El Minotauro global

Yanis Varoufakis, un motero para hacer frente a los persas en las Termópilas

Si el primer ministro griego Alexis Tsipras es inteligente –y lo parece– no sentirá envidia de la popularidad súbita y global de su ministro de Finanzas, elevado a la categoría de popstar e icono sexual en apenas dos semanas. En este tiempo se ha hablado más de él que del líder de Syriza. Existe una pauta extendida entre los jefes mediocres, y entre los presidentes mediocres: odiar la brillantez del otro. Es como si un director de orquesta tuviera celos del primer violín o de la soprano y decidiera que el sonido excelso de las cuerdas o de la voz representan una amenaza para la seguridad nacional (es decir, para su posición) y ordenara la salida inmediata de los músicos. ¡Qué se habrán creído! No parece el caso en Grecia, de momento.

Para el líder de Syriza, su escudero Yanis Varoufakis (Atenas, 1961) es, sobre todo, un cortafuegos, un protector que le preserva de la derrota a la primera de cambio, un émulo del rey espartano Leónidas enviado al paso de las Termópilas a luchar contra un enemigo superior en número y armas. Posiblemente se trata de una misión suicida. Su éxito no se medirá en una victoria sino en el tiempo que pueda resistir el empuje de los persas del BCE y el Bundesbank. El objetivo es doble: salvar a Grecia y a su joven líder.

Me cae bien este tipo inquietante rebautizado en las redes sociales como Varufucker. Pese al ingenio de la ocurrencia, y a que algún espabilado imprimió en camisetas junto a una foto del nuevo héroe heleno, es una exageración utópica porque aquí el único que jode, y a destajo, es su homólogo alemán, Wolfgang Schäuble, el guardián de la ortodoxia, la troika y los mercados, que unidos forman la Inquisición 2.0.

Este ya le lanzó un primer aviso –“las promesas electorales a costa de terceros no son realistas”– y una advertencia sobre el procedimiento a seguir: “las elecciones no cambian nada”. En esta Guerra Médica nos jugamos algo más que el futuro de Atenas, nos jugamos el diseño de Europa, que quede reducida a un territorio de mercaderes o que recupere el impulso de un sueño común. No es solo Grecia, son los Balcanes, es Ucrania, la posibilidad de tener una sola voz.

El Financial Times, la biblia de los orcos europeos (la de los estadounidenses es The Wall Street Journal), calificó a Varoufakis de enérgico y honesto. Tony Barber y Kerin Hope le tratan mejor que Emily Maitlis, conductora del programa Newsnight de la BBC, quien estuvo más cerca de la impertinencia que del periodismo en su primera entrevista tras el nombramiento. Barber y Hope se fijaron en la camisa azul eléctrica de Varoufakis (siempre por fuera), en la ausencia de corbata (las detesta) y en la larga chaqueta de cuero con la que fue a ver al Chancellor of the Exchequer (ministro británico de Finanzas), el estirado George Osborne. Sostienen los dos periodistas del FT que con su vestimenta informal y sus maneras han puesto patas arriba la idea de lo que debe ser un ministro de Finanzas (está claro que no conocen a Luis De Guindos).

En su perfil, titulado Un boxeador ateniense pelea una gran batalla financiera en favor de Grecia, Barber y Hope recogen críticas inamistosas que comparan al ministro griego con un portero de discoteca, algo que según los autores, convertiría automáticamente a Tsipras en el dueño del garito. Son amables cuando ven al primer ministro griego en el papel de Sean Connery (James Bond) en Doctor No y a Varoufakis en el personaje de Bruce Willis en Pulp Fiction. La inspiración les debió llegar al ver al ministro de Finanzas en su Yamaha de 1.300 centímetros cúbicos en la que llegó, y sin escolta, a la reunión con el jefe del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem. Una de las primeras medidas del Gobierno de Tsipras ha sido deshacerse de los BMW oficiales. ¡Populismo!, gritarán otros, eso sí sin bajar la ventanilla tintada de los suyos.

Los chicos del FT, para que veamos que en todas las partes cuecen frivolidades, destacan una frase de la diputada socialista portuguesa Isabel Moreira, colgada en su página de Facebook: “Maldita sea, el ministro de Finanzas griego es sexy”. Andamos aquí que si Pedro Sánchez es un cañón, que si Albert Rivera no está nada mal, y por ahí fuera se desviven por un motero de cazadora de cuero, cabeza rapada y cargado de deudas. Pese al magnetismo animal de Varufucker, este es un hombre de familia. Tiene una hija que vive en Australia, producto de su primer matrimonio, que es su gran debilidad. Se casó en segundas nupcias con Danae Stratou, artista con quien comparte varios proyectos. El más importante, un trabajo sobre los muros de la globalización, se desarrolló entre 2005 y 2006 realizaron. Fueron siete muros, siete líneas que separan personas en Chipre, Kosovo, Belfast, Palestina, Cachemira, Etiopía-Eritrea y la frontera entre EEUU y México.

Varoufakis tiene un gran sentido del humor, tal vez innato o aprendido en sus muchos años entre anglosajones. Tras su reciente reunión con Schäuble en Berlín, el alemán informó a la prensa de que solo estaban de acuerdo en no estar de acuerdo. Varoufakis le corrigió: “No estamos de acuerdo ni en estar en desacuerdo”.

El nuevo ministro de Finanzas griego asegura que fue un error la entrada de su país en el euro, pero que sería una grave equivocación salir de la moneda única. No busca un tercer rescate que perpetúe o la esclavitud económica de sus conciudadanos, solo desea renegociar las condiciones actuales con una posible quita de una parte de la deuda.

Las declaraciones maximalistas de ambas partes y sus consiguientes coros mediáticos son parte del proceso de negociación, como lo es el golpe del Mario Draghi y el BCE a los bancos griegos al dejar de aceptar los bonos emitidos o garantizados por Grecia en sus operaciones de refinanciación. Este dramático duelo de intenciones tiene fecha límite: el ultimo día de febrero. En marzo, Grecia carecerá de liquidez, no podrá pagar salarios ni pensiones ni intereses. No es un juego que se libre sobre un tablero, como el ajedrez, o sobre una mesa como el póker, sino la miseria de miles de personas.

Cuentan Barber y Hope en su magnífico perfil que Varoufakis es aficionado a la comida tailandesa y al poeta galés Dylan Thomas, que su padre estuvo en la prisión de la isla de Makronisos, llamada también de la vergüenza porque a ella se enviaba a los comunistas tras la guerra civil de Grecia, con el fin de reeducarlos. Con el padre obtuvieron algún éxito pues llegó a ser el presidente de la principal empresa de acero del país. La madre es una feminista relacionada con el PSOK cuando los socialistas eran socialistas y no la caricatura actual. Pese a los éxitos sociales de la familia, recibió en educación gran parte de los principios paternos que le convirtieron en un tipo de izquierdas y comprometido.

Su familia tenía buena situación económica, como la tiene él con una casa frente a la Acrópolis y otra en Egina, en el archipiélago Sarónico. Gracias a esta circunstancia le enviaron al Reino Unido a estudiar para alejarle de la tumultuosa Atenas de aquellos días. Allí cursó la carrera de Económicas en la Universidad de Essex, que debe ser un lugar altamente revolucionario pues tres altos cargos de Syriza pasaron por sus aulas: Varoufakis, la gobernadora de Atenas, Rena Dourou, y el diputado por Corgu Fotini Vaki. La persona que le influyó para decidirse por los estudios de Economía fue Andreas Papandreu, el creador del Pasok.

Varoufakis vivió en el Reino Unido entre 1982 y 1988, en los años duros de Margaret Thatcher, la dama de hierro. Sus políticas antimineras y desreguladoras –precursoras junto a las de Ronald Reagan en EEUU de la crisis financiera de 2008- le ofrecieron la oportunidad de aprender lo que no había que hacer. Después emigró a Australia, donde impartió clases en Sidney, tuvo su programa de televisión, se lanzó a explorar Internet y obtuvo la nacionalidad australiana, que aún conserva junto a la griega.

Volvió a Grecia en 2000 para dar clases en la Universidad de Atenas invitado por Yannis Stournaras, que ocupa el puesto de gobernador del Banco Central de Grecia desde junio de 2014. Fue también asesor del socialdemócrata Yorgos Papandreu, el hijo de Andreas, con quien trabajó entre 2004 y 2006, antes de que este fuese primer ministro. Después se distanció de él por aceptar el rescate a Grecia y sus condiciones draconianas.

Estuvo en EEUU en 2012, donde trabajó como economista en Valve Software, empresa puntera de juegos en Internet. Es un tipo activo en Twitter ( @yanisvaroufakis) con mas de 235.000 seguidores (y subiendo) que mantiene un blog en inglés llamado Thoughts of the Post-2008 World, que ahora tendrá dificultades para alimentar. Habla un excelente inglés con acento griego. Su capacidad idiomática, la claridad y rotundidad de sus mensajes le convirtió en un habitual de las televisiones globales como BBC Today, CNN, Sky News, Bloomberg TV y Russia Today. Era una estrella antes de llegar a ministro.

Se considera un economista de segunda fila y un libertario marxista, que pese a ser un oxímoron queda bien en estos tiempos agitados y postmodernos. Su misión dentro del Gobierno de Syriza es casi imposible: levantar el peso asfixiante de los 315.000 millones de euros de deuda externa que arrastra el país. Su último libro se ha agotado en pocos días en las  librerías españolas. Se llama El minotauro global (Capitán Swing, 2012).

Es un hombre que maneja a la perfección el nuevo lenguaje político nacido de las redes, de su inmediatez. Es una de las claves de Syriza, alejarse del leguaje burocratizado de la Gran Coalición. Acuñó un término certero para definir lo que hace la troika con Grecia: el waterboarding fiscal, una referencia a las torturas de Guantánamo.

Es cierto que muchas de las promesas realizadas por Syriza serán difíciles de cumplir, y que la mayoría de los griegos que les votaron saben que nada va a ser sencillo. Una señora que habló en televisión antes de las elecciones, y cuya intervención corrió por la Red, lo dijo sin rodeos: “Sé que el señor Tsipras no podrá cumplir la mayoría de lo que promete, pero al menos tiene una mirada limpia”. No hubo muestras de entusiasmo ante los colegios electorales, solo un poco de fiesta en la plaza Syntagma. Los griegos han aprendido la regla de oro balcánica: solo se acierta en el diagnóstico desde el pesimismo.

El tándem Tsipras-Varoufakis necesita que Alemania y la UE les ofrezcan alguna baza, un pequeño triunfo, como podría ser la disolución de la troika, para vender la sensación de estar cumpliendo sus promesas, generar una cierta ilusión colectiva con la esperanza de que sea el inicio de una verdadera recuperación. Necesitan de manera urgente subir el salario mínimo, atender los casos de exclusión social más graves, frenar la miseria.

No está en juego el pago de la deuda y el cumplimiento calvinista de la letra pequeña de los rescates, está en juego la política con mayúsculas. Si fracasara Syriza en su empeño, como muchos desean en Europa y más aún en España, no volverían los amigos de Nueva Democracia y el Pasok, si es que no se han disuelto, vendrá Amanecer Dorado, los nazis. El peligro está en Grecia, pero también en Francia con Le Pen y en Alemania con Pegida.

El Gobierno de Mariano Rajoy dice que no puede perdonar la mitad de los 25.000 millones de euros que Grecia debe a España, una cantidad que equivale a los recortes en Sanidad y Educación. Lo dice así para desacreditar a Syriza, y a Podemos, por eso obvia en su discurso que en Grecia no se rescataron personas, se rescató a bancos alemanes y franceses, cambiando sus deudas privadas por deuda pública. Algo parecido ha sucedido en España. Si rechazamos una condonación parcial a Grecia, ¿por qué debemos perdonar a la banca española el multimillonario rescate con el que fueron premiados sus excesos? ING-Holanda recibió de su Gobierno 10.000 millones de euros tras la crisis de 2008. Los terminó de devolver el año pasado y con intereses: 12.500. Eso es un país serio. ¿Cuándo empezamos?

Cigarras y hormigas

Yanis Varoufakis es uno de esos economistas que dejan su quehacer profesional lleno de huellas para saber cómo piensan. Participante habitual en todo tipo de debates sobre la Gran Recesión, sus análisis nunca dejan indiferente. A partir de hoy adquieren una nueva significación al pasar de la academia a la política. Su opinión hasta ahora era ésta: “¿Qué debería hacer Grecia para rescatarse a sí misma de su Gran Depresión?, ¿cómo deberían reaccionar España o Italia a las exigencias que la lógica nos dice que harán que las cosas empeoren? La respuesta es que no hay nada que nuestros orgullosos países puedan hacer más que decir no a las necias políticas cuyo real objetivo es profundizar la depresión”.

