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Violette Leduc, una escritora descarnada que rasga las entrañas

Por The Objective  ·  20.08.2020

“Me iré como he llegado: intacta y cargada con los defectos que me han torturado. Hubiera querido nacer estatua y soy babosa en mi propio estercolero”. Con estas palabras nos recibe Violette Leduc en La bastarda, una autobiografía seca y sin tapujos que quedó finalista del Premio Goncourt en 1964 y que Capitán Swing recupera con prólogo de Simone de Beauvoir. La suya es una pluma herida y que hiere, aturdida y que aturde y, sobre todo, que no deja indiferente. Leduc ha sido una de esas escritoras olvidadas y es preciso recuperar pues ya en su tiempo, a pesar de la censura, se granjeó la admiración de escritores como Albert Camus o Jean-Paul Sartre.

La censura francesa de los años 50 consideró que las primeras páginas de su novela Ravages eran un escándalo. En ellas se recreaba en la pasión lésbica de dos jóvenes, un tema tabú que chocó con los ideales de la época. No obstante, varias de esas páginas las recuperó años más tarde para dar forma otra novela y ahora las podemos leer al completo en La bastarda, una obra confesional que no escatima en detalles sexuales y aborda temas como el aborto, la homosexualidad o los encuentros íntimos.

La escritora tuvo una vida complicada: era la hija de un burgués que no quiso aceptar su paternidad, confiesa que no sintió el cariño de su madre (“mi madre nunca me dio la mano”, confiesa en estas páginas) y vivía atormentada por su apariencia física. Tanto que escribió: “mi fealdad me aislará hasta la muerte”. Sin embargo, todo ese dolor lo volcó en novelas, siempre de tintes autobiográficos, con una pluma intelectual que nos deja frases bien meditadas. No obstante, no todas sus obras han sido traducidas al castellano de modo que esta se convierte en la ocasión perfecta para acercarnos a Leduc y a su historia.

Imagen vía Capitán Swing.

Sus relaciones personales

“Dices que a veces te odio. El amor tiene innumerables nombres”, escribe. La relación con su progenitora fue un tanto tormentosa y conservada en la pobreza y en la enfermedad. Todo eso afectó a su personalidad y, sobre todo, a la relación que establecía con los hombres. Entre algunas idas y venidas la joven Leduc acabó estudiando en un internado en el que tuvo un escarceo con otra alumna. “Yo la acariciaba, prefiriendo el fracaso a los preparativos. Hacer el amor en la boca me bastaba: tenía miedo y pedía auxilio con mis muñecas”, escribe sobre su relación con Isabelle. No obstante, cuando Isabelle abandona la localidad en la que viven su intercambio de cartas fue más bien escaso.

Poco después Violette tuvo un romance con Hermine, su profesora de piano. Estas fueron sorprendidas, la profesora despedida y Leduc expulsada del colegio por “malos hábitos”. Su madre no fue a buscarla sino que hizo que la joven viajara a París. Esta relación, con sus más y sus menos, con su convivencia en varios apartamentos, duró años. A pesar de los lamentos por su aspecto físico Leduc acumuló otros amantes, como Gabriel o Maurice Sachs, de los que nos habla a lo largo de las casi 500 páginas de confesión.

“Violette Leduc no quiere agradar, no agrada y hasta aterroriza», escribe Simone de Beauvoir en el prólogo de La bastarda. Como decíamos, su vida no fue precisamente asfaltado y a través de este relato “desciende a lo más secreto de sí misma y se explica con una sinceridad intrépida como si no hubiera nadie para escucharla”, reconoce la autora de El segundo sexo. Y si bien su madre la moldeó para conservar un sentimiento de culpa (por nacer, por costar dinero, por ser mujer) fue su abuela quien le proporcionó el cariño necesario convirtiéndose, en más de una ocasión, en su salvavidas.

Uno de los golpes que Leduc se llevó fue cuando en 1920 su madre se casó con un hombre (con el que tuvo un hijo), algo que la escritora vivió como una traición. Desde ese momento decidió refugiarse en el “narcisismo, el egocentrismo y la soledad”, comenta la filósofa. Aunque de adolescente no sintió curiosidad por los libros (su madre tampoco) en cierto punto comenzó a interesarse por ellos. Esto hizo que entre 1928 y 1932 consiguiera trabajar en la editorial Plon y más tarde como telefonista para un empresario de cine al que proponía guiones. El azar quiso que tres años más tarde Maurice Sachs apareciera en su vida. Este tuvo un papel crucial en su devenir pues fue quien la alentó a dejar por escrito los recuerdos de su infancia. De aquel consejo surgió L’Asphyxie, novela que publicó Albert Camus en la editorial Gallimard.

“Dices que a veces te odio. El amor tiene innumerables nombres”

“Inmediatamente comprendió que la creación literaria podría servirle de salvación”, recuerda Simone de Beauvoir en el prólogo que nos acerca a Leduc al tiempo que nos insta a leer a esta autora olvidada. Su estilo directo chocaba con los ideales de la época y en 1955 Leduc se vio obligada a borrar algunas escenas lésbicas de Ravages, en la que también habla de su matrimonio con Gabriel en 1939 y sus comienzos, sus éxtasis, sus dramas y también su separación y su falso intento de suicidio, como recuerda en las páginas de La bastarda. Sin embargo, aquella novela pasó desapercibida en Francia y Leduc, presa de la locura, ingresó en una clínica en 1956. Fue durante su recuperación cuando empezó a pensar en La Bastarda, cuya publicación en 1964 se convirtió en un éxito de ventas.

No obstante, Leduc era obstinada y aunque tuvo que transcurrir algo más de una década en 1966 reunió las páginas censuradas de Ravages y las convirtió en una nueva novela a la que tituló Thérèse et Isabelle (tan solo dos años después fue llevada al cine por Radley Metzger).

Durante sus últimos años gozó del favor del público y, sin embargo, tras su muerte en 1972 cayó en el olvido. Y aunque Leduc creyera que “envejecer es perder lo que se ha tenido”, es posible que estemos ante la recuperación de una escritora olvidada. Pero nadie mejor que Simone de Beauvoir para dar un consejo: “Quisiera haber convencido al lector de entrar en ella: encontrará mucho más de lo que le he prometido”.

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