Se llama Michelle Alexander. Es una jurista afroamericana de 47 años. Ha escrito un libro demoledor que continúa el trabajo de figuras clave en la emancipación racial como Malcolm X y Martin Luther King Jr. Se titula El color de la justicia: la nueva segregación racial en Estados Unidos (Capitán Swing). ¿Tesis principal? El país que preside Barack Obama no ha terminado con el sistema de castas instaurado en los años de la esclavitud, sino que lo perpetuado con otros métodos, cambiando el látigo del capataz algodonero por un paquete de leyes destinadas a subyugar a la población negra empobrecida que habita los guetos urbanos.
Del confeti al calabozo
Alexander no es una peligrosa radical con boina negra, uniforme militar y metralleta en mano. Su perfil es mucho más incómodo, ya que estamos ante una estudiante brillante, que ha colaborado con jueces del Tribunal Supremo, ganado becas de la Fundación Soros y que ejerce como comentarista de la cadena de televisión internacional CNN.
El libro parte de una anécdota reveladora: la noche de 2004 en que Barack Obama ganó sus primeras elecciones, Alexander daba botes de alegría porque pensaba que sus tres hijos crecerían en una sociedad menos racista que la que le había tocado a ella. Al salir de la fiesta electoral, se encontró con un coche patrulla donde varios policías blancos bromeaban relajados frente a un detenido negro, al que mantenían de rodillas en la acera con las manos esposadas a la espalda. Para ese hombre en concreto y para muchos como él la victoria de Obama no significaba un gran cambio. ¿De verdad los niños afroamericanos iban a crecer en un mundo mejor?
¿Guerra contra las drogas o contra los negros?
La estrategia principal para mantener la opresión racista fue la “guerra contra las drogas”, iniciada por el republicano Ronald Reagan en la década de los ochenta. El cambio de paisaje ha sido brutal: la población reclusa de Estados Unidos pasó de menos de 350.000 presos en 1972 a más de 2.000.000 en la actualidad. ¿Quiénes fueron los principales afectados por el encarcelamiento masivo? La población negra empobrecida.
“Ningún otro país del mundo encarcela a tantos miembros de sus minorías raciales o étnicas. Estados Unidos recluye a un porcentaje más alto de su población negra de lo que hizo Sudáfrica en el punto álgido de la era del apartheid. En Washington DC, la capital de la nación, se estima que tres de cada cuatro jóvenes negros (casi todos de los barrios más bajos) pueden esperar pasar tiempo en prisión”, señala Alexander.
El endurecimiento de las condenas por tráfico o posesión de estupefacientes sirvieron como herramienta política para controlar los guetos. No es una cuestión de crimen, sino de raza: las estadísticas demuestran que todas las razas (incluida la blanca) consumen y venden drogas en porcentajes similares. El problema es que solo se condena a los negros y otras minorías. “Si se mantienen las tendencias actuales, uno de cada tres jóvenes afroamericanos cumplirá condena, y en algunas ciudades más de la mitad de todos los adultos negros jóvenes está en la actualidad bajo control correccional“, explica la autora. El sistema de encarcelamiento masivo se basa en la impronta de la cárcel, no en el tiempo que se pasa en ella. La condición de exconvicto implica recortes de derechos laborales, políticos y sociales.
El crac como regalo del cielo para la derecha
Reagan hizo la declaración oficial de la “guerra contra las drogas” en octubre de 1982, un momento en el que el consumo estaba en declive. Ese mismo mes se realizó una encuesta que revelaba que menos del dos por ciento de los estadounidenses veían las drogas como el problema más importante del país. La epidemia del crac llegaría en 1985, tres años más tarde, lo que demuestra que la maquinaria jurídica, penal y policial se había puesto en marcha con otro propósito: estigmatizar, marginar y fiscalizar a la comunidad afroamericana.