Pertenecen estas palabras a su libro más conocido, El Minotauro global (Capital Swing), que amplía un artículo publicado en la publicación norteamericana Monthly Review (fundada por el gran Paul Sweezy), lo que caracteriza su lugar ideológico. En este texto desarrolla su metáfora más conocida: igual que los atenienses mantenían un flujo constante de tributos a la bestia, así el resto del mundo envió cantidades increíbles de capital a EE UU. Ese motor, que impulsó la economía global durante casi tres décadas, es el que se ha gripado desde 2007. A partir del año 2013, Varoufakis junto a otros dos conocidos economistas alternativos (Stuart Holland, exdiputado laborista británico y asesor de Jacques Delors, y James Galbraith, profesor de la Universidad de Texas e hijo de John Kenneth Galbraith) hizo de misionero económico dando a conocer Una modesta proposición para resolver la crisis de la eurozona, en la que plantean la urgencia de un New Deal europeo contra la cuádruple crisis existente: bancaria, de endeudamiento, de falta de inversión y, sobre todo, social, motivadas todas ellas por los fracasos políticos.

De las bastantes entrevistas concedidas de modo reciente una de las más significativas (por estar dirigida al público de habla germana) fue en la cadena austriaca ORF (www.sinpermiso.info). Allí Varoufakis desarrolló la fábula de la cigarra y la hormiga para explicar de modo pedagógico lo que ocurre: la hormiga trabaja duro y ahorra mientras la cigarra se limita a holgazanear y a no hacer nada.

“Desgraciadamente en Europa predomina la extrañísima idea de que todas las cigarras viven en el Sur y todas las hormigas en el Norte, cuando en realidad, lo que tienes son hormigas y cigarras en todas partes”. Lo que sucedió es que las cigarras del Norte y las del Sur —banqueros del Norte y banqueros del Sur, pongamos por caso— se aliaron para crear una burbuja financiera que los enriqueció, permitiéndoles cantar y holgazanear mientras las hormigas del Norte y del Sur trabajaban en condiciones cada vez más difíciles. Cuando la burbuja estalla, las cigarras del Norte y el Sur decidieron que la culpa la tenían las hormigas del Norte y del Sur. “La mejor forma de hacer esto era enfrentar a las hormigas del Norte con las hormigas del Sur, contándoles que en el Sur sólo existían cigarras. Así, la UE comenzó a fragmentarse y el alemán medio odia al griego medio, el griego medio odia al alemán medio. No tardará el alemán medio en odiar al alemán medio y el griego medio en odiar al griego medio”.

¿Habrá gran distancia entre las opiniones de Varoufakis y su práctica política como dolorosamente ha ocurrido en tantas otras ocasiones (recuérdese a Hollande)? Considerando que Europa sufre una crisis creada por ella misma que está poniendo en peligro sesenta años de integración, el nuevo ministro ha escrito que nunca antes gente tan poderosa comprendió tan poco lo que la economía mundial necesitaba para recuperarse. Miraremos con lupa su acción a partir de ahora.

De Piketty a Varoufakis, los economistas son las nuevas estrellas del rock

La economía internacional era hasta hace poco una mezcla de coñazo y engorro incomprensible para la mayoría de los ciudadanos. ¿Y los economistas? Unos señores muy aburridos (como mínimo). Pero llegó 2015, el año en el que todo o nada podría cambiar para siempre, y ocurrió un pequeño milagro cultural: economistas convertidos en iconos pop.

Primero  vino a España Thomas Piketty, autor del ensayo fenómeno El capital en el siglo XXI (FCE, 2014), y se armó algo parecido a la beatlemanía. Piketty no fue perseguido por adolescentes, sino por medios de comunicación y políticos progresistas: Pablo Iglesias (Podemos) y Pedro Sánchez (PSOE) se disputaron los arrumacos dialécticos del economista francés, con Iglesias ganando la batalla a los puntos, entrevista en La Tuerka incluida (recuerden: Piketty ha pasado de defender la candidatura electoral del socialista Hollande a cargar contra el presidente francés por su falta de alternativas a la austeridad).

La economía internacional era hasta hace poco una mezcla de coñazo y engorro incomprensible para la mayoría de los ciudadanos. ¿Y los economistas? Unos señores muy aburridos (como mínimo). Pero llegó 2015, el año en el que todo o nada podría cambiar para siempre, y ocurrió un pequeño milagro cultural: economistas convertidos en iconos pop.

Primero  vino a España Thomas Piketty, autor del ensayo fenómeno El capital en el siglo XXI (FCE, 2014), y se armó algo parecido a la beatlemanía. Piketty no fue perseguido por adolescentes, sino por medios de comunicación y políticos progresistas: Pablo Iglesias (Podemos) y Pedro Sánchez (PSOE) se disputaron los arrumacos dialécticos del economista francés, con Iglesias ganando la batalla a los puntos, entrevista en La Tuerka incluida (recuerden: Piketty ha pasado de defender la candidatura electoral del socialista Hollande a cargar contra el presidente francés por su falta de alternativas a la austeridad).

El siguiente terremoto económico pop ha ocurrido esta semana con el triunfo de Syriza en Grecia y el nombramiento de una nuevo ministro de Finanzas para negociar (a cara de perro) con la Troika: Yanis Varoufakis, autor del ensayo El minotauro global (Capitán Swing, 2012) y una de las cabezas visibles del movimiento de economistas internacionales contra la austeridad. Desde hace unos días, como se pueden ustedes imaginar, hay tortas entre los medios de comunicación del planeta por entrevistar a Varoufakis. Y desde hace unos días las ventas de El minotauro global se han vuelto a disparar…

A vueltas con el capital

Así que tenemos a dos economistas con evoluciones parecidas: académico con ganas de influir en política publica ensayo (superventas internacional) que denuncia los excesos financieros (Piketty pone el foco en el aumento histórico de la desigualdad y Varoufakis en el austericidio) y se convierte en referente popular. 

Lo primero que habría que preguntarse es si todo este revuelo está justificado. Dato: se han vendido ya 1,5 millones de ejemplares en todo el mundo de El capital en el siglo XXI, todo un hito para un ensayo de macroeconomía. ¿Está el libro de Piketty a la altura de su leyenda? César Rendueles, autor de Sociofobia, responde a la cuestión tras leerse el voluminoso texto: “Bueno, sí y no. El trabajo empírico que ha hecho es muy importante, su análisis cuantitativo de las tendencias a largo plazo de la desigualdad es realmente impresionante. Por otro lado, me parece que a cualquier lector heterodoxo de ciencias sociales le suenan muchas de las tesis que Piketty deriva de ese análisis: las raíces políticas del crecimiento de la desigualdad, el ascenso de una élite de superasalariados, las limitaciones de las economías capitalistas para mantener altísimos niveles de crecimiento, los problemas de la sobreacumulación de capital… Al margen de sus indudables méritos, creo que su obra ha tenido tanto impacto porque ha sabido encontrar un lenguaje crítico capaz de interpelar a quienes se mueven en el mainstream económico”.
El siguiente interrogante tiene que ver con el significado cultural de que dos economistas como Piketty y Varoufakis se hayan puesto de moda. Rendueles despacha así la cuestión: “En ambos casos, más allá de las distintas perspectivas teóricas de Piketty y Varoufakis, su éxito es un síntoma del agotamiento conceptual de la economía académica dominante. La economía ortodoxa tiene una importantísima responsabilidad en la crisis que padecemos. Es una máquina de guerra al servicio de las élites que ha logrado disimular su alta graduación ideológica con un maquillaje matematiforme. Tanto Piketty como Varoufakis adoptan un enfoque científicamente muy riguroso pero en el que tienen prioridad las dimensiones históricas y políticas de los fenómenos que estudian”.

Vuelve el hombre

Al margen de lo que pueda pensar uno de sus ideas políticas y al margen también de su capacidad como negociador en Bruselas (algo que está por ver), pocos dudan del carisma de Yanis Varoufakis, que a ratos tiene más pinta de estrella del rock que de economista, un estatus alcanzado por una mezcla de factores: su lenguaje directo para denunciar los males económicos (toda una novedad en un campo dominado hasta hace poco por los tecnicismos incomprensibles), su aspecto de acabar de salir de un concierto y, claro, su discurso contra la austeridad (al alza en los últimos tiempos).
El siguiente interrogante tiene que ver con el significado cultural de que dos economistas como Piketty y Varoufakis se hayan puesto de moda. Rendueles despacha así la cuestión: “En ambos casos, más allá de las distintas perspectivas teóricas de Piketty y Varoufakis, su éxito es un síntoma del agotamiento conceptual de la economía académica dominante. La economía ortodoxa tiene una importantísima responsabilidad en la crisis que padecemos. Es una máquina de guerra al servicio de las élites que ha logrado disimular su alta graduación ideológica con un maquillaje matematiforme. Tanto Piketty como Varoufakis adoptan un enfoque científicamente muy riguroso pero en el que tienen prioridad las dimensiones históricas y políticas de los fenómenos que estudian”.

Vuelve el hombre

Al margen de lo que pueda pensar uno de sus ideas políticas y al margen también de su capacidad como negociador en Bruselas (algo que está por ver), pocos dudan del carisma de Yanis Varoufakis, que a ratos tiene más pinta de estrella del rock que de economista, un estatus alcanzado por una mezcla de factores: su lenguaje directo para denunciar los males económicos (toda una novedad en un campo dominado hasta hace poco por los tecnicismos incomprensibles), su aspecto de acabar de salir de un concierto y, claro, su discurso contra la austeridad (al alza en los últimos tiempos).
La primera tiene que ver con lo “influyente” de su discurso: “Hasta entonces la izquierda griega, como la del resto de Europa, vivía instalada en un euroescepticismo proveniente del Tratado de Maastrich. Cargado de tanta razón moral como poca eficacia económica, política y electoral. La influencia de Varoufakis fue fundamental para fijar una nueva posición respecto a la moneda común. Tras él, muchos economistas europeos defendieron el impago dentro del euro”, cuenta Arbide sobre cómo el cambio de rumbo de Syriza, de coquetear con la salida del euro a dar la batalla en Bruselas, llevó el debate sobre la deuda a la primera plana informativa y amenaza ahora con quebrar el rumbo de la austeridad.

¿Un pijo revolucionario?

La segunda causa tiene que ver con la frenética actividad de Varoufakis como ensayista y bloguero.

La tercera (ya en clave más interna y costumbrista) está relacionada con su posición social/visibilidad en la sociedad griega: “Su mujer, Danae Straou, es una conocida artista y profesora de una facultad de Bellas Artes. Es de buena familia y a sus exposiciones acuden señoras de la alta sociedad helena. Tienen una casa en Aegina, una isla cercana a Atenas, en la que se codean con buena parte de los bohemios de clase media/alta. Aquí casi todo el mundo conocía a Varoufakis, incluso gente que no sabe de economía”, explica Arbide. Al hilo de este último dato, un cínico podría pensar que Varoufakis es un pijo progre jugando a la revolución. Pero también se podría interpretar de un modo totalmente diferente: la clase es un sujeto político basado en alianzas entre estratos diferentes. En otras palabras: Varoufakis va en serio, Varoufakis quiere jarana. 

El cuarto factor que explicaría el carisma griego de Varoufakis es el más frívolo, si se quiere, pero es innegable y nos permite acabar el artículo con una metáfora: “Varoufakis está muy bueno, es un sex-symbol, algo que no abunda en la izquierda europea”, zanja Arbide. Y ahora viene la metáfora: la economía (antiausteridad) vuelve a ser sexy en Europa.

Griego moderno

Yanis Varoufakis ha conocido a mucha gente importante durante las últimas semanas, primero como candidato estrella de Syriza y después como rompedor ministro griego de Finanzas. Pero la persona que le ha impresionado de manera más honda no es ningún figurón de la política europea ni de la comunicación global, sino el bueno de Lambros Moustakis, un humilde compatriota vapuleado por la crisis: perdió su empleo en la recepción de un hotel, no pudo seguir pagando su piso de alquiler y terminó en la calle. Lambros, que hoy vende un periódico social y se aloja en un albergue para indigentes de Atenas, suele sacarse unos euros trabajando como intérprete para esos periodistas extranjeros que tratan de desentrañar la situación de Grecia, y fue así como llegó a presencia de Varoufakis, cuando acompañó a la redactora de un diario español a hacerle una entrevista.

Al final de la conversación, pidió permiso para dirigir unas palabras al hombre que, según todos los indicios, estaba a un paso de entrar en el Gobierno. «Le conté mi historia y él me escuchó atentamente -relata desde Atenas-. Me preguntó si quería algo y le dije que no estaba pidiendo casa, empleo ni dinero. Lo que quiero es que cumpla lo que está diciendo: que cuide lo social, para que los obreros puedan levantar cabeza, y que haga también algo por los jóvenes, porque terminan la Universidad y al día siguiente van a sacarse el pasaporte. El Gobierno anterior ha matado al país, ha asesinado su futuro». Varoufakis le cogió las manos y se echó a llorar, conmovido por esa exquisita suma de desventura y dignidad. Días más tarde, explicaba en su blog que las frases de Lambros iban a convertirse en el principio que guiaría su gestión: «Voy a pensar en estas palabras», prometió.

