Guerra y emancipación

Los escritos de Marx sobre la guerra civil, 150 años después

 

Con motivo de la celebración este año en Estados Unidos del 150 aniversario de la Guerra de Secesión, se ha prestado una especial atención a la resistencia afro-americana a la esclavitud y a los abolicionistas radicales del Norte. Cada vez más se está admitiendo, incluso en el Sur, que la supuesta “causa noble” de los confederados se basaba en la defensa de la esclavitud. Sin embargo, hasta hoy, este país continúa negando las dimensiones raciales y de clase de esta guerra. Igualmente se niegan, incluso en la izquierda, las implicaciones revolucionarias de la guerra, no sólo para los afro-americanos, sino también para la clase trabajadora blanca y para el sistema económico y político americano en su conjunto. Al mismo tiempo, persiste un gran desconocimiento de los escritos de Marx y Friedrich Engels sobre la dialéctica de la raza y de la clase en la guerra civil americana, algo que he intentado remediar en mi último libro, Marx at the Margins: On Nationalism, Ethnicity and Non-Western Societies 1

Frantz Fanon: la dialéctica de la raza, de la clase y de la revolución

Una feliz coincidencia hace que este año, 2011, se celebre también el 100 aniversario de la revolución china de 1911 cuyo objetivo era la lucha contra el imperialismo y el despotismo indígena, al tiempo que reivindicaba la democracia y la emancipación de las mujeres. Más en relación con el tema que aquí nos interesa, conmemoramos también este año una tercera efeméride, el 50 aniversario de la muerte del gran revolucionario y filósofo afro-caribeño, Frantz Fanon, quien, al igual que Marx, tiene cantidad de cosas que decirnos hoy sobre la dialéctica de la raza y de la clase. Escritor y humanista radical, impregnado de los trabajos de Hegel y de Marx, Fanon esboza una teoría de la violencia revolucionaria, a la vez que necesaria liberadora, cuando es utilizada por grupos racialmente oprimidos. El intento de Fanon se basaba en la experiencia de una de las luchas de liberación africana más radicales, la Revolución argelina. En los años 1960, en Estados Unidos, este mensaje de una revolución violenta sembró el pánico en algunos medios, principalmente conservadores, mientras que en otros, principalmente radicales, sobre todo en las comunidades negras, suscitaba admiración. En el espíritu de esta época, impregnada del concepto de guerrilla de Mao Tse Tung, el mensaje de Fanon atraía también a grupos como el de los Black Panthers.

Al mismo tiempo, este enfoque de la teoría sobre la violencia de Fanon que constituía solamente un capítulo de su libro principal, Los condenados de la tierra, oscureció el tema global de la dialéctica humanista en la obra de Fanon. Porque en la magnífica conclusión de Los condenados de la tierra, Fanon hacía un llamamiento al reconocimiento mutuo y a la solidaridad entre las divisiones nacionales y raciales, entre las naciones oprimidas y sus antiguos colonizadores. Lo hizo en una maravillosa discusión dialéctica, en la que sostenía que los pueblos de África recién independizados, durante tanto tiempo sometidos tanto a la opresión económica como a la opresión racial, necesitaban desarrollar con más ahínco la conciencia de sí mismos (self-consciousness), incluido el orgullo de su cultura y de su historia (Fanon, sin embargo, siempre fue muy crítico con todo tipo de opresión, patriarcal o cualquiera otra), a menudo tan despreciados por parte de los colonizadores. Aunque esto suponía un llamamiento a los nacionalistas negros de entonces, Fanon afirmaba en su argumentación dialéctica que esta conciencia de sí mismos en modo alguno significaba que haya que replegarse sobre sí mismo, ni como individuos ni como pueblo. Al contrario, afirmaba, que la conciencia de sí – eso que Hegel hubiera llamado un factor singular o particular – era lo que en condiciones revolucionarias nos puede hacer evolucionar de lo particular a lo universal de la fraternidad humana.

Así expresaba Fanon, con ese magnífico lenguaje dialéctico con que concluye Los condenados de la tierra:

“La conciencia de sí no es cerrazón a la comunicación. La reflexión filosófica nos enseña, al contrario, que es su garantía. La conciencia nacional, que no es el nacionalismo, es la única que nos da dimensión internacional.” 2

Esto puede resultar duro de entender, sobre todo en el contexto actual de la izquierda de hoy –como por ejemplo, en el libro Imperio de Hardt y Negri– para la que toda forma de conciencia nacional tiende a ser rechazada como reaccionaria.

Marx a propósito de Irlanda: clase, etnicidad y liberación nacional

Esta reflexión sin embargo sigue el pensamiento de Marx a propósito de la raza, de la clase y del nacionalismo. Como traté de demostrar en Marx at the Margins, muchas veces Marx analizaba la vía que lleva a la conciencia de clase y a la revolución proletaria, no de manera directa sino indirecta. Tomemos a los obreros británicos de los años 1860. Como justamente observó Marx, en la década de 1860, éstos estaban tan impregnados de condescendencia, en realidad de racismo, hacia los irlandeses – tanto con la minoría irlandesa en el seno de la clase obrera británica, como con los habitantes mismos de Irlanda, por entonces colonia británica – que llegaban a identificarse a menudo con las clases dominantes británicas. Como escribió Marx en una “circular confidencial” de la Primera Internacional el 1 de enero de 1870:

“En todos los grandes centros industriales de Inglaterra existe un profundo antagonismo entre el proletario inglés y el irlandés. El obrero medio inglés odia al irlandés, al que considera como un rival que hace que bajen los salarios y el nivel de vida. Siente una antipatía nacional y religiosa hacia él. Lo mira casi como a los pobres blancos [poor whites] de los Estados meridionales de Norteamérica miraban a los esclavos negros. La burguesía fomenta y conserva artificialmente este antagonismo entre los proletarios dentro de la misma Inglaterra. Sabe que en esta escisión del proletariado reside el auténtico secreto del mantenimiento de su poderío”.

Nótese la comparación con las relaciones raciales en Estados Unidos. ¿Esta situación –tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña– era permanente, era una especie de “estructura subyacente”, como les gusta decir a algunos intelectuales radicales?

Según Marx, no. Marx creía que una revolución irlandesa, liberadora de este país del colonialismo, iba a superar esta situación, no sólo liberando a Irlanda del colonialismo británico, sino también abriendo nuevas posibilidades en el seno mismo de la propia Gran Bretaña. Marx oponía estos argumentos a las críticas del anarquista Mickhail Bakunin, que atacaba el apoyo que la Primera Internacional daba a los prisioneros políticos irlandeses, al considerarlo una desviación de la luchas de clases. En una carta a Engels del 10 de diciembre de 1869, escribe Marx:

“Durante mucho tiempo yo pensaba que era posible derrocar el régimen irlandés gracias a la influencia de la clase obrera inglesa. Yo siempre defendí este punto de vista en el New York Tribune. Investigaciones más profundas me han convencido ahora de lo contrario. La clase obrera inglesa nunca va a hacer nada mientras no se libre de Irlanda. La palanca debe accionarse en Irlanda. Por eso la cuestión irlandesa es tan importante para el movimiento social en general” (MECW 43: 398).

