A lo largo de su extensa vida, W. E. B. Du Bois (1868-1963) acompañó y actuó en diferentes etapas clave para el desarrollo del movimiento negro antirracista, anticolonial y antiimperialista de Estados Unidos. El comprometido humanismo de Du Bois se radicalizó con el paso de los años, hasta abrazar el materialismo histórico al final de su vida, pero desde el principio estuvo latente en él una crítica sin titubeos al capitalismo, al que observaba como piedra angular de la particular forma racista que adoptaba en Estados Unidos. A esa etapa temprana pertenece su libro Las almas del pueblo negro, publicado ahora en castellano por Capitán Swing con traducción de Héctor Arnau, una obra ineludible para comprender la crudeza del capitalismo racial estadounidense, que Du Bois conoció bien en su experiencia vital.
Sociólogo, historiador y activista, Du Bois tuvo un origen relativamente acomodado, considerando las condiciones propias de su pertenencia racial a finales del siglo XIX. Además, fue el primer afroamericano en obtener un doctorado por la Universidad de Harvard, después de lo cual desarrolló una fructífera vida académica, actividad que compaginó con un compromiso firme en favor de la lucha antirracista. Como parte de esta, pronto se posicionó como voz destacada contra el líder de las posiciones apaciguadoras y sumisas en el movimiento negro, Booker T. Washington, a cuya controversia dedica dos de los capítulos integrados en Las almas del pueblo negro.
El libro recoge catorce ensayos, algunos de los cuales habían sido publicados previamente en la revista The Atlantic Monthly. De forma significativa, Du Bois abre cada uno de los capítulos con dos epígrafes: uno perteneciente a un poeta blanco y otro a un espiritual negro. Con esta apertura, trataba de disputar desde el principio el racismo intrínseco a la jerarquía con que tradicionalmente se asumía la producción cultural de las distintas razas, al tiempo que cuestionaba la asociación de esta distinción a concepciones de “alta” y “baja” cultura. Du Bois exponía así un aspecto crítico que recorrerá toda su obra, algo que le dará la trascendencia que hoy se le reconoce: la compleja relación que subyace entre los conflictos de raza y de clase.
Una de las grandes contribuciones a la teoría crítica racial de Las almas del pueblo negro aparece ya en su primer capítulo, donde se subraya la noción de “doble conciencia”; idea que será también desarrollada en obras tan relevantes para el pensamiento antirracista y anticolonial como los clásicos Piel negra, máscaras blancas de Frantz Fanon o Atlántico negro: Modernidad y doble conciencia de Paul Gilroy, ambos disponibles en castellano en Ediciones Akal. Por “doble conciencia”, y en parte de modo autorrefleivo, Du Bois se refiere a la experiencia post-esclavista de los afroamericanos en Estados Unidos, que empujaba al pueblo negro a ser consciente de sí mismo, al tiempo que debía serlo de cómo era observado en un ámbito de opresión perpetuada. La brutalidad del contexto situaba al pueblo negro en una encrucijada entre su herencia africana y la dominación europea.
Pero más allá de la riqueza de sus reflexiones, Las almas del pueblo negro destaca por su carácter etnográfico, ya que en él Du Bois recoge las experiencias de lucha que conoció en sus viajes a través del territorio estadounidense, conviviendo con su pueblo, segregado y pauperizado por el color de su piel. De este modo, por ejemplo, se detiene en la significación que tuvo para este el periodo que va de 1861 a 1872 y la creación de la Oficina de los Libertos, así como la etapa posterior a la Proclamación de Emancipación emitida por Abraham Lincoln en el Año Nuevo de 1863, con la que se abolió la esclavitud en el Sur en plena Guerra Civil. Du Bois señala, con afilada capacidad de análisis, tanto la continuidad de los obstáculos como la necesidad de continuar con algunos de los avances iniciados. Entre sus apuntes históricos sobre el sufrimiento negro, destaca la narración de cómo los esclavos liberados debieron alistarse en el ejército durante la guerra para poder comer, y cómo lo hicieron en tal cantidad que los propios generales, viéndose incapaces de manejar la situación, acabaron empleándolos como carne de cañón en el campo de batalla. Si en algún momento se pensó que aquello sería tan solo un problema coyuntural, muy pronto se vio que la situación adquirió unas dimensiones que no se sabían o no se querían manejar.