Ahora, mientras recorre Europa como un audaz Bruce Willis de la economía y se entrevista con las corbatas más poderosas de cada país, la referencia de Lambros no le vendrá nada mal a un hombre que ha confesado su miedo a convertirse en político. Incluso ha asegurado que tiene escrita ya su carta de renuncia y la guarda en el bolsillo de la chaqueta. Esa sensación de combatir una inercia que le llevaría a traicionarse a sí mismo no resulta nueva para él: «Mi punto más bajo -ha escrito- llegó en un aeropuerto. Algún grupo adinerado me había invitado a dar una charla sobre la crisis europea y había apoquinado una suma absurda para comprarme un billete de primera clase. Cuando volvía a casa, cansado y con varios vuelos encima, pasé junto a la larga cola de la clase económica para llegar a mi puerta. De repente me di cuenta, con considerable horror, de lo fácil que era para mi mente infectarse con la idea de que yo tenía el ‘derecho’ de adelantar a la plebe».

Sacerdocio siniestro

A sus 53 años, Varoufakis está ya acostumbrado a ser un ‘outsider’, un bicho rarillo, un tipo tozudo que se empeña en seguir su camino sin hacer lo que esperan de él. Para empezar, se describe como «economista accidental» y ha dedicado buena parte de su carrera a arremeter contra la ciencia económica tal como solemos entenderla: «Pertenecemos a un sacerdocio siniestro que suministra superstición levemente disfrazada y cubierta de matemáticas», ha resumido. A Varoufakis, hijo de una familia de clase alta, lo mandaron a estudiar a la universidad inglesa de Essex para protegerlo de posibles encontronazos con los paramilitares, un riesgo real en la Grecia de los 70. Se matriculó en Económicas, pero solo aguantó dos semanas aquella carrera «demoledoramente aburrida» y decidió pasarse a Matemáticas. Después, sí, se doctoró en Economía en la Universidad de Birmingham y se condenó con ello a seguir encuadrado en esta disciplina, aunque su especialización le haga sentirse como «un teólogo ateo instalado en un monasterio de la Edad Media».

Enseñó en las universidades de Essex, de East Anglia y de Cambridge, antes de saltar en 1988 a la de Sídney. Nada más llegar a Australia se hizo con un coche, neumáticos extra y latas de combustible y se introdujo en el desierto: llegó a un bar-gasolinera «en mitad de ninguna parte» y se encontró a una pareja de aborígenes bailando con un disco de la cantautora griega Areta, como un aviso simbólico y un poco absurdo de que, por muy lejos que se marchase, nunca se desprendería de sus orígenes. En 2000, regresó a su país y -tras cumplir tres meses de ese servicio militar que llevaba tantos años eludiendo- empezó a dar clases de economía política en la Universidad de Atenas. Se llevó de Australia la doble nacionalidad y una mujer a la que amaba: con ella tuvo a Xenia, su única hija, y juntos crearon un hogar que se quebraría en 2005. «Por razones que ahora reconozco como legítimas, su madre decidió llevarse a Xenia a Sídney y establecerse allí de forma permanente. Perder a Xenia me dejó en estado de shock», ha reconocido.

Meses después empezó su relación actual, con la conocida artista Danae Stratou, madre a su vez de dos hijos. Durante este periodo en Grecia asesoró brevemente al socialista Yorgos Papandréu, pese a no tener «ninguna confianza» en su partido, y se transformó en un personaje inesperadamente popular: Yanis Varoufakis fue uno de esos visionarios que supieron pronosticar la inminente crisis financiera, lo que él denominó «el tsunami», y a partir de ahí desplegó una actividad incansable a través de internet, los medios tradicionales -su inglés rico y florido, aunque con acento, le ha convertido en un habitual de las teles extranjeras- y sus propios libros. Al final, él mismo fue víctima de la debacle: los recortes obligaron a suprimir el programa de doctorado que había creado y «encogieron» su salario, a la vez que empezaba a recibir amenazas por su insistencia en exponer los escándalos de los banqueros griegos. En 2012 acabó mudándose a Estados Unidos junto a Danae. Allí se colocó de profesor en la Universidad de Texas y trabajó para la compañía de videojuegos Valve, como asesor sobre economías virtuales, pese a que no había tocado un juego de ordenador desde el vetusto ‘Space Invaders’.

En un Mini

Ahora, la pareja está de vuelta en Atenas, en su piso al pie de la Acrópolis, y Varoufakis se mueve por la capital en su moto Yamaha 1.300 y en un Mini. Poseen también una casa en la isla, bastante pija, de Aegina, un «santuario» donde salen a navegar en zódiac. De pronto, este «marxista informal y contradictorio» de cabeza rapada y camisa por fuera se ha convertido en un icono, no solo político sino también estético: en su país, cuenta incluso con exaltadas admiradoras adolescentes, a las que llaman ‘varoufitas’, y su actual gira por Europa -siempre en clase turista- está brindando el placer travieso de contrastarlo con sus interlocutores, que parecen ganar años y cubrirse de polvo al colocarse junto a este griego tan poco clásico. «Tiene una presencia dura e inusual, una estética alternativa que va a marcar moda en Europa. Imaginárselo junto a De Guindos es como un choque entre dos mundos», sonríe Aquiles Hekimoglou, analista político del semanario ‘To Vima’, que tiene su propia idea sobre las atribuciones reales del personaje: «Es más un dirigente de comunicación que un ministro de Finanzas. El verdadero faro de la economía es el vicepresidente, que no tiene cartera. A Varoufakis le corresponde un papel más simbólico».

¿Y qué opina Lambros, el traductor sin techo que tanto emocionó a Yanis Varoufakis? «Para mí ya ha hecho algo. Le miré a los ojos y él me miró a los míos, le hablé y él me escuchó. Se sensibilizó, le cayeron unas lágrimas, y la verdad es que me impresionó. Me parece importante, porque lo que los griegos queremos ahora mismo de los políticos es precisamente eso: que nos traten con respeto y con dignidad».

«Desgraciadamente, España ya es una nueva Grecia»

El Minotauro cretense era una figura mitológica con cuerpo de hombre y cabeza de toro encerrada en un laberinto construido por el Rey Minos. La bestia debía alimentarse con carne humana, y el rey se encargó de que fuera Atenas, cuyo rey Egeo había matado a su hijo, quien se encargara de complacer al monstruo y así pagar el tributo por el asesinato. Se estableció una especie de Pax Cretense mediante la cual Creta se convirtió en el máximo poder económico y político de la zona. Atenas pagaba con carnes jóvenes, el Minotauro engullía y la isla mediterránea satisfacía sus ansias hegemónicas. Hasta que el monstruo fue aniquilado por Teseo y Atenas recuperó su poder. Esta metáfora es la que ha utilizado el economista greco-australiano y profesor de Política Económica en la Universidad de Atenas Yanis Varoufakis para explicar el crash de 2008 y la actual crisis sistémica en su reciente ensayo El Minotauro Global (Capitán Swing). Según explica, fue EE.UU. a partir de 1971 quien comenzó a crear esta bestia a partir del aumento de su déficit mediante las importaciones a países como Alemania y Japón, los cuales devolvían sus beneficios a Wall Street a través de los impuestos. Este círculo se rompió cuando las pirámides de dinero privado que Wall Street había creado sin ningún tipo de regulación con estos ingresos se vinieron abajo. El Minotauro estalló y sus tripas salpicaron a todos los que habían vivido de él y con él. En esta entrevista, realizada mediante correo electrónico, Varoufakis aborda su teoría, señala a los causantes del desastre, habla de los casos de Grecia y España, de la muerte de la socialdemocracia y ofrece una solución para estos países: “Tener un gobierno que diga NO a los vacuos acuerdos que Europa le está obligando a firmar”.

Paula Corroto: ¿Cuáles son los orígenes de la teoría de El Minotauro Global?

Yanis Varoufakis: Durante muchos años trabajé en un intento de explicar la manera en la que EE.UU. consiguió hacer algo verdaderamente extraordinario: ser el primer “imperio” que extiende su autoridad e incrementa su hegemonía basándose en el aumento de sus déficits. Mi amigo y colega Joseph Halevi intentó dilucidar ese mecanismo de reciclaje de excedentes que se había asumido desde el sistema de Bretton Wood  sin ningún tipo de acuerdo internacional. Este mecanismo estaba basado en un incesante flujo de impuestos por parte del resto del mundo al hegemónico EE.UU., y a mí se me ocurrió que eso era una especie de Minotauro Global: los  déficits de EE.UU. jugaban el papel de la bestia y el resto del mundo el de los atenienses que tenían que dar de comer a la bestia para obtener crecimiento y estabilidad.

PC: Efectivamente, como usted expone en el libro, todo comenzó en 1971 cuando EE.UU. decidió incrementar sus déficits y convertirse en una especie de “aspiradora” de los excedentes de Europa. La cuestión es ¿por qué nadie paró esta acción? ¿Por qué nadie se dio cuenta de que con esta fórmula el sistema podría resquebrajarse?

YV: No hubo nadie con poder para pararlo ni tampoco hubo nadie que tuviera interés en pararlo. El capital industrial alemán y japonés estaba demasiado contento en ver cómo florecía la demanda de sus productos manufacturados. Los gobiernos de los países excedentarios de Europa y Asia se beneficiaban del crecimiento de sus multinacionales. Los bancos y los estados de las áreas deficitarias de Europa, como Grecia, España e Irlanda, veían cómo recibían una mayor afluencia de capital procedente de Wall Street y la ‘City’ de Londres, un dinero que además estaba procurando unos altos rendimientos en aquellas regiones que hasta entonces estaban menos financiadas. Por tanto, lo que parecía es que no existía la posibilidad de inestabilidad, sobre todo en aquellas regiones que se estaban beneficiando inmensamente de la financiación [de Wall Street]. Era una época de “cero riesgo permanente”. Esto es lo más interesante y destructivo del Reinado del Minotauro Global: se estaba cultivando una enorme crisis, y sin embargo, las élites estaban absolutamente convencidas de que una gran crisis era algo imposible.

PC: Su teoría se acerca a otras como Cleptopía, de Matt Taibbi, que habla de “las burbujas y los vampiros financieros en la era de la estafa”. Suena como si todos nosotros nos hubiéramos despertado de repente y comprobáramos que nos han robado, que nos han asesinado. Es decir, no parece un fallo del sistema, sino un crimen organizado.

YV: El sello de esta gran tragedia, como ocurre en las obras de Sófocles y Shakespeare, es que los protagonistas no son necesariamente malas personas. Cada uno hace lo que piensa que es correcto o lo que en ese momento tiene que hacer. Solamente cuando la catástrofe les golpea es cuando se dan cuenta de que están envueltos en una dinámica que sólo les puede conducir al desastre. E incluso cuando ellos lo reconocen, cada intento de escapar de la tragedia solo provoca que se vean aún más inmersos en ella.

 

PC: En su libro podemos observar la incompetencia de los economistas (“¿Por qué nadie se dio cuenta de la Crisis?”, llegó a preguntar la reina de Inglaterra, según usted recuerda), la perversidad y la codicia. ¿Es el dinero una máquina del Mal por sí mismo?

YV: No fue solo mera incompetencia. Fue mucho, mucho peor que eso. En la época en la que el Minotauro Global estaba absorbiendo todo el mundo capitalista, en los inicios de los años setenta, los economistas comenzaron a lobotomizarse a sí mismos, dejando de hacerse las preguntas pertinentes y rechazando aquellos modelos matemáticos que analizaban fenómenos de la vida real como el desempleo involuntario, las implosiones del sector financiero y la recesión causada por una demanda inefectiva. La carrera de los economistas se hizo dependiente de “aquellos modelos matemáticos” que les iban bien.  Modelos que no poseían ningún tipo de probabilidad acerca de que se produjera una crisis y que estaban perfectamente adaptados a las necesidades de aquellos financieros que se beneficiaban inmensamente de ellos. Es decir, si no había posibilidad de crisis, tampoco habría una contracción del crédito. En resumen, para contestar a su pregunta más directamente, los economistas fueron captados por el Minotauro Global, la mayoría inconscientemente. Ellos se convirtieron sin darse cuenta en las leales doncellas de la Bestia.

PC: Usted explica una interesante teoría del círculo vicioso que ha provocado las consecuencias actuales: primero, el autocontrol, después llega el éxito, en tercer lugar, la codicia, y por último, la pérdida del autocontrol. ¿Cómo podemos escapar de este círculo?

YV: La única forma para que el “casi poder infinito” pueda ser forzado a un ejercicio de restricción es forzarlo a un escrutinio democrático. Durante la era de Bretton Woods, que yo defino como la era del Plan Global, los poderes de Washington sentían que ellos podrían dirigir el mundo sin tener que dar cuenta a nadie de ello. Después, durante la era del Minotauro Global fue el sector financiero el que tuvo la misma sensación. Y ahora es cuando estamos sufriendo los resultados. Por tanto, para escapar del círculo, el control democrático es una condición sine qua non.

