Guía de la kultura

Cuando la poesía parece contingente, Ezra Pound es necesario

¿En qué se parece la poesía al modo en que los bancos de nuestro capitalismo generan dinero? Pues en que los dos, como dijese Yeats en un poema, surgen de una «bocanada de aire», o sea de la nada. El chiste —por llamarlo así— es de Richard Sieburth, experto en la obra de Ezra Pound (1885-1972). Y Ezra Pound, precisamente por su jerarquía de intereses, es, justo hoy, un autor de obligado rescate o relectura. Advirtamos que aquí, en los Cantos, se encuentra el poeta comentando una burbuja inmobiliaria: «Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra». Como destacado del modernismo y la Generación Perdida, Pound conoció en Europa la I Guerra Mundial y las consecuencias del crash, lo que le movió a una especie de cruzada personal contra banqueros y financieros y a considerar la economía como una disciplina central a la hora de comprender la historia y la actualidad —aunque sus ideas económicas hayan pasado bastante desapercibidas entre los expertos—. Para el poeta fueron los banqueros los responsables de la ruina de occidente, la civilización, la cultura y el arte (Victor Perkis). Con todo, a Pound terminarían condenándolo enunciados como éste, recogido en su ensayo «What Is Money For»: «La usura es el cáncer del mundo, el cual sólo el escapelo del fascismo puede extirpar.» Otro caso más de intelectual fascinado por la entonces vanguardia política del fascismo.

Libro aún más provocador ahora que en el momento de su publicación, en 1939, Guía de la Kultura es la correspondencia al español de Guide to Kulchur, donde, tal como se explica en la presentación, «llamarlo provocativamente Kulchur tiene su explicación filosófica y política: Pound quería referirse al concepto alemán de Cultura (Kultur) pero para diferenciarlo del tradicional que utiliza la élite (irremediablmente lastrado de connotaciones clasistas, nacionalistas y raciales), lo escribe según la pronunciación», anulando así la indicación del concepto Cultur en inglés. Hace bien, además, Capitán Swing en preparar la edición de esta Guía con el prólogo generoso del filósofo Nicolás G. Varela, pues es éste un libro inconscientemente enmarañado, cuando no opaco y a ratos impenetrable. De una parte, el texto aparece inundado de citas eruditas, cuando no de partituras o ideogramas (mención aparte merecería la atracción de Pound por la literatura china); de otra, el poeta no pudo resistirse al conocimiento enciclopédico, y con este libro aspiró a reunir lo trascendente, aquello que sobrevive al olvido. Su propuesta, aunque acabase con resultados casi más bien contrarios, era perpetrar un texto de divulgación, «tratando de suministrar al lector medio unas pocas herramientas para hacer frente a la heteróclita masa de información no digerida con que se le abruma diaria y mensualmente». Lo que es igual, Pound, como siempre ha ocurrido desde que los medios de información empezaron a plantear graves dolores de cabeza a los pensadores, se proclamaba integrante de una elite iluminadora, gesto que con el tiempo entraría cada vez más en declive.

O dicho de otro modo, un supuesto que ha ido adoptando el estatuto de verdad indiscutible es la imposibilidad de la literatura como herramienta pedagógica, asociada en el imaginario popular a épocas anteriores al siglo XX, en donde los libros servirían como medio de dominio entre las clases culturalmente privilegiadas y aquellas que no lo eran. Naturalmente, esta hipótesis —por la que el ensayo sería no más que un soporte de reflexión, apenas un perímetro conceptual, cuya lectura ha de ser siempre completada por el interlocutor— se sostiene sobre la ilusión de una democracia en donde todos sus ciudadanos comparten bagajes culturales, y sobre la devaluación del concepto intelectual como guía. Pero Pound, que a ratos sonará propagandista y descabellado, ha vuelto para recordarnos cuáles son nuestras obligaciones intelectuales en tiempos de crisis.

Antonio J. Rodríguez

Pound al desnudo

Si Walt Whitman aseguró en uno de sus versos que contenía multitudes, Ezra Pound -su hijo en estética y espíritu- aprendió bien la lección. De personalidad compleja y poliédrica -no hablamos de literatura todavía-, oscuro y a la vez iluminador para quien aceptara el reto que plantea su obra -ya sí-, Pound resumió en sus poemas y opiniones no la época que le tocó vivir, sino la que decidió vivir. En la solapa de esta hermosa edición se señala que el crítico Hugo Kenner sintió, al conocerle, “que estaba en el centro del modernismo”. Desde ahí escribió Pound.