Así, Du Bois continúa relatándonos cómo el trabajo que se había anunciado para el pueblo negro liberado después de la guerra, en el periodo de la reconstrucción, acabó siendo irregular y a disposición de los intereses de las élites blancas, lo que llevó al muy frecuente impago de salarios. En muchos casos además, a la extrema precarización y superexplotación, se unía la falta de toda formación económica y educativa de un pueblo post-esclavizado, sometido a siglos de dominación y alienado de todo nivel formativo, lo que afectaba a la escasa capacidad de planificación y prevención en multitud de ellos.
Du Bois muestra en su recorrido cómo bajo esas condiciones también se fueron entregando campos agrícolas y fincas confiscadas, se aprobaron leyes en 1863 y 1864 sobre tierras abandonadas para arrendarlas por periodos de apenas un año, en busca de algún relajo social. La situación se consideró institucionalmente parte de la “problemática de los negros”. Y del mismo modo, el autor nos muestra cómo a los militares aquellos mínimos avances les parecerían excesivos, por lo que en agosto de 1864 tomaron el control de la situación. Las tensiones provocarían una disputa constante, cargada de crudeza, entre la presión por los avances sociales y las exigencias de las élites.
Bajo estas duras condiciones históricas Du Bois se pregunta cómo es posible confeccionar mejoras sociales en una situación de desastre económico, ante un cambio que no llegaba a los más necesitados. Y es ahí, en su polémica con Booker T. Washington, donde Du Bois ubica la cuestión central de la educación. En sus palabras, “la oposición a la educación del negro en el Sur fue encarnizada al principio, materializándose en edificios calcinados, cenizas, insultos y derramamiento de sangre, ya que el Sur creía que un negro educado era un negro peligroso”. De esta forma, en la relación entre educación y conciencia Du Bois encuentra el punto exacto sobre el que volverá a lo largo de Las almas del pueblo negro, para señalar en él la aguja que debería guiar la esperanza emancipadora de su pueblo.
Así, de múltiples formas, haciendo uso incluso de algún recurso de ficción, Du Bois se detiene con pasión crítica en las muy diversas maneras que han hecho desaparecer la autoestima del pueblo negro, en los mitos y fabricaciones racistas que lo habían predispuesto a aceptar su subordinación, su condición social de servicio al blanco. “El problema del siglo XX es el problema de la línea de color”, indica Du Bois a este respecto, alertando ya desde ese momento temprano del siglo XX sobre la necesidad para todo proyecto emancipador de trascender todo conflicto entre razas (“más claras” y “más oscuras”) que separe a la humanidad a lo largo y ancho del mundo. La fragmentación de la conciencia negra participa de un modo de colonización mental —a la que Malcolm X llamará “la mentalidad del esclavo” años más tarde— que somete a buena parte del pueblo negro a un estado de sumisión; una sumisión de tal grado que pareciera a veces imposible de trascender, señala Du Bois. Y es ahí donde reconoce el mayor impedimento para la verdadera liberación de su pueblo.
A partir de su propia experiencia, si bien privilegiada en relación con la mayoría de su gente, Du Bois procura mostrar en diferentes partes de Las almas del pueblo negro la importancia de reconocer las características del mundo en que vive su pueblo, como condición imprescindible para organizar la lucha por la emancipación ansiada, trascendiendo toda conjetura genético-racista. Para Du Bois, la capacidad de superación histórica del negro ante las dificultades señala al ánimo y disposición del colectivo para la lucha, como principal herramienta de su pueblo frente a la dominación blanca. Las debilidades, desconocimiento, dejadez, vagancia, todos y cada uno de los mitos sesgados y segregados sobre los que las élites blancas habían construido la identidad del pueblo negro, pesaban enormemente en la conciencia del negro. Era, por tanto, lo primero de lo que debía desprenderse para avanzar hacia su liberación; una liberación que sería también parte de la liberación de toda la humanidad. Porque como dijo Dioniso Yupanqui ante las Cortes de Cádiz, en el discurso que inspiró al del propio Marx ante la I Internacional, “un pueblo que oprime a otro no puede ser libre”.
