Año Locus Solus
Capitán Swing recupera la novela fetiche de las vanguardias con una nueva traducción y los comentarios de la pléyade de admiradores de lujo; Breton, Foucault, Ashbery, Deleuze, Robbe-Grillet. La publicación sucede a la exposición monográfica del Museo Reina Sofía, una selección con piezas de Dalí, Duchamp o Max Ernst, todos ellos influidos por el libro.
No recuerdo si fue la cuarta o la quinta generación, pero hubo un grupo de académicos de la patafísíca, la ciencia felizmente enfocada en las excepciones y las soluciones imaginarias, que inventó, en los años setenta, una máquina, la Rayuel-OMatic, para leer la novela de Julio Cortázar. Con ello refrendaban la dimensión espacial del libro, que había dejado de pertenecer en exclusiva al ámbito casi siempre displicente de la literatura para sumarse a la categoría de acontecimiento, de cuerpo perceptivo. Resulta que Cortázar era un admirador confeso de Rayrnond Roussel y de Locus Solus, quizá lo más parecido que haya dado nunca la narrativa a una máquina infinita, con un recorrido tan largo y profundo en las vanguardias como deshilachado en la edición española, donde ha estado décadas sin reeditarse, después de la propuesta de Seix Barral —ay, qué pasó con su verdadera biblioteca—, en 1970.
La influencia del libro de Roussel, publicado por primera vez en 1914, cuartea el siglo de corrientes como si fuera el núcleo de una extraña sociedad secreta. Si Rayuela, por ejemplo, regurgitó la novela y alteró decisivamente la sangre de los lectores, especialmente de las jovencitas de buena familia, en esa época mucho más potables que bajo las cursilerías de Amelie, Locus Solus descarrila sobre el conjunto del lenguaje artístico, desde el dadaísmo a los juegos surrealistas de Marcel Duchamp o Salvador Dalí. Recientemente el Museo Reina Sofía ha dedicado una muestra a los tentáculos pictóricos de la novela, que inspiró, de manera explícita, a Max Emst, Chirico o Ioseph Comell. En literatura, su estela llega todavía más lejos, hasta medirse, al menos cualitativamente, con la pisada de los grandes renovadores. Roussel pudo surgir perfectamente de una costilla revolucionaria de Cervantes, un sustrato eléctrico sin el que quizá no hubiera germinado el universo de Perec o del nouveau roman, al que legó sus descripciones en movimiento -en el poema La Vue el autor dedica cientos de alejandrinos a la imagen de un cortaplumas-o Muchos de estos nombres, a los que se añaden otras referencias mayúsculas, Robbe-Grillet, Butor, Breton, Deleuze, Foucault, Blanchot o el neoyorquino Iohn Ashbery, que estudió frenéticamente su poesía, acompañan la magnífica edición de Locus Solus de Capitán Swing; un volumen que amplía y compila el aparato de estudios sobre Roussel, pero que prescinde, quizá para no saturar a la imaginación, de los croquis de J ean Ferry que clausuraban la edición antigua.
Locus Solus, actualizada ahora con la traducción de Marcelo Cohen, sigue siendo una novela totémica, a ratos delirante, de una eficacia demoledora en el plano fabulístico. Roussel introduce al lector, a través de la visita de un grupo de amigos, en la mansión de Martial Canterel, donde se multiplican los hallazgos, las atracciones y las bestias. Enanos que viven en cajones, escenas de ejecución que se reproducen continuamente, capillas, gemas monstruosas y gigantes, máquinas que componen poemas en serie; los números y los inventos de Roussel se suceden en la casa, que funciona casi como un vértice de leyendas y posibilidades simultáneas.
El autor, al fin y al cabo, tenía fama de inventor. Muchos de los ingenios extremados en la mansión de Canterel fueron fabricados posteriormente. Roussel era un constructor de quimeras, a ser posible metálicas, un genio extraordinariamente lúdico, cuyo imaginario excitó a las vanguardias, que vieron en él a un creador cercano no a la narración, sino a la fabulación total. Las posibilidades de Locus Solus, como las de los poemas en bucle de Queneau, son inagotables, cada pieza de la casa contiene un nuevo arsenal de motivos literarios, grotescos, monstruosos, metafísicos. Rousselllegó a decir que su método de escritura, especialmente en el periodo que abarca el jardín de esta novela, se basaba en las posibilidad de los retruécanos; el autor agarraba varias palabras y retorcía sus posibilidades fonéticas y semánticas hasta armar una historia aparentemente azarosa, pero que, en su resultado, tiene muy poco que ver con el ejercicio de laboratorio. En el libro asoma el espectáculo de una imaginación portentosa, declinada en bruto, lo que confiere al texto una cadencia de estructura laberíntica, extraña y, al mismo tiempo, legible; las puertas de Locus Solus se han vuelto a abrir, con todos sus prodigios.
Los itinerarios de Roussel
Las novelas de Raymond Roussel son puzzles gigantescos de imágenes e historias con una extraña lógica carnavalesca. Locus Solus hace un recorrido por el jardín-museo de un excéntrico millonario que, como el propio autor en la vida real, colecciona insólitos objetos con frenético y psicodélico racionalismo. Escrito tras las Impresiones de África, Locus Solus está presidido por Martial Canterel, un personaje como recién salido de una novela de Julio Verne, de quien Roussel dijo una vez que no se debía pronunciar su nombre «si no se está de rodillas». Canterel, docto científico cuya inmensa riqueza no limita su prolífico ingenio, lleva a un grupo de visitantes a recorrer Locus Solus, su apartada finca situada cerca de París. Uno por uno irá presentando, demostrando y exponiendo los descubrimientos e invenciones de su fértil y enciclopédica mente. El flujo de su imaginación se convierte en una riada.
LUCAS MARTÍN