A pesar de que las imágenes se utilizan para sostener una historia, un discurso, en el caso de los documentales, éstas suelen escaparse de los dominios industriales, además de tener la suerte de navegar por los márgenes difusos de la realidad y la ficción.
La tendencia de este “género” es hoy por hoy decididamente subjetiva, tanto que a veces y contradictoriamente a lo esperado, el documental se acerca imaginativa y audazmente a los modos de la ficción cinematográfica. Precisamente, la división artificial que se ha trazado entre el cine de ficción y el documental habla del contagio de formas entre ambos. Ahora se utilizan estructuras de ficción para el documental y a la inversa. Por eso quizá sea más adecuado hablar de cine de no ficción. El nuevo cine basado en “materiales reales” huye del formato reportaje y busca otras formas de registrar el mundo en el que vivimos.
El documental se adapta a los nuevos tiempos, al progreso de los modos de expresión, a las nuevas posibilidades técnicas y rescata maravillosos, dolorosos , alegres o puede que proféticos retazos de la realidad que nos rodea. Mediante una mirada curiosa e inquieta algunos cineastas suelen regalarnos a los enamorados de la imagen en movimiento intensos pedazos de vida en cápsulas.
En la actualidad un fenómeno antes impensable asombra a la industria (y a los autores); los documentales se estrenan en cines comerciales y, por si fuera poco, se hacen con excelentes recaudaciones de taquilla. El documental lleva años en plena metamorfosis, una metamorfosis en la que varios factores funcionan como llaves maestras. Por un lado, un mayor número de personas puede convertirse en “documentalista” gracias al abaratamiento de los costes y de las nuevas tecnologías en formato digital y por otro lado, como me comentaba en una ocasión el desaparecido cineasta Joaquín Jordá, “Eludir la pretensión de objetividad, ofrece libertad para el cineasta y para el espectador y esta subjetividad es precisamente lo que ha hecho que aumente el interés por el documental. Ahora no se oculta el hecho de que se trata de una forma particular de mirar la realidad. La tendencia general es hoy por hoy decididamente subjetiva, lejos de la mirada divina con la que se planteaban los documentales antaño”. En la actualidad la temática de los documentales no tiene límites, en otros tiempos la tecnología solía ser uno de ellos. Límites que en los albores del cine algunos mágicos realizadores como Dziga Vertov se animaron a superar creando documentos como “el hombre de la cámara de cine”. Denis Abramovich Kaufman nació Polonia en el año 1896, pero las corrientes artísticas futuristas le dieron un nuevo nombre por el que ahora se le conoce, el pseudónimo Dziga Vertov, “Gira peonza” en ucraniano. Dziga Vertov fue un cineasta innovador, un poeta, un bravo agitador además de propagandista y pilar indispensable de un cine documental auténtico que deseaba responder a las necesidades políticas, económicas y sociales del momento histórico en el que vivía. Baluarte del cine experimental, la mirada apasionada de este cineasta nos acerca con El hombre de la cámara de cine la actividad cotidiana de un San Petersburgo de principios de siglo, emocionándonos con el visionado de unas imágenes cautivadoras, mediante un montaje sencillamente fantástico que enlaza la vida real con el cine y los une para siempre. “El drama cinematográfico es el opio del pueblo.
¡Abajo las fábulas burguesas y viva la vida tal como es!”, o tal como la retrato él… La editorial Capitán Swing ha vuelto a rescatar la figura del bolchevique cineasta, en un libro que vuelve a recordarnos la importancia de su labor creativa, su aportación artística y humana. Memorias de un cineasta bolchevique es un libro de esos que se convierten en imprescindibles en la biblioteca de un cinéfilo.
por Iratxe Fresneda
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