PC: En su libro defiende las teorías de Keynes. Explica que fue un economista imaginativo y creativo. Ahora parece que se ha perdido toda imaginación en la economía. Quizá deberíamos recuperarla.

YV: Y también a Marx, Robinson, Kalecki, Sweezy, Galbraith, incluso Hayek. Como expliqué antes, la profesión económica tiró por la borda a sus mejores pensadores. Los estudiantes de Economía y los políticos fueron entrenados por libros de texto que les enseñaron fórmulas matemáticas idiotas, creando así una generación económicamente iletrada y socialmente desastrosa.

PC: Usted escribe que la crisis no es sólo económica, sino también política y social. ¿Y no deberíamos llamarla también “moral”?

YV: Lo que yo digo es que esto no es una crisis de la deuda. La deuda es meramente un síntoma de una crisis mucho más profunda y sistémica, y por tanto, como todas las crisis serias, tiene diferentes facetas que se manifiestan en la política, por ejemplo, con los nazis en el parlamento griego, las finanzas, por ejemplo, la debacle bancaria, y en términos de conducta moral, por ejemplo, cómo los gobiernos socialdemócratas atacan a los miembros más débiles de la sociedad en beneficio de los banqueros.

PC: El Minotauro Global pensaba que el mercado podría sobrevivir solo, sin ningún tipo de regulación. Ahora nos hemos dado cuenta de que no funciona así. ¿Sería necesaria una economía planificada? ¿Sería la solución?

YV: Una de las grandes falacias de nuestra era es que ninguna economía puede existir sin el Estado, sin un grado de planificación. Mire a los Estados Unidos. Supuestamente es la mayor economía de libre mercado del planeta, y aún así, es una economía muy planificada. Sin la estructura militar-industrial por un lado, y sin la gran escala de administraciones reguladas en la otra, la economía de EE.UU. colapsaría mañana. En términos generales, la era dorada del capitalismo se produjo después de la II Guerra Mundial porque Washington planificó meticulosamente la economía del mundo capitalista. Por tanto, la cuestión no es si la solución es una economía planificada. La cuestión es qué tipo de plan es el que hay que implementar, por quién debe ser implementado, para qué tipo de beneficios y con qué efectos. Actualmente, el sector bancario está ampliamente planificado y está completamente a expensas de las transferencias y las operaciones del banco central. La planificación es, por tanto, una fórmula para apoyar a los bancos y que los banqueros mantengan sus beneficios. Y en vez de eso, lo que hay que hacer es una replanificación del mercado laboral para que el trabajo sea revalorizado y el poder se desplace de lo que yo llamo hoy la Bancarrotacracia hacia la sociedad.

PC: Usted trabajó como asesor económico del expresidente Yorgos Papandreu, del PASOK, entre 2004 y 2006. ¿Nadie se dio cuenta en el gobierno griego de esa época que la crisis podría llegar? ¿Nadie hizo ningún comentario en ningún momento?

YV: No, ellos no lo vieron y más aún, no querían siquiera oír hablar de ello. Los socialdemócratas de toda Europa, es más, de todo el mundo, habían llegado a la catastrófica conclusión de que el capitalismo había sido dominado, controlado, que la crisis era cosa del pasado, y que los intereses de la sociedad se cubrían mejor si la magia del capitalismo no se cuestionaba nunca. Esta es, si quieres, la razón principal por la cual esta crisis ha acabado con la socialdemocracia europea.

PC: ¿Por qué cree usted que ha aumentado el número de votos para la extrema derecha griega (Amanecer Dorado)? Recuerda a la Alemania de los años treinta…

YV: Es una de las repercusiones inevitables de la cadena de reacciones que comienza cuando Wall Street colapsa, se produce una recesión económica masiva, hay un sistema político que intenta desplazar los costes de la crisis de los hombros de aquellos que la causaron hacia los hombros de los trabajadores, los débiles y los defenestrados, una sociedad que pierde su fe en el sistema democrático y finalmente el huevo de la serpiente que comienza a romper su cascarón y del cual comienzan a expandirse pequeñas serpientes nazis por todas partes.

PC: ¿Cuál es la solución para Grecia? Hay noticias que informan de que este invierno habrá problemas con la calefacción para muchos ciudadanos.

YV: Sí, ahora abundan la depresión, la pobreza y las carencias de todo tipo. La única solución para Grecia es tener un gobierno que diga NO  a los vacuos acuerdos que Europa le está obligando a firmar. Simplemente decir NO y aguantar mientras el resto de nuestros líderes europeos caen en cada intento de encontrar una alternativa, una solución real en lugar de esta estrategia actual de hundir a toda una nación.

PC: En Atenas ha habido numerosas protestas y manifestaciones, pero parece que no se produce ningún cambio. ¿La acción civil no funciona? ¿Es necesario un mayor uso de la violencia por parte de la ciudadanía?

YV: No. La violencia solo engendra violencia y eso únicamente beneficia a la extrema derecha y a esos segmentos de la política que sólo quieren aterrorizar a la sociedad. Lo que necesitamos son enormes protestas europeas, en España, Italia, pero también en Alemania y Holanda, que digan que todos ahora somos griegos. Incluso si esto no parece que sea así ahora, es sólo una cuestión de tiempo antes de que europeos del norte, del sur, del oeste y del este se den cuenta de que todos ellos se han convertido en griegos.

PC: Por otra parte, hay personas que dicen que los ciudadanos son los responsables de endeudarse. ¿Esto no es una perversión?

YV: Eso es solo una media verdad que se convierte en algo perverso cuando es repetido hasta la náusea. Cada préstamo, como el tango, requiere de dos sujetos. Existe la responsabilidad del deudor, pero también del prestamista de asegurarse que ese préstamo es viable. Y cuando deja de ser viable, es absurdo, cruel y estúpido imaginar que la responsabilidad recae en el deudor. Especialmente cuando la gran mayoría de los préstamos se originaron durante la era de un prestamismo depredador.

PC: ¿Cuáles son las soluciones que usted propone para la crisis y por qué no se llevan a cabo?

YV: Junto a Stuart Holland hemos elaborado lo que llamamos “Una Modesta Propuesta para la Resolución de la Crisis del Euro”. Su gran mérito es que atacaría a la crisis desde tres facetas de forma simultánea: la deuda, las pérdidas bancarias y la recesión. Y además sin la necesidad de modificaciones en los tratados. ¿Por qué estas soluciones racionales no están siendo adoptadas? Creo que hay una combinación de dos razones: por un lado, los países con excedentes necesitan cambiar su comportamiento, un cambio de mentalidad que les permitiera ver que la crisis no se debe a que a los griegos y a los españoles se les ha prestado demasiado (estas deudas son un síntoma, no la causa de un problema). Y, por otro lado, los países con excedentes reniegan de adoptar cambios políticos que les hiciera a ellos imposible escapar (si quisieran) de la Eurozona. Así, mientras que ellos no quieren escapar, al mismo tiempo no dan la opción de hacerlo, ya que eso significaría disminuir su enorme poder dentro de Europa. Y así es como la crisis sigue y sigue y sigue.

PC: Por cierto, acaba de ponerse en marcha una Unión Bancaria dentro de la Unión Europea. ¿Qué le parece esta medida?

YV: ¡Sería grandioso! Sin embargo, desgraciadamente, Europa está adoptando un lenguaje de “unión bancaría” que en realidad rechaza su verdadera sustancia. El objetivo de la unión bancaria debería ser recapitalizar directamente aquellos bancos que tienen una oportunidad de ser rescatados (por ejemplo, otorgar fondos desde el Mecanismo Europeo de Estabilidad, MEDE, sin que estos lleguen a formar parte de la deuda nacional). No obstante, Alemania ha insistido en que esto no será así. Por tanto, esto de la “unión bancaria” se ha convertido en una especie de ejercicio académico que permite a Europa hablar en términos de “unión” y “bancaria”, pero sin ningún tipo de efecto de “unión bancaria” genuina. Es otra cortina de humo para tapar la imbecilidad  de la Unión Europea.

PC: Usted critica mucho a Alemania en su libro. En España también hay voces bastante críticas con la política económica alemana. ¿Podría esto llevar a una especie de sentimiento xenófobo hacia los alemanes?

YV: Este sentimiento ya existe. Y es una tragedia porque la mayoría de los ciudadanos alemanes también está sufriendo la política enfermiza de su gobierno.

 

PC: ¿Cree que Alemania cambiará su política económica?

YV: No, me temo que no.

PC: En el caso de España, nosotros no teníamos un déficit muy alto en 2008 como Grecia, pero entonces todo explotó. ¿Qué ocurrió?

YV: Toda la periferia ha padecido la misma experiencia: primero un gran flujo de capital llegó a estos países creando burbujas gigantescas. En Grecia se infló la deuda pública cuando el gobierno empezó a prestar a los constructores, quienes comenzaron construir carísimas autopistas, puentes, extensiones del metro… En España e Irlanda, el capital fluyó directamente a los bancos, quienes se lo prestaron  al mismo tipo de constructores para construir casas caras. Cuando el sector financiero colapsó en 2008, el capital que había inundado nuestros países o se convirtió en cenizas, o se escapó a Fráncfort, Londres o Nueva York. Y así, la burbuja explotó. En Grecia, el Estado, (que es el que había prestado el dinero directamente) se fue a la bancarrota. En Irlanda y España fueron los constructores los que explotaron primero, después los bancos que habían prestado el dinero y por último, el gobierno, que tenía que rescatar a los bancos. Por tanto, al final, no hay tanta diferencia entre países como Grecia y España, incluso a pesar de que el nivel de deuda pública que tenía España antes de la crisis fuera muy bajo. Lo que ocurre es una deuda total. Cuando es a largo plazo y fundada por afluencia de capital de los centros financieros, entonces una crisis en los centros financieros producirá un rápido crash y un rápido aumento de la deuda pública en la periferia.

PC: ¿Cree que España será una nueva Grecia?

YV: Ya lo es. Desgraciadamente.

PC: En España gobierna la derecha con el Partido Popular, que está poniendo en marcha medidas de austeridad. También se observa otro problema y es que los ciudadanos tampoco ven a los socialdemócratas como solución.

YV: Como he indicado antes, la socialdemocracia está muerta. La crisis acabó con ella, porque, antes de la crisis, los socialdemócratas (como el PSOE, el PASOK o el Partido Laborista Británico) abandonaron su tradicional agenda de cobrar impuestos al capital industrial para cubrir con fondos el Estado del Bienestar, y por el contrario, adoptaron una nueva estrategia de revestirlo todo con capital financiero, permitiéndole a este hacer todo lo que le complaciera, con la esperanza de que este tipo de capital continuara produciendo trillones, de los cuales los socialdemócratas conseguirían una pequeña suma para cubrir el Estado del Bienestar. En este sentido, los partidos socialdemócratas se convirtieron en los perritos falderos de los banqueros. Cuando en 2008 los bancos estallaron, los socialdemócratas fueron acorralados por los banqueros para conseguir que el coste del rescate de los bancos fuera sufragado por los trabajadores y los miembros más débiles de la sociedad. Por tanto, fue inevitable que poco después la sociedad diera la espalda a la socialdemocracia. Y esta negativa es que la ha determinado la muerte de la socialdemocracia.

PC: Por cierto, ¿qué está consiguiendo Syriza en Grecia?

YV: Syriza está teniendo dificultades para madurar. Para pasar de ser un partido de oposición y protesta, con el 4% de votos, a un partido de gobierno. Es más, Syrizia está particularmente preocupada de que si el Gobierno cae en su regazo en un tiempo en el que el Estado habrá perdido todos sus grados de libertad, el partido obtenga ese gobierno, pero no pueda hacer nada.

PC: Su teoría parte de una metáfora de la mitología griega. ¿En qué tragedia clásica nos hallamos ahora?

YV: Mi preocupación es que no estamos ante una tragedia clásica. Las tragedias terminan con una catarsis, pero las desgracias no. Europa está actualmente inmersa en una desgracia cuya catarsis no se ve por ningún lado.

PC: Para terminar, a pesar de la desgracia, ¿tenemos razones para ser optimistas con el futuro?

YV: Como un amigo mío solía decir, tenemos un deber moral para albergar una esperanza infinita y abundantes opiniones (sobre todas las cosas).

 

 

 

“¿La vida que nos espera? Brutal, desagradable y corta”

“El Minotauro es una trágica figura mitológica. Su historia está repleta de codicia, castigo divino, venganza y mucho sufrimiento. Es también símbolo de una manera particular de equilibrio entre lo político y lo económico y su muerte supuso el nacimiento de una nueva era”. Con estas palabras, el economista greco-australiano Yanis Varoufakis (profesor en las universidades de Texas y Atenas y asesor de Syriza) traza una correspondencia entre el animal mitológico que exigía periódicos sacrificios humanos para garantizar la paz, y la situación económica de nuestro siglo, tejida a partir del sacrificio de sumas increíbles de capital a las exigencias de Wall Street. Para Varoufakis, el papel de la bestia lo ha desempeñado el doble déficit de América y el tributo asumió la forma de la afluencia de productos y capitales.