Esta “Guía de la Kultura” refleja el párrafo anterior: las multitudes, la complejidad, los gozos y las sombras, la polémica, la nostalgia del presente que se malgastaba. Redactada en apenas un mes según el encargo de Frank Morley, editor de Faber & Faber -compañero de oficina de otro bendito difícil, T. S. Eliot-, con este ensayo Ezra Pound se zambulló en las aguas de la pedagogía. Sin embargo, acabó entregando una rara autobiografía según la cultura que le estimulaba u horrorizaba, una exhaustiva y caótica poética, una explicación de su vida, milagros e influencias. La cultura, se plantea Pound en cierto modo, es la magdalena de Proust.

Quien se acerque a este libro buscando la receta de la intelectualidad saldrá escaldado: Pound salta de un tema a otro, cuando se extiende frena, lanza máximas, se contradice, alcanza verdades supremas y no reconoce limitaciones, sino que opta por la condescendencia. En esta “Guía de la Cultura” -precedida por un necesario texto de Nicolás G. Varela, el contrapunto cabal de la exuberante locura poundiana- se suceden los aforismos, los homenajes a autores y a libros y a culturas… Nada es ajeno a Ezra Pound, su curiosidad y sus ganas de pontificar nunca se agotan: Pound -inmenso, intenso- contiene multitudes.

Por Elena Medel

El amigo indeseable

Fue Guía de la kultura un proyecto de Ezra Pound que la editorial londinense Faber & Faber, donde trabajaba su amigo T. S. Eliot, publicó en 1938, en la época fervorosamente fascista de Pound, americano en Italia y fanático de Mussolini, aunque muy americano en su mentalidad: Ezra Pound sólo creía en lo concreto. Disconforme y desobediente ante las ideas recibidas, como querían Emerson y Thoreau, se plegó, sin embargo, a la publicidad mussoliniana con devoción de enamorado, lo que no le impidió considerar en su Guía la Constitución de los Estados Unidos “el documento de Estado más grande escrito hasta ahora”. La Constitución transformaba el pensamiento en vida, y Pound, en su incómodo vademécum cultural, distinguía dos clases de ideas: ideas en el vacío, “juguetes intelectuales”, e ideas para poner en práctica, normas de conducta. Su Guía quería ser útil, mapa de carreteras de la kultura trazado a partir de su viaje personal. No le servía la palabra cultura, maldita por el mal uso, referible, en todo caso, a los vacuos “juguetes intelectuales”.

Escribía “para personas que no pudieron permitirse una educación universitaria” y “para jóvenes, universitarios o no, que quisieran saber más a los 50 años de lo que yo sé”, y juzgaba una infamia “una educación que en 1938 no prepare al estudiante para la vida entre 1940 y 1960”. Razonablemente pensaba que el verdadero conocimiento no es un catálogo muerto, sino que parte de la comprensión de las cosas y “entra poco a poco (…) siempre pertinente, vinculado a la seguridad, la nutrición o el placer”, respirado, disfrutado, vivido. Y, como prueba, Pound recordaba, escribiendo su Guía en marzo de 1937, el Museo del Prado sala por sala y pared por pared, tal como lo vio treinta años antes el entonces joven poeta.

Guía de la kultura es un autorretrato de Pound, que exhibe sus entusiasmos maniáticos mientras perora sobre historia, economía, arte, literatura, antropología, música y filosofía. “Semiacadémico antifilológico”, lo llamó sin piedad Franco Contini. Siendo un ejemplar típico de la cultura vanguardista de Occidente, Oriente fue su fijación, China, porque Confucio ofrece un modo de vivir, de tratar con la naturaleza y con los seres humanos: “Humanidad es amar a los seres humanos. Conocimiento es conocer a los seres humanos”. Entendió que la filosofía occidental, aislada de la vida y de la sabiduría, a partir del siglo XVII había dejado de guiar el pensamiento general: “Después de la época de Leibniz el filósofo profesional fue tan sólo un tipo demasiado perezoso para trabajar en un laboratorio”.