Esta aspiración – a una conexión entre los movimientos antiimperialistas y los movimientos obreros de los países imperialistas – fue un punto crucial durante todo el siglo XIX y sigue siendo primordial hoy en día.

Francia en los años 1960: del apoyo a las luchas de liberación nacional en las colonias a la Revolución social en la metrópoli

Un ejemplo dramático de esta vinculación tuvo su manifestación en los acontecimientos franceses de los años 1950 y 1960, cuando los vietnamitas, y más tarde los argelinos, arrebataron su independencia al colonialismo francés. En Francia, la Izquierda había sido derrotada en los años 1950 y tuvo que tragarse la amarga píldora del sistema político autoritario instaurado mediante el golpe de Estado de Charles De Gaulle en 1958. Pero en los 60, comenzaron a florecer nuevas redes que daban su apoyo a la revolución argelina, surgidas dentro de una nueva generación y de jóvenes intelectuales radicales como Jean-Paul Sartre. (Un ejemplo de ello es el prefacio de Sartre a Los condenados de la tierra de Fanon). Se mantuvieron firmes incluso ante la oleada de tentativas de asesinato (una contra Sartre); un género de violencia al que la comunidad de inmigrantes argelinos en Francia tuvo que enfrentarse de manera aun más brutal. Una vez que Argelia obtuvo la independencia en 1962, Francia parecía volver a un régimen conservador durante varios años. Pero de hecho, las nuevas mentalidades creadas por la revolución argelina, así como la red francesa de apoyo a esta revolución, participaron en la formación de una izquierda a la izquierda del Partido Comunista Francés oportunista y reformista y tuvieron mucho que ver en la explosión de 1968, el mayor levantamiento revolucionario en un país capitalista y desarrollado desde principios del siglo XX.

(Es verdad que un tercermundismo acrítico acompañaba muchas veces estas evoluciones; además, la red de apoyo a Argelia no era la única red revolucionaria existente antes de 1968. Habría que mencionar aquí el grupo “socialismo o barbarie”, incluso la “Internacional situacionista”, pero es importante señalar que si tuviésemos que recopilar los escritos de estos dos grupos sobre Argelia, o del movimiento anticolonialista en general, no darían para más que para un panfleto muy corto. Más o menos es la misma situación que la de las corrientes marxistas libertarias características de Estados Unidos, como las inspiradas por C.L.R. James o por el humanismo-marxista de Raya Dunayevskaya; este último grupo, en el que estoy implicado desde los años 70, reaccionó sin embargo con seriedad a las cuestiones planteadas por lo movimientos anticoloniales y antirracistas).

Marx y la guerra de Secesión: aspiraciones democráticas y realidad económica

Durante la guerra civil americana, Marx escribió alguno de sus más significativos textos sobre la raza y la clase. Aunque estos escritos fueron objeto de una cierta curiosidad en Estados Unidos después de que W.E.B. Du Bois los hubiera citado en Black Reconstruction en 1935, y que la mayoría de estos escritos fueron traducidos en el libro Marx and Engels on the Civil War in the United States de 1937 (por desgracia hoy agotado), estos textos han sido menos discutidos de lo que se hubiera podido esperar.

Marx veía la guerra de Secesión como una segunda revolución americana, con una dimensión socio-económica, pero también política. Así se expresaba en el prefacio del Primer volumen de El Capital : “Así como la guerra norteamericana por la Independencia, en el siglo XVIII, tocó a rebato para la clase media de Europa, la guerra civil norteamericana del siglo XIX, hizo otro tanto con la clase obrera europea” 3 . Por supuesto que él veía la guerra civil americana como una revolución burguesa y democrática más que como una revolución comunista, pero también creía que podía ser precursora de una revolución comunista en Europa. Y así sucedió con la Comuna de París, una revolución radicalmente comunista que estalló en Europa pocos años después del final de la guerra civil.

Como escribe Robin Blackburn en su reciente libro, An Unfinished Revolution: Karl Marx and Abraham Lincoln (2002), en el espíritu de Marx “deshacer el poder esclavista y liberar a los esclavos no necesariamente destruirían el capitalismo, pero crearían condiciones mucho más favorables para organizar y concienciar a los obreros, sean blancos o negros” (p. 13). De ese modo, la guerra crearía nuevas posibilidades para la clase obrera americana, negra y blanca. El libro de Blackburn contribuyó a poner de nuevo a disposición algunos textos de Marx sobre la guerra americana.

La guerra de Secesión tenía además importantes implicaciones, económicas pero también políticas, para Marx. Una victoria del Norte, señala varias veces, habría consolidado lo que era, con todas las reservas, una de las pocas repúblicas democráticas del mundo. Lo que se produciría, no sólo por la derrota de los secesionistas reaccionarios del Sur, sino también por la abolición de la esclavitud. Esta última medida daría lugar a una paz formal para una parte importante de la población americana, al hacer de esta democracia una realidad. (El derecho a voto de las mujeres, si bien surgió en Estados Unidos en 1860, fue, por desgracia, postergado durante 60 años a causa de una escisión entre los partidarios del sufragio para los hombres negros y las feministas).

Tampoco hay que olvidar que en 1861, prácticamente toda Europa estaba dominada por monarquías o por regímenes militares; incluso países con un parlamento fuerte, como Gran Bretaña, exigían requisitos de propiedad para poder votar que excluían del sufragio a gran parte de la clase obrera y buena parte de la clase media. Las clases dominantes de estas sociedades tendían a despreciar “el experimento” americano del sufragio masculino (blanco), aunque simpatizasen con los confederados.

La guerra civil tenía pues –escribe Marx– importantes implicaciones económicas relativas a la tierra y a la propiedad. Dada la vasta y continuamente creciente economía americana y de la proporción de esta economía que se basaba en el trabajo de los esclavos, la emancipación de cuatro millones de esclavos, sin compensación para sus “propietarios”, significaría, en términos económicos, la mayor expropiación de propiedad privada en la historia hasta entonces.