Esta tesis es recogida en El Minotauro global (Capitán Swing), un texto que le ha granjeado grandes elogios de diarios como The Guardian y semanales como The Economist, que lo ha encumbrado a su lista de lo mejor del año. En él, se ofrece una relectura de las causas de la crisis y de los escenarios en que nos sumergimos en la postcrisis. Sobre ambos aspectos conversa Varoufakis con El Confidencial.

En su libro afirma que antes de la crisis, Wall Street creció mucho, a menudo en detrimento del sector productivo.  ¿Vamos a ver crecer la industria a partir de ahora, o más al contrario, se seguirá apostando por el sector financiero como vía principal de generación de beneficios?

 

El crecimiento rápido y no regulado se construyó sobre las espaldas de la burbuja del sector financiero. El crédito se expandió rápidamente, cada vez se realizaron apuestas más arriesgadas y una parte de éstas se canalizaron hacia inversiones productivas en la industria (en la economía real, como suele decirse). Entonces estalló la burbuja, la liquidez desapareció y la economía real entró en el círculo vicioso de tener que pagar las deudas insostenibles a través de una austeridad que hace que la inversión vuelva a caer en picado, que la ratio deuda/ingresos permanezca prohibitivamente alta y que, por desgracia, el crecimiento se vuelva negativo. En este sentido, la respuesta a su pregunta es desoladora. No, no hay ninguna garantía de que la industria vaya a crecer ahora más rápido que el sector financiero. De hecho, todo lo contrario. Dado que los gobiernos y los bancos centrales están financiando a los bancos para reflotar el sector financiero, éste se encuentra en proceso de recuperación y vuelve a crecer, mientras que la economía real no deja de reducirse. Especialmente en la periferia de la zona euro, donde la imposibilidad de la devaluación, junto con la carga desproporcionada del ajuste que cae sobre los países deficitarios, garantiza una depresión. Esto es precisamente lo que se quiere decirse con la trampa de crecimiento negativo y el elevado endeudamiento. Es un fenómeno que se dio por primera vez en la década de 1930, y del que Europa no parece haber aprendido casi nada.

 

¿Cuál ha sido el papel desempeñado por los economistas en esta crisis? ¿Son una especie de nuevos sacerdotes?

 

La economía, como disciplina, es una paradoja envuelta en una contradicción. Cuanto más irrelevantes son sus modelos, mayor es el éxito discursivo de la profesión y mayor poder social consigue. Desde la década de 1970, los departamentos de economía fueron tomados por gente de mirada muy estrecha que abogaba por fórmulas perfectas de resolución de los modelos matemáticos de la economía, finanzas incluidas. Sin embargo, para perfeccionar los modelos matemáticos, los economistas tuvieron que imponer (a menudo sin especificar) suposiciones ocultas que alejaban radicalmente sus modelos del capitalismo realmente existente. A pesar de ello, estos modelos matemáticos fueron muy utilizados por los financieros y políticos para proporcionar un barniz de respetabilidad a sus políticas y a sus operaciones de derivados (en tanto los modelos efectivamente asumidos afirmaban que el capitalismo financiero era inmune a la crisis). Así, los economistas se hicieron muy populares (y consiguieron buenas recompensas del sector financiero y de los gobiernos neoliberales) por haber producido modelos que eran, por su diseño, irrelevantes. Por eso me refiero a la economía como una gran contradicción y como un fracaso muy peculiar: es la única disciplina cuyo poder es proporcional a su fracaso teórico para iluminar el capitalismo. Y sí, es una especie de sacerdocio, en el sentido de que a los jóvenes graduados les va bien en la profesión en la medida en que aprenden a configurar y solucionar estos modelos matemáticos de forma ritual, aceptando en ese proceso que nunca tendrán nada útil que decir sobre el mundo real.

 

Los políticos están avisando, y el otro día lo hacía la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, de que un problema económico de EE.UU. afectaría seriamente a todo el mundo. ¿El flujo de dinero hacia Wall Street debe seguir llegando y las instituciones internacionales van a hacer todo lo posible para que así sea?

 

Las élites políticas ya han conseguido eso. Wall Street, la City de Londres y Frankfurt, una vez más, se han inundado de dinero. La tragedia es que, a diferencia de lo que ocurría en la era pre-2008, este capital está fallando a la hora de impulsar la inversión y la demanda de los consumidores. Así, la crisis de la economía real perseverará.

 

¿Hay un margen de maniobra posible para los gobiernos nacionales? ¿Se pueden hacer políticas que no gusten a los bancos y a los fondos de inversión?

 

No nuestros gobiernos, y no dentro de la zona euro. Una vez que nuestros estados se declararon en quiebra, después de que la crisis extendiera sus alas sobre la zona euro, las políticas nacionales de inversión están severamente restringidas. Lo que ahora hay que hacer es centrarse en dar forma a una estrategia de inversiones progresiva y racional en el ámbito europeo. El Banco Europeo de Inversiones y el Fondo Europeo de Inversiones deben desempeñar un papel importante en este sentido y España debería convertirse en uno de los pilares en el crecimiento y en el desarrollo europeos.

 

¿Por qué hubo tanto consenso a la hora de aplicar las políticas económicas que nos llevaron a la crisis? ¿Y por qué nadie se opuso firmemente a ellas?

 

Mientras que con este proceso de financiarización se iban acumulando pirámides increíbles de dinero tóxico, era casi imposible que nuestras voces se oyesen por encima del estruendo que hacía toda esa fabricación de dinero privado. Los que se opusieron fueron silenciados. Hizo falta la catástrofe de 2008 para que se diera una oportunidad a la voz de la razón.

 

¿Por qué, después de la crisis, los gobiernos siguen haciendo políticas económicas similares a las que hacían antes de 2008?

 

Porque han sido cooptados por lo que yo llamo Bancarruptocracia, un nuevo régimen que emergió después de 2008, cuando el poder para explotar los excedentes de la sociedad se puso en manos de los banqueros en quiebra, y además, en una proporción directa al agujero negro que tienen en sus bancos.

 

 

 

¿Cuál será el futuro a medio plazo de Grecia en el contexto de la crisis de la deuda soberana? ¿Y el futuro de España? ¿Qué clase de vida espera a los ciudadanos del sur de Europa?

 

Me siento tentado a responder con la expresión de Thomas Hobbes, según la cual nuestra vida será “brutal, desagradable y corta”. Aunque la verdad es que no será corta; será simplemente brutal y desagradable, como el círculo vicioso de recesión-austeridad-deuda-más austeridad-más depresión en el que se desarrolla. A menos que nuestros gobiernos hagan lo único que pueden hacer: levantarse en alguna cumbre de la UE y simplemente decir “¡No!” a nuestros socios del norte.

 

Sin crecimiento en China, no se habría producido crecimiento en América del Sur o África. ¿Cuál va a ser el papel de China a partir de ahora?

 

El crecimiento chino no es sostenible sin una recuperación en los Estados Unidos que, a su vez, dependen en gran medida de la recuperación europea. Al mismo tiempo, América Latina, África del Sur y el crecimiento de la India se basan enteramente en el crecimiento chino. Esta es la razón por la que la tontería de Europa, que ha creado una recesión innecesaria y evitable por completo en la zona euro, es tan perjudicial para el bienestar del planeta.

 

Afirma que la crisis es el laboratorio de la historia, pero que la conformidad es su principal fuerza motriz. A pesar de todo lo que ha ocurrido, no parecen verse muchos signos de cambio, todos parecemos muy conformes…

 

Veo un (bienvenido) cambio de corazón y de mente en el Fondo Monetario Internacional y una nueva orientación en el Tesoro de EE.UU. Pero no ha surgido nada, hasta ahora, que pueda señalar un giro decisivo.

 

 

 

Una nube de estupidez

Una nube de estupidez similar cubre los debates oficiales posteriores al crash [de 2008] en Europa. Si un visitante extraterrestre leyese la prensa europea seria llegaría a la conclusión de que la crisis europea se produjo porque unos cuantos Estados periféricos pidieron prestado y se gastaron demasiado dinero. Porque la pequeña Grecia, la engreída Irlanda y los lánguidos ibéricos intentaron vivir por encima de sus posibilidades haciendo que sus gobiernos se endeudasen para financiar unos noveles de vida muy por encima de lo que sus esfuerzos productivos podían soportar. Dejando a un lado la ironía de esta acusación, especialmente cuando viene de los financieros estadounidenses (cuya dependencia del Minotauro durante el período anterior a 2008 pondría en ridículo los intentos de cualquier otra persona por vivir del capital ajeno), el problema con este tipo de narración es que sencillamente no es cierta. Mientras que Grecia, efectivamente, tenía un gran déficit, Irlanda era todo un dechado de virtudes fiscales, España tenía incluso superavit cuando llegó el crash de 2008, y Portugal no tenía resultados peores que Alemania en cuanto a su déficit y su deuda. ¿Pero a quién le importa la verdad cuando las mentiras son mucho más entretenidas, por no decir útiles para quienes están desesperados por desviar la atención del centro real de la Crisis, el sector bancario?

(…)

Si acaso, el proceso darviniano ha dado un giro de 180º. Cuanto mayor es el fracaso de una organización privada, y cuanto más catastróficas son sus pérdidas, mayor es su consiguiente poder, por cortesía de la financiación del contribuyente.

El Minotauro global, de Yanis Varoufakis; traducción de Carlos Valdés y Celia Recarey para Capitán Swing Libros.

Este es un buen libro donde se explican, sin detenerse demasiado en los aspectos técnicos o teóricos, los motivos por los que la economía del siglo XX ha devenido en el crash económico (y social) de 2008.

En cierta manera es como estar leyendo cómo se producen los incendios sentado entre las llamas.

Porque lo que nos viene a decir Varoufakis es que no hay solución: El sistema dejará que todo arda y se consuma mientras los contribuyentes siguen pagando sus delirios económicos.

Es decir, SÍ hay solución. Pero esa solución supone imponer una serie de restricciones y prohibiciones financieras, a los bancos, a las entidades financieras y especuladoras, que no están dispuestos ni a aceptar ni a aplicar.

Y esta es una pregunta para economistas (que seguramente estarán más ocupados en idear nuevos métodos de ganar dinero inexistente que en leer un blog perdido en el ciberespacio en el que se habla de libros) porque en el fondo NO LOGRO ENTENDER como es posible que se mantenga un sistema financiero y económico sustentado en falacias, posibilidades, futuribles y apuestas.

No lo entiendo, en serio. Y lo poco que logro entender me parece que está impregnado de una perversidad  inhumana.

 

El Minotauro global

El momento 2008

Nada nos humaniza tanto como la aporía, ese estado de intensa perplejidad en el que nos encontramos cuando nuestras certezas se hacen añicos; cuando, de repente, quedamos atrapadas en un punto muerto, sin poder explicar lo que ven nuestros ojos, lo que tocan nuestros dedos, lo que oyen nuestros oídos. En esos raros momentos, mientras nuestra razón se esfuerza con valentía para comprender lo que registran nuestros sentidos, nuestra aporía nos humilla y prepara a la mente bien dispuesta para verdades antes insoportables. Y cuando la aporía despliega su red para prender a toda la humanidad, sabemos que estamos en un momento muy especial de la historia. Septiembre de 2008 fue uno de esos momentos.

El mundo acababa de quedarse pasmado de una manera no vista desde 1929. Las certezas que nos había costado décadas de condicionamiento reconocer desaparecieron, todas de golpe, junto con 40 billones de dólares de activos en todo el globo, 14 billones de dólares de riqueza doméstica sólo en Estados Unidos, 700.000 puestos de trabajo mensuales en Estados Unidos, incontables viviendas embargadas en todas partes… La lista es casi tan larga como inimaginables las cifras que hay en ella.

 

La aporía colectiva se vio intensificada por la respuesta de los gobiernos que, hasta aquel instante, se habían aferrado tenazmente al conservadurismo fiscal como quizá la última ideología de masas superviviente del siglo XX: empezaron a inyectar billones de dólares, euros, yenes, etc., en un sistema financiero que, hasta pocos meses antes, había vivido una racha magnífica, acumulando fabulosos beneficios y manifestando, provocador, que había encontrado la olla de oro al final de un arco iris globalizado. Y cuando esa respuesta resultó demasiado floja, nuestros jefes de estado y primeros ministros, hombres y mujeres con impecables credenciales antiestatales y neoliberales, se embarcaron en una juerga de nacionalizaciones de bancos, compañías de seguros y fabricantes de automóviles que haría palidecer hasta las hazañas del Lenin posterior a 1917.

 

A diferencia de crisis previas, como la del pinchazo de la burbuja puntocom en 2001, la recesión de 1991, el Lunes Negro (3), la debacle latinoamericana de los ochenta, el deslizamiento del Tercer Mundo en la atroz trampa de la deuda o incluso la devastadora depresión de principios de los ochenta en Gran Bretaña y partes de Estados Unidos, esta crisis no estaba limitada a una geografía específica, una determinada clase social o a sectores particulares. Todas las crisis anteriores a 2008 eran, en cierto modo, localizadas.