Es por este motivo que, si bien aún cargado del idealismo propio de la obra temprana de Du Bois, Las almas del pueblo negro subraya repetidamente la importancia para el pueblo negro de acceder a medios educativos y culturales esenciales para su liberación. Esta posición en su momento resultó fundamental para hacer frente a los postulados condescendientes dominantes, como eran los de Booker T. Washington, quien insistía en la necesidad de integrar al pueblo negro por medio de la formación meramente técnica, que respondiera a las demandas de las élites capitalistas blancas. Como gran humanista, Du Bois ve en la educación integral la esperanza de alejar al pueblo negro de las mezquindades a las que históricamente le había empujado la segregación. La necesidad de crear centros de enseñanza y universidades propias, entre otras instituciones, que diesen fundamento a los propósitos de liberación, aparece como un aspecto esencial en la obra, como muestra Du Bois cuando expresa:
“Enseñar a los pensadores a pensar —un conocimiento necesario en una época de lógica vaga y negligente—; y quienes tengan un destino más difícil han de tener una educación aún más cuidada para pensar acertadamente. (…) Y el producto final de nuestra educación no ha de ser un psicólogo o un albañil, sino un hombre. Y para hacer hombres, debemos tener ideales, objetivos de vida ambiciosos, puros y edificantes; no la sórdida obtención de dinero, ni las manzanas de oro. El trabajador tiene que trabajar por la gloria de su labor manual, no solo por la paga; el pensador tiene que pensar a favor de la verdad, no por la fama. Y todo esto solo se logra mediante la lucha y el anhelo humanos, la enseñanza y la educación incesante, al fundamentar la razón en la honradez y la verdad en la búsqueda libre, sin impedimentos, de la verdad, al fundamentar la escuela pública gratuita en la universidad, y la escuela taller en la escuela pública gratuita, y tejer así un sistema, no una distorsión, y producir un nacimiento, no un aborto”.
Du Bois recoge también en Las almas del pueblo negro algunas de las vivencias que experimentó viajando en el “tren segregado”, con el que recorrió buena parte del territorio estadounidense. En aquellos eran vagones para negros, en los que se viajaba en las peores condiciones posibles, Du Bois supo de hermanos a los que llevaban encadenados, de la vida desgraciada de su pueblo, de las enfermedades y el hambre que les acosaba, expresiones de la violencia estructural a la que veían abocadas sus vidas. Y así lo plasma cuando escribe sobre “un hombre pardo, harapiento, de rostro grave: esta tierra era un pequeño infierno. He visto negros caerse muertos en el surco, se les echaba a un lado de un puntapié. El arado nunca se detenía. Y en el pabellón para castigados corría la sangre a borbotones”.
Du Bois veía cómo el Sur blanco se servía del racismo como trinchera desde la que legislar con severidad contra el pueblo negro, como fue con las leyes Jim Crow de segregación, que se extendieron por casi un siglo, más allá de su propia vida. Este era el marco que perpetuaba la subordinación de los afroamericanos, el dominio del blanco sobre el negro, hasta el punto de pauperizar sus condiciones de trabajo y el acceso a este hasta el extremo, empujando a muchos a resignarse y volver a aceptar diversas formas de esclavitud, aunque ahora fuese ilegal. Así, Du Bois contempla esta situación ruinosa y se hace eco de las persecuciones, linchamientos y ahorcamientos que sufre su pueblo constantemente, especialmente en el Sur. Y frente a ello, se detiene en el contraejemplo maravilloso que representa para la historia el control y desarme del comercio de esclavos en Haití, tras el primer levantamiento triunfante de éstos —episodio vibrante que más tarde narraría con brillantez C. L. R. James, en su siempre necesario Los jacobinos negros: Toussaint L´Ouverture y la Revolución de Haití—. Pero además, en una contribución significativa sobre la complejidad y la dimensión que implica la sumisión de su pueblo, Du Bois señala con agudeza a la tendencia expansiva e inevitable del capitalismo hacia el imperialismo, donde todos los seres humanos son cosificados como instrumentos y recursos mercantiles al servicio del monopolio, utilizados en base a los dividendos que la explotación de sus vidas pueda dejar en caja.