Otro aspecto económico era el de la propiedad de tierras en el Sur. Marx participaba de la esperanza de los abolicionistas y de los republicanos liberales – y de manera general de los socialistas – de que en el Sur ocupado, las políticas de reconstrucción de la posguerra se encaminarían, más allá de la creación de nuevos derechos políticos para los antiguos esclavos, hacia una real revolución agraria que destruiría las antiguas plantaciones esclavistas y redistribuiría las tierras. En el prefacio de 1867 a El Capital, por ejemplo, Marx hace alusión al programa de los republicanos-radicales, un programa que prometía conceder 16 hectáreas (forty acres) y una mula a los esclavos liberados. Se refería a Benjamin Wade, el siguiente en la lista para convertirse en presidente de Estados Unidos si hubiese prosperado, por parte de la mayoría republicana-radical del Senado, la impugnación (impeachment) contra el obstruccionista y violento racista Andrew Johnson, que fue el que sucedió a Abraham Lincoln en la presidencia en 1865 después del asesinato de éste último: “M. Wade, vicepresidente de los Estados del Norte de América, declaró abiertamente en varios mítines políticos, que después de la abolición de la esclavitud, estaba en la agenda la transformación de las relaciones del capital y de la propiedad de la tierra” (Fowkes trans., p. 93). Este programa se archivó el año siguiente, después del fracaso del Senado para destituir al reaccionario Johnson.

El apoyo crítico de Marx al Norte

Marx apoyó firmemente al Norte, incluso desde el principio de la guerra, cuando Lincoln aún se negaba a introducir en la agenda política la abolición de la esclavitud. A pesar de estas deficiencias del Norte, Marx insistía una y otra vez en que el Sur era totalmente reaccionario, al hacer del “derecho” a tener esclavos uno de los principios fundamentales de su Constitución. Al mismo tiempo, Marx emitía severas críticas públicas en contra de Lincoln. El 30 de agosto, en un artículo para el Die Presse de Viena, Marx atacó el rechazo de Lincoln de hacer de la abolición de la esclavitud uno de los objetivos de la guerra, citando extensamente un artículo del abolicionista radical Wendell Phillips. En un célebre discurso del verano de 1862, Phillips había fustigado a Lincoln como “una mediocridad de primer plano” (« first-rate second rate man »), que no ha sabido comprender que Estados Unidos “nunca conocerá la paz… si la esclavitud no es aniquilada”.

Hay que señalar también que cuando la Primera Internacional se fundó en 1864, se basaba en buena medida en las redes de obreros y socialistas de toda Europa occidental que habían apoyado al Norte. Estas redes movilizaron también a mucha gente a favor del Norte en los primeros años cruciales de la guerra, cuando Gran Bretaña y Francia parecían amenazar con una intervención al lado del Sur. En enero de 1865, después de que Lincoln no sólo hubiese pronunciado la Proclamación de Emancipación, sino también reclutado tropas negras en el ejército de la Unión, la Internacional envió un comunicado a Lincoln, redactado por Marx, felicitándole por su amplia victoria en las elecciones de 1864. Como Marx observaba en privado, esta victoria en las elecciones, al contrario de la victoria de 1860, significaba un apoyo clamoroso a las políticas de emancipación. El Gobierno americano establecía de este modo unas relaciones con la Internacional yendo directamente a la clase obrera sin pasar por los jefes del Gobierno británico cuya actitud era antagónica con la del Norte. El embajador americano en la Corte de Saint James, Francis Adams, aceptó recibir una delegación de 40 miembros de la Internacional que le entregaron el comunicado en cuestión. A lo que se añade el hecho de que, después de haber remitido el comunicado a Lincoln, Adams remitió, siguiendo sus instrucciones, una importante y calurosa respuesta a la Internacional en nombre del Gobierno americano. En la respuesta oficial de Adams se declaraba que “Estados Unidos […] puede contar con nuevas fuentes de estímulo, con vistas a perseverar en este camino, del testimonio de los trabajadores de Europa, y que la actitud nacional se ve favorecida por sus manifiestas ardientes simpatías” (reeditado en Blackburn, An Unfinished Revolution, pp. 213-14).

Al año siguiente, cuando Johnson, el sucesor de Lincoln, bloqueó el acceso a los derechos de ciudadanía a los antiguos esclavos, la Internacional hizo pública otra declaración sobre la legalidad de la esclavitud en Estados Unidos. El contundente comunicado de la Internacional al pueblo americano del 28 de septiembre de 1865, es un texto que, desgraciadamente, no tuvo gran repercusión. Se dirige directamente al pueblo americano, más allá de su presidente Johnson. Y concluye con una advertencia concreta sobre el racismo y la resistencia en Estados Unidos:

“Nos permitimos también añadir una palabra de consejo para el futuro. Puesto que la injusticia sufrida por una parte de vuestro pueblo ha producido consecuencias tan desoladoras, parémosla. Que vuestros ciudadanos actuales sean declarados libres e iguales, sin reservas. Si ustedes no les dan derechos civiles, mientras que ustedes claman por los derechos del ciudadano, habrá una lucha por el futuro que podría manchar vuestro país con la sangre de vuestro pueblo. Los ojos de Europa y del mundo están fijos en vuestros esfuerzos de reconstrucción, y los enemigos están preparados para dar el golpe de gracia a las instituciones republicanas en cuanto encuentren la mínima brecha. Os prevenimos pues, en tanto que hermanos en una misma causa común, para que retiréis cada cadena de las ramas de la libertad; así vuestra victoria será completa”.

Aunque Marx no haya escrito este comunicado, es poco probable que no estuviera de acuerdo con esta afirmación de la Internacional, organización en la que su influencia política fue decisiva.

Raza, clase y guerra civil en el Primer volumen de El Capital

El tema de la raza y de la clase, aplicado a la situación específica a la que se enfrentan los trabajadores de Estados Unidos, aparece regularmente en los escritos de Marx sobre la guerra civil. Asimismo encontramos esta temática en un pasaje de El Capital, también frecuentemente ignorado:

“En los Estados Unidos de Norteamérica, todo movimiento obrero independiente estuvo sumido en la parálisis mientras la esclavitud desfiguró una parte de la república. El trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el trabajo de piel negra . Pero de la muerte de la esclavitud surgió de inmediato una vida nueva, remozada. El primer fruto de la guerra civil fue la agitación por las ocho horas que, calzándose las botas de siete leguas de la locomotora, avanzó a zancadas desde el Océano Atlántico hasta el Pacífico, desde Nueva Inglaterra a California. El Congreso General del Trabajo, reunido en Baltimore (16 de agosto de 1866) declara: “La primera y gran necesidad del presente, para librar de la esclavitud capitalista al trabajo de esta tierra, es la promulgación de una ley con arreglo a la cual las ocho horas sean la jornada laboral normal en todos los Estados de la Unión norteamericana. Estamos decididos a emplear todas nuestras fuerzas hasta alcanzar este glorioso resultado” 4 .

Este pasaje es central en el capítulo VIII sobre “La jornada laboral” en el que Marx, más que ninguna otra parte de El Capital, apunta a las resistencias de la clase obrera. Los términos explícitos al respecto han llamado poderosamente, con toda razón, la atención hasta el día de hoy: “El trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el trabajo de piel negra”. Menos son, sin embargo, los que han advertido la expresión que se refiere a la lucha contra “la esclavitud capitalista” que Marx cita cuando lo retoma en el primer Congreso nacional de los obreros americanos; términos que cada vez se harán más raros a medida que los sindicatos se vayan instituyendo y burocratizando.

