Julio Jurenito

Julio Jurenito, entre el esperpento y la provocación

 

De forma oportuna, reedita Capitán Swing Libros un terxto publicado por primera vez en 1922, Julio Jurenito, considerado la mejor novela de Ilya Ehrenburg (Kiev, 1891 – Moscú, 1967). Julio Jurenito que puede presumir de ir rotulada con uno de los títulos más largos de la narrativa de todos los tiempos que, por curiosidad, reproduzco aquí (“Las extraordinarias aventuras de Julio Jurenito y sus discípulos Monsieur Delet, Karl Schmidt, míster Cool, Alexei Tishin, Ercole Bambucci, Ylya Ehrenburg y el negro Aisha. En días de paz y guerra y revolución, en París, en México, en Roma, en Senegal, en Kinieshma, en Moscú, y en otros lugares, y también las distintas opiniones del Maestro. Sobre el arte de fumar en pipa, sobre la muerte, sobre el amor, sobre la libertad, sobre el juego de ajedrez, sobre la raza hebrea, sobre la construcción y otras muchas cosas”), es un libro poco conocido, pero que en las manos lectoras se convierte en una verdadera joya literaria, disparatada y genial en igual proporción. Tan soviética como antisoviética, tan occidental como antioccidental. Novela de humor extremo y rayando el absurdo, que lo satiriza todo: el viejo continente europeo, tan alienado o esquizofrénico que se precipitó, casi sin darse cuenta, en la carnicería de la Primera Guerra Mundial; la utopía de la Revolución bolchevique; la religión y casi todas la convenciones y hábitos sociales. “En Jurenito, escribe el mismo Ehrenburg, estigmaticé toda suerte de racismos y nacionalismos, denuncié la guerra, la crueldad, codicia e hipocresía de los hombres que la provocaron”.

Pero ¿quién es esta mente autorial que escribe no para las élites, élites actuales de inútiles y perdidos, sino para los pueblos venideros, para que no caigan en los mismos errores del pasado? Considerado el corresponsal de guerra más popular de toda la prensa soviética (Vasili Grossman), Ehrenburg fue un escritor y periodista soviético, de ascendencia judía, que cubrió la mayoría de las guerras. Tras su participación en las revueltas estudiantiles en la Universidad de Moscú de 1905, emigró a París donde inició su carrera como escritor bajo la influencia de Verlaine. En la capital francesa trabó así mismo amistad con Picasso, Apollinaire y Fernand Léger. Corresponsal en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, en 1917 retornó a su país. Aunque simpatizaba con la revolución bolchevique, no se sentía a gusto en la Unión Soviética, y en 1921 volvió a autoexiliarse. Ese mismo año escribió Julio Jurenito. Corresponsal más tarde en la Guerra Civil española, escribió varias obras que lo reconciliarían con el régimen soviético. A partir de 1950 se convirtió en una destacada personalidad, sobre todo cultural, de la URSS.

La acertada combinación de humor, sentido del absurdo y agudas sátiras sociales convierten a Julio Jurenito en una novela tan original como actual. En la misma Ehrenburg crea la ficción del Maestro mexicano Julio Jurenito, un personaje que amalgama en su figura la sabiduría, la ironía y un acusado sentido de lo pintoresco. Personaje sin principios, a pesar de que los defiende apasionadamente, se rodea de una “selecta” tropa  de discípulos que, más que personajes de lo más variopinto, son  estereotipos  de sus propias nacionalidades y de los que se sirve para revelar y satirizar, deformándolos hasta el esperpento, los defectos de las mismas. La denuncia de este profeta de artistas excéntricos, banqueros, filósofos y parias, delineada con un toque bastante iconoclasta, no resulta por ello menos contundente.

En treinta y cinco capítulos Ehrenburg, escribiendo con un ritmo ágil, nos sirve en bandeja y a través de una lupa deformadora los avatares surrealistas del Maestro mexicano y de su troupe de estrafalarios discípulos entre los que se incluye a sí mismo, pues Ehrenburg ejerce a de autor, narrador y personaje representante de los judíos, a los que satiriza  con la misma intensidad con la que retrata al resto de nacionalidades.

