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Wireless 39

Por Quimera  ·  01.05.2012

Hace tan sólo unos años, las fusiones y adquisiciones entre los grandes grupos editoriales parecían amenazar lo que entonces se llamaba edición independiente y poner en cuestión la importancia del editor. Este proceso de concentración empresarial, semejante a los que no dejan de producirse en otros sectores financieros y comerciales, se había basado en la convicción de que existía un mercado de masas para “el libro” —fundamentalmente para cierta narrativa de ficción— que sólo podía ser explotato adecuadamente mediante una compleja maquinaria de producción, distribución y  promoción, que exigía una inversión demasiado cuantiosa para una empresa pequeña y que requería el desplazamiento de la capacidad de decisión de los editores a los ejecutivos de márketing y ventas. Curisamente, en el momento histórico en que hasta la cultura de masas comenzaba a ser consciente de la desaparición del “autor” tal y como se le había concebido desde el siglo XIX, el escritor, y no la obra, pasaban a ser el producto principal de una empresa editorial.

Mientras tanto, otros géneros con una audiencia supuestamente más reducida, como la poesía o la ficción underground o de vanguardia, podían permanecer en manos de editoriales pequeñas y/o independientes, ya que se daba por supuesto que ahí no había negocio. En otras ocasiones he comentado que la labor fundamental de una empresa contemporánea no es la producción de objetos, sino la construcción de usuarios: Mientras las grandes editoriales competían por el mercado preexistente, no han dejado de aprecer numerosos proyectos editoriales, más parecidos a las editoriales de poesía que a los grandes grupos tradicionales, que están construyendo nuevos espacios, culturales y comerciales, para la ficción.

Los recientes cambios tecnológicos y sociales son sin duda el factor determinante de esta explosión. La facilidad para publicar online o autoeditarse hace que una editorial no sea imprescindible para el autor, lo que no significa que no sea deseable. Cualquier autor dispone de muchísimas opciones de publicación, por lo que el editor está obligado a aportar mucho más que una plataforma de distribución, mucho más que la capacidad de colocar el libro en el escaparate de unas cuantas librerías. El autor proporciona cierto contenido, pero exige del editor que aporte un contexto; de otro modo, ¿por qué no recurrir a la autopublicación? Podríamos decir que la publicación de narrativa se aproxima cada vez más a lo que solía ser la edición de poesía, y ambas se parecen mucho a la comercialización de obras de arte visual. Si a partir de los años 80 proliferaron en todo el mundo las pequeñas galerías de arte contemporáneo, hoy las editoriales se asemejan cada vez más a galerías de arte autónomas y menos a las grandes cadenas de distribución en que habían intentado convertirse. Pequeños negocios, a menudo puestos en marcha por un mínimo grupo de individuos con un fuerte criterio personal, cuyo propósito es dar a conocer nuevos autores o reeditar obras descatalogadas que, por falta de éxito comercial, habían permanecido “huérfanas” durante mucho tiempo. Quizás estoy siendo demasiado optimista, pero me da la impresión de que sobrevivir en el mercado actual, e incluso disfrutar de un moderado éxito comercial es, pese a la crisis económica, mucho menos complicado de lo que lo había sido hasta hace una década.

El gusto por la elaboración artesanal de libros impresos que son en sí mismos objetos con valor estético, la familiaridad con los medios digitales y el uso inteligente de las redes sociales para difundir sus lanzamientos, son tres sobresalientes características de la reciente proliferación editorial. Uno de los mejores ejemplos de éxito en España es Alpha Decay, que en numerosas ocasiones ha tomado la delantera a los grandes grupos introduciendo traducciones de obras clave de la literatura contemporánea: Entre sus próximos lanzamientos anunciados se encuentran nada menos que House of Leaves de Mark Danielewski y Nothing. A Memoir of Insomnia de Blake Butler. Pero Alpha Decay no es una excepción. La mexicana Sexto Piso se ha relanzado en España con, entre otros, el ambicioso proyecto de reeditar la obra completa de William Gaddis, y nos ha descubierto a una autora novel tan extraordinaria como Valeria Luiselli. Capitan Swing está siguiendo la estela de publicación de libros/objeto en la línea de la inglesa Visual Editions y de la alemana Gingko Press, y acaba de publicar la versión española de Composition nº 1 de Marc Saporta. Blackie Books, Libros del Asteroide, Honolulu Books, Alfabia, Jeckill&Jill y muchas otras siguen un camino semejante con propuestas únicas y perdsonalidades diferentes. Eterna Cadencia en México y La Bestia Equilátera en Argentina son también excelentes ejemplos de pequeñas editoriales en español que publican narrativa de extrordinaria calidad. En muy poco tiempo, Sigueleyendo se ha convertido en una de las pioneras en edición electrónica en español con una magnífica colección de nuevos narradores y una excelente gestión del contenido de su web. Otra gran idea es la de Musa a las 9, que está recuperando en versión digital obras descatalogadas de numerosos autores españoles todavía jóvenes.

Sé que me olvido de muchas y no dispongo de espacio para mencionarlas a todas, pero si algo parece desprenderse de lo que está ocurriendo en el mundo editorial, es que las editoriales relevantes son, cada vez más, “negocios de autor”. Quizás los editores son los nuevos “autores”. Casi puedo ver la sonrisa en la cara de algún viejo editor.

Germán Sierra