¿Habla sin conexión ni orden? Eso lo pensaría un lector con prisas, avisa Pound. ¿Es incoherente? No es que pierda el hilo, sino que coge otro: “Necesito más de un hilo para la trama”. Y recuerda, sin citar el nombre del ilustre protagonista de la anécdota, lo que le dijo Mussolini en un palacio romano el 30 de enero de 1933, cuando Pound le expresaba su deseo de ordenar sus teorías económicas: “¿Para qué quiere poner el poeta sus ideas en orden?”. Guía de la kultura respeta el desorden de una charla de sobremesa entre amigos. Hay momentos en que Pound resulta un comensal insoportable, con su relampagueante sucesión de citas (“no soy el autor de muchas de mis afirmaciones… No hay sentido de la propiedad en la mayoría de mis afirmaciones”) y su ocasional energumenismo tabernario, de periódico barato, de locutor radiofónico chillón y adulador de Mussolini y los suyos: Culture será Kulchur, Aristóteles se convierte en Arry Stotl, Shakespeare es Bill Shxpeare, Gorgias practica el dadaísmo. Pero lo perdurablemente admirable de este Pound es su voluntad de comprometerse: “Haré declaraciones que pocas personas se pueden permitir porque pondrían en peligro sus ingresos o su prestigio en sus mundos profesionales, y sólo están al alcance de un escritor por libre: ‘Dada mi libertad, puede que sea un tonto al usarla, pero sería un canalla si no lo hiciera”.

Por Justo Navarro

El eco de Ezra Pound

Hombre de multiples saberes, poeta revolucionario y extraño personaje hermanado con el movimiento moderno, Ezra Pound fue uno de los
escritores más extraños e influyentes de su tiempo. Digamos que la gente estrechaba la mano de Pound y sentía una especie de descarga contemporánea. Durante un par de décadas, él fue el hombre ante el que había que presentarse si se quería llevar el paso de la modernidad. Nacido en Idaho en 1885, su escritura viajó del neorromanticismo a experimentalismo fragmentario. Mientras tanto, su vida osciló entre la mística y los errores, entre el esoterismo y el fascismo. Pound tenía aspecto de chamán y llegó a ser el paradigma del artista americano en Europa. Mientras extendía su influjo por los círculos literarios más avanzados, aspiraba a resumir el mundo en sus torrenciales libros de poesía. Si sus logros son cuestionables, no hay duda de que sus aspiraciones eran certeras y máximas.

En 1922, el crítico Edmund Wilson situaba con la precisión habitual los orígenes de Pound: “El ideal estético de Ezra Pound es tal vez uno de los más elevados de la poesía contemporánea de habla inglesa. Indiferente a la aprobación pública, ha trabajado fiera y concienzudamente para reducir la vaga sustancia de las palabras a un agudo y duro residuo de belleza que no debería tener nada en común con la retórica, comparativamente, débil de poetas tan buenos como Masefield. De Cátulo a Yeats, sus maestros (con la posible excepción de Browning) han sido los más severos y perdurables de los dominios de la poesía”.

Lo curioso es que en la misma reseña, Wilson matizaba su entusiasmo e interponía entre Pound y la excelencia algunos reparos llenos de sentido: “Todavía se pasa
las dos terceras partes de su tiempo traduciendo o citando a otros poetas, y buena parte del resto imitándolos (donde antes se trataba de Browning o Yeats, ahora parece ser T.S. Eliot), y aún no ha logrado, en su obra original, dominar realmente su propio estilo, que continúa siendo remendado y agudamente autoconsciente”.

De algún modo, lo que Edmund Wilson comentaba en 1922 sobre un poeta que no había cumplido los cuarenta años serviría para la totalidad de la carrera del autor: Pound fue un artista distinguido, estricto, alocado y confuso. Una especie de sabio desbocado. Quien quiera comprobarlo puede acercarse a un libro curioso y lleno de interés publicado por la interesante editorial madrileña Capitán Swing. Se titula Guía de la Kultura, Pound lo publicó en 1938 y el que aspire atrapar su naturaleza en una definición va a tener serios problemas para hacerlo.

Cajón de sastre
Guía de la Kultura es una especie de cajón de sastre, con la peculiaridad de que en esta ocasión el sastre se ha leído todos los libros, es notablemente antisemita y tiene la cabeza centrifugando a una velocidad desmesurada. Para que el lector pueda hacerse una idea, diremos que el volumen arranca con un resumen de las ‘Analectas’, continúa con algunas reflexiones sobre Esquilo y Leibniz, avanza con un poema en homenaje y “alabanza” del conejo macho (“Soy el conejo macho, lo soy,/ la orilla es mi patio de recreo/
el verde monte es mi alimento.// Soy el conejo macho,lo soy, ¿qué le pasa al maldito hombre?/ Piel sin pelo, eso es lo que le pasa”) y termina, entre otras cuestiones, con algunas ideas sobre Kung, Chaucer, la entonación y el estudio de la fisonomía.

