La muerte de la polilla

La muerte de la polilla y otros escritos

En esta edición se agrupan diecinueve textos, entre artículos y algún relato, que giran alrededor de la literatura y del papel femenino en la vida, temas habituales en el pensamiento de la escritora británica. Textos que Virginia Woolf (Londres, 1882-Sussex, 1941) fue escribiendo por encargo para revistas, prólogos de libros u otros fines, y que precisamente por ser de encargo no valoraba, acumulándose sin publicitar en los cajones de su mesa. Fue su marido, el editor y escritor Leonard Woolf, el que compiló en cuatro volúmenes toda su obra como articulista. Incluso, -como nos cuenta Gloria Fortún en su excelente introducción al libro- tras la muerte de Leonard salieron a la luz más artículos inéditos.

Al ser una compilación diversa y distinta de las originales (The Death of the Moth, Captain’s Death Bed, The London Scene y The Common Reader) hay cuatro traductores en este libro, lo que da distintas voces a los textos. Destaca la autora del prólogo que la propia Virginia no era partidaria de prólogos ni introducciones, puesto que pensaba que los libros debían hablar por sí mismos y si un libro necesitaba aclaraciones es que no había cumplido su función. En parte es cierto. Pero en el caso de una antología o compilación de textos diversos como el que nos ocupa, no está de más una introducción, nos ayuda a tener una idea del nexo que los une y de las razones o las finalidades de algunos o de todos los textos.

En algunos artículos, como por ejemplo, Ruta Callejera, la traducción es francamente mejorable; nos produce un franco malestar, a pesar de que el contenido del texto es precioso: un paseo por Londres, “la Ciudad” como dicen los ingleses, con la simple excusa de comprar un lápiz, y las divagaciones que se disparan en la mente de Virginia en su deambular vespertino o nocturno.

Hablar hoy de Virginia Woolf es, en cierto modo, repetirse. Porque son tan abundantes los textos sobre ella que nos resulta reiterativo. Pero siempre podemos seguir hablando o escribiendo sobre su obra, y las ideas que nos brinda, porque su extensión y prolijidad nos dan pie a ello, y porque, como la Woolf dice en uno de los textos, Destreza, el poder evocador es una de las cualidades más misteriosas de las palabras. Las palabras no son útiles. Pero tienen poder para decir la verdad la verdad. No son útiles porque tienen muchos significados, y por tanto cuando se busca una utilidad estricta se suele recurrir a los signos, puesto que las imágenes son en este caso más explícitas. Pero sin embargo, pueden decir verdades: las palabras sobreviven a las vidas que las pronuncian o las escriben, y por tanto, pueden ser más verídicas.

Lo que me ha parecido más destacable de este conjunto variopinto de textos son sus reflexiones y acotaciones sobre la lectura, la escritura y la crítica literaria. En El arte de la biografía, por ejemplo, aborda la cuestión de la difusa frontera entre historia y literatura, explicándonos que el biógrafo ha de atenerse a un guión fijo -la vida del biografiado-, mientras que el novelista goza de una libertad mucho más amplia. Analiza el caso de Lytton Strachey, escritor y amigo personal, miembro destacado del Grupo de Bloomsbury, cuya biografía La Reina Victoria le encumbró y sin embargo, su obra Elisabeth y Essex, al ser más literaria y dejar volar más la imaginación, fracasa –siempre según Virginia- como biografía. Entre los textos seleccionados se pueden encontrar breves semblanzas biográficas sobre el Capitán Marryat, Beau Brummel, Madame de Sevigné, o Mr. Cowper, en los que Virginia se desliza por esas vidas revoloteando, destacando un detalle o una frase, una actitud o un aspecto de la vida elegida.

Otro de los más atractivos artículos es ¿Cómo se debería leer un libro?, en el que nos lleva a la cuestión de la complejidad de la lectura, a la importancia de leer un buen libro, y resalta una doble actitud ante ello: en primer lugar. abrir muy bien la mente a la multitud de impresiones que nos abordan desde las páginas del libro. Y después, juzgar y comparar. ¿Comparar con quién? –diríamos. Con los clásicos, obviamente, responde Virginia. Leer una novela es, en suma, algo que no hacemos para conseguir algo, con una finalidad: la finalidad de la lectura está en sí misma, en su disfrute. Disfrutar leyendo. ¿Cómo podría ser de otro modo?