 

Sus víctimas a largo plazo apenas habían tenido importancia alguna para los poderes fácticos y cuando (como en el caso del Lunes Negro, el fiasco del fondo de inversiones Long-Term Capital Management [LTCM] de 1998 o la burbuja de las puntocom dos años después) fueron los poderosos quienes sintieron la sacudida, las autoridades se las habían arreglado para acudir al rescate rápida y eficazmente.

 

En contraste, el crash de 2008 tuvo efectos devastadores tanto globalmente como en el corazón del neoliberalismo. Es más, sus efectos estarán con nosotras por un largo, largo tiempo. En Gran Bretaña, fue probablemente la primera crisis de la que se tenga memoria que ha golpeado realmente las regiones más ricas del sur. En Estados Unidos, aunque la crisis de las hipotecas subprime empezara en los rincones menos prósperos de aquella gran tierra, se extendió a cada recoveco y esquina de las privilegiadas clases medias, sus comunidades cercadas, sus frondosos barrios residenciales, las universidades de la Ivy League (4) donde se congregan los pudientes, haciendo cola por mejores papeles socioeconómicos.

 

En Europa, el continente entero retumba con una crisis que se niega a marcharse y que amenaza ilusiones europeas que habían conseguido mantenerse intactas durante seis décadas. Los flujos de migración se invirtieron, a medida que trabajadores polacos e irlandeses abandonaban Dublín y Londres por igual para irse a Varsovia y Melbourne. Hasta China, que se libró estupendamente de la recesión con una saludable tasa de crecimiento en tiempos de contracción global, está en apuros por la caída de su cuota de consumo en los ingresos totales y su fuerte dependencia de los proyectos de inversión estatal que están alimentando una preocupante burbuja, dos presagios que no auguran nada bueno en una época en que se cuestiona la capacidad del resto del mundo a largo plazo para absorber los excedentes comerciales del país.

 

Para mayor aporía general, las altas esferas dieron a conocer que también ellas habían dejado de comprender los nuevos giros de la realidad. En octubre de 2008, Alan Greenspan, antiguo presidente de la Reserva Federal (la Fed) y considerado el Merlín de nuestros tiempos, confesó haber descubierto «un defecto en el modelo que yo consideraba la estructura funcional crítica que define el funcionamiento del mundo». (5)

 

Dos meses después, Larry Summers, anteriormente secretario del Tesoro del presidente Clinton y, en aquel momento, asesor jefe en economía (director del Consejo Económico Nacional) del presidente electo Obama, dijo que «[e]n esta crisis, hacer demasiado poco supone una mayor amenaza que hacer demasiado…». Cuando el Gran Mago confiesa haber basado toda su magia en un modelo defectuoso de cómo funciona el mundo y el decano de los asesores económicos presidenciales propone abandonar toda precaución, el público «lo pilla»: nuestro barco está surcando aguas traicioneras e inexploradas, su tripulación no tiene ni idea, su patrón está aterrado.

 

De esta manera entramos en un estado de tangible aporía compartida. Una ansiosa incredulidad reemplazó a la indolencia intelectual. Las autoridades parecían privadas de autoridad. Las políticas, era evidente, se estaban improvisando sobre la marcha. Casi inmediatamente una desconcertada opinión pública sintonizó sus antenas en toda dirección posible, buscando desesperadamente explicaciones para las causas y naturaleza de lo que acababa de alcanzarle. Como para demostrar que la oferta no necesita asistencia cuando la demanda es abundante, las imprentas empezaron a rodar. Uno tras otro, artículos, extensos ensayos, hasta películas comenzaron a salir a borbotones por las tuberías, creando un desbordamiento de posibles explicaciones sobre lo que había fallado. Pero si bien un mundo perplejo siempre está preñado de teorías sobre sus apuros, la sobreproducción de explicaciones no garantiza la disolución de la aporía.

 

 

Seis explicaciones de por qué sucedió

 

1. «Principalmente es un fracaso de la imaginación colectiva de gente muy brillante… a la hora de entender los riesgos que corre el sistema en su conjunto»

 

Ésa era la esencia de una carta enviada a la Reina de Inglaterra por la Academia Británica el 22 de julio de 2009, en respuesta a una consulta que ella había presentado a una reunión de ruborizados profesores de la London School of Economics: «¿Por qué no lo vieron venir?» En su carta, treinta y cinco de los más destacados economistas británicos prácticamente responden: «¡Huy! Confundimos una Burbuja grandota con un Feliz Mundo Nuevo.» El meollo de su respuesta era que, aunque estaban al tanto y con los datos a la vista, habían cometido dos errores de diagnóstico relacionados: el error de la extrapolación y el (bastante más siniestro) error de caer en la trampa de su propia retórica.

 

Todo el mundo podía ver que los números se estaban desmadrando. En Estados Unidos, la deuda del sector financiero se había disparado desde un ya considerable 22% del producto nacional (Producto Interior Bruto o PIB) en 1981 a un 117% en el verano de 2008. Mientras tanto, los hogares americanos vieron su participación en la deuda del producto nacional elevarse del 66% en 1997 al 100% diez años después. Reunida, la deuda agregada de EEUU en 2008 superaba el 350% del PIB, cuando en 1980 se había mantenido en un ya abultado 160%. En cuanto a Gran Bretaña, la City de Londres (el sector financiero en el que la sociedad británica se había jugado la mayoría de sus cartas, después de la rápida desindustrialización de principios de los ochenta) lucía una deuda colectiva de casi dos veces y media el PIB de Gran Bretaña, mientras que, sumado a eso, las familias británicas debían una suma mayor que el PIB anual.

 

Entonces, si una acumulación de deuda exorbitante introducía más riesgo del que el mundo podía soportar, ¿cómo es que nadie vio venir el desastre? Ésa era, al fin y al cabo, la razonable pregunta de la Reina. La respuesta de la Academia Británica confesaba a regañadientes los pecados combinados de una retórica petulante y una extrapolación lineal. Juntos, esos pecados se alimentaban de la jactanciosa convicción de que se había producido un cambio de paradigma que permitía al mundo de las finanzas crear una deuda ilimitada, benigna, sin riesgos.

 

El primer pecado, que adoptó la forma de una retórica de formalización matemática, indujo en autoridades y académicos la falsa creencia de que la innovación financiera había extirpado el riesgo del sistema; que los nuevos instrumentos permitían una nueva forma de deuda con las propiedades del mercurio. Una vez generados los préstamos, se troceaban después en diminutos pedazos, se agrupaban en paquetes que contenían diferentes grados de riesgo (6) y se vendían por todo el globo. Al extender de esta manera el riesgo financiero, sostenía tal retórica, ni un solo agente se enfrentaba a un peligro tan significativo como para hacerles daño si algunos deudores caían en bancarrota. Era una fe de la Nueva Era en los poderes del sector financiero para crear un «riesgo sin riesgo», que culminaba en la creencia de que ahora el planeta podría soportar deudas (y las apuestas que se hacían sobre esas deudas) que eran mucho mayores que los ingresos globales reales.

 

El vulgar empirismo apuntalaba dichas creencias místicas: allá en 2001, cuando la llamada «nueva economía» se vino abajo, destruyendo mucha de la riqueza de papel sacada de la burbuja puntocom y de estafas como la de Enron, el sistema resistió. La burbuja de la nueva economía de 2001 fue, de hecho, peor que su equivalente de las hipotecas subprime que estalló seis años después. Y aun así los efectos adversos fueron eficazmente contenidos por las autoridades (si bien el empleo no se recuperó hasta 2004-05). Si una sacudida tan inmensa pudo ser absorbida con tanta facilidad, seguramente el sistema podría soportar impactos más pequeños, como las pérdidas de 500.000 millones de dólares en subprimes de 2007-08.

De acuerdo con la explicación de la Academia Británica (la cual, todo hay que decirlo, es ampliamente compartida), el crash de 2008 sucedió porque, para entonces –y sin que lo supiesen los ejércitos de hiperinteligentes hombres y mujeres cuyo trabajo era haberse enterado mejor–, los riesgos que se habían presumido no arriesgados eran cualquier cosa menos eso. Bancos como el Royal Bank of Scotland, que empleaba a 4.000 «gestores de riesgos», acabaron consumidos por un agujero negro de «riesgo deteriorado». El mundo, según esta lectura, pagaba el precio por creerse su propia retórica y por presumir que el futuro no sería diferente del pasado más reciente. Al creer que había diluido el riesgo con éxito, nuestro mundo financiarizado creaba tanto que fue consumido por él.

 

 

2. Captura regulatoria

 

Los mercados determinan el precio de los limones. Y lo hacen con un mínimo aporte institucional, puesto que las compradoras reconocen un buen limón cuando se lo venden. No se puede decir lo mismo de los bonos o, lo que es aún peor, de instrumentos financieros sintéticos. Quien compra no puede saborear el «producto», estrujarlo para ver si está maduro ni oler su aroma. Depende de información institucional externa y de reglas bien definidas que son diseñadas y supervisadas por autoridades desapasionadas e incorruptibles. Se supone que éste era el papel de las agencias de calificación de riesgos y de los organismos reguladores del estado. No cabe duda de que ambos tipos de institución resultaron no sólo deficientes, sino culpables.

 

Cuando, por ejemplo, una obligación de deuda garantizada (CDO) –un activo de papel que agrupa multitud de porciones de tipos de deuda muy diferentes– (7) obtenía una calificación triple A y ofrecía un rendimiento de un 1% por encima de las Letras del Tesoro de EEUU (8), el significado era doble: quien la compraba podía confiar en que su compra no era una porquería y, si el comprador era un banco, podía tratar aquel pedazo de papel exactamente de la misma forma (y sin una pizca de riesgo más) que el dinero real con el que había sido comprado. Esta pretensión ayudó a los bancos a conseguir impresionantes beneficios por dos razones:

 

 

1. Si se aferraban a su recién adquirida CDO –y, recordemos, las autoridades aceptaban que una CDO calificada con triple A era tan buena como los billetes de dólar del mismo valor nominal–, los bancos ni siquiera tenían que incluirla en sus cálculos de capitalización. (9) Esto significaba que podían usar con impunidad los depósitos de sus clientes para comprar las CDO calificadas como triple A sin comprometer su capacidad de conceder nuevos préstamos a otros clientes y otros bancos. Mientras pudiesen cargar tasas de interés más altas que las que habían pagado, comprar las CDO calificadas con triple A aumentaba la rentabilidad de los bancos sin limitar su capacidad de conceder préstamos. Las CDO eran, en efecto, instrumentos para saltarse las normas diseñadas para salvar al sistema bancario de sí mismo.

 

 

2. Una alternativa a guardar las CDO en las cámaras del banco era endosárselas a un banco central (por ejemplo, la Reserva Federal) como garantías de préstamos, que los bancos podían usar entonces como desearan: para prestar a clientes, a otros bancos o para comprarse aún más CDO. Aquí el detalle crucial es que los préstamos obtenidos del banco central con el aval de las CDO calificada con triple A tenían las ínfimas tasas de interés que cobraba el banco central. Entonces, cuando las CDO maduraba, a una tasa de interés de un 1% por encima de lo que el banco central estaba cobrando, los bancos se quedaban con la diferencia.

 

La combinación de estos dos factores significaba que los emisores de CDO tenían buenas razones para:

 

a) emitir tantas como les fuese físicamente posible;

 

b) pedir prestado tanto dinero como fuera posible para comprar las CDO de otros emisores; y

 

c) mantener enormes cantidades de este tipo de activos de papel en sus libros. (10)

 

¡Ay, era una invitación para que imprimieran su propio dinero! No es de extrañar que Warren Buffet echara un vistazo a las legendarias CDO y las describiera como armas de destrucción masiva. Los incentivos eran incendiarios: cuanto más se endeudaban las instituciones financieras para comprar las CDO calificadas como triple A, más dinero hacían. El sueño de tener un cajero automático en el salón de casa se había hecho realidad, al menos para las instituciones financieras privadas y la gente que las dirigía.

 

Con estos datos ante nuestros ojos, no es difícil llegar a la conclusión de que el crash de 2008 fue el inevitable resultado de otorgar a los cazadores furtivos el papel de guardabosques. Su poder era impúdico y su imagen de brujos posmodernos que sacaban de la nada nueva riqueza y nuevos paradigmas resultaba incontestable. Los banqueros pagaban a las agencias de calificación de riesgos para que extendieran el estatus de triple A a las CDO que ellos emitían; las autoridades reguladoras (incluido el banco central) aceptaban esas calificaciones como legítimas; y las jóvenes promesas que se habían hecho con un empleo mal pagado en una de las autoridades reguladoras enseguida comenzaron a plantearse avanzar en sus carreras pasándose a Lehman Brothers o Moody’s. Supervisándolos a todos ellos había una hueste de secretarios del tesoro y ministros de Finanzas que, o bien ya habían prestado años de servicio en Goldman Sachs, Bear Stearns, etc., o bien esperaban unirse a aquel círculo mágico tras dejar la política.