Por ejemplo: “La cultura no está destinada al olvido. La cultura empieza cuando se puede HACER lo que sea sin esfuerzo. El violinista que se pelea con una nota no ha llegado. El violinista perdido en la línea melódica, o más bien concentrado sin esfuerzo en reproducirla, ha llegado”.

O la versión poundiana de la historia del pensamiento: “Orientad la mirada por el margen de la historia y observaréis grandes olas, profundos movimientosy triunfos que caen
cuando las ideologías se fosilizan. Esto puede verse mejor en los mayores triunfos. La lección de la conquista mahometana y su fracaso es una lección para todos los reformadores, incluso para los pequeños movimientos de diez o de cuarenta años. Las ideas se fosilizan. Se crea un Corán y se construye una ortodoxia con la exigencia de que todo el mundo se la trague”.

O alguna de las más famosas equivocaciones de la máquina de teorizar: “Para establecer alguna tabla de valores entre los hombres que he visto, y con los que he charlado (…) Picabia, una inteligencia brillante. Gaudier tenía y Cocteau tiene talento. Mussolini, un gran hombre, demostrable en su influencia sobre los acontecimientos, inadvertiblemente en su rapidez mental, en la velocidad con la que su verdadera emoción aparece en su cara, de manera que sólo una persona deshonesta podría malinterpretar su
significado y sus intenciones básicas”.

Todas estas cosas –y un millón de ellas más– caben en esta Guía de la Kultura, un libro que tiene algo de clase magistral impartid a por un venerable sabio y algo de
charla de chiflado peligroso que se ha hecho fuerte en el Speaker’s Corner de Hyde Park. Es en su carácter misceláneo y en su potencia torrencial donde radica el particular encanto de este libro que según su furioso autor tiene un “título ridículo, truco efectista”.

Fascismo italiano
Como puede intuirse, además de un artista de una pieza, Pound fue un ser humano complicado. Uno de los episodios más oscuros de su biografía tiene que ver con su participación como propagandista del fascismo italiano en la Segunda Guerra Mundial. En 1945 fue detenido por los partisanos y entregado a las tropas americanas. Terminó siendo encerrado
en un campo de prisioneros de Pisa. Una vez terminada la guerra, Pound fue juzgado en su país, acusado de alta traición. Evitó la pena de muerte al ser declarado loco y pasó doce años internado en un hospital psiquiátrico.

Si Guía de la Kultura puede servirnos para conocer el pensamiento de Pound, la última novela de Justo Navarro –El espía (Anagrama)– es un método inmejorable para conocer a través de la ficción los años más turbulentos del poeta americano. En El espía Justo Navarro plantea un juego de intriga en busca de Ezra Pound. La novela sigue los patrones del ‘quest’ y está protagonizada por un escritor llamado J.N. que recala por casualidad en Pisa y entra en contacto con la historia del autor de los ‘Cantos’ a través de un
escritor de novelas de misterio llamado Carlo Trenti.

En apenas doscientas páginas, con un minucioso trabajo de documentación y una dicción precisa y envidiable, Justo Navarro reconstruye la historia de Ezra Pound y nos la ofrece envuelta en un estimulante halo de fría melancolía. El inicio de la novela tiene algo de declaración de intenciones y algo de invitación irrechazable: “Dos partisanos lo detuvieron. Fue la mañana del 3 de mayo de 1945, en Sant’Ambrogio, Rapallo, no muy lejos de Génova, región de Liguria, y en noviembre compareció ante un tribunal de Washington. Se llamaba Pound. Vivía en Sant’Ambrogio con dos mujeres, pero estaba solo cuando llegaron los partisanos. ¿Qué hacía en ese momento? Traducía a Mencio, filósofo chino, discípulo de un discípulo de un nieto de Confucio”.

Por Pablo Martínez Zarracina

Un fascista de “izquierdas” contra la llegada de la noche

Ezra Loomis Pound es uno de los grandes símbolos de la cultura del pasado siglo, una cultura que, en su caso, aúna tradición y modernidad, ingenio, lucidez y locura. Un símbolo plagado de interrogantes como tantos otros intelectuales que crecieron como pensadores o escritores en una época confusa, los años que trascurren entre las dos grandes guerras mundiales. Como Cioran, Heidegger, Céline, Mircea Eliade o Pessoa, abrazó con fascinación el fascismo. Sigue siendo una incógnita el hecho de que tantas mentes geniales se hicieran adictas o simpatizantes de la irracionalidad fascista precisamente durante ese período. Pero Ezra Pound, no lo olvidemos, furibundo antisemita, exaltado fascista, traidor a su patria y desequilibrado mental, es, al margen de adhesiones y rechazos que su persona pueda suscitar, una de las figuras literarias claves del siglo XX. Combatiente y propagandista de esa poesía “pegada al hueso”, limpia de florituras, profeta del verso libre, pero muy exigente tanto en su forma como en su contenido, como lo expresa en uno de los preceptos del manifiesto de su grupo: “Poetry must be as well written as prose”.