En Qué impresión causa a un contemporáneo, Virginia remarca la dificultad que tenemos para discernir la calidad literaria de los autores contemporáneos. Y cómo de una misma obra los críticos pueden llegas a posiciones completamente contradictorias. El factor tiempo es un arma que nos ayudará en la decisión, pero sólo sirve para los autores del pasado. El presente nos deja, a veces, perplejos. “La tormenta y las lluvias torrenciales están en la superficie: la continuidad y la calma, en las profundidades”, nos dice. Sin embargo, es inevitable que la literatura contemporánea, por su frescura, vivacidad, por su choque contra las tradiciones, nos atraiga enormemente. “Es como un pariente a quien laceramos y desairamos cada día, pero al fin y al cabo no podemos vivir sin él”.

En suma, una obra que por su variedad gustará a unos y a otros por abarcar un amplio abanico de temas y estilos: desde el cuento al relato biográfico y al ensayo literario y social, sobre la posición de las mujeres. Recomendable, pues, su lectura.

Ariodante

Los abusos de algunos clichés

Resulta arriesgado recomendar en 300 palabras alguna pieza de la obra de Virginia Woolf (Londres 1882-Sussex 1941); de Fin de viaje a Los años, pasando por el Orlando, el agua que inunda a su trabajo narrativo es compleja. Enfrentarse a él supone adentrarse en un océano de tribulaciones.

A 60 años de su muerte, la aparición de la antología La muerte de la polilla es la afortunada coincidencia que permite navegar el cosmos literario de la escritora inglesa sin agitaciones ni contratiempos.

Una veintena de trabajos –entre ensayos, artículos periodísticos y un cuento escritos entre 1921 y 1942– componen la presente selección, que muestra esa otra cara de la personalidad de Virginia Woolf, enrarecida por sus propios padecimientos mentales, sí, pero principalmente por las leyendas negras a su alrededor; todas encarnadas en la novela Las horas, cuya adaptación al cine significó su encasillamiento popular en la depresión perpetua.

«Cuando nos asalta el deseo de pasearnos por las calles –escribe en uno de los ensayos–, el lápiz sirve de pretexto, y al levantarnos decimos: –sin falta debo comprarme un lápiz–, como si al abrigo de esta excusa nos pudiéramos permitir con tranquilidad el mayor placer que nos ofrece la vida urbana en invierno: pasearse por las calles de Londres».

La versión de Cunningham en Las horas no coincide con éste ni con ningún otro guiño contenido en los relatos aquí reunidos. Woolf no era una festiva e hilarante mujer, por supuesto; pero tampoco era un despojo humano sin otro oficio que llorar.

Por eso, vale afirmar sin duda y con el profesor Harold Bloom, que se trata de la persona de las letras más completa de la Inglaterra del siglo XX. Haga la prueba con este libro, no se arrepentirá.

Un relámpago en la orilla

Virginia Woolf (1882-1941) quizá merecería ser una figura legendaria. Estaba en el momento oportuno y en el sitio adecuado. A saber, vivía (y, sobre todo, escribía) en Gran Bretaña en el período que los angloamericanos denominan modernism. O lo que es lo mismo, pertenecía a una de las tradiciones narrativas más sólidas de Occidente en una época de absoluto esplendor para las letras europeas. Por si fuera poco, fue ella misma la que puso fin a sus días. Este último detalle puede parecer un tanto frívolo, pero la posteridad, ay, también se nutre de elementos biográficos. Con todo, conviene no olvidar lo esencial: Virginia Woolf tenía talento.

Los escritores y artistas que integraban el modernismo literario se caracterizaron por su deseo de innovación formal, por una búsqueda casi obsesiva de la pureza artística que les sirviese, entre otras cosas, para distinguir sus productos de las meras mercancías; para combatir, a su manera, el tipo de sociedad que el modo de producción capitalista estaba transformando irreversiblemente. Siempre que se piensa en figuras insignes en lengua inglesa correspondientes a este período son otros los nombres que surgen: James Joyce, T. S. Eliot, Ezra Pound… Pero he aquí que el irrepetible Erich Auerbach, a la hora de concluir su Mímesis –quizá la mejor obra de teoría literaria de todos los tiempos, en la que cada capítulo está consagrado a un autor y obra– no dedicó sus páginas finales a ninguno de ellos. No, la protagonista de “La media parda” –así se llama ese último capítulo– no es otra que Virginia Woolf.

Muchos de los frutos del modernismo han terminado por ser obras canónicas (Ulysses, La tierra baldía, los Cantos). Pero quizá porque su gestación se produjo en un ambiente dominado por la crisis y, por qué no decirlo, por el fanatismo (por lo nuevo, por lo auténtico, por el lenguaje mismo), leídas hoy en día han perdido gran parte de su vigencia. O, dicho de otro modo: ya no funcionan. Pero aquellos hombres –y mujeres, allí estaba también Gertrude Stein– eran dueños de una inteligencia sutilísima, un genio que les hizo reescribir la historia de la literatura para siempre (también la que les precedió). Y, si bien su creación ha quedado algo lastrada por estar tan ligada a aquel momento histórico particular (a pesar de pretender estar escribiendo la novela o la poesía definitiva), eso no sucede con su legado ensayístico-crítico.

