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¿Y si mataron a Unamuno?

Por La Voz de Galicia  ·  04.06.2021

Un ensayo se cuestiona la versión oficial sobre la muerte del escritor e incide en la necesidad de reparar el legado de un genio único.

Nevando, en compañía de un único «amigo, discípulo y alumno», la última noche del año. El primero de la guerra. En el relato oficial, la descripción de la muerte de Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864-Salamanca, 1936) parece sacada de una novela de Charles Dickens. Un Cuento de Navidad perfecto para sellar y contener el pensamiento de quien dijo sobre sí mismo «ni he sido ni seré hombre de partido» y que manifestó su repulsa por las etiquetas, «pero si alguna me habría de ser más llevadera es la de ideoclasta, rompeideas». El profesor de Literatura Española en la Universidad de Salamanca Luis García Jambrina y el cineasta Manuel Menchón se hacen muchas preguntas, «raíz y sostén de la conciencia viva», en torno a ese último instante del escritor en La doble muerte de Unamuno (Capitán Swing). Un contrarrelato de la versión instaurada desde la dictadura con el que quieren hacer un poco de justicia poética 85 años después del fallecimiento del intelectual que se autodefinía como «especie única».

 Morir dos veces

Miguel de Unamuno tenía 72 años cuando murió y, como puede pasar a esas edades, tenía hipertensión. Sus últimos días, después de los incidentes del 12 de octubre en el paraninfo universitario en el mitificado, para los hunos, y minimizado, para los hotros, enfrentamiento con Millán Astray, los pasó bajo arresto domiciliario. Salamanca era una ciudad ocupada en la que Franco había instalado su cuartel general y donde la oficina de prensa y propaganda que dirigía el fundador de la Legión estaba a metros de la vivienda del escritor, al que el dictador destituyó como rector diez días después de su encendido discurso. Este era el contexto en el que agonizaba horrorizado por el devenir del levantamiento quien manifestó públicamente su cambio de parecer sobre el golpe, pidió sin éxito clemencia para sus amigos presos y leía bandos como el publicado en diciembre vía BOE por el encargado de Educación y Cultura, José María Pemán, en el que pedía aniquilar al profesorado contrario al Movimiento. Unamuno estaba en el centro del huracán.PUBLICIDAD 

«Carecemos de pruebas concluyentes que certifiquen que la muerte no fue natural, pero no sabemos qué es lo que pasó y, probablemente, nunca sepamos toda la verdad. Nos limitamos a reconstruir los hechos hasta donde fue posible. Esto no es ficción histórica, sino un ensayo en el que nos hacemos muchas preguntas legítimas y naturales», dice el profesor Luis García Jambrina. Con documentos, datos, testimonios, consultas a expertos, como el antropólogo forense Francisco Etxeberria, colocan las piezas de un rompecabezas sobre el que imperó el silencio y la manipulación. «No se conserva el acta de defunción ni hay un análisis médico», apunta Manuel Menchón, al que el documental estrenado en el 2020, Palabras para un fin del mundo, lo llevó a este libro.

Adolfo Núñez, amigo de la familia, de izquierdas, por imposición incorporado al cuerpo de médicos militares y sobre el que pesa una considerable multa de razón desconocida en diciembre del 36, firmó como causa de la muerte una hemorragia bulbar, «entre un 5 y 10 % de todas las hemorragias craneales», matiza Menchón. «¿Dejó una pista? Esto no lo puede poner ningún médico si no presencia la muerte ya que requiere una autopsia judicial», continúa. Pero, el interrogante que más inquieta es el de quién estaba con él cuando expiró. «No se sabe si alguna de sus hijas e incluso una vecina. Es en una nota a pie de página de una biografía de Unamuno donde se hace mención a Bartolomé de Aragón. El ”amigo, discípulo y alumno” que, dice la nota, fue su último interlocutor», expone Jambrina.

Pero, ¿quién era Bartolomé? «Nunca fue alumno ni discípulo suyo. Hemos podido saber que parte de la biografía que se le atribuye es la de su cuñado represaliado, Alfredo Malo Zarco. Bartolomé era de ideario fascista, trabajaba en la oficina de censura de Huelva donde impulsa una quema de libros en octubre de 1936. Unamuno tenía libros censurados por la Iglesia, ¿cómo podía alguien así ser su amigo?», pregunta Jambrina. «Lo que se contó y recuerdan en la familia es cómo se llevaron el cuerpo en medio del velatorio y a Bartolomé gritando fuera de sí, “yo no lo he matado”», apunta Menchón.

Pero, lo más «doloroso y terrible» vino después, con la «muerte simbólica». «Hay que tener muy presente a Lorca. Unamuno deja traslucir en alguna carta que le pasará lo mismo. Pero los golpistas no se podían permitir otro error estratégico así. Él, rector vitalicio, era nuestro escritor e intelectual más conocido y respetado fuera de España, y los ojos del mundo estaban puestos en España. Repetir lo de Lorca podía cambiar el rumbo de la Guerra Civil», expone Jambrina.

«Por las actas del profesor Ignacio Serrano sabemos que el enfrentamiento con Millán Astray en la universidad fue más violento de lo pensado. Unamuno defendió a José Rizal, líder de la independencia filipina y bestia negra de los militares españoles. Ese día fue el detonante. Unamuno, contra el que la Alemania de Hitler obró para que no ganase el Nobel, es el judas, y Lorca el mártir. Hoy sigue en el purgatorio. El relato del régimen tergiversó su memoria y distorsionó su figura. Hasta un campo de concentración en Madrid tuvo su nombre», exclama Menchón. El ensayo, concluyen, quieren que sea un punto de partida para seguir investigando y saldar una deuda pendiente con quien sentenció: «Antes la verdad que la paz».

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