 

En un ambiente en el que reverberaban los corchos de las botellas de champán y los motores revolucionados de brillantes Porsches y Ferraris; en un paisaje en el que torrentes de primas bancarias inundaban áreas ya adineradas (estimulando aún más el boom inmobiliario y creando nuevas burbujas desde Long Island y el East End de Londres a las afueras de Sydney y los bloques de apartamentos de Shanghai); en ese entorno en el que en apariencia la riqueza de papel se autopropagaba, se habría necesitado una disposición heroica, temeraria, para dar la alarma, hacer las preguntas incómodas, poner en duda la pretensión de que las CDO calificadas con triple A suponían un riesgo cero. Incluso si alguna reguladora, corredora de bolsa o ejecutiva bancaria incurablemente romántica pretendiese dar la voz de alarma, sería barrida del mapa y acabaría como una trágica figura arrojada al arroyo de la historia.

 

Los hermanos Grimm tienen un relato con una olla mágica que encarna los sueños tempranos de la industrialización, con cornucopias automáticas que cumplen todos nuestros deseos, sin freno. Era también un relato crudo y moralizante que demostraba cómo aquellos sueños industriales podían convertirse en pesadilla. Pues, hacia el final del relato, la maravillosa olla enloquece y termina inundando el pueblo de gachas. La tecnología se rebeló, de la misma manera que la propia creación del ingenioso doctor Frankenstein de Mary Shelley se volvió encarnizadamente contra él. De una manera similar, los cajeros automáticos virtuales materializados por Wall Street, las agencias de calificación de riesgos y los organismos reguladores en connivencia con ellos inundaron el sistema financiero con unas gachas de nuestro tiempo que ter- minaron ahogando a todo el planeta. Y cuando, en otoño de 2008, los cajeros automáticos dejaron de funcionar, un mundo adicto a las gachas sintéticas se detuvo en seco con un chirrido.

 

 

3. Codicia irreprimible

 

«Es la naturaleza de la bestia», dice la tercera explicación. Los humanos son criaturas codiciosas que sólo simulan civismo. A la más mínima oportunidad, robarán, saquearán y abusarán de los demás. Esta lóbrega visión de la humanidad deja poco espacio para una pizca de esperanza de que los inteligentes abusones acepten reglas que prohíban los abusos. Porque, aunque acepten, ¿quién va a hacer que se cumplan? Para mantener a los abusones a raya sería necesario un Leviatán dotado de un poder extraordinario. Pero, entonces, ¿quién le pondrá el cascabel al Leviatán?

 

Así es como funciona la mente neoliberal, llegando a la conclusión de que quizá las crisis sean males necesarios; de que ningún modelo humano puede impedir las debacles económicas. Durante unas décadas, comenzando con los intentos posteriores a 1932 del presidente Roosevelt para regular los bancos, la solución del Leviatán fue ampliamente aceptada: el Estado podía y debía jugar su papel hobbesiano regulando la codicia y equilibrándola con la decencia. La Ley Glass-Steagall de 1933 es posiblemente el ejemplo más citado de ese esfuerzo regulador. (11)

 

Sin embargo, los años setenta vieron un firme alejamiento de este marco regulatorio y un avance en dirección al reestablecimiento de la perspectiva fatalista de que la naturaleza humana siempre encontrará caminos para frustrar sus mejores intenciones.

 

Esta «retirada hacia el fatalismo» coincidió con el período en que el neoliberalismo y la financiarización comenzaban a asomar sus feas caras. Esto significó una nueva versión del viejo fatalismo: el abrumador poder del Leviatán, si bien era necesario para mantener a los abusones en su sitio, estaba ahogando el crecimiento, constriñendo la innovación, poniendo freno a las finanzas creativas y, en consecuencia, manteniendo el mundo al ralentí justo cuando las innovaciones tecnológicas ofrecían el potencial de empujarnos hacia planos más elevados de desarrollo y prosperidad.

 

En 1987, el presidente Reagan decidió sustituir a Paul Volcker (nombrado por la Administración Carter) como presidente de la Reserva Federal. Su elección fue Alan Greenspan. Meses más tarde, los mercados monetarios experimentaban el peor día de su existencia, el infame episodio del «Lunes Negro». El hábil manejo de sus consecuencias por parte de Greenspan le valió la reputación de haber arreglado las cosas eficientemente después de un colapso del mercado monetario. (12) Haría el mismo «milagro» una y otra vez hasta su jubilación en 2006. (13)

 

Greenspan había sido escogido por los acérrimos neoliberales de Reagan no a pesar de, sino a causa de su creencia profundamente arraigada de que los méritos y capacidades de la regulación estaban sobrevalorados. Greenspan dudaba verdaderamente de que cualquier institución estatal, incluida la Reserva Federal, pudiese poner freno a la naturaleza humana y contener la codicia de manera efectiva sin, al mismo tiempo, matar la creatividad, la innovación y, en última instancia, el crecimiento. Su creencia le llevó a adoptar una receta simple, que dio forma al mundo durante sus buenos diecinueve años: puesto que nada disciplina la codicia humana como los implacables amos de la oferta y la demanda, dejemos que los mercados funcionen como quieran, pero que el Estado se mantenga alerta y dispuesto a intervenir para arreglar los destrozos cuando llegue el inevitable desastre. Como un padre liberal que permite a sus hijos meterse en todo tipo de líos, esperaba los problemas pero pensaba que era mejor hacerse a un lado, preparado siempre para entrar, limpiar después de la escandalosa fiesta o curar las heridas y los huesos rotos.

 

Greenspan se ciñó a su receta, y a ese modelo subyacente del mundo, en todas y cada una de las épocas difíciles que se produjeron durante su presidencia. Durante las épocas buenas, se quedaba sentado, sin hacer casi nada, aparte de soltar alguna que otra arenga sibilina. Después, cuando estallaba alguna burbuja, se intervenía agresivamente, bajaba los tipos de interés en picado, inundaba los mercados con dinero y por lo general hacía cual- quier cosa necesaria para reflotar el barco que se hundía. La receta parecía funcionar bien, por lo menos hasta 2008, año y medio después de su retiro dorado. Después dejó de funcionar.

 

En su favor, Greenspan confesó haber malinterpretado el capitalismo. Aunque sólo sea por este mea culpa, la historia debería tratarlo con benevolencia, pues hay muy pocos ejemplos de hombres poderosos dispuestos a y capaces de sincerarse, en especial cuando quienes solían ser sus amigotes siguen negarse a admitir sus errores. De hecho, el modelo del mundo de Greenspan, al que él mismo renunció, aún sigue vivo, sano y volviendo a imponerse.

 

Apoyado e incitado por un renaciente Wall Street empeñado en hacer descarrilar cualquier intento serio, posterior a 2008, de regular su comportamiento, la perspectiva de que la naturaleza humana no puede ser contenida sin comprometer simultáneamente nuestra libertad y nuestra prosperidad a largo plazo ha vuelto. Como un doctor que hubiese cometido una negligencia criminal y cuyo paciente hubiese sobrevivido por suerte, el establishment anterior a 2008 sigue insistiendo en ser absuelto amparándose en que el capi- talismo, después de todo, sobrevive. Y si algunas de nosotras seguimos insistiendo en asignar las culpas del crash de 2008, ¿por qué no censurar la naturaleza humana? Seguramente una introspección honesta nos revelaría a todas y cada una de nosotras un lado oscuro culpable. El único pecado que confesó Wall Street es haber proyectado ese lado oscuro sobre una pantalla más grande.

4. Orígenes culturales

En septiembre de 2008, los europeos miraban con condescendencia hacia el otro lado del charco, sacudiendo la cabeza con la interesada convicción de que los anglo-celtas, finalmente, estaban recibiendo su merecido. Tras años y años de sermones sobre la superioridad del modelo anglo-céltico, sobre las ventajas de los mercados laborales flexibles, sobre lo idiota que era pensar que Europa podría mantener una generosa red de bienestar social en la era de la globalización, sobre las maravillas de una cultura emprendedora agresivamente atomizada, sobre la brujería de Wall Street y sobre la brillantez de la City de Londres posterior al Big-Bang, las noticias del crash, sus señales y avisos mientras se transmitían por todo el mundo, llenaron el corazón europeo de una mezcla de Schadenfreude (14) y temor.

Desde luego, no pasó mucho tiempo antes de que la crisis migrara a Europa, metamorfoseándose en el proceso en algo mucho peor y más amenazante de lo que los europeos podían haber llegado a anticipar. No obstante, la mayoría de los europeos siguen convencidos de las raíces culturales anglo-célticas del crash. Culpan a la fascinación que sienten los pueblos angloparlantes por la noción de la propiedad de la vivienda a toda cosa. Tienen dificultades para introducir en sus mentes un modelo económico que genera ridículos precios inmobiliarios al estigmatizar a quienes alquilan vivienda en lugar de comprar (por estar subyugados a sus caseros) mientras enaltecen a los falsos propietarios (que están aún más endeudados con los banqueros).

Europa y Asia por igual vieron el obsceno tamaño relativo del sector financiero anglo-céltico, que había estado creciendo durante décadas a expensas de la industria, y se convencieron de que el capitalismo global estaba en poder de lunáticos. Así que cuando la debacle empezó precisamente en esos lugares (EEUU, Gran Bretaña, Irlanda, el mercado inmobiliario y Wall Street), no pudieron evitar sentirse reafirmadas. Mientras el sentido europeo de reafirmación recibió el salvaje golpe de la consiguiente crisis del euro, Asia aún puede permitirse una gran dosis de condescendencia. De hecho, en gran parte de Asia se alude al crash de 2008 y sus secuelas como «la Crisis del Atlántico Norte».

5. La teoría tóxica

En 1997, Robert Merton y Myron Scholes recibieron el premio Nobel de Economía por desarrollar «una fórmula pionera para la tasación de opciones financieras». «Su metodología», pregonaba la nota de prensa del comité del premio, «ha abierto el camino para las tasaciones económicas en muchas áreas. También ha generado nuevos tipos de instrumentos financieros y ha facilitado una gestión de riesgos más eficiente en la sociedad.» Ay, si el desafortunado comité del Nobel hubiese sabido que, en un par de breves meses, la muy alabada «fórmula pionera» causaría una espectacular debacle de cientos de miles de millones de dólares, el colapso de un importante fondo de inversión libre (el infame LTCM, en el que Merton y Scholes habían invertido todo su prestigio) y, naturalmente, un rescate por parte de las siempre serviciales contribuyentes estadounidenses.

La auténtica causa de la quiebra de LTCM, que fue un mero ensayo de la debacle mayor que supondría el crash de 2008, fue bastante simple: inmensas inversiones se apoyaban en la indemostrable premisa de que se puede calcular la probabilidad de las acontecimientos que el propio modelo desestima no sólo como improbables, sino, de hecho, como inteorizables. Adoptar una premisa lógicamente incoherente en las teorías propias ya es bastante malo. Pero jugarse la fortuna del capitalismo mundial basándose en semejante premisa bordea lo criminal. En- tonces, ¿cómo lograron los economistas que colase? ¿Cómo convencieron al mundo y al comité del Nobel de que podían calcular la probabilidad de acontecimientos (tales como una sucesión de impagos) que su propio modelo presumía que eran incalculables?

La respuesta reside más en el campo de la psicología de masas que en la propia economía: los economistas pusieron una nueva etiqueta a la ignorancia y la comercializaron como una forma de conocimiento provisional. Después los financieros construyeron nuevas formas de deuda sobre esa ignorancia reetiquetada y levantaron pirámides sobre la premisa de que el riesgo se había eliminado. Cuantos más inversores eran convencidos, más dinero hacían todos los implicados y mejor era la posición de los economistas para acallar a cualquiera que se atreviese a poner en duda sus premisas subyacentes. De esta manera, las finanzas tóxicas y la teorización económica tóxica se convirtieron en procesos que se reforzaban mutuamente.

Mientras los Mertons del mundo financiero se dedicaban a recoger premios Nobel y acumular fabulosos beneficios al mismo tiempo, aquellos de sus colegas que permanecían en los grandes departamentos de economía estaban cambiando el «paradigma» de la teoría económica. Si un tiempo atrás, los economistas destacados se dedicaban al asunto de dar explicaciones, la nueva tendencia era reetiquetar. Copiando la estrategia de los financieros de disfrazar la ignorancia como conocimiento provisional y la incertidumbre como riesgo sin riesgo, los economistas renombraron el desempleo inexplicado (por ejemplo, una tasa observada del 5% que se resistía a cambiar) como la tasa natural de desempleo. Lo bueno de la nueva etiqueta era que, de repente, el desempleo parecía natural y, por tanto, ya no necesitaba explicación.