A ello se añade el hecho de que, como ha demostrado Raya Dunayevskaya en un trabajo sobre los escritos de Marx sobre la guerra civil que los relaciona con su crítica más global de la economía política, Marx añadió el capítulo sobre “La jornada laboral” – y la frase citada más arriba – en un borrador más tardío de El Capital. Este añadido se hizo, afirma Dunayevskaya, bajo la influencia directa de la guerra civil americana y el apoyo masivo y firme al Norte surgido entre una parte de los trabajadores británicos (este punto lo discutiremos más abajo). Como escribe Dunayevskaya, al observar el impacto de la guerra civil americana en la estructura del primer volumen de El Capital, «en tanto que teórico» Marx era «sensible a este nuevo impulso de los trabajadores” lo que le llevó a la creación de nuevas “categorías” teóricas (p. 89).

Los escritos anteriores a la guerra civil sobre la esclavitud y el capitalismo

Marx abordó ocasionalmente los temas sobre la raza, la esclavitud y el capitalismo mucho antes del Manifiesto Comunista. En una carta fechada el 28 de diciembre de 1846 dirigida a Pavel Annekov, igualmente conocido por su crítica a la versión del socialismo de Pierre-Joseph Proudhon, Marx asocia la esclavitud con el capitalismo:

“La esclavitud directa es el pivote de nuestro industrialismo actual al igual que la maquinaria, el crédito, etc. Sin esclavitud no tendríais algodón, sin algodón no tendríais industria moderna. Es la esclavitud la que ha dado valor a las colonias, son las colonias las que han creado el comercio mundial, es el comercio mundial el que constituye la condición necesaria de la gran industria mecánica. Antes de la trata de negros, las colonias apenas daban al antiguo mundo algunos productos y no cambiaba visiblemente la faz del mundo. Así pues, el esclavismo es una categoría económica de primer orden”.

En otra crítica a Proudhon, también de esta época, Marx ataca el tópico, por entonces de moda, según el cual los negros estarían predestinados a la esclavitud. Y aunque no publicó mucho sobre la esclavitud en el Nuevo Mundo antes del periodo de la guerra civil americana, hay al menos dos indicaciones que prueban su profundo conocimiento así como su simpatía por la causa abolicionista. Una de ellas se encuentra en el hecho de que, durante el año 1850, Marx fue el corresponsal europeo más importante del New York Daily Tribune, periódico abolicionista que, al parecer, él leía asiduamente.

El segundo indicio de este interés de Marx por la esclavitud se encuentra en unos cuadernos de notas privados que empezaron a publicarse sólo en las últimas décadas, en el marco de la edición en curso de la Marx-Engels Gesamtausgabe o MEGA [Obras Completas de Marx y Engels]. En estos cuadernos, que fueron ya publicados en la MEGA, encontramos extractos y resúmenes, en una mezcla de alemán e inglés, de dos libros sobre la esclavitud del abolicionista británico Thomas Buxton. En agosto de 1851, Marx leyó y anotó The African Slave Trade (1839) y The Remedy; Being a Sequel to the African Slave Trade (1840) de Buxton. Marx insiste especialmente en estas notas en la conclusión de Buxton según la cual, a pesar del hecho de que Gran Bretaña haya abolido primero la trata de negros (1807), y después la misma esclavitud (1833), el mercado transatlántico de esclavos continuó extendiéndose. Marx retoma de este modo los detalles de Buxton relativos a la importante tasa de mortalidad durante la travesía del Atlántico, incluyendo pasajes como éste: “la mortalidad que resulta del sistema aumenta proporcionalmente a la expansión del tráfico que, comparado con el periodo de antes de 1790, se ha duplicado cuantitativamente”. (MEGA IV/9, p. 496).

Esto se debía a que, como sugieren las notas de Marx al texto de Buxton, a pesar de que la flota británica había arrestado a todos los barcos de esclavos, la trata continuó clandestinamente sin que realmente disminuyese el número de seres humanos transportados para hacerlos esclavos: “hasta aquí el único cambio realizado es un cambio de pabellón bajo el que se sigue realizando la trata”. (MEGA IV/9, p. 497). Además, las condiciones en los barcos negreros se habían, imaginando que esto fuera posible, degrado aun más.

«Los esclavos ahora están sujetos a mayores sufrimientos que los soportados en el pasado por el modo en que son embarcados y ocultados, como mercancía de contrabando, cuando un barco de esclavos entra en el puerto de Río de Janeiro y de La Habana como si se tratara de un honrado comerciante que dispone abiertamente de su mercancía. El número de seres humanos ahora víctimas de la trata de negros es el doble de cuando (los abolicionistas) Wilberforce y Clarckson desempeñaban su noble tarea; y cada individuo, de entre estas altísimas cifras, además de los horrores padecidos en el pasado, tiene que sufrir el confinamiento en un exiguo rincón del navío, donde los espacios son sacrificados en favor de la velocidad” (MEGA IV/9, p. 497).

La atención que Marx presta aquí a los detalles muestra no sólo su indignación moral ante la esclavitud, sino también su creciente convicción de que la esclavitud era en aquella época una de las principales característica del capitalismo global.

En sus notas, Marx aborda igualmente el debate planteado por Buxton sobre los nefastos efectos de la trata de negros en la sociedad del Oeste de África, donde la trata se impone tanto en el orden económico como en el político. Como algunos mezquinos reyes o jefes africanos decían a los esclavistas europeos: “Nosotros queremos tres cosas. Pólvora, municiones y coñac; nosotros tenemos tres cosas para vender: hombres, mujeres y niños” (MEGA IV/9, p. 499). Marx parece así aprobar la idea de Buxton según la cual solamente concediendo a África otro tipo de desarrollo económico – sobre todo sacando ventajas de la riqueza de su tierra – pueden superarse los efectos letales de la esclavitud en la región del Oeste de África.

Raza, clase y revolución en el sur de Estados Unidos

Un ejemplo claro de la visión de Marx sobre la raza, la clase y la revolución en el Sur, lo encontramos en una carta dirigida a Engels justo antes del desencadenamiento de la guerra civil. Escrita el 11 de enero de 1860, a propósito del ataque del abolicionista John Brown a un arsenal federal en Harpers Ferry, Virginia, unas semanas antes, Marx proclama:

“En mi opinión, el acontecimiento más memorable que tiene lugar en el mundo de hoy es, por un lado, la movilización de los esclavos por la muerte de Brown y, por otro, el movimiento de los esclavos en Rusia […] Acabo de ver en Tribune que hay un levantamiento de esclavos en Misuri, por supuesto reprimido. Pero la señal ya está dada”. (MECW 41, p. 4).