La voz de Du Bois se alza en las páginas de Las almas del pueblo negro como la de una lucha colectiva que nunca se rinde, como aún hoy no deja de mostrarnos el movimiento negro en las calles de Estados Unidos. Se trata de una lucha que nos enseña cómo, entre aquella vida cenagosa, crecía la esperanza y se luchaba por ella. En la palabra de Du Bois está la voz de multitudes, llamando a la vida y a su emancipación, de madres a hijos y de padres a hijas, de generación en generación. Es la vida en resistencia que el propio Du Bois observó y experimentó a lo largo de su travesía. Y al acabar su narración, el autor nos interpela sin tapujos:
“Oh, Dios lector, escucha mi grito; no permitas que este libro mío caiga en lo estéril del desierto de este mundo. Qué le broten, gentil lector, de sus hojas pensamientos vigorosos y acciones sensatas para recoger la maravillosa cosecha. (Que los oídos de un pueblo culpable tiemblen con la verdad y setenta millones de hombres anhelen la justicia que exalta a las naciones, en este triste día en que la hermandad humana no es más que una burla y una trampa). Siendo así, que cuando te parezca bien la razón infinita despeje la maraña y estas marcas torcidas en la frágil hoja no sean en realidad EL FIN”.
Así pues, Las almas del pueblo negro nos da la ocasión de conocer las raíces del territorio por el que aún hoy se extienden las más crueles formas de racismo. Se trata de un libro esencial para descubrir cómo se expresa ese pasado trágico en la farsa actual, así como para entender qué podemos esperar del capitalismo racial y sus formas de dominación colonial e imperial al que Du Bois se enfrentó hasta el final de sus días.
Las almas del pueblo negro resulta una obra esencial para entender la evolución indivisible que se desarrollaría entre Du Bois y el movimiento antirracista en Estados Unidos. Poco después de publicarlo, Du Bois se implicaría de manera cada vez más decidida en la lucha por los derechos civiles, primero a través del Movimiento del Niágara en 1905, para después convertirse en el único fundador afroamericano de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP, por sus siglas en inglés) en 1909. Dentro de esta organización, Du Bois editó su revista mensual, The Crisis, tribuna desde la que intervino sobre los temas centrales del movimiento y pensamiento antirracista, en una evolución no exenta de las contradicciones y controversias propias tanto de su condición social como de la subalternidad del movimiento. A través de este medio, Du Bois mostraría, con el desarrollo de su prosa, su apertura y profunda capacidad crítica, resultado del diálogo orgánico y su compromiso activo.
De este modo, por medio de la relación entre su actividad militante y su trabajo teórico en contra de toda discriminación racial, y ante los múltiples linchamientos que experimentaba el pueblo negro y la segregación que perpetuaban las leyes Jim Crow, Du Bois acabó convirtiéndose en una figura pionera del panafricanismo y en favor de la descolonización de África. Con el paso de los años, y especialmente después de viajar a la URSS a finales de los años 20, creció su interés por la obra de Marx y Lenin y comenzó a vislumbrar en el socialismo un camino para la igualdad racial; igualdad que entendía cada vez más intrínsecamente ligada al fin de la explotación proletaria.
