10º Aniversario
¡El capitán cumple diez años!
descúbrelo

Y la magia se convirtió, en sus manos, en el marketing moderno

Por PlayGround  ·  28.03.2014

Con la magia pasa un poco como con las películas de terror. Hay un cierto placer en exponerte a que te lo hagan pasar mal, a sentir que no entiendes de qué carajo va la historia y que tus sentidos te engañan. Y en el fondo esa es también la misma base sobre la que descansa la publicidad, piedra filosofal de nuestra cultura de consumo. En el escapismo, en la conciencia flotante. El crimen perfecto, el anuncio perfecto, el juego de manos perfecto. Todos tienen en común que se dirigen a los centros receptores de nuestra capacidad de asombro, a nuestra ansia perpetua del “más difícil todavía”. Harry Houdini, el gran ilusionista, tenía esto más que claro, y dedicó toda su vida a estudiar a magos y mangantes; sus técnicas, trucos y estafas. También a perfeccionar no sólo sus espectaculares números de magia, sino -sobre todo- la manera de comunicarlos, la forma de trabajar su imagen pública y cómo el público le veía. Ese, en realidad, fue su truco maestro.

El año pasado, la editorial Capitán Swing publicaba “Cómo hacer bien el Mal”, una recopilación de textos en los cuales el ilusionista trataba todos estos asuntos dejando claro que la suya era una personalidad contradictoria, conflictiva y magnífica. En el libro uno puede encontrar un poco de todo, desde beefs con otros magos a la manera de un rapero del gueto, hasta comentarios sobre la cortesía en el escenario o la mejor manera de comer fuego sin morir abrasado por dentro. Los estilos son variados, desde el comentario farruco hasta la floritura académica, y nos dejan entrever parte del humano muchas veces oculto tras el mito. Un hombre sin estudios que lucha por ser docto, un matón de la calle que busca la excelencia social. Un hombre del renacimiento que se hizo a sí mismo; fue mago, escritor, bibliófilo y actor pero acabó muriendo por una fanfarronada: fue retado a aguantar un puñetazo de un boxeador en el estómago. Y no lo aguantó.

A pesar de su tonta muerte, y de ser un excelente vendedor, Houdini era un hombre muy exigente consigo mismo. Sus trucos realmente desafiaban los límites de lo humanamente posible. Además era ambicioso: como presidente de la Asociación Americana de Magos, buscaba elevar la categoría profesional de su gremio, y su reconocimiento dentro de la sociedad. De igual manera, exigía mucho a sus colegas de profesión. De hecho, una vez ya se hubo situado como el escapista larger than life que todos conocemos, pasó los últimos años de su vida dedicado a desenmascarar a farsantes y mercachifles de lo oculto, y a tratar de evitar que cualquiera copiase los trucos del vecino sin permiso. No era sólo una cuestión de orgullo, también de pasta. Como muchos prohombres americanos de la época (Edison, por ejemplo, todo un pajarraco), fue uno de los grandes defensores de los derechos de autor en las artes y la tecnología.

Su conocimiento enciclopédico del trabajo de sus compañeros de profesión y su desprecio hacia los engañabobos quedan más que patentes en su libro “Traficantes de Milagros y sus Métodos”, que acaba de publicar Nórdica Libros en una bonita edición ilustrada por Iban Barrenetxea. El libro no deja de ser un repaso exhaustivo del trabajo de tragasables y pisafuegos, de comeácidos y escupelavas, una especie de “quién es quién” del noble oficio de alucinar al personal, desde tiempos remotos. De paso, Houdini se encarga de desmontar muchos mitos y explicar que en general todo lo que hacían estos superhumanos en realidad tiene una explicación científica y muchas veces muy poco espectacular. Escribe de manera que resulte entretenido, y que en el fondo, aunque le leamos con cierta mueca de decepción, no dejemos de divertirnos con nuestra infinita y algo boba propensión al flipe. Porque magos hubo, hay y habrá, aunque ninguno le llegue a la suela del zapato (de tacón) al gran Houdini y a su ambiciosa y espectacular manera de entender la vida.

Ver artículo original