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Una historia rusa

Por Iván de la Nuez  ·  01.08.2012

“No es la historia rusa, es simplemente una historia rusa”. Así describe John Steinbeck el libro del viaje que hiciera a la antigua Unión Soviética con el fotógrafo Robert Capa en 1948. Steinbeck ya tenía el Pulitzer –aunque le faltaban doce años para ganar el Nobel– y era uno de los más emblemáticos escritores de Estados Unidos (hablamos del autor que concibió piezas como “De ratones y hombres”, “Las viñas de la ira” o “Al este del paraíso”). Capa, por su parte, era un fotógrafo ilustre que ya había retratado la Guerra Civil española (donde tomó algunas de las fotografías más conocidas del siglo XX) y acababa de fundar la agencia Magnum junto a Cartier-Bresson.

Sin embargo, en 1948 tanto el escritor como el fotógrafo estaban en un momento creativo algo bajo. Así que un día, “en el bar del Hotel Bedford en la calle 40 Este”, y bajo los efectos de una Suissesse (o dos, o tres) decidieron unirse en la aventura soviética y compartir reportaje –escrito y visual– para el New York Herald Tribune. El “Diario de Rusia”, que así se llama el libro que acaba de publicar Capitán Swing en español, reúne al completo los textos de Steinbeck (y algunas fotos de Capa).

Hay que decir que tanto el novelista como el fotógrafo se encontraban algo deprimidos con el periodismo: “no tanto por las noticias como por su manejo”. Cansados ambos de los expertos en teletipos y acostumbrados ambos a pisar el campo minado de los acontecimientos. Así que, a esas alturas, les importaba poco lo que todos manejaban: la maldad o la grandeza de Stalin o las decisiones del Soviet Supremo. Querían reportar, de primera mano, cómo eran los individuos soviéticos. “¿Cómo se viste la gente allí? ¿Qué sirven para cenar? ¿Hacen fiestas? ¿Qué comida hay? ¿Cómo hacen el amor y cómo mueren? ¿De qué hablan?¿Bailan, cantan y juegan? ¿Van los niños al colegio?

Y así se lanzaron a aquella aventura, persuadidos de “que debe de haber una vida privada de la gente rusa, sobre la cual no podemos leer porque nadie ha escrito sobre ella y nadie la ha fotografiado”.

No puede decirse que fueran ellos los primeros occidentales intrigados por desentrañar la verdad de Moscú –John Reed o George Orwell ya habían dado a conocer sus experiencias- pero tanto Steinbeck como Capa, en su “Diario de Rusia”, pueden considerarse pioneros de ese género que alguna vez he llamado “Eastern”, y que han compartido varios artistas, escritores e intelectuales occidentales intrigados por lo que pasaba en aquellos países “enemigos”, ocultos tras el Telón de Acero. En el caso de la URSS, su aventura se asemeja a la del dibujante Saul Steinberg, y anuncia la de personajes tan disímiles como los Beatles o Mohamed Ali.

Steinbeck y Capa se lanzan, pues, sobre la vida cotidiana de la Unión Soviética. Una tarea poco promisoria, si recordamos que en 1948 estamos en pleno estalinismo, el Gulag vive su apogeo y el control burocrático es tan absurdo como asfixiante. Así que el retrato humano que se proponen escribir y fotografiar no va a tocar –aunque se lo hubieran propuesto no lo hubieran conseguido- los puntos más críticos de la represión estalinista. Lo curioso es que, pese al celoso control de las autoridades, “Diario de Rusia” consigue entregarnos (unas veces explícitamente, otras por alusión) un reportaje de los usos y costumbres de los soviéticos y una buena traducción de esa vida a los occidentales.

Así las cosas, nos encontramos con georgianos, ucranianos y rusos, con fiestas y discusiones, con las inquietudes de esos hombres y mujeres sobre la vida en Occidente o la pregunta de los escritores acerca del futuro de la literatura norteamericana después de Hemingway o Faulkner. Por mediación de este libro, sabemos de las penurias de la postguerra en Moscú o de los ardides de las muchachas para vestirse medianamente bien. De cómo los hombres iban de uniforme porque no tenían otra ropa mejor o de lo que bebían y comían. De una manera secundaria, el libro funciona asimismo como una pieza para emprender el puzle completo de la personalidad de Robert Capa.

Al final, fotógrafo y novelista saben que su relato “no satisfará ni a la izquierda eclesial ni a la derecha reaccionaria. La primera, dirá que es anti-ruso, y la segunda dirá que es pro-ruso”.

En cualquier caso, la búsqueda de los seres humanos bajo los regímenes que sufren y apoyan, encarnan y temen a partes iguales, no deja de ser siempre el intento de conquistar ese territorio que no pertenece a los bandos consabidos, carne de los “teletipos” y de la vida en blanco y negro para los que siempre, como buenos sartreanos a fin de cuentas, el infierno son los otros.

“Diario de Rusia” recoge la textura de un mundo en el que, por debajo de un georgiano con un mostacho, la gente tenía familia, amaba y construía un futuro incomprensible en Occidente que se vino abajo en Berlín, exactamente el 9 de noviembre de 1989.

Iván de la Nuez