Los medios de comunicación, dominados por los profesionales blancos, fueron el combustible para la exagerar el impacto del crac y caricaturizar la vida en los barrios negros. Un ejemplo elocuente: entre 1988 y 1989, solo The Washington Post publicó 1.565 historias sobre “la plaga de la droga”. Richard Hardwood, defensor del lector en este periódico, tuvo que admitir que la directiva “había perdido el sentido de la perspectiva” para entregarse a una “epidemia de hipérboles”. También reconoció que “los políticos están comiendo el coco a la gente”. Los sociólogos Craig Reinerman y Harry Levine resumían la situación: “El crac fue un regalo del cielo para la derecha. Políticamente hablando, no podía haber llegado en el momento más oportuno”.
Obama, peor que Reagan
En 2014 hay más más adultos afroamericanos bajo control penal (en la cárcel o en libertad condicional) que los que estaban esclavizados en 1850. “Se ha dado marcha atrás al progreso racial en Estados Unidos, aunque nadie parece haberse dado cuenta. Todas las miradas parecen estar fijadas en Barack Obama o en la estrella de la televisión Oprah Winfrey, que han desafiado sus posibilidades y alcanzado el poder, fama y fortuna. A los que han quedado atrás la celebración del triunfo racial debe de parecerles algo prematura.
Los medios de comunicación, dominados por los profesionales blancos, fueron el combustible para la exagerar el impacto del crac y caricaturizar la vida en los barrios negros. Un ejemplo elocuente: entre 1988 y 1989, solo The Washington Post publicó 1.565 historias sobre “la plaga de la droga”. Richard Hardwood, defensor del lector en este periódico, tuvo que admitir que la directiva “había perdido el sentido de la perspectiva” para entregarse a una “epidemia de hipérboles”. También reconoció que “los políticos están comiendo el coco a la gente”. Los sociólogos Craig Reinerman y Harry Levine resumían la situación: “El crac fue un regalo del cielo para la derecha. Políticamente hablando, no podía haber llegado en el momento más oportuno”.
Obama, peor que Reagan
En 2014 hay más más adultos afroamericanos bajo control penal (en la cárcel o en libertad condicional) que los que estaban esclavizados en 1850. “Se ha dado marcha atrás al progreso racial en Estados Unidos, aunque nadie parece haberse dado cuenta. Todas las miradas parecen estar fijadas en Barack Obama o en la estrella de la televisión Oprah Winfrey, que han desafiado sus posibilidades y alcanzado el poder, fama y fortuna. A los que han quedado atrás la celebración del triunfo racial debe de parecerles algo prematura.
El libro de Alexander no es solo un ensayo brillante, sino que se ha convertido en una herramienta de lucha. Ethel Odriozola, una de las dos traductoras del libro al castellano, nos explica el impacto social del texto: “Cuando estuve hace un mes en Estados Unidos, se organizaron reuniones de movimientos sociales a nivel estatal para hablar sobre lo de Ferguson (el homicidio de Michael Brown, un joven negro desarmado que recibió seis disparos de la policía). Entre los convocantes del encuentro estaba un colectivo antirracista surgido específicamente a partir del libro, que se llama The Campaign To End Jim Crow (esta última expresión designa las leyes de discriminación racial vigentes entre 1876 y 1965). También han surgido numerosos grupos de estudio del libro en distintas partes del país y se han movilizado grupos de ex presidiarios. Recientemente hubo una movilización en Filadelfia contra una ley que quieren aprobar para que los presos no puedan expresarse públicamente”.
Tras la lectura del libro, las preguntas salen solas: ¿no es el sistema que describe Alexander similar a lo que ocurre en España con los controles policiales racistas, la valla de Mellila y los Centros de Internamiento de Emigrantes? ¿No tiene una lógica calcada a las políticas del estado de Israel para fiscalizar a la población Palestina? ¿No estamos, básicamente, ante los métodos que han escogido las élites para gestionar el racismo en el siglo XXI?