrumpen la ciudad y es la gente, con horarios distintos, la que les da la “bendición de la vida”.
“Gracias a las ciudades fue posible popularizar la idea de contemplar la naturaleza como algo benigno, ennoblecedor y puro. Y, por extensión, considerar al hombre natural igualmente benigno y puro. Pero es peligroso sentimentalizar la naturaleza. “La mayoría de las ideas sentimentales implican en el fondo una falta de respeto profunda aunque inconsciente”, sostiene.
El sol, y la sombra en verano, son los requisitos para que funcionen los parques. Un edificio alto interpuesto entre los rayos del sol y el parque puede hacerle perder todas sus virtudes. Sin embargo, los edificios que rodean los parques pueden también protegerlos ayudando a definir el lugar.
Es importante entender que la autodestrucción de la diversidad la produce el éxito, no el fracaso. Asegura Jacobs que la idea de la ciudad-jardín (la de los ciudadanos que abandonan el centro y se instalan en los adosados) genera “unas ciudades muy agradables si uno es dócil y no tiene planes propios ni le importa pasar la vida entre gente sin planes propios”. Y compara la vida en la urbanización con la vida de los tres cerditos: sus casas están cerradas, preparadas para cuando llegue el lobo. La activista recuerda que en áreas urbanas densas y diversificadas la gente camina. Algo impensable en las zonas suburbanas.
“A todo el mundo que valora las ciudades le molestan hoy los automóviles. Para albergarlos, las calles se han desgarrado y hecho jirones incoherentes y sin sentido para quien vaya a pie”. Jacobs habló del Nolugar antes que el antropólogo Marc Augé se convirtiera en el dueño del término: “La personalidad de la ciudad se diluye hasta que todos los lugares se parecen y se integran en Nolugar”. Escribió también que echamos demasiado culpa a los automóviles: en Amsterdam o en Nueva Delhi aseguran que las bicicletas en grandes cantidades se combinan horriblemente con los peatones. Por eso, la actual relación entre ciudades y automóviles representa una de esas jugarretas que la historia hace a veces al progreso. El sentido de una ciudad es la multiplicidad de opciones. Pero es imposible aprovechar esa multiplicidad sin poder moverse con facilidad. “Sin variedad urbana, los habitantes de las grandes aglomeraciones están, probablemente, mejor en coches que a pie”.
Con todo, a Jacobs le resultaba perturbador pensar que hombres y mujeres jóvenes, deban aceptar, solo con el argumento de que deben pensar de forma moderna, concepciones sobre ciudades y tráfico no solo inviables, sino estancas: nada significativo les ha sido añadido desde que sus padres eran niños”.
4. La escuela de la calle
Escena uno, en cada vez menos calles:
“Los niños se ensucian en los charcos, escriben con tiza, saltan a la cuerda, patinan, juegan a las canicas, trotan, charlan, intercambian cromos, juegan a la pelota, desmantelan viejos cochecitos de bebés, fabrican un coche con cajas de cartón, trepan por las verjas, corren arriba y abajo… sin darle ninguna importancia. Buena parte de su encanto reside en la sensación de libertad para corretear por las aceras, que es algo muy diferente de ser encajonado en una reserva. Si estas cosas no se hacen casual y accesiblemente, casi nunca se hacen”.
Los arquitectos y urbanistas parecen no darse cuenta del alto porcentaje de adultos necesarios para criar a los niños en sus juegos informales. Tampoco parecen comprender que los espacios y las instalaciones no los crían. Pueden ser complementos, pero solo las personas educan a los niños y los integran en la sociedad civilizada. La lección de que los residentes de una ciudad han de aceptar una cierta responsabilidad respecto de lo que ocurre en la calle la aprenden los niños en las aceras. “La presencia o ausencia de ese señorío callejero en los niños de una ciudad da una idea de la presencia o ausencia de un comportamiento responsable de los adultos para con las aceras y los niños que las usan”, consideró Jacobs.
Escena dos: la cultura en la calle, Temporada gratuita de Shakespeare en Central Park:
“El ambiente, el tiempo, el color, las luces y la curiosidad los atrajeron: muchas personas no habían visto nunca una representación teatral. Cientos volvieron una y otra vez, un amigo nos dijo que un grupo de niños negros le dijo que habían visto Romeo y Julieta cinco veces. La vida de estos conversos se ha ensanchado y enriquecido, así como el público del teatro del futuro. Espectadores como estos, nuevos en el teatro, no pagarían por una experiencia que no saben si les resultará agradable”.