Así, tanto los escritos críticos de T. S. Eliot como su particular teoría de lo literario conservan hoy en día todo su poder. De modo análogo, leer los ensayos de Ezra Pound es una experiencia mucho más refrescante que tratar de sacar algo en claro de su hermetismo lírico. Algo parecido sucede con Virginia Woolf. Por eso no nos ocuparemos aquí de cómo usa –o más bien fragmenta– el punto de vista narrativo, de su manejo del ritmo y del tiempo o de su intento de leer el significado –es decir, el sinsentido– de la vida moderna en lo más lateral y anecdótico. No hablaremos, en fin, de la carga simbólico- alegórica que concede a lo banal (elementos todos estos muy de la época y, por tanto, absolutamente presentes también en James Joyce). Quien se interese puede acudir a La señora Dalloway, Al faro o Las olas y tratar de disfrutar –o refutar– algo de todo esto (por cierto, Vargas Llosa realiza una magistral reseña de Mrs. Dalloway en su excelente La verdad de las mentiras. En cualquier caso, lo que aquí nos ha traído es la faceta ensayística de Virginia Woolf.

Una ‘outsider’

Para que no queden dudas, diremos que la señora Woolf nos parece una excelente escritora de este género a caballo entre lo filosófico y lo literario (algo que recuerda también a la Susan Sontag de Contra la interpretación) y que desde luego no necesita ser rescatada apelando a su condición de mujer o a su supuesto lesbianismo. Sus textos se sostienen por sí mismos, y si bien no podemos mostrarnos tan categóricos a propósito de sus novelas, creemos que por lo que respecta a sus ensayos caben pocas dudas respecto a su calidad y a su vigor. En la contraportada de su colección más famosa, The common reader (El lector común), figura una frase que la define a la perfección: “Virginia Woolf lee y escribe como una outsider”. Pero, ¿qué significa ese lema? Pues que se aproxima a la literatura desde fuera, sin rastro de pose o impostura, sin creer- se portavoz de ningún canon ni academia, haciendo caso omiso de todo aquello que no sea su pasión. Y su pasión era la literatura.

Estando como estamos hartos de tanto tópico acerca de la grandeza de la Grecia clásica y su legado, resulta muy gratificante leer un texto como “Acerca de no saber griego” en el que la autora admira, a través de esa lengua que no es la nuestra, un mundo extraño. Un cosmos que reconstruimos a partir de lo inmediato, genuino y sensorial de su épica, su drama y su filosofía. Un frescor e intensidad que Virginia Woolf echa de menos a su alrededor. Sus ensayos nos permiten también, decíamos, releer la historia literaria. En “Ficción moderna” nuestra autora reflexiona acerca de la va- guedad y la oscuridad, de la tira- nía que la tradición o la autoimpuesta fidelidad a un estilo (o a un género, o a una estructura) ejercen sobre el contenido (el te- ma, el argumento; la historia, en suma). ¿Cuál es ese objeto que, según el sentir de Virginia Woolf, la literatura debe tratar de delimitar con la mayor precisión? La vida misma, ese espíritu que fluye y nos rodea, ese enigmático halo reñido con la exactitud y el sentido.

El placer lo controla todo

Sus ensayos están llenos de perspicacia, humor e ingenio. Vamos, que se leen de corrido. No nos extraña, por tanto, que precisamente al comienzo de sus reflexiones acerca del ensayo moderno (“Modern Essay”) anticipe cuál es la ley que gobierna el aparente caos en que consiste tan indefinible género. El placer, claro. “El principio que lo controla consiste, simplemente, en que ha de proporcionar placer; el deseo que nos impele cuando lo cogemos de la estantería es simplemente el de recibir placer. Todo en un ensayo debe estar reducido a ese fin”. Su propio magisterio en esta forma de escritura hace que la perdonemos casi todo (¿cómo se puede hablar mal de Stevenson?).
Explotando la característica autorreflexividad de la literatura modernista (y contemporánea) podríamos decir que en los ensayos de Virginia Woolf aprendemos a leer a la propia Virginia Woolf. Así, en “¿Cómo debería uno leer un libro?” nos viene a decir que lo primero con lo que hemos de hacernos a la hora de leer es con un criterio propio. Porque leer es juzgar, y ello exige libertad. Pero, como acabamos de apuntar, se trata de una libertad encaminada al goce. “Quizá la forma más rápida de comprender los elementos de lo que el novelista está haciendo no consista en leer sino en escribir; llevar a cabo tu propio experimento con los peligros y dificultades de las palabras”. Virginia Woolf hizo sus propios experimentos acerca de la diversidad de impáctos, efectos y experiencias que la literatura puede proporcionar. Posiblemente por eso, porque sabía de lo que hablaba, sus ensayos siguen siendo aún hoy tan eficaces.

