Una editorial arriesgada como Capitán Swing era la adecuada para publicar las memorias de Violette Leduc, bajo el título de La bastarda, con prólogo de Simone de Beauvoir y una traducción de María Helena Santillán que sale airosa de la dificultad del texto. Libro de original estilo que se lee con fluidez, con la misma facilidad que la rápida y original mente de esta escritora fue capaz de retener acontecimientos y recuerdos y trasladarlos al papel.
Leduc nos cuenta su propia historia, la de una mujer sin suerte, que va creciendo en una Francia asolada primero por la I Guerra Mundial y después por la falta de oportunidades para una mujer como ella. Finalmente, en el París de entreguerras conseguiría un puesto como secretaria en la editorial Plon, y eso le permitiría conocer a algunos de los escritores de la época. Entre ellos, a Simone de Beauvoir, quien le animó a escribir su primera novela, L’Asphyxie. Albert Camus se la publicó en Gallimard, y con el éxito llegó el escándalo. Los pasajes sexuales eran tan explícitos que resultaban revolucionarios para la época, en particular las escenas de contenido lésbico, muchas de ellas narradas desde sus propias experiencias. La censura le obligó en sucesivas ediciones a rehacer determinados capítulos, oposición y lucha que fue nimbando a la autora de una suerte de malditismo. Marginándola, por un lado; encumbrándola, por otro..
Leyéndola, me venían a la cabeza ecos de Louis—Ferdinand Cèline. Probablemente, debido a la carga de sus voces literarias, ambas profundamente originales y reveladoras cada a su manera no solo ya del mundo interior, sino del exterior en sí tal como se pueda ver desde una de estas inteligencias tan torturadas como lúcidas.
Literatura de peso, pero nada pesada, que busca profundizar en las raíces del ser humano, y en su paradójica y nunca del todo deliberada exposición a las circunstancias. Siendo en este caso la literatura, como en Cèline, Genet, y seguramente en la propia Simone de Beauvoir —madrina y guía de Violette Leduc—, una suerte de terapia para reconciliar la arcilla de la visión particular con el muro de la realidad exterior.
Sufrimiento, testimonio, verdad: he ahí los sacramentos de Violette Leduc.
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