La editorial Capitán Swing inaugura esta verano Muckracker, una colección digital de ensayo breve, pegada a polémicas de actualidad. La primera referencia es El nuevo traje del emperador, de los periodistas de moda Leticia García y Carlos Primo. Su tesis principal, provocadora, dice que “hay más política en una colección de Zara que en un número de Le Monde Diplomatique“. La desarrollan en cincuenta páginas, entretenidas y llenas de ejemplos, donde buscan las grietas por las que el planeta fashion puede trascender su condición de simple producto de consumo. Planteamos nuestras dudas a los dos autores, que contestan colectivamente. García y Prieto coordinaron en 2012 el volumen Prodigiosos mirmidones. Antología y apología del dandismo (Capitán Swing).
PREGUNTA: Para aclararnos: ¿la industria de la moda es de izquierdas o de derechas?
RESPUESTA: Cuando la moda se acerca a los discursos sociales y políticos de la calle lo hace para vaciar sus significados y vender sus significantes a precios de cuatro cifras. Sin embargo, creemos que la moda es un objeto de estudio importante porque es una forma inmediata de tomarle el pulso al presente.
Lo que reivindicamos en nuestro trabajo es que el acto de vestir y la dinámica social de la moda tienen un potencial crítico en términos políticos, no que la industria de la moda sea de izquierdas (algo que obviamente no es, al menos no mayoritariamente). La función social que tiene es la distinción, así que es obviamente de derechas. Otra cosa es que haya pequeños actos que integren un discurso posicionado a la izquierda. Hubo más rebelión y más variedad de discursos en los ochenta y en los noventa que hoy en día.
P.: Últimamente las multinacionales apuestan por abrir o reforzar sus departamentos de Responsabilidad Social Corporativa. ¿Es un paso adelante o una forma de evitar la regulación estatal?
R.: No se puede meter a todas las empresas de moda en el mismo saco. Una de las principales razones del auge de la Responsabilidad Social Corporativa es que los consumidores somos cada vez más conscientes del modo en que se produce la ropa y de las consecuencias que tienen nuestras compras. Hace veinte años, nadie miraba las etiquetas de origen de las prendas. Hoy queremos saber dónde se ha producido una camiseta y, si es posible, en qué condiciones.
Cuando un ciudadano lee que en Bangladesh se ha derrumbado un edificio donde muchas marcas occidentales producían textiles en pésimas condiciones laborales, su reacción inmediata es decantarse por las marcas más transparentes y castigar a las más opacas (en abril de 2013 se derrumbó un fábrica matando a más de mil trabajadores; la investigación destapó salarios de 28 euros mensuales).
La aplicación de políticas más sostenibles es una estrategia de supervivencia. Si una marca produce mal, tarde o temprano se acaba sabiendo. Lo que ahorra en producción lo acaba pagando en imagen y en ventas. ¿Pura mecánica capitalista? Puede ser, pero en este terreno los gobiernos parecen mucho menos exigentes que los clientes.
P.: ¿Puede ser liberador un diseño de Yves Saint Laurent? No parece que haya mucha rebeldía en cambiar tus hábitos de vestir porque lo prescriba un gurú de la moda.
R.: La idea de la moda como generadora de normas de arriba hacia abajo es un modelo teórico que sólo sirve para entender la moda hasta finales de los años cincuenta. Y ni siquiera eso. A partir de entonces, las influencias se vuelven más complejas. El caso de Yves Saint Laurent es un ejemplo de esa complejidad. Introduce el pantalón en sus colecciones de alta costura cuando esa prenda ya empieza a ser habitual entre las jóvenes, por lo que traslada a la pasarela una tendencia considerada como externa a la moda.
Demuestra que la calle tiene la misma autoridad que el modisto, y en ese sentido es innovador. Hoy la moda evoluciona de arriba abajo, de abajo arriba, de forma horizontal y según los patrones más insospechados. Si bastara con dictar desde arriba, no tendrían sentido los estudios de análisis de tendencias, las consultorías de marca ni toda la parafernalia que la industria ha creado para tomarle el pulso a la calle.
P.: ¿Quién reivindica la moda como algo políticamente emancipador?