La expedición de Brown, que incluía abolicionistas negros y blancos, fue un intento de provocar un levantamiento de esclavos en la región de Harpers Ferry.

Marx escribió también sobre la conciencia social y política de aquellos a los que llamaba “los pobres blancos” (poor whites) del Sur, ya que, de hecho, de los 5 millones de sudistas blancos, solamente 300.000 poseían esclavos. Cuando los Estados del Sur votaron por la secesión en 1861, lo que provocó la guerra civil, Marx informaba de la manera como los votos, durante la convención sobre la secesión, demostraban que inicialmente la mayoría de los pobres blancos no apoyaban la secesión. En un artículo del 25 de octubre de 1861, “La guerra civil norte-americana”, Marx comparaba a los pobres blancos del Sur con los plebeyos de la antigua Roma cuyos antagonismos de clase con la aristocracia patricia se fueron amainando debido a las ventajas que los plebeyos fueron recibiendo de las conquistas romanas. Refiriéndose a las maniobras del Sur para la expansión hacia nuevos territorios donde el trabajo esclavo predominaba, como se vio en la guerra mexicana de 1846, Marx afirmaba que un proceso similar estaba viendo la luz en Estados Unidos:

«En resumen, el número de los actuales esclavistas en el Sur de la Unión apenas alcanza 300.000, es decir, una oligarquía muy exigua a la que se enfrentan millones de “pobres blancos” cuya masa crece sin cesar en razón de la concentración de la propiedad de tierras y cuyas condiciones son comparables a las de aquellos plebeyos romanos en la época del declive definitivo de Roma. Sólo mediante la adquisición –o la perspectiva de adquisición – de nuevos territorios, o mediante expediciones de filibusteros es posible nivelar los intereses de estos “pobres blancos” con los de los esclavistas y dar a su turbulenta necesidad de actividad una dirección que no sea peligrosa, ya que así pueden tener el espejismo de una esperanza de que también ellos pueden llagar a ser un día propietarios de esclavos” (MECW 19: 40-41).

Como escribe August Nimtz en su Marx,Tocqueville an Race in America (2003), “La anexión violenta del Norte de México a Estados Unidos, a los ojos de Marx estaba clara. Trató de explicar la base material de eso que más tarde se llamará la falsa conciencia de los pobres blancos sudistas de antes de la guerra de Secesión y ofrece así una visión de cómo se establece y mantiene la ideología dominante” (2003: 94). Es la necesidad de crear nuevos estados esclavistas la que empujó al Sur a llevar a cabo la secesión en 1861 porque, según Marx, la oposición de Lincoln a crear nuevos estados esclavistas, cuando aún no había abolido la esclavitud en los Estados esclavistas, era una seria amenaza para el futuro del Sur en el sentido anteriormente evocado.

Pero la preocupación de Marx no era sólo explicar esta falsa conciencia. Era también la de examinar la posibilidad de una nueva forma de subjetividad revolucionaria que podía surgir de las profundidades del sistema social del Sur, algo que durante cientos de años las clases dominantes se empeñaban en impedir sin descanso: la posible alianza entre pobres blancos y esclavos negros. La misma guerra podía revertir las antiguas relaciones sociales en el Sur, permitiendo aparecer tales contradicciones sociales.

Los debates de Marx con Engels y Lasalle

Como muy bien observó Marx, la guerra civil iba a abrir también posibilidades revolucionarias para el Norte. Como se ha explicado anteriormente, Marx escribió en El Capital sobre el nacimiento de un movimiento obrero a raíz de la guerra. Además, cuando Lincoln trataba de postergar la cuestión del esclavismo, desde el inicio de la guerra, Marx escribía con la certeza de que la lógica de los acontecimientos iba, con el correr del tiempo, a forzar al Norte no sólo a sostener la abolición de la esclavitud, sino también a enrolar a regimientos negros y a conceder derechos civiles plenos a los antiguos esclavos. En este sentido, la causa nordista era del todo progresista y revolucionaria desde un principio, al menos implícitamente.

Engels, por su parte, era menos optimista en cuanto a las posibilidades de victoria del Norte, y menos aun de que adoptase políticas revolucionarias. Sobre este punto, parece que compartía, al menos desde un cierto punto de vista, la opinión de socialistas europeos como Ferdinand Lasalle – a menudo blanco de las virulencias críticas de Marx que le acusaba sobre todo de ser partidario del socialismo de Estado, o peor aun – en el sentido de que el Norte carecía de radicalismo revolucionario y de una voluntad real de combatir. Esto significaba que el Sur hubiera podido triunfar en esta guerra, principalmente a causa de las indecisiones del Norte que contrastaban fuertemente con la resuelta voluntad del Sur de combatir para defender sus instituciones reaccionarias. En su debate con Marx, Engels apunta también al hecho de que el cuerpo de oficiales sudistas estaba muy experimentado militarmente, ya que la mayoría del cuerpo de oficiales americanos había desertado del Norte por el Sur. Este debate, que se prosiguió durante varios años en la correspondencia entre Marx y Engels, constituye, a mi entender, la diferencia política más explícita en unas relaciones que duraron cuarenta años. En el curso de uno de estos debates con Engels, Marx predice, en una carta fechada el 7 de agosto de 1862, que “el Norte iba finalmente a guerrear en serio y adoptar métodos revolucionarios” que incluirían el uso de tropas negras que “iban a golpear duro sobre los nervios de los sudistas” 5 .

Internacionalismo proletario: los obreros británicos y la guerra civil americana

Una parte importante de los escritos de Marx sobre la guerra civil retoma el tema al que se refería en la Conferencia inaugural de la Primera Internacional, es decir, a la necesidad para la clase trabajadora de “dominar por sí misma los misterios de la política internacional”, algo que más tarde los marxistas llamarán el internacionalismo proletario. Desde el inicio de la guerra se temía una intervención británica o francesa al lado del Sur, lo que le hubiera ayudado considerablemente a asegurarse la victoria. Como Marx y otros socialistas y sindicalistas habían visto, como las fuerzas conservadoras, sobre todo las surgidas de la aristocracia terrateniente, intentaban avivar los sentimientos de la población contra el Norte. En este sentido, uno de los argumentos de estas corrientes conservadoras era el bloqueo de los puertos sudistas por parte del Norte, que impedía la exportación de algodón y provocaba una situación económica desastrosa para los obreros del textil de Manchester y otros centros industriales.