Ezra Pound, que pretendió ser el crítico universal de su época y el gran economista, dedujo de sus lecturas marxistas que el mal por excelencia de nuestra época era la usura a la que ataca de forma colérica en sus Cantos. No obstante llegó a la conclusión de que el héroe reformador de esa usura capitalista -sobre todo judía- era Mussolini. Para la crítica especializada, sus grandes obras poéticas, Cantos y Cantos pisanos, son productos excepcionales, marcadores de sentido. Para el lector normal, un armario revuelto, anclado en un hermetismo inconexo, nutrido de viejos tonos poéticos, referencias culturales, variadas intertextualidades, voces reales, ensayos de ideas. En una obra poética como la suya, repleta de oscuras ensoñaciones, es preciso leer sus apologías de la barbarie o sus vaticinios del derrumbamiento de la actual civilización (“Yo simplemente quiero otra civilización”), que hallamos en sus obras en prosa como ABC of Redding y Guide to Kulchur cuya versión española nos ofrece estos días Capitán Swing Libros. En 1938, Ezra Pound miró en efecto a sus alrededor y lo que observó fue una “civilización averiada”. Su respuesta fue este libro inclasificable, pero con una clara misión: un grito contra el arribo de la noche. Un bramido que el escritor pretendió emitir desde un fascismo de “izquierdas”, desde la admiración por Mussolini, al que en este libro equipara frecuentemente con Confucio, una de las referencias orientales de su pensamiento.

Guía de la kultura es un anárquico libro de ensayo, muy rico en sus ideas e iluminaciones, pero carente de claridad interna, porque Ezra Pound mezcla lo inmezclable: Mencio, Cioran, lo filósofos y líricos griegos, Joyce, Brancusi, Chaucer, Spinoza, Thomas Hardy, Confucio, Marx, Henry James… La lista se haría interminable. Genial en su inspiración y con fragmentos brillantes. Siempre hermético y a menudo airado, rinde pleitesía a la “kultur” alemana que da razón de su título en inglés: Guide to Kulchur. Es tal la falta de coherencia interna en el contenido del libro, que el mismo autor lo reconoce complacido: “el lector apresurado quizás diga que escribo esto en clave y que mi discurso simplemente salta de un punto a otro sin conexión ni secuencia. Y sin embargo, el discurso es completo. Todos los elementos están ahí y el más repugnante adicto a los crucigramas debería ser capaz de resolver este” Guía de la kultura debería ser leído como puerta de entrada al sistema poundiano a los núcleos de su cartografía intelectual y también como un interesante y necesario poscripto a sus obra poética mayor, Cantos. Un “Novum Organum” al estilo baconiano ante una época llena de turbios presagios que anunciaban la inminente llegada de la noche, escrito desde un pathos radical, que nada tiene que ver con el narcisismo o el academicismo. Un mapa pues de carreteras, como reconocía el mismo Pound, diseñado con la intención de ayudar a alcanzar la cumbre a los que vengan detrás. Una obra, en definitiva, de difícil e incluso de imposible lectura, como decía Borges, pero de obligada lectura, ya que con ella la literatura universal toca las alturas más temerarias.

Por Francisco Martínez Bouzas

Pound, el derrumbe excelso

Alguien diría: Ezra Pound fue un loco que se creía Ezra Pound. Nadie puede negar la belleza de gran parte de su poesía, su inmensa, voraz cultura, aquel implacable apetito lector y renovador, que le llevó desde la lírica arcaica griega o el latino Propercio, hasta China y Japón (y su estudio de los ideogramas chinos) pasando por Dante y Cavalcanti y los trovadores provenzales y los cantares de gesta medievales, lo que le trajo a titular la parte final y más polémica de su obra (esa acaso frustrada épica del siglo XX) en español, Cantos o Cantares.