Enlaces recomendados:
» Virginia Woolf o el amor a lo femenino libre (Diagonal » 29.03.2011)

El grácil vuelo de Virginia Woolf

Ha pasado, con razón, a la posteridad por un puñado de poderosas novelas, innovadoras y brillantes —Al faro, La señora Dalloway, Las olas, Orlando, Los años—, pero la refi nada capacidad de Virginia Woolf (Londres, 1882-Sussex, 1941) para el ensayo, aunque no tan conocida, debe ser muy tenida en cuenta. Muchas veces la excéntrica afectación del grupo de Bloomsbury, su suicidio o su feminismo han complicado el acceso a su obra, cargándolo de prejuicios. Pero su escritura —tocada por la música de la originalidad y la libertad— crece en el terreno del ensayo, abonado por su sensibilidad, su curiosidad, su humor, su ternura, su fina capacidad de observación y sus ansias por romper con las limitaciones y estrecheces de la Inglaterra victoriana; y no pocas veces por una perspectiva sorprendente que nace de haber abordado el asunto por encargo, un asunto que de otra forma le hubiera sido ajeno en lo literario.

El lector hallará una buena prueba de este dulce y asombroso magisterio, de este vuelo grácil, en La muerte de la polilla y otros escritos (1942), una reunión de textos breves publicada de forma póstuma, como la mayoría de las que aparecieron, en buena medida compiladas de la mano de su esposo Leonard Woolf, que recuperó piezas inéditas y otras estrenadas originalmente en revistas.

DEL ARTÍCULO A LA FICCIÓN

Uno de los aspectos más atractivos de este tomo —editado en español por el inquieto sello madrileño Capitán Swing— es la rica variedad temática que afronta y los distintos niveles de relación con lo que se entiende por ensayo, pasando por el artículo o la crítica y alcanzando el relato de fi cción. En este sentido, su concepción de lo literario no puede ser más actual y moderna.

Los textos dedicados a su querido Londres, el que da título al tomo —poética refl exión sobre la vida y la muerte—, o los que abordan la condición del lector —excelente ¿Cómo se debería leer un libro?— y los vínculos del escritor con el público son piezas de cabecera.

Virginia Woolf

Ya hablé hace tiempo de uno de mis libros preferidos de Virginia Woolf, Orlando. Hoy quería volver a hablar de ella, de una escritora que no me deja de admirar y sorprender.

¡Qué difícil utilizar las palabras justas para describir las sensaciones que consigue despertar la escritura de Virginia Woolf!

Aunque ella misma ofrece una explicación: que las palabras dicen la verdad, pero no tienen dueño, que por muchos esfuerzos que el/la escritora haga, las palabras tienen su propia forma de actuar, “no existe nada más desenfrenado, libre, irresponsable y difícil de enseñar. Por supuesto, se pueden atrapar, ordenar y poner en orden alfabético dentro de un diccionario. No obstante, las palabras no viven en los diccionarios, viven en la mente. Si queréis una prueba de ello, considerad con qué frecuencia, en los momentos emotivos, que es cuando necesitamos más palabras, no hallamos ninguna.”

Esto lo dice en un escrito titulado “Craftsmanship”, incluido en el libro The Death of the Moth and Other Essays (1942) . La única grabación que se conserva de Virginia Woolf es precisamente un extracto de este artículo. Escuchad su fantástica dicción:

Aquí tenéis la trascripción (en inglés).

Este libro se ha traducido y publicado recientemente con el título La muerte de la polilla y otros escritos en la editorial Capitán Swing. Os lo recomiendo fervientemente.

Además de este ensayo, contiene otros muchos escritos reveladores como “La marea de Oxford Street”, un relato lleno de ironía sobre los “atractivos” del consumo en una calle comercial, “Pensamientos de paz durante un ataque aéreo”, donde reivindica posturas pacifistas y la tesis de Tres Guineas de que las mujeres deben crear un mundo en el que la guerra no tenga lugar, o “Recuerdos de un gremio cooperativo de mujeres trabajadoras”, donde recuerda los inicios del movimiento sufragista.

En fin, una joya, que además está presentada por Gloria Fortún, a la que admiro y sigo en su blog La letra escarlata.

Animaos a leerla.

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Sí, siempre mantened los clásicos a mano para prevenir la caída (Virginia Woolf) Capitán Swing Libros es una magnífica editorial madrileña de reciente creación que ha entrado en el panorama de