Novela esperpento pero muy coherente con la realidad que capta y plasma, de la que es fiel reflejo, y que no ha perdido actualidad porque las condiciones en las que fue escrito Jurenito en 1922 son en esencia las mismas de nuestros días, aunque las designemos eufemísticamente con otros nombres: la guerra sigue instalada en el corazón de los pueblos, muchos países siguen siendo colonizados por el subdesarrollo y la explotación, navegamos, quizás más que nunca, por mares y océanos de crisis, inseguridades y falsedad, se sigue discriminando a los pobres y continúa habiendo sociedades que son al mismo tiempo socialistas y nacionalistas. Y el fascismo no ha muerto, porque, incrustado en el corazón de muchas personas, pocas veces se le hace frente de la misma forma que refleja este breve texto de Ilya Ehrenburg: “En la Europa de los años treinta, inquieta y humillada, era difícil respirar. El fascismo avanzaba, y avanzaba impunemente. (…) Pero hubo de pronto un pueblo que aceptó el reto. No se salvó a sí mismo ni salvó a Europa, pero si para la gente de mi generación queda algún sentido de las palabras «dignidad humana» es gracias a España.”

Francisco Martínez Bouzas

 

Ideas para escribir sobre la crisis, aunque escribir sobre la crisis no sea obligatorio

Corren tiempos en los que parecería lógico que cada escritor escribiera su novela de la crisis. Porque algunos silencios o algunas tangentes resultan perturbadores. No es obligatorio escribir sobre las crisis, aunque resulta casi imposible no hacerlo… La crisis se podría abordar desde una perspectiva temática íntima, épica o coral y podría dar lugar a cientos de relatos diferentes: unos papás progres, de los que se han preocupado mucho por vestir a sus cachorros con prendas de algodón ecológico y esas cosas, tienen un miedo cerval –un miedo que te cagas– ante el futuro; una muchacha soñadora demuele su concepto del amor porque no tiene dinero suficiente para hacerse la cera; los libertinos asisten al derrumbe de su sexualidad: ya no tienen ganas de nada; un parado consume tranquilizantes y ve la televisión; la clase media y la fantasía de la libertad llegan a su fin; Robin Hood resucita y se vuelve a morir; un escritor pergeña el best seller total de la corrupción política de alto standing; un comando terrorista de octogenarios envía paquetes de goma 2 a las sucursales bancarias; una emprendedora pone un negocio de plantas de interior y se la secan; los responsables de una perrera matan a todos los perros porque ya nadie adopta animales…

 

La crisis se podría abordar desde distintos géneros y tonos: ópera bufa, tragedia griega, canción protesta, novelón decimonónico, poema deconstructivo, sátira, culebrón,  bildungsroman… Desde una óptica realista –si se cree legítimamente que el realismo aún no está desactivado como instrumento de denuncia–, una óptica negra, metaliteraria, documental, de espejo del callejón de Álvarez Gato o de fantasía y ciencia ficción. Hay muchas cosas que contar del mundo en que vivimos y, si uno sigue siendo un poquito sartriano, no es improbable confiar en que hacer el relato de lo que no queremos ver, de lo que nos pasa desapercibido o de lo que nos duele, es el primer paso para la transformación. Porque escribir es una acción que puede llegar a ser incluso una acción política: aunque no siempre, la escritura solo se convierte en una acción política cuando molesta.

Quizá el mejor ejemplo de escritura política consista en acudir a una manifestación. Marcar con la pisada el asfalto. Sin faltas de ortografía. Apretando el lápiz. Con mala letra.

¿Y si la crisis se convierte en merchandising?

Pero ¿y si la literatura política se ha convertido en una moda? ¿Y si es el nuevo icono indie? ¿Y si el radio de actuación de la literatura –en el corralito de la conciencia y desde ahí hacia el universo y ¡más allá!– se restringe y su casi insignificante repercusión en el espacio público se desactiva porque las palabras de los textos son como un pin del Ché Guevara y los significantes dejan de tener significado o lo alteran hasta hacerlo irreconocible por obra y gracia del poder zombificador del mercado? No se puede criticar la demagogia –mucho menos combatirla– escribiendo libros demagógicos. Ay.