En este punto, merece la pena ahondar un poco más en el elaborado timo de los economistas: cada vez que eran incapaces de explicar las desviaciones observadas en la conducta humana a partir de sus predicciones, a) etiquetaban tal comportamiento como «desequilibrio» y después, b) presuponían que éste era aleatorio y lo incluían en su modelo como tal. En tanto las «desviaciones» fuesen acalladas, los modelos funcionaban y los financieros conseguían beneficios. Pero cuando cundió la desazón y comenzó el pánico en el sistema financiero, quedó demostrado que las «desviaciones» eran de todo menos aleatorias. Naturalmente, los modelos se vinieron abajo, junto con los mercados que habían ayudado a crear.

Cualquiera que investigue sin prejuicios estos episodios debe, dicen, concluir que las teorías económicas que dominaron el pensamiento de personas influyentes (en el sector bancario, los fondos de cobertura, la Reserva Federal, el Banco Central Europeo… en todas partes) no eran más que formas levemente veladas de fraude intelectual, que proporcionaban las hojas de parra «científicas» tras las cuales Wall Street intentaba esconder la verdad acerca de sus «innovaciones financieras». Se presentaban con nombres impresionantes, como Hipótesis del Mercado Eficiente (HME), Teoría de las Expectativas Racionales (TER) y Teoría del Ciclo Económico Real (TCER). En realidad, no eran más que teorías muy bien empaquetadas cuya complejidad matemática logró ocultar su debilidad durante demasiado tiempo.

Tres teorías tóxicas que apuntalaron el pensamiento del establishment hasta 2008

HME: Nadie puede hacer dinero sistemáticamente dudando del mercado. ¿Por qué? Porque los mercados financieros se las ingenian para asegurarse de que los precios actuales revelen toda la información privada que hay. Algunos agentes de los mercados reaccionan exageradamente ante la nueva información, otros reaccionan con pasividad. Por lo tanto, incluso cuando todos se equivocan, el mercado acierta. ¡Pura teoría panglossiana! (15)

TER: Nadie debería esperar que ninguna teoría sobre las acciones humanas haga predicciones acertadas a largo plazo si la teoría presupone que los humanos la malinterpretan por sistema o la ignoran totalmente. Por ejemplo, imaginemos que una brillante matemática desarrollase una teoría para farolear en el póquer y nos instruyera en su uso. La única forma de que funcionase para nosotras sería si nuestras oponentes no tuviesen acceso a la teoría o la malinterpretaran. Porque si nuestras oponentes también conociesen la teoría, todas podrían usarla para averiguar cuándo vamos de farol, frustrando así el propósito del farol. Al final, la abandonaríamos y ellas harían lo mismo. La TER da por sentado que tales teorías no pueden predecir bien el comportamiento porque la gente se dará cuenta y, con el tiempo, infringirá sus mandatos y predicciones.

No cabe duda de que esto suena radicalmente antipaternalista. Presupone que la sociedad no puede recibir muchas aclaraciones de teóricos que creen conocer sus comportamientos mejor que Fulano y Mengano. Pero la puntilla viene al final: para que la TER se sostenga, tiene que ser cierto que los errores de la gente (cuando predice alguna variable económica, como la inflación, los precios del trigo, el precio de un derivado financiero o de una acción) siempre tienen que ser aleatorios, es decir, sin un patrón, sin correlación, sin teorización posible. Sólo se necesita reflexionar un momento para ver que la adhesión a la TER, especialmente cuando se asocia con la HME, es equivalente a no esperar nunca recesiones, por no mencionar las crisis. Así que, ¿cómo responde un creyente de la HME y la TER cuando sus ojos y oídos le gritan a su cerebro: «¡recesión, quiebra, colapso!»? La respuesta es dirigiéndose a la TCER en busca de una explicación reconfortante.

TCRN: Tomando la HEM y la TER como punto de partida, esta teoría describe el capitalismo como una Gaia perfectamente ajustada. Sin interferencias, permanecerá en equilibrio y nunca sufrirá una contracción (como la de 2008). Sin embargo, bien podría ser «atacada» por algún shock «exógeno» (proveniente de algún Estado entrometido, una caprichosa Reserva Federal, los abyectos sindicatos, productores de petróleo árabes, extranjeros, etc.), a la que debe responder y adaptarse. Como una benevolente Gaia que reaccionase al impacto de un inmenso meteorito, el capitalismo responde con eficiencia a las sacudidas exógenas. Quizá le lleve un tiempo absorber el golpe, y puede que haya muchas víctimas en el proceso, pero, con todo, la mejor manera de gestionar las crisis es dejar que el capitalismo lidie con ellas sin ser sometido a más choques administrados por las egoístas autoridades estatales y sus compañeras de viaje (que fingen defender el bien común para promover sus propios intereses).

En resumen, los derivados financieros tóxicos fueron apuntalados por la teoría economía tóxica, que, a su vez, no eran más que delirios interesados en busca de una justificación teórica; tratados fundamentalistas que sólo reconocían los hechos cuando éstos acomodaban las demandas de la fe lucrativa. A pesar de sus altisonantes etiquetas y su apariencia técnica, los modelos económicos eran simples versiones matemáticas de la enternecedora superstición de que los mercados saben qué es mejor, tanto en tiempos de tranquilidad, como en períodos tumultuosos.

6. Fallo sistémico

¿Y si no se pudiese culpar del crash ni a la naturaleza humana ni a la teoría económica? ¿Y si resulta que se debió a que los banqueros fuesen codiciosos (aunque la mayoría lo sean) o a que hicieran uso de teorías tóxicas (aunque sin duda lo hicieron), sino a que el capitalismo fue presa de una trampa creada por él mismo? ¿Y si el capitalismo no es un sistema «natural» sino, más bien, un sistema particular propenso al fallo sistémico?

La izquierda, con Marx como su profeta original, siempre ha advertido que, como sistema, el capitalismo se esfuerza por convertirnos en autómatas y por convertir nuestra sociedad de mercado en una distopía al estilo de Matrix. Pero cuanto más se acerca a alcanzar su objetivo, más se aproxima al momento de su propia ruina, de forma muy parecida al mítico Ícaro. Después, tras el crash (y a diferencia de Ícaro), se levanta del suelo, se sacude el polvo y vuelve a embarcarse en la misma ruta una y otra vez.

En esta explicación final de mi lista, parece como si nuestras sociedades capitalistas hubiesen sido diseñadas para generar crisis periódicas, que empeoran cada vez más cuanto más alejan el trabajo humano del proceso de producción y el pensamiento crítico del debate público. A quienes culpan a la avaricia, la codicia y el egoísmo humanos, Marx les replicaba que están siguiendo un buen instinto, pero están mirando en el lugar equivocado; que el secreto del capitalismo es su tendencia a la contradicción, su capacidad para producir al tiempo riqueza masiva y pobreza insoportable, magníficas nuevas libertades y las peores formas de esclavitud, resplandecientes esclavos mecánicos y trabajo humano depravado.

La voluntad humana, en esta lectura, puede resultar oscura y misteriosa; pero, en la Edad del Capital, se ha convertido más en un derivado que en una fuerza motriz. Pues es el capital el que ha usurpado el papel de la fuerza primaria que da forma a nuestro mundo, incluida nuestra voluntad. El impulso autorreferencial del capital se burla de la voluntad humana, del empresariado y de la clase trabajadora por igual. Pese a ser inanimado e inconsciente, el capital –abreviatura de máquinas, dinero, derivados titularizados y toda forma de riqueza cristalizada– evoluciona rápidamente como si funcionase por sí mismo, usando agentes humanos (banqueros, jefes y mano de obra en igual medida) como peones de su propio juego.

De manera similar a nuestro subconsciente, el capital también implanta ilusiones en nuestras mentes, por encima de todas, la ilusión de que, al servirle, nos hacemos valiosas, excepcionales, potentes. Nos enorgullecemos de nuestra relación con él (ya sea como financieros que «crean» millones en un solo día, ya como empresarias de las que dependen multitud de familias trabajadoras, o como trabajadoras que disfrutan de un acceso privilegiado a una brillante maquinaria o a ridículos servicios fuera del alcance de emigrantes ilegales), cerrando los ojos al trágico hecho de que es el capital el que, en efecto, es dueño de todas nosotras, y que somos nosotras quienes lo servimos a él.

El filósofo alemán Schopenhauer nos reprendió a nosotras, las humanas modernas, por engañarnos creyendo que nuestras creencias y acciones están sometidas a nuestra conciencia. Nietzsche coincidió con él al sugerir que todas las cosas en las que creemos, en cualquier momento dado, no reflejan más verdad que la del poder de otro sobre nosotras. Marx metió a la economía en la estampa, reprendiéndonos por ignorar la realidad de que nuestros pensamientos han sido secuestrados por el capital y su ansia acumuladora. Por supuesto, aunque sigue su propia y férrea lógica, el capital evoluciona inconscientemente. Nadie diseñó el capitalismo y nadie puede civilizarlo ahora que va a toda máquina.

Tras evolucionar sencillamente, sin consentimiento de nadie, nos liberó rápidamente de formas más primitivas de organización social y económica. Generó máquinas e instrumentos (materiales y financieros) que nos permitieron apoderarnos del planeta. Nos permitió imaginar un futuro sin pobreza, donde nuestras vidas ya no están a merced de una naturaleza hostil. Pero, al mismo tiempo, al igual que la naturaleza produjo a Mozart y al sida usando el mismo mecanismo indiscriminado, también el capital produjo fuerzas catastróficas con tendencia a provocar discordia, desigualdad, guerra a escala industrial, degradación ambiental y, por supuesto, crisis financieras. De un tirón, generaba –sin ton ni son– riqueza y crisis, desarrollo y privación, progreso y atraso.

¿Podría ser entonces que el crash de 2008 no fuese más que nuestra oportunidad periódica para darnos cuenta de hasta dónde hemos permitido que nuestra voluntad esté subyugada al capital? ¿Acaso fue una sacudida que debía despertarnos a la realidad de que el capital se ha convertido en una «fuerza a la que debemos someternos», en un poder que desarrolla «una energía cosmopolita, universal que quiebra cualquier límite y cualquier vínculo y se presenta como la única política, la única universalidad, el único límite y el único vínculo»? (16)

 

El Minotauro global

Los intelectuales y los economistas griegos no discuten solo si su país va a ser a la vez la cuna y la tumba de la democracia por mor de la profundidad de la crisis, que también. Lo demostró el excelente novelista Petros Márkaris, cuando hace unos meses publicó su ensayo La espada de Damocles (Tusquets), un largo viaje a través de la noche griega que hundía sus raíces en el corazón de Europa: “Se podría explicar así por qué la rabia de los alemanes hacia Grecia tiene algo de clásico. Quieren que bebamos cicuta, como Sófocles, porque hemos desafiado las leyes (…). Quien piense que la crisis de Europa es solo financiera, se equivoca. También estamos viviendo una crisis de los valores europeos”.

Ahora aparece en castellano un libro singular de un economista griego, Yanis Varoufakis, titulado El Minotauro global (Capitán Swing Editorial). Varoufakis, profesor en la Universidad de Atenas y de Tejas (EE UU), fue uno de los asesores del socialista Papandreu, con el que rompió, y ahora trabaja para el partido Syriza. El Minotauro global es una metáfora útil que pretende arrojar luz sobre un mundo en apuros, un mundo que podría no volver a ser comprendido adecuadamente mediante los paradigmas que dominaron nuestro pensamiento antes de esta crisis global.

Lo que está pasando, dice Varoufakis, son síntomas de un malestar que puede rastrearse hasta la pasada década de los setenta, la época en que nació el Minotauro global: igual que los atenienses mantenían un flujo constante de tributos a la bestia, así el resto del mundo envió cantidades increíbles de capitales a EE UU. Ese motor que impulsó la economía global durante casi tres décadas es el que ha gripado desde los años 2007 y 2008.

El economista griego arremete contra los libertarios, que pretenden que los bancos centrales solo se centren en la estabilidad de los precios y que las mágicas maquinaciones de la oferta y la demanda reequilibren la economía mundial, pero también contra los keynesianos, que piensan que el capitalismo global se estabilizará a base de más inversiones públicas, innovaciones más inteligentes, etcétera. Es preciso generar un nuevo Bretton Woods para el siglo XXI que genere lo que él denomina un mecanismo global de reciclaje de excedentes, que los mercados, por globalizados que estén, por libres que sean y por bien que funcionen (que no es el caso), no pueden proporcionar. Sin ese mecanismo regulador se corre el riesgo de volver a una forma de pre-Segunda Guerra Mundial de radical precariedad.

El desarrollo técnico y geopolítico de ese mecanismo (¿quién puede ser el agente de este nacimiento?, ¿quiénes emergerán como actores de la historia esta vez?, dado un mundo a dos velocidades, con economías que se aceleran y otras que están estancadas, pero que mantienen el monopolio sobre el poder militar, las monedas de reserva mundiales y las instituciones multilaterales del planeta) es el contenido de una reflexión muy sugerente.

El Minotauro global

En este extraordinario y provocador libro, Varoufakis destruye el mito de que la financiarización, la regulación ineficaz de los bancos y la globalización fueron las causas de la crisis económica global. Más bien, son síntomas de un malestar que puede rastrearse hasta los años setenta; la época en que nació el «Minotauro global»