En “La opinión pública inglesa”, un artículo publicado en el New York Tribune el 11 de enero de 1862, Marx describe la manera como las clases obreras británica e irlandesa se negaban a prestar atención a los gritos de guerra de la clase dirigente británica, incluso después de que la flota americana hubiese abordado un navío británico a bordo del cual se encontraban dos diplomáticos confederados que se dirigían a Londres:

«Incluso en Manchester el estado de ánimo de la clase obrera fue tan consciente de los sentimientos que un intento aislado de convocar un mitin a favor de la guerra fue abandonado apenas convocado (…). Dondequiera que tuvieran lugar reuniones públicas en Inglaterra, en Escocia o en Irlanda, se protestó contra los violentos gritos de guerra de la prensa y los sombríos proyectos del gobierno, declarándose por una solución amistosa de las cuestiones en litigio (…) En las presentes circunstancias, una gran parte de la clase obrera inglesa sufría directa y severamente las consecuencias del bloqueo del Sur, mientras que otra parte indirectamente estaba afectada por las restricciones del comercio americano debidas – según se les contaba – a la política egoísta proteccionista de los republicanos (…) En esas condiciones, la simple justicia exige rendir un homenaje a la firme actitud de la clase obrera inglesa, y más cuanto aun cuando se compara con el comportamiento hipócrita, jactancioso, cobarde e idiota del oficial y ‘bienintencionado’ John Bull”.

En varias ocasiones Marx publicó artículos sobre los grandes mítines de los obreros ingleses que sufrían la causa nordista, incluso sabiendo que eso les costaba a corto plazo el puesto de trabajo en su propio país. Fue uno de los mejores ejemplos en aquellas época –y en las posteriores – de internacionalismo proletario. Como hemos mencionado más arriba, estos mítines de apoyo al Norte en la guerra eran cruciales para la formación de las redes de las que emergería la Primera Internacional. Marx lo resume brevemente en una carta a Lion Philips, del 29 de noviembre de 1864; en ella se interesa por la manera como las redes de los movimientos obreros europeos que apoyaban al Norte –como apoyarían más tarde la insurrección polaca de 1863– se fusionaron en otoño de 1864 para formar la Primera Internacional:

“En septiembre los obreros de París enviaron una delegación a los trabajadores de Londres para confirmar su apoyo a Polonia. En esta ocasión se formó un Comité Internacional de los Trabajadores. Lo que no deja de tener su importancia ya que (…) en Londres la misma gente estaba a la cabeza (…) de un gigantesco mitin con (el líder liberal británico John) Brigth en St. James’s Hall, para impedir la guerra contra Estados Unidos” (MECW 42: 47).

En el mitin de St. James Hall, donde por otra parte se celebró el congreso fundacional de la Primera Internacional, fue donde los obreros británicos y otros apoyos del Norte se reunieron para denunciar una serie de declaraciones belicistas de las clases dominantes contra el gobierno americano.

En este contexto era muy natural que, aparte del discurso inaugural redactado por Marx que subrayaba los principios generales, la primera declaración pública de la recién fundada Primera Internacional fuera una carta abierta de felicitación a Lincoln con ocasión de su reelección. En esta carta, de enero de 1865, cuya respuesta por parte de la administración Lincoln ya hemos citado más arriba, la Primera Internacional explicita los principios internacionalistas que motivaron a los obreros británicos a apoyar al Norte a pesar de las dificultades económicas: “Desde el principio de la lucha titánica que lleva América, los obreros de Europa sienten instintivamente que la suerte de su clase depende de la bandera estrellada. (…) Por eso soportaron con toda paciencia los sufrimientos que les impuso la crisis del algodón y se opusieron firmemente a la intervención a favor de la esclavitud que apoyaban sus clases superiores; y un poco por toda Europa contribuyeron con su sangre a la causa justa” (MECW 20: 19-20). El texto hace referencia al hecho de que Estados Unidos era la mayor república democrática de entonces, pero también al hecho de que una buena cantidad de inmigrantes, sobre todo alemanes, participaron activamente en la guerra, a veces incluso en puestos de mando. La calurosa respuesta de la administración Lincoln, antes citada, significó la primera gran publicidad de la Internacional en la prensa inglesa.

La América de la guerra civil era una sociedad impregnada de grandes impulsos revolucionarios. Entre otras cosas, esto provocó el crecimiento de una rama de la Primera Internacional en la América de la pos-guerra civil, uno de cuyos miembros fue el abolicionista radical Wendell Phillips, el único abolicionista que pasó del abolicionismo al apoyo a los obreros en el periodo de la reconstrucción. Y como ya sabemos, las fuerzas reaccionarias, no solamente sudistas sino también los grandes capitalistas del Norte, trabajaron conjuntamente para limitar el alcance de la reconstrucción, asegurándose, por ejemplo, de que las 16 hectáreas y la mula nunca se concedieran a los antiguos esclavos. Hacia 1876, a pesar de las esperanzas, en adelante aniquiladas, ligadas a la fase de reconstrucción, un nuevo tipo de opresión racial, caracterizado por una segregación forzosa y una violenta represión, se instaló en el Sur. Ya sabemos cómo este sistema sobrevivió durante casi un siglo, hasta la década de 1960.

Me gustaría terminar con una nota más general concerniente a la visión global de Marx sobre la raza, la etnicidad y el nacionalismo y su inserción en su marco dialéctico como en un todo, también en su crítica del capital, con una cita de mi Marx at the Margins:

“Marx desarrolló una teoría dialéctica del cambio social que no era ni unilineal ni exclusivamente clasista. Al igual que su teoría del desarrollo social fue evolucionando hacia una dirección más multilineal, su teoría de la revolución, con el correr de los tiempos, empezó a centrarse cada vez más en la interrelación de la clase con la etnicidad, la raza y el nacionalismo. Marx no era un filósofo de la diferencia en el sentido posmoderno del término, en la medida en que la crítica de una sola entidad englobante, el capital, era central en toda su empresa intelectual. Pero centralidad no quiere decir univocidad o exclusividad. La teoría de la madurez de Marx gira en torno a un concepto de la totalidad que no sólo ofrece un lugar considerable a la singularidad y a la diferencia, sino que puede también hacer que estas particularidades – la raza, la etnicidad y la nacionalidad – sean determinantes para la totalidad” (p. 244).

 

 

Lincoln según Marx, una joya periodística

Entre los muchos textos sobre Lincoln que han llegado durante las últimas semanas a las librerías, este llama poderosamente la atención. Reúne algunos de los escritos más conocidos del presidente americano. Hasta aquí no hay demasiada novedad. Pero además  incluye otra serie de artículos periodísticos en los que Karl Marx, autor del Manifiesto Comunista y El Capital, analiza y opina sobre la Guerra Civil Americana y la causa de la emancipación. Marx se nos muestra como un periodista con los pies en la tierra y no como un teórico desvinculado de la realidad. De hecho, el pensador alemán estuvo tentado de hacer las maletas y emigrar a Filadelfia a emprender una vida más próspera, económicamente hablando.

Lo que muchos ignorábamos es que Marx y Lincoln se cartearon. Este libro también contiene dicha correspondencia. Pero en fin, no es exactamente entre ambos, sino entre la I Internacional Socialista y el embajador americano, y encima a través del Times.