 

No soy Sidney Poitier (Blackie Books), del escritor estadounidense Percival Everett: Everett no habla de la crisis, pero sí habla de la dificultad de ser persona cuando uno pertenece a una minoría discriminada, en este caso, los negros en Estados Unidos. En unos Estados más que otros. También habla sobre la necesidad de definirnos y sobre la manía de encontrar nuestra identidad precisamente en todo aquello que no somos.

La sabiduría de Everett consiste en combinar el tono de Vonnegut con el de Groucho Marx –probablemente el segundo ya estaba dentro de la lógica narrativa y del sentido del humor del primero– para crear un profesor de filosofía del sinsentido (sic), llamado Percival Everett, que tiene como alumno a un negro multimillonario cuyo nombre es No soy Sidney Poitier. Con la construcción de un personaje como No soy Sidney, Everett sugiere que hay distintos criterios de discriminación y que, como en el juego de piedra, papel, tijera, unos neutralizan a otros: por ejemplo, si uno es lo suficientemente rico y el interlocutor lo sabe, se minimiza el problema del género o de la raza. No es que se anule completamente, pero si me permiten el chiste –no puedo evitar contagiarme por el tono de estos libros–, las cosas se ven “de otro color”.

A partir de ahí, se suceden situaciones hilarantes como cuando No soy Sidney Poitier descubre que las felaciones pueden llegar a ser muy dolorosas; cuando recrea el argumento de La esclava libre, película en la Sidney Poitier participa, pero No soy Sidney Poitier, no; o cuando Agnes, la hija de una familia negra pero no demasiado, hace piececitos por debajo de la mesa con un comensal albino que no puede disimular su satisfacción… Lo mejor de esta novela es el retrato de esos negros que no quieren ser negros o que juegan toda su vida a ser negros buenos, negros domesticados, negros integrados. Como si no pasara nada. El tipo de negro que, en parte, fue Sidney Poitier y, más recientemente, Denzel Washington. O el mismísimo Obama. Que es negro. Pero solo a medias. Y para lo que le interesa.

Julio Jurenito

Parece que el tono de humor, más o menos vitriólico, le cuadra a la literatura política. Yo estoy empezando a pensar que, en algunos casos, humor y efecto político pueden llegar a ser incompatibles: sobre todo, cuando el humor se emplea como calmante. Sin embargo, estoy a favor de que se utilice como lubrificante y que, practicándote una prueba diagnóstica indolora –¿existen?–, al final descubras que padeces un cáncer terminal. Eso sucede con algunos libros de De Lillo, con los de Lionel Schriver, incluso con los de Kurt Vonnegut. Con Julio Jurenito de Ilya Ehrenburg, publicado por Capitán Swing, sucede algo diferente: Julio Jurenito es maestro, guía, amigo, socio, camarada, el mesías, en torno al que, entre otros discípulos, se congregan un vagabundo italiano, el propio Ehrenburg, un capitalista cristiano y, sobre todo, el gran Spiridonovich, tolstoiano histérico e histriónico, a quien alma, culpa y redención no se le caen de la boca…

 

Las aventuras de esta pandilla a través de una Europa de guerras, revoluciones y entreguerras expresa la admiración y el rechazo hacia la cultura occidental; la reserva y el entusiasmo hacia las revoluciones; y el amor y el odio hacia la naturaleza humana. En esa fusión de contrarios, que forma parte de la corrección política actual y a la vez quizá es una aproximación realista a nuestra condición de animales mamíferos evolucionados, se introducen lúcidas reflexiones sobre el arte, el sexo, el papel del capitalismo en los enfrentamientos bélicos, la crueldad de los biempensantes, el “humanitarismo” de una guerra que perdona el asesinato masivo siempre y cuando éste no se cometa con balas Dum-Dum. La sátira se combina con la autoficción, la novela de aprendizaje y de aventuras, e incluso con el didactismo de algunas obras del Barroco.

No sé muy bien por qué, pero mientras leía a Ehrenburg me acordaba de El criticón de Gracián. Las asociaciones de mi conciencia libresca, mis redes intertextuales y mis respuestas a los test de Rorschach literarios a veces son muy libres. Pero lo más interesante de Julio Jurenito es la sana pretenciosidad y la iluminación desde las que se atreve a escribir Ehrenburg. Sin miedo de subirse al púlpito para dirigirse “a las generaciones futuras”. Ilya Ehrenburg fue poeta, amigo de Picasso, corresponsal durante la primera guerra mundial, simpatizó con la revolución, emigró de la Unión Soviética y, en último término, fue un humanista. En el mejor y en el peor sentido de la palabra.