“Necesitamos el arte sobre todo para tranquilizarnos respecto a nuestra propia humanidad”: ver orden y no caos en los sistemas complejos requiere entendimiento. La complejidad y la vitalidad de uso dan a las diferentes partes de una ciudad una estructura. La sugerencia –la parte por el todo- es el medio por el que el arte comunica.
5. Estamos a tiempo: las propuestas de Jacobs
1-Calles ocupadas=calles seguras: “La única manera de mantener la seguridad en las calles es lograr la presencia literal y continua de un número indefinido y diversificado de gente con motivos distintos”.
2-Reconstruir en lugar de demoler: Cuando se arrasa un barrio bajo no solo se echan abajo las casas viejas, se desarraiga a sus habitantes, se corroe la espesa capa de amistades comunales.
3-Mejor costuras que barreras: un borde puede ser una línea de intercambio que cosa dos zonas.
4-Dejar sitio para la tienda de ultramarinos de la esquina. “La novedad, y su superficial barniz de bienestar, es un artículo muy perecedero. Es chapucero y vergonzoso ver cómo se ilegaliza la diversidad. Cuando un área es totalmente nueva no ofrece posibilidades económicas de diversidad humana. La vecindad queda marcada con el castigo de la monotonía. Con el paso de los años, los barrios construidos de una vez cambian poco y para peor. Demuestran una asombrosa incapacidad para ponerse al día y revitalizarse. Están muertos. Lo estaban desde que nacieron, pero nadie se dio cuenta hasta que el cadáver empezó a oler”.
5-Calles frecuentes y cortas: “Un alto índice de ocupación del suelo, necesario para la variedad en la alta densidad, puede ser intolerable si el suelo no está entrelazado por frecuentes calles. Las manzanas grandes con altos índices de ocupación son opresivas”.
6-Aprender de la ciudad informal: “El enfoque del urbanismo convencional hacia los barrios bajos y sus habitantes es paternalista. El problema de los paternalistas es que quieren hacer cambios profundísimos con unos medios muy superficiales”. “Si no existieran habitantes barriobajeros o inmigrantes pobres para heredar los fracasos urbanos, el problema de las vecindades abandonadas se agravaría aún más”. Solamente la rehabilitación puede arreglar estos barrios. Nunca la piqueta.
7-Cuestionar el progreso del urbanismo moderno: “El desarrollo urbanístico moderno se ha basado emocionalmente en una pegajosa resistencia a aceptar la concentración de gente en las ciudades. Esa emoción negativa ha asesinado intelectualmente el urbanismo”.
8-Orden que mata: “Superficialmente, la monotonía podría considerarse una especie de orden, pero es también el desorden de no tener dirección. En un lugar marcado por la monotonía y la repetición de la similitud uno se mueve pero no parece llegar a ninguna parte. Para orientarnos necesitamos diferencias”.
9-Cabeza frente a dinero: “La inversión privada forma las ciudades, pero las ideas (y las leyes) sociales forman la inversión privada. Primero viene la imagen de lo que queremos y luego se adopta la maquinaria para producir esa imagen. Si la maquinaria financiera ha producido anti-ciudad ha sido porque nosotros, como sociedad, creímos que era bueno”.
10-Variedad y vitalidad: En arquitectura, como en el teatro y la literatura, lo que da vitalidad y color al escenario humano es la riqueza en la variedad de lo humano.
11-Diversidad y orden: El reto estético de las ciudades es cómo acomodar la diversidad en términos visuales y como respetar su libertad mostrándola bajo una forma de orden.
12-El descubrimiento de lo diferente: Lo que el profesor de Teología de Harvard, Paul J. Tillich dijo con estas palabras: “Por su propia naturaleza, la metrópoli provee algo que, de otro modo, sólo podría observarse mediante los viajes; a saber, lo extraño”. Kate Simon, autora de la guía New York Places and Pleasures, lo dijo con estas otras. “Lleve a sus niños al restaurante Gran, donde se toparán con gente a la que probablemente nunca más volverán a ver y, quizás, nunca olvidarán”.