Con una extensa obra ya publicada a sus espaldas, incluida la que algunos consideran su obra maestra, Black Reconstruction in America (1935), Du Bois formaría parte de la delegación de la NAACP en el Congreso de San Francisco de 1945, a partir del cual se fundaría la ONU. En él, dio voz a la propuesta por la igualdad racial y contra el colonialismo, que tan solo recibiría el apoyo de la URSS, China e India. Y fue así como, a pesar de haber apoyado la intervención estadounidense en la Primera Guerra Mundial, Du Bois evolucionaría hacia posiciones pacifistas, hasta involucrarse desde el principio en el movimiento contra la fabricación y uso de armas nucleares.
Como no podía ser de otra manera, su actividad y compromiso hizo a que el FBI le comenzara a espiar en 1942. Y ante el creciente macartismo de postguerra, el acercamiento de Du Bois a figuras y organizaciones comunistas llevaría a la NAACP a tomar distancias de él. De este modo, al convertirse en presidente del Centro de Información de Paz (PIC, por sus siglas en inglés), creado con el objetivo de promover la prohibición de armas nucleares, sufriría la persecución definitiva del anticomunismo reinante, siendo juzgado en 1951 por su actividad pacifista. La decepcionante falta de apoyo de la NAACP, le llevó a alejarse paulatinamente de esta organización, mientras el calor que recibió de organizaciones obreras, junto a la expansión asfixiante del macartismo, acabaría por decidirle a afiliarse al Partido Comunista años más tarde.
Sin embargo, a pesar de haber sido condenado en el juicio de 1951, ya nunca dejaría de sufrir la persecución del gobierno estadounidense, fuera del color que fuera, hasta el final de su vida. De este modo, al serle confiscado el pasaporte después del juicio, no pudo participar en la histórica Conferencia de Bandung en Indonesia de 1955, acto fundacional del proyecto del Tercer Mundo. Para cuando recuperó su pasaporte, viajó a África en 1960, primero para la creación de la República de Ghana y después para la toma de posesión del primer Presidente de la Nigeria independiente, Nnamdi Azikiwe. Un año más tarde, Du Bois trasladó su residencia a Ghana para hacerse cargo del proyecto de la Encyclopedia Africana. Sin embargo, cuando un par de años más tarde su salud comenzó a deteriorarse debido a su avanzada edad, Estados Unidos le denegó la renovación de su pasaporte, en una última expresión del racismo vengativo que gobernaba su país natal. Du Bois adoptaría la ciudadanía ghanesa en respuesta, para morir pocos meses más tarde, a los 95 años.
Una semana después de su fallecimiento, en la Marcha sobre Washington liderada por Martin Luther King, se pediría un minuto de silencio en su memoria. La Ley de Derechos Civiles que un año más tarde alumbró aquella movilización masiva, se hizo eco al fin de algunas de las reivindicaciones por las que Du Bois dio su vida. Pero como las calles aún hoy claman en lucha, con las leyes no es suficiente. Y de eso también dio cuenta Du Bois en su vida.
Con la publicación de Las almas del pueblo negro en castellano, nuestro estudio del capitalismo racial estadounidense comienza a saldar algunas importantes cuentas pendientes. Se trata de una lectura imprescindible para alimentar nuestro conocimiento crítico del racismo y del colonialismo que aún domina la práctica y los imaginarios políticos, sociales y culturales en Estados Unidos. Pero además, la significación del libro de Du Bois es de tal vigencia que hoy continúa inspirando la actividad teórica y militante más combativa, no solo de aquellos colectivos al frente de la lucha contra esas plagas que perpetúan la segregación racial humana, sino también de todos aquellos entregados a repensar los vínculos de esas luchas con las de otras trincheras abiertas en favor de toda forma de emancipación. Ante la compleja interrelación de crisis que acumula actualmente la humanidad, la lectura de Du Bois hoy nos permite volver a explorar sus temáticas centrales desde una perspectiva amplia, interseccional, totalizadora. Una perspectiva que abarca, más allá de la raza, también cuestiones fundamentales para las batallas de clase y género, así como por la justicia medioambiental y contra el imperialismo; luchas todas ellas esenciales para combatir el proyecto del capitalismo racial global contra el que Du Bois escribió y vivió.
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