En suma, lo mejor del  libro, aparte de la excelente introducción del profesor Robin Blackburn en la que analiza las convergencias programáticas entre ambos, son los análisis en tiempo real de Marx.

Constituyen un documento periodístico algo más que curioso, altamente aprovechable. Marx reniega de la causa confederal, que considera oligárquica y represora. Y paradójicamente se pone del  lado del federalismo, que luego derivaría, con matices, en el republicanismo actual. Lo hace porque no ve una guerra de aranceles, como la prensa británica –a la que puede seducir la idea de la secesión-, ve una guerra de emancipación de trabajadores. El libro apunta otra noción clave: Lincoln supo que había que convencer al mundo de que la esclavitud era la causa fundamental de la guerra para tenerlo de su parte.

Javier REDONDO

 

Cartas de amor y política entre Marx y Lincoln

Miren un retrato de Karl Marx. Ahora uno de Abraham Lincoln. En principio, un huevo y una gallina tienen tanto en común como estos dos pilares de la historia del siglo XX. Uno, el revolucionario del 48, crítico radical con el liberalismo y hasta con los derechos humanos como derechos burgueses. El otro, liberal, capitalista y tutor de la revolución mercantil.

La aventura política les distanció lo suficiente como para hermanarles en su aventura moral. Lincoln era un paladín del trabajo asalariado libre y Marx creía de esta que era una forma de esclavitud asalariada en la que el trabajador se veía forzado por la necesidad económica a vender su fuerza de trabajo para escapar del hambre y el desahucio. Ambos se fundieron durante la guerra de secesión norteamericana en contra de la condición del esclavo y de la opresión del ser humano, a favor del proyecto emancipatorio.

“Desde el principio de la lucha titánica que libra América, los obreros de Europa sienten instintivamente que la suerte de su clase depende de la bandera estrellada”, escribe el 28 de enero de 1865 el responsable de la Asociación Internacional de Trabajadores al presidente de los Estados Unidos. En una épica desmedida se alegran de que sea Lincoln, “el enérgico y valeroso hijo de la clase trabajadora”, el encargado de hacer triunfar la emancipación de una raza encadenada y la “reconstrucción de un mundo social”, que hoy ha quebrado.

Unidos contra la esclavitud

Precisamente la AIT justifica su adhesión a la causa unionista en la defensa de las conquistas del pasado y en las esperanzas en el futuro: “Las clases obreras de Europa comprendieron enseguida que la rebelión de los esclavistas era el toque a rebato para una cruzada general de la propiedad contra el trabajo”. La prosa se hincha y eleva los ánimos cuando el escrito denuncia la oligarquía que pretenden levantar 300.000 propietarios de esclavos para “inscribir la palabra esclavitud en la bandera de la rebelión armada”.

Lincoln responde a través del embajador norteamericano a la carta, el 6 de febrero de 1865. Les asegura que el presidente acepta los halagos y le inquieta ser capaz de estar a la altura de la confianza que han depositado en él “sus conciudadanos y tantos amigos de la humanidad y el progreso en todo el mundo”. Charles Francis Adams explica que el proyecto de Lincoln es “promover el bienestar y la felicidad de la humanidad mediante la interposición benevolente y el ejemplo”. Así que define la causa del conflicto con los insurgentes defensores de la esclavitud como “la causa de la naturaleza humana”.

Tres meses más tarde Marx vuelve a escribir a los Estados Unidos. En este caso su retórica se afina para homenajear la figura de Lincoln, asesinado el 14 de abril de 1865, en el Teatro Ford de Washington D.C. El destinatario es el nuevo presidente, Andrew Johnson, a quien le ofrece el pésame un tanto peculiar: “No nos corresponde a nosotros pronunciar palabras de dolor y horror, cuando el corazón de dos mundos suspira de emoción”. Alaba su templanza: “Ahora han descubierto por fin que era un hombre que ni se dejaba intimidar por la adversidad ni intoxicar por el éxito”. Honra su carácter sencillo: “Hacía su obra titánica humildemente y con sencillez mientras los gobernantes de origen divino hacen pequeñas cosas con la grandilocuencia de la pompa y el Estado”. Y siempre camina por el límite de lo cursi: “Atemperaba actos duros con el brillo de un corazón amable”.

Virtud y vigilancia

Cierto es que Lincoln se merecía la poesía de Marx por anteponer los derechos del hombre a los derechos de la propiedad desde el primer momento. “En su primer gran discurso, pronunciado en 1838 en el Liceo de la Juventud de Springfield, denunció los linchamientos de negros y el asesinato de un editor abolicionista”, recuerda Robin Blackburn en la introducción del libro Guerra y emancipación, publicado por Capitán Swing, en el que Andrés de Francisco hace una selección de textos de ambos líderes e incluye la breve correspondencia.

Los de la década de los sesenta fueron los años de mayor actividad política de Marx y el trasfondo del conflicto norteamericano parece haberle ayudado a pulir y organizar algunos de sus mejores trabajos, como la elaboración de sus análisis de la duración de la jornada de trabajo en El Capital, publicado en 1867. Había precedentes republicanos que pudieron modelar algunas pautas comunistas, como el lema de 1862: “Suelo libre, trabajo libre, hombres libres”. Todavía retumban ingredientes del discurso inaugural de Lincoln, pronunciado el cuatro de marzo de 1861 en Washington, en el que condicionaba la honestidad del político a la madurez del ciudadano: “Mientras el pueblo mantenga su virtud y vigilancia, ninguna administración, en un extremo de maldad o locura, podrá perjudicar seriamente al gobierno en el breve espacio de cuatro años”. Parecía tan sencillo.

 

Tarantino vota a Marx y Spielberg a Lincoln

Atención, pregunta. ¿Qué cara pondría usted si se cruzara por la calle con un marciano? Quizás la misma que ponen los tejanos de la última película de Tarantino cuando ven a un negro entrando en su pueblo montando a caballo. Estupefacción total. En Django desencadenado, que lleva dos semanas encabezando la taquilla española, Tarantino no se limita a dar los papeles con su libertad a un esclavo (Django, interpretado por Jamie Foxx), sino que le empodera a lo bestia: le da un caballo, le viste de cowboy y le arma hasta los dientes. Pero lo más subversivo de todo es que…  ¡también le da un trabajo! Un empleo de cazarecompensas que, para colmo, no sólo está excelentemente bien pagado, sino que le permite liarse a tiros con los negreros blancos que le explotan.  ¡Marx estaría orgulloso de Tarantino! También Lincoln, en parte.

La publicación de Guerra y emancipación (Capitán Swing, 2012), ensayo sobre la correspondencia mantenida entre Lincoln y Marx durante la Guerra de Secesión, permite hacer una relectura sobre cómo tratan Tarantino y Spielberg (Lincoln) el fin de la esclavitud en sus nuevas cintas.

