Me encanta la historia porque sin el pasado ni entendemos el presente ni intuimos el futuro. Pero al pasado y al presente hay que cogerlos con pinzas porque son una mezcla de verdades, mentiras y versiones que dicen una cosa y la contraria.
La historia no es un documento cerrado en PDF. Es editable. Está viva porque está hecha de palabras y, como decía Miguel de Unamuno, “la palabra es lo vivo”.
El pasado está vivo porque siempre se está revisando, reinterpretando y reedificando. Igual que el presente. Por eso más vale tener la cabeza flexible como el bambú que dura como el cemento armado. Eso hizo Unamuno y por eso se definía a sí mismo como un ideoclasta y un rompeideas.
Pero a este filósofo que tanto le gustaba cambiar de opinión ¡y cambiar incluso las palabras! (llamaba nivolas a sus obras de ficción para diferenciarlas de las novelas realistas) le traicionó la historia. Este pensador que jamás dejó que le pusieran una etiqueta encima acabó enterrado como un fascista (un fajista, decía él). Fue víctima de la guerra ideológica y armada de los hunos (“los rojos”) y los hotros (“los blancos, color pus”).
La muerte de Unamuno es un misterio del pasado (lo cuentan de forma magistral Luis García Jambrina y Manuel Menchón en La doble muerte de Unamuno, de la editorial Capitán Swing). Y es también una advertencia para el presente y el futuro. “Las guerras no se hacen solo con las armas, se llevan a cabo también con las palabras y las imágenes, con la propaganda”, escriben los autores del libro. “En la ‘guerra de ideas’ no se trata de persuadir al otro con la razón. (…) Lo que importa es destruir y aniquilar al adversario”.
Jambrina y Menchón recuerdan algo que jamás se ha de olvidar: uno de los objetivos de la propaganda es “manipular la verdad y generar información falsa. Al fin y al cabo, las fake news no son una invención de nuestro tiempo, lo único nuevo son los canales y soportes tecnológicos utilizados para transmitirlas”.
Hace unos años empezamos a hablar de las fake news con un adanismo candoroso. Parecía que eran un invento del siglo XXI. ¡Oh! ¡Mentiras disfrazadas de noticias! ¡Dónde vamos a llegar! Pero aquello que nos sonaba tan novedoso y tan sofisticado (las fake news, con la k bien pronunciada y ese -iusss tan anglosajón) era el fantoche de siempre con vestido nuevo.
En la vida de Unamuno (finales del XIX y principios del XX) a lo que hoy llamamos noticias falsas las llamaban filfas. Vamos a leerlo en un periódico de entonces (La Correspondencia de España del 19 de abril de 1893): “Ayer fue día de filfas hasta última hora. Pasadas las doce, circuló la noticia de que el Sr. Cánovas del Castillo se hallaba enfermo de algún cuidado. (…) Afortunadamente, la Huerta estaba silenciosa y tranquila, sin que nada anunciase semejante mala noticia, que, como ya hemos dicho, resultó falsa”.
De la filfa algunos hicieron verbo: filfear. Lo vemos en La Iberia del 6 de noviembre de 1858: “El señor Morón seguirá filfando contra el ministerio”.
Denunciaban las filfas en los memes de entonces: los poemas, las caricaturas, las letras de cancioncillas. En La Discusión del 11 noviembre de 1858 aparecen estos versos:
Por despedida, dile a Rasconcillo,
que entiendo su juego;
que me he divertido ya bastante,
y que doy con esta filfa,
punto y coma a todas las filfas.
Por ser posible que al fin, Fermín,
Castigue en ti al hombre malo de un palo;
Y acabe así la función, Fermín Gonzalo Morón.
Estaban incluso en los relatos de ciencia. Pío Baroja la puso en boca de un personaje en su cuento Danza de átomos.
—¿Quién ha visto al átomo?—decía él indignado—. ¿Quién lo ha pesado? ¿Somos positivistas o no? Pues entonces…
Y lanzando miradas feroces al fuego, murmuraba: ¡Mentiras, necedades, filfas!
A finales del XIX también tenían sus fake news, así, dicho en inglés, para darle entidad a las mentiras publicadas en los periódicos. Entonces las llamaban canards. El Siglo Futuro del 16 enero de 1893 publicó: “Dice El Imparcial que entre las filfas (canards) que ayer se inventaron y corrieron, figuró una crisis suscitada por el general López Domínguez. Realmente algo de esto llegó a nuestra noticia, pero sin duda los rumores fueron exagerados”.
Tantas y tan antiguas son las mentiras habladas y publicadas que podríamos hacer un diccionario de las distintas palabras que explican sus matices. Lo descubrí un día que publiqué en Twitter la voz filfa y ese tuit fue reuniendo más vocablos del mismo oficio.
Camelo: Noticia falsa.
Paparrucha: Noticia falsa y desatinada de un suceso, esparcida entre el vulgo.
Cancamusa: Dicho o hecho con que se pretende desorientar a alguien para que no advierta el engaño de que va a ser objeto.
Especiota: Noticia falsa o exagerada.
Abulencia: Falsedad, invención, especulación.
Hay tantas voces para hablar de las noticias falseadas que, para el periodista Mario Tascón, forman “un océano semántico“:
Infundio: Mentira, patraña o noticia falsa, generalmente tendenciosa.
Bulo: Noticia falsa propalada con algún fin.
Calumnia: Acusación falsa, hecha maliciosamente para causar daño.
Manipular: Intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad.
Asechanza: Engaño o artificio para hacer daño a alguien.
Patraña: Invención urdida con propósito de engañar.
Pajarota: Infundio, bulo.
Falacia: Engaño, fraude o mentira.
Chisme: Noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguna.
Trola: Engaño, falsedad, mentira.
Trucho: Falso, copia.
Podríamos seguir echando al saco más palabras que se dicen en todos los países donde hablamos español. Y bien que le hubiera gustado a Unamuno, porque, para rabia de los fajistas, estaba empeñado en sustituir el llamado Día de la Raza (12 de octubre) en el día del idioma que nos une a muchos países del mundo. Estas eran sus palabras, recogidas hoy en La doble muerte de Unamuno: “Esa fiesta ridícula, que han llamado la fiesta de la Raza. Raza empieza a querer significar lo que significa en la actual Alemania, la del racismo. Algo mejor habría estado llamarla la fiesta de la Lengua. El español de España es también el español de América y el español del extremo de Asia”.
Unamuno dedicó su vida al pensamiento y las palabras. “La palabra es lo vivo”, escuchamos todavía hoy, en su propia voz, perpetuada en una grabación de 1931. Y por eso un día le dijo a Alejandro Lerroux: “El día que me quiten la palabra me han matado”.
Los fajistas intentaron callarlo pero ¡menudo era Unamuno! No pudieron y entonces ejecutaron el plan B: las filfas. La tarde del 31 de diciembre de 1936 murió el filósofo. Y aprovechando que ya no podía decir ni mu, hablaron por él, para convencer al mundo de que había muerto como un fascista convencido. Esa noche de fin de año, en la oficina de Prensa y Propaganda, el falangista Ernesto Giménez Caballero ordenó: “Las máquinas de escribir tienen que disparar toda la noche como ametralladoras”.
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