 

 

 

 

Pantagruel redimensionado

 

Las asombrosas historias de Julio Jurenito, esa suerte de Pantagruel redimensionado y actualizado pero no menos extraordinario, constituyen a día de hoy una rareza. Y no lo digo por el hecho de que esta magnífica novela de Ilya Ehremburg no disfrute del reconocimiento que merece, sino por lo sorprendentemente moderna que resulta pese a su venerable edad y a la sabia combinación de humor, exageración y denuncia gracias a la cual construye esta enmienda a la totalidad por reducción (o tal vez por ampliación) al absurdo con la que el autor desnuda a las sociedades americana, europea y eslava de su época. Y de la nuestra.

Como demostración de la originalidad de la novela, un botón, el título original completo:

Las extraordinarias aventuras de Julio Jurenito y sus discípulos

Monsieur Delet, Karl Schmidt, míster Cool, Alexei Tishin, Ercole Bambucci, Ylia Ehremburg y el negro Aisha

En días de paz y guerra y revolución, en Paría, en México, en Roma, en Senegal, en Kinieshma, en Moscú, y en otros lugares, y también las distintas opiniones de Maestro.

Sobre el arte de fumar en pipa, sobre la muerte, sobre el amor, sobre la libertad, sobre el juego del ajedrez, sobre la raza hebrea, sobre la construcción y sobre muchas otras cosas.

Julio Jurenito, mexicano de personalidad desbordante y discurso torrencial, persona sin principios que sin embargo los defiende con pasión, es una suerte de profeta de la destrucción del orden establecido mediante la provocación que alista en su cruzada a sus discípulos, que más que personajes son tópicos que representan tan clara y burdamente los estereotipos de sus diferentes nacionalidades que ejercen de lupa sobre los defectos de las mismas, aunque de lupa que deforma como los espejos de las ferias una realidad cuya denuncia, no obstante, no resulta por ello menos contundente.

Destaca que Ilya Ehremburg ejerce de autor y narrador, pero también de personaje, representante de los judíos en este caso, y hay que señalar que la mirada que se dirige a sí mismo no es más condescendiente que aquella a través de la cual convierte a sus compañeros de viaje y al viaje mismo en un esperpento por lo demás no menos coherente que la realidad que retrata y ridiculiza.

La ácida mirada de Jurenito resulta demoledora y sus opiniones, sus discursos, no por exagerados, tendenciosos o abiertamente absurdos en ocasiones, mueven menos a la reflexión. El dominio de Ehremburg de la ironía, del humor y, porqué no, de la provocación hace brillar este texto más allá de su propósito evidente, porque su lectura además de interesante es francamente divertida. Recuerda en esto, ya lo dije en el primer párrafo, a Gargantúa y Pantagruel, sólo que Julio Jurenito es menos inabarcable.

Para finalizar, unas breves palabras, una digresión si así se quiere, sobre el autor: resulta complicado encajar una obra como esta en un autor como Ehremburg, y no hablo de cuestiones meramente literarias ya que acabo de descubrirlo y no conozco el resto de su obra, donde resulta difícil ubicarlo es en ese breve esbozo biográfico suyo que señala que abandonó Rusia en 1920 (Julio Jurenito es de 1922) pero regresó en 1950 y llegó a convertirse en diputado del soviet supremo y obtener el Premio Lenin de la Paz. Cierto que 1950 no era ya 1920, con tolo lo que ello implica, pero sigue siendo difícil concebir que el autor de un libro tan libre como este lograse reconciliarse con un régimen soviético (ni con ningún otro, ya que nos ponemos) que sale tan mal parado de su lectura, al igual por lo demás que ocurre con las sociedades capitalistas occidentales.

Andrés Barrero

 

Julio Jurenito

Publicada en 1922, Julio Jurenito es una sátira filosófica y mordaz de la civilización europea. Escrita en menos de un mes, «como si alguien me llevara la mano mientras escribía», su protagonista es un mexicano nacido de las charlas con el fabuloso pintor Rivera. Jurenito recorre la Europa de 1910 a 1920 en compañía de una troupe de discípulos