Lincoln y Marx coincidían en que abolicionismo y autonomía laboral debían ir de la mano. Si uno no era dueño de su trabajo, no había emancipación posible: “Vosotros habéis entendido mejor que nadie que la lucha para terminar con la esclavitud es la lucha para liberar al mundo del trabajo, es decir, a liberar a todos los trabajadores. La liberación de los esclavos en el Sur es parte de la misma lucha por la liberación de los trabajadores en el Norte”, escribió Lincoln en una misiva a los sindicatos neoyorquinos. O la esclavitud como un sistema extremo de explotación de los trabajadores que había que derribar. ¡Lincoln agitador proletario! Lo que no quita, claro, para que hubiera profundas diferencias políticas en los métodos de Marx y Lincoln. Igual que hay profundas diferencias políticas en los enfoques de Tarantino y Spielberg. Dinamita versus leyes.

Tarantino, por ejemplo, ni siquiera se molesta en esperar a que el presidente Lincoln acabe con la esclavitud para liberar a su esclavo. Django desencadenado transcurre en 1858, tren años antes del inicio de la Guerra de Secesión y siete antes del asesinato de Lincoln. Como ya hiciera en Malditos bastardos (2009), el director modela la historia a su gusto para hacer justicia poética: convierte al esclavo Django en un pionero del Black Power que se venga del KuKluxKlan y de los negreros de las plantaciones con ráfagas de tiros y hip hop. Un subversivo más cercano a Marx que a Lincoln.

Spielberg, por su parte, se centra en las luchas de poder que llevaron al abolicionismo. Lincoln es una película sobre el fin de la esclavitud… sin presencia de negros. En efecto, al contrario que en El color púrpura (1985) y Amistad (1997), Spielberg da ahora la palabra a los políticos blancos que sacaron adelante la ley que abolió la esclavitud y zanjó la guerra civil. Explica cómo se cocinó la Decimotercera Enmienda. Una trifulca política entre bambalinas que el congresista interpretado por Tommy Lee Jones resume así: “La ley más decisiva de la historia de EEUU se ha aprobado gracias a un proceso corrupto manejado por el hombre más honrado [Lincoln] que ha dado nunca este país”.

Si Spielberg nos entrega la ley que convirtió a los esclavos en hombres libres, Tarantino anticipa (consciente o no) que el documento puede ser papel mojado si las nuevas libertades no se practican a las bravas. Django desencadenado es una fantasía histórica que contiene más de una verdad política: el abolicionismo no podía acabar con la discriminación y la desigualdad sino iba acompañado de emancipación laboral y autonomía personal. Lincoln y Django desencadenado, dos caras del mismo proceso cuyo penúltimo coletazo es que un negro carismático se puede pasear ahora a caballo por los jardines de la Casa Blanca si le da la real gana.

 

“Guerra y Emancipación. Lincoln & Marx” recoge la relación epistolar entre ambos personajes

El alemán y el estadounidense intercambiaron una serie de cartas con los temas del fin de la esclavitud y la situación de los trabajadores como ideas comunes

Si el nombre de Abraham Lincoln es esencial en la historia y en la constitución de los Estados Unidos de América, ahora, a raíz de la película dirigida por Steven Spielberg, su figura adquiere una mayor notoriedad. Como en todo gran personaje, hay pasajes de su vida que no son tan conocidos, ya sea por desconocimiento o por interés en esconderlos.

Capitán Swing publica en castellano, gracias a la traducción de Antonio Lastra, Andrés de Francisco y Javier Alcoriza, la correspondencia que tuvo al final de la Guerra Civil estadounidense con Karl Marx, a priori alguien con el que resulta extraño imaginarse una relación de admiración y comprensión, pero que como descubre el libro, coincidían en algo tan esencial como la causa de los trabajadores libres y en la urgente necesidad de acabar con la esclavitud.

Los escritos que recopila la obra indican el importante papel de los comunistas internacionales en oposición al reconocimiento europeo de la Confederación. Frente a la presuntuosa opinión del Londres liberal de su tiempo, que afirmaba que el verdadero motivo del conflicto eran los aranceles, Marx sabía que la crisis tenía que ver con la esclavitud. Era consciente de que el capitalismo podía fácilmente apoyar e incluso prosperar a costa de ésta y otras formas de servidumbre humana. Sus numerosos escritos sobre la Guerra Civil, lejos de propugnar un socialismo de raza blanca, demuestran una intención universalista: «sólo el rescate de una raza encadenada llevaría a la reconstrucción de un mundo social».

Poco después, los ideales del comunismo atrajeron a miles de adeptos por todo EE.UU., y la Asociación Internacional de Trabajadores trató de radicalizar la revolución inacabada de Lincoln promoviendo los derechos de los trabajadores blancos y negros, nativos y extranjeros, contribuyendo a una crítica profunda de los magnates que se enriquecieron con la Guerra, e inspirando una extraordinaria serie de huelgas y luchas de clase en las décadas siguientes.

 

EE.UU., ese país ¿comunista?

 

“El mundo no descubrió a Lincoln como héroe hasta que hubo caído como mártir”, dejó escrito Karl Marx. Esta admiración abre una de las grandes novedades de la semana literaria, Guerra y emancipación, la correspondencia entre Marx y Lincoln que publica Capitán Swing. En estas cartas, intercambiadas en los años de la Guerra Civil estadounidense, descubrimos la amistad y sentimientos parejos de ambos por acabar con el conflicto de la esclavitud. El director Steven Spielberg, que acaba de estrenar su vasto biopic sobre el presidente norteamericano y padre de la nación y gran líder, parece haber soslayado este espíritu “comunista”, pero ahí están las palabras para recordárnoslo.

De hecho, si bien Lincoln fue asesinado (uno de los homicidios más teatrales de la historia, que además, sucedió en un teatro), eso no fue obstáculo para que, después de que iniciara su revolución, la Asociación Internacional de Trabajadores comenzara a promover huelgas por todo el país estadounidense abogando por los derechos de los trabajadores blancos y negros, nativos y extranjeros.

Bien sabemos que EE.UU. siempre ha recelado del comunismo. No hace tanto de esa caza de brujas del senador McCarthy. Mucho menos de Reagan y del apostolismo neocon, pero esta correspondencia nos demuestra que en aquel nacimiento de la nación ya había un tipo merodeando por allí que puso las bases del sistema político y social marxista, y al que quizá los estadounidenses deban mucho más que a las barras y estrellas de la bandera. Para sacar más conclusiones, ahí están las cartas.

 

Guerra y emancipación

Marx y Lincoln mantuvieron correspondencia al final de la Guerra Civil estadounidense. Aunque los separaban más cosas aparte del Atlántico, coincidían en la causa de los trabajadores libres y en la urgente necesidad de acabar con la esclavitud. Estos escritos señalan el importante papel de los comunistas internacionales