R.: Hay ejemplos de organizaciones y teóricas feministas que conceden un valor político al vestir y abogan por unas prendas u otras. Los primeros pantalones femeninos se llamaron bloomers por Amelia Bloomer. El movimiento Arts and Crafts creó la corriente de liberación del traje promoviendo la retirada del corsé femenino. Y muchos de los usos indumentarios actuales se los debemos a Coco Chanel, que se declaraba de derechas, pero cuya máxima a la hora de diseñar fue tener en cuenta a la mujer como sujeto y no objeto de la moda. La moda puede ser liberadora en función de usos individuales y sociales en un contexto determinado. Y ese es el sentido en el que la abordamos y en que creemos que puede tener un discurso crítico. Lo cual no implica afirmar que una fashion week sea un movimiento asambleario.
P.: Últimamente, se ha puesto de moda el concepto de It girl, cuyas principales actividades suelen ser comprar, ir de fiesta y tener un gusto cultural que se considera sofisticado. ¿No es un retorno a la mujer como objeto decorativo?
R.: La it girl es un tipo más de celebridad, como las actrices, las modelos o la realeza, que las marcas promocionan para generar imágenes aspiracionales. Y, para la industria de la moda, lo aspiracional siempre tiene que pasar por el consumo. Siempre ha habido it girls, lo que pasa ahora es que la moda está promocionando a chicas con blogs porque necesita hacer ver que su relato aspiracional pasa por lo cotidiano. La historia de que cualquiera puede vestir “bien” y no sólo las élites es lo que más ventas les está reportando. Curiosamente, la expresión it girl surgió a raíz de una película protagonizada por Clara Bow, una flapper, es decir, una mujer que a principios del XX fumaba, conducía, no se resignaba a las labores domésticas y vestía fuera de los cánones impuestos.
Ahora se utiliza para nombrar a esas chicas que visten bien y han logrado hacer de su gusto en el vestir una profesión. Obviamente el término se ha tergiversado, pero tampoco hablaríamos de cosificación. Claro que hay cierto componente machista en la moda, y lo seguirá habiendo, pero ya no estamos en la época en la que las mujeres seguían las tendencias y vestían bien para comunicar la riqueza de sus maridos. Una It girl (o un It boy, que también los hay) es una prescriptora del gusto, como un gurú de la tecnología o un crítico gastronómico de prestigio. A todos les pagan por probar gadgets, ropa o ir a restaurantes y promocionarlos en sus páginas y no por eso son objetos decorativos.
P.: Algunos diseñadores modernos españoles participaron en el proyecto Triball, intento de gentrificación en el centro de Madrid apoyado por Alberto Ruiz Gallardón. ¿Os parece que esto expresa una postura política derechista? Básicamente se estaba usando la moda y otros sectores (gastronomía, arte…) para echar del barrio a la gente de rentas bajas por la presión en la subida de alquileres.
R.: La gentrificación, la “limpieza” de los barrios, siempre se hace a través del consumo de ocio para gente joven que se lo puede permitir. Y ahí, obviamente, la moda juega un papel, como lo juega la gastronomía, el arte o cualquier objeto de consumo cultural. El caso de la moda en Triball no fue especialmente exitoso, muchas de las tiendas de moda que abrieron tuvieron que cerrar porque aquí consumimos mucha ropa, pero no consumimos moda.
Entrar en el juego de la gentrificación patrocinada por el gobierno puede verse como un gesto capitalista, claro, pero la moda es un negocio. E igual que a un restaurador o a un artista le interesa trabajar o exponer en los lugares adecuados, a un diseñador le interesa vender sus productos en las tiendas adecuadas, porque al final vive de eso. Luego, desde su tienda en un barrio gentrificado puede promover acciones o vender productos con implicaciones políticas, desde mensajes medianamente subversivos a prendas que se cuestionan el género o campañas que critican la realidad actual. Eso lo hizo muy bien en su momento la marca japonesa ‘Comme Des Garçons’, que se aprovechó de las herramientas que le brindaba el sector duro de la industria para cuestionarse ideas preconcebidas a través de sus productos y su comunicación.