El hombre Ventilador

El hombre ventilador, de William Kotzwinkle

Los libros minoritarios existen. Están destinados a apetitos, no con un gusto exquisito, más bien osados o inquietos. Concebidos como tales, sus padres y parientes, el autor y los altruistas editores, son plenamente conscientes de cuál es su sino.

El libro minoritario nunca se convertirá en cisne. Es ese hijo estrafalario, peculiar, consentido y venialmente díscolo, con cierto talento artístico, en absoluto atractivo, que decide hacerse actor. Su físico le impedirá triunfar en escena o ser protagonista en la pantalla. Tendrá que conformarse con formar parte del elenco en compañías de segunda, o ser poco más que figurante en series de televisión. Y tal vez, con el paso del tiempo, adquiera popularidad y reconocimiento como recurrente secundario. La familia se tranquiliza viéndolo feliz y con la vida encauzada. No anhelan su éxito, se conforman con que dicha profesión le proporcione un sustento.

Los lectores seríamos esas amistades, más o menos cercanas, de los padres, que conocemos a su hijo, lo apreciamos y lo apoyamos yendo a sus estrenos, pero no osamos recomendarlo. Prudentes y contenidos lo elogiamos y defendemos, presumimos de tratarlo, si surge la conversación.

Sin dejar de ser justos, seamos cariñosos y generosos, como desprendidos han sido en Capitán Swing Libros, que se han preocupado en ofrecer un producto de una calidad inusual, utilizando para las páginas un papel más grueso que las solapas de otros, y regalándonos las persuasivas e inquietantemente bellas ilustraciones de Marieta Moraleda.

Y hay que proclamar que en ningún caso se trata de un libro duro, truculento, aburrido o difícil de leer. Que nadie se sienta disuadido a acercarse a “El hombre ventilador” por esos prejuicios. Todo lo contrario, si algo sorprende, si alguna culpa tiene, es su ligereza. Se trata más de un divertimento, un ameno desafío. Las elipsis, los neologismos, las esporádicas ausencias de puntuación, son travesuras útiles que no obstaculizan una plácida lectura. Solventemente traducido por Iris Menéndez, se puede, y se debe, leer de una sentada para sumergirse en el mundo propuesto, asumir el punto de vista y el lenguaje de Horse Badorties, y sentir el mantra oculto, el ritmo narcótico y envolvente que, según el prólogo de Antonio Jiménez Morato, sería uno de los significados del ventilador del título.

William Kotzwinkle reconoce que el ventilador produce esa cadencia de fondo, tan agradable y fundamental, que armoniza, amalgama y estabiliza el entorno. Pero el ventilador, como metáfora, está abierta a múltiples e igualmente válidas interpretaciones. Su movimiento circular es una imagen efectiva de una elección o condena, una vida pequeña y repetitiva, sin esfuerzo ni responsabilidades, sin destino ni metas. De hecho, el argumento no es más que un deambular por la ciudad, gravitando en torno a su cubil. Estoy de acuerdo con lo dicho en el prólogo: Es también una representación del estado constante de quedado. O del modo de alcanzarlo. Cuando ofrece esos objetos a la gente con las que se cruza realmente les brinda su opción de subsistencia.

La historia, siendo original, evoca a otras ya leídas o vistas. A lo largo de los días previos al Love Concert el protagonista vaga circularmente, por distintas zonas de New York, y alrededores. De Chinatown a su cubil, del Bowery a su cubil, de New Jersey a su cubil, del Lower East Side a su cubil, de Central Park a su cubil, de Brooklyn a su cubil, de su nuevo cubil al Bronx. Estos paseos sólo sirven para conocer a su protagonista, el resto son meros bosquejos. Ese gorro con orejeras, esos puestos de Hot Dogs, esa indumentaria ¿A quién me recuerda? Simpático, pícaro, encantador, canalla, ingenioso, impresentable, mugriento, escrupuloso, talentoso e insensato. Una figura fascinante y malograda. Atractivo en cierta medida, es, en cambio, fundamentalmente un ser ominoso, engañosamente e involuntariamente destructivo y letal, que va dejando un rastro de inmundicia, incapaz de comprometerse y ser responsable, apenas consciente de sus actos, plenamente inconsciente de las consecuencias.

Estas son, pues, las pistas sobre una obra minoritaria, imposible de recomendar sin arriesgar una solida amistad. Un libro al que uno libremente ha de decidir si leer o no, y asumir individualmente la responsabilidad. Sin miedo.

 

El hombre ventilador

Cuando era niño me dio por comprar (y leer) libros de un género popular en Estados Unidos y denostado en España: la novela basada en una película. Es decir: el encargo puro y duro de Hollywood. Coger un guión y convertirlo en una novela para las masas. Todavía conservo los libros inspirados en La guerra de las galaxias, El imperio contraataca, En busca del arca perdida, Indiana Jones y el templo maldito, Lady Halcón… Entre mis adquisiciones estaban Superman y Superman III (la segunda no la tengo o no se publicó, no sé). Las novelizaciones de Superman III y E.T. (éste se lo compró alguno de mis primos) fueron escritas por un tal William Kotzwinkle, del que nunca volví a saber nada hasta hace, casualmente, unas semanas: en Más allá de la sospecha, ensayo esencial de Marc Chénetier para comprender la ficción norteamericana entre 1960 y 1990 (y que pronto reseñaré aquí), se menciona mucho a este autor y, especialmente, a su novela El hombre ventilador. Busqué el libro, que ya estaba descatalogado por Tusquets, y me topé con una buena noticia: en breve lo reeditaban en Capitán Swing, con ilustraciones de Marieta Moraleda e introducción de Antonio Jiménez Morato. Así que lo compré el mismo día que lo pusieron a la venta y lo leí antes de irme a dormir.

El hombre ventilador es Horse Badorties, un hippie desastroso y siempre en estado alucinógeno que me recuerda mucho al Nota de la película El gran Lebowski y un poco al Ignatius de La conjura de los necios. Badorties va de acá para allá, haciendo chanchullos, fumando hierbas, estafando al prójimo y a menudo no sabiendo qué ha hecho antes ni dónde tiene la cabeza. Siempre lleva un pequeño ventilador de mano, a pilas, del que promete distribuir una remesa si le gusta al tipo al que le hace la demostración. Kotzwinkle demuestra mucho humor, y ese toque de locura que anidaba en Richard Brautigan. Me lo he pasado en grande mientras leía las desventuras de este pícaro fumado. En un capítulo destroza un autobús que acaba de comprar:

He perdido un autobús escolar, tío, pero será devuelto al propietario de la chatarrería junto con el cheque sin fondos que le di, y ahora desaparezco de la escena de mi maravilloso autobús escolar amarillo. A través de la arboleda, los veo bajar una grúa y remolcar el viejo autobús. En cierto sentido es una pena, tío. Pero ahora comprendo que debería comprar un camión postal usado.

Por José Ángel Barrueco

El hombre Ventilador

Horse Badorties es el típico tío de los bajos fondos del East Village, un hippy trasnochado que se las sabe todas y siempre encuentra una salida para cada problema. Evita pagar el alquiler, paga con cheques sin fondo y trata de salir adelante vendiendo pequeños ventiladores a pilas en cualquier tienda o negocio que pisa. Todo forma parte de su gran plan