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‘Viaje sentimental’, entre la revolución y las cartas de (no) amor

Por ABC  ·  23.01.2020

A la manera de grandes crónicas como el «Diario de 1920» de Isaak Bábel, el gran teórico del formalismo rusoViktor Shklovski (San Petersburgo 1893-Moscú 1984) dejaría escritas las suyas. Admirador de Stendhal, las titularía desde el comienzo con un guiño hacia su maestro: «Viaje sentimental (Recuerdos de 1917-1922)». Sin una cronología convencional, de forma fragmentaria, con visiones y frases fulminantes a la manera casi de los afiches de la época, adoptando las nuevas formas de la literatura experimental que entonces preconizaban él y otros, reuniría con estupendas y veloces pinceladas escenas, encuentros humanos, anécdotas y reflexiones de su paso por el Ejército Rojo como instructor de blindados, pero sobre todo como joven y escéptico espectador que no creía en los «milagros» y en la fe simplista que en aquellos años se predicaba. Arrastrado por la furia de los tiempos, los momentos de pesar cuando miraba hacia atrás no serían escasos: «Lamento haber guerreado en Galitzia -diría- haber bregado con los blindados en Petersburgo, haber luchado en el Dniéper… Si de toda Rusia solo quedasen las fronteras, si no quedase nada, a pesar de todo, yo sabría que no hay culpa ni culpables».

Con los años, Shklovski, uno de los más activos vanguardistas rusos, verdadero emblema de su tiempo, que practicó y mezcló todos los géneros imaginables, sería conocido internacionalmente sobre todo por dos cuestiones: por ser el padre del formalismo ruso y por haber escrito un libro mítico e inclasificable, «Zoo o cartas de no amor» (1923), dirigido a una de las más fascinantes musas rusas de aquellos años, más tarde mujer del poeta francés Louis Aragon: Elsa Triolet, hermana de Lili Brik, la no menos mítica inspiradora de los poemas de Maiakovski. Lili estaba casada a su vez con el gran cómplice de aventuras literarias de Shklovski, Ósip Brik. Todos ellos rondaban los veinte años en la época de la Revolución y encarnaban una efervescencia sin igual que para algunos acabó mal (como en el caso de Mandelstam) y en otros casos fue pasto de amores desafortunados.

Agitador literario

Por otro lado, en su papel de padre del formalismo ruso, que marcaría el nacimiento de la teoría y crítica literaria como disciplinas autónomas, y del que sería su principal teorizador junto a nombres tan conocidos como Roman Jakobson y Vladimir Propp, Shklovski tendría, más allá de las fronteras de la Rusia soviética, una influencia enorme. En su papel de omnipresente y multipolar agitador literario muchos de los principales movimientos y escuelas que se sucederían en el siglo XX tendrían una deuda considerable con él.

Tenía 20 años cuando llegó la revolución y una efervescencia que acabó mal

Shklovski pertenecía a una generación y un país («terrible país, ya lo era antes de los bolcheviques», escribirá en su diario) en el que el gesto ejemplar y el elemento humano se habían expresado muchas veces a través de la anarquía y el socialismo revolucionario. En aquella efervescencia juvenil por «lo nuevo» se había ido creando la figura del conspirador, del teórico del pensamiento y de la acción, al que, en principio, las férreas leyes del materialismo dialéctico marxista-leninista apenas podían ahogar.

Sin embargo, pasado el periodo de relativa libertad del NEP (Nueva Política Económica), Shklovski sería uno de estos genios plúmbeamente ahogados. Hasta la muerte de Stalin se limitaría a publicar biografías y estudios de escritores, o a participar en trabajos cinematográficos, tras la guerra emprendida por el comunismo soviético contra los formalistas. Todo ello lo vislumbraría con lucidez en su diario: «Debería dejar pasar ante mí la revolución (…) He mezclado dos oficios. No vi el octubre, no vi el estallido, si es que lo hubo. Me metí directamente en el agujero».

Amigos fusilados

Protegido por Gorki, en medio de la revolución, mientras «sordos cañonazos estremecían los cristales», montará con otros una editorial y un taller de escritura creativa. Allí leían sus textos el poeta fusilado Gumiliov (marido de Ajmátova) o Zamiatin, autor de la famosa novela distópica «Nosotros», que inspiraría a Orwell su obra 1984.

Otros grandes de aquellos días como Mandelstam y Blok atraviesan las páginas de Shklovski, que en aquellos mismos talleres, mientras leían «Don Quijote» o a su adorado Sterne, igualmente ofrecía cursos sobre su «teoría de la novela». Todos sus apuntes de la guerra civil y la revolución defienden a cada paso esta fragmentación que proponía sin cesar nuevas formas en un género, la novela, que día a día, en aquellos comienzos de siglo, no dejaba de evolucionar: «Aquí estoy yo, incapaz de fundir, de ligar todo lo extraño que he visto en Rusia. La vida fluye en fragmentos entrecortados que pertenecen a sistemas distintos; la conciencia ilumina la secuencia de los fragmentos unidos, igual que el todo ilumina un pedazo de nube».

‘Viaje sentimental (Recuerdos de 1917-1922)’, Viktor Shklovski

Ensayo. Trad.: Dobrovolskaya y A. Klimin. Capitán Swing, 2019. 383 páginas. 21 euros

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