Ezra Pound (1885-1972) fue el norteamericano enamorado de Europa. Lideró la modernidad poética anglosajona, corrigió La tierra baldía de Eliot, asesoró a Hemingway, fue amante de Nancy Cunnard y de todo arte moderno, incluido Joyce…

Pero en 1924 Pound abandonó París (antes había vivido en Londres) y se instaló en Rapallo, en la costa de Liguria y en la Italia fascista. Pound se enamoró del fascismo y nunca dejó de sentir que Benito Mussolini era un hombre genial al que en su Guía de la Kultura (1938) equipara con Confucio, a menudo. En los últimos años de la guerra, Pound dirigió a los estadounidenses, desde Radio Roma, unas arengas tan caóticas y vibrantes, que le dieron fama de loco, antisemita, traidor a su patria y desequilibrado. Justo Navarro acaba de publicar una novela, El espía (Anagrama), trazada hasta casi el final como una crónica objetivada, donde ve a este último Pound y a sus incomprensibles proclamas radiofónicas como un espía y más probablemente un espía doble. ¿No servirían los caracteres chinos de las Analectas de Confucio, libro que Pound manejaba en esos días, como código para descifrar sus mensajes? Es un libro atractivo.

Yo siempre he admirado mucho a Pound, y tuve la suerte de ver al viejo
mudo en Venecia, en 1970, dos años antes de su muerte. El culturalismo refinado de Pound era la sangre de mi joven ánima. Pero sus libros de ensayo, aunque riquísimos, nunca tienen la claridad de los de Eliot, por ejemplo. Pero tampoco Eliot se atrevió a mezclar a Joyce con Brancusi, a Mencio con Cicerón o a Marx con Thomas Hardy o los líricos griegos. En cierto modo genial y con fragmentos brillantes, su Guía de la Kultura (editada ahora en español por Capitán Swing) donde la K mayúscula significa la importancia alemana de la Kultur, que pronunciará Kulchur, de donde el singular título inglés Guide to Kulchur, es en verdad un libro difícil cuando no posiblemente indescifrable para muchos.

A Pound se lo llevaron por loco y traidor a un manicomio de EEUU donde estuvo hasta 1958, entonces volvió a su Europa con el final de los Cantos, sus a menudo estremecedores Pisan Cantos o Cantos pisanos… En los acaso inconclusos Cantos la poesía se suicida en traje de tragedia, como lo hace la prosa en el FinnegansWake de Joyce.

Pero Pound, que llegó más lejos que él mismo y que odió el capitalismo por odio a la usura (un tema tan de hoy) ¿estaba loco de veras? ¿O era sólo un hombre airado, a menudo incomprendido, un tanto profético –como muestran sus fotos de viejo– simplemente un vate, un adivino iracundo? Yeats dijo que era testarudo y genial. Obviamente es un gran símbolo de la cultura del siglo XX, de la fecundante tradición y no sé si de la aún rara modernidad…

Por Luis Antonio de Villena

Ezra Pound y su Guía de la Kultura

Muchos agradecerán, a día de hoy, cualquier tipo de guía de la cultura que caiga en sus manos. Habrá quien se conforme con esas guías culturales que aparecen de debajo de las piedras y que parece que han encontrado su lugar idóneo en el universo de las aplicaciones para iPhone… Nosotros decimos que, pudiendo tener entre tus manos la “Guía de la Kultura” (con k de anarka y de artistako inklasifikable) de Ezra Pound, lo mejor que puedes hacer es dejar a tu smart phone en cuarentena durante una temporada. Y es que esta incoherente guía surgió de la pluma del poeta cuando en 1938, Pound miro a su alrededor y decidió que la cultura europea estaba a un tris de irse de baretas. El revulsivo fue este tomo que el propio poeta reconoce algo hermético: “El lector apresurado quizá diga que escribo esto en clave y que mi discurso simplemente salta de un punto a otro sin conexión ni secuencia. Y sin embargo el discurso es completo. Todos los elementos están ahí y el más repugnante adicto a los crucigramas debería ser capaz de resolver éste”. Otro punto a favor de la editorial Capitan Swing: nos alegraron la primavera y van a seguir haciéndolo con la estación que pensamos pasar en la orilla de la playa. Aunque eso implique que allá algo nos huela a podrido y sepamos que sigue siendo la cultura europea.

Guía de la kultura

Por alguna razón, Ezra Pound miró a su alrededor en 1938 y pensó que la cultura europea se estaba yendo al carajo. Su reacción se tradujo en un bramido impotente contra la llegada de la noche: la publicación de Guía de la kultura (con “K”, al viejo Ezra le encantaba deletrear palabras fonéticamente cuando adoptaba la máscara