Una edad media ingenua, mágica y muy muy ‘gore’

Por La Vanguardia  ·  19.02.2023

El historiador Ian Mortimer se convierte en un viajero en el tiempo para guiarnos a través de la Inglaterra del siglo XIV

Una edad media ingenua, mágica y muy muy 'gore'

ISABEL GÓMEZ MELENCHÓN

El viajero debe tener cuidado cuando se acerca a Exeter, sobre todo si va a pie, no vaya a ser que, asombrado por la catedral y su aguja, aún en obras, nada menos que veinticinco metros de altura, acabe metiendo los pies en el Shitbrook , el arroyo de la mierda . Allí van a parar huesos y entrañas de animales, carne en putrefacción, pedazos de loza, heces humanas, vamos, las montañas de basura que le dan nombre. Claro que desde mucho antes de llegar el hedor avisa. El mismo hedor que asalta las narices en los pasajes y callejas de los arrabales de esta populosa ciudad, 2.600 habitantes que la colocan en el puesto 24 del ránking de Inglaterra en 1377. El año en que nos encontramos.

Una ciudad que, entendida como organismo, “es una auténtica caricatura de del cuerpo humano: apestosa, sucia, dominante, cálida e indulgente”, como la define el historiador Ian Mortimer (1967) en esta entretenida, culta, divertida y sesuda al tiempo Guía para viajar en el tiempo a la Inglaterra medieval  (Capitán Swing). Como en sus otras tres Guías , Mortimer plantea un viaje en el tiempo y se convierte en un visitante, en este caso de la Inglaterra en el siglo XIV. ¿Qué es lo que encuentra? Lo que hubiera visto cualquier persona, porque se sitúa allí, como si se tratara de una recreación en 3D, y lo cuenta. Un pasado concebido “como una realidad que está sucediendo”.

“¡Patas de oveja recién cocidas! ¡Costillar de buey y gran surtido de tartas!”, vocea el vendedor ambulante a la multitud. Si se trata de un día de mercado, o de feria, nuestro visitante se tendrá que abrir paso casi que a machetazos, tal es la multitud que se aglomera para comprar y vender, los campesinos instalan sus puestos como pueden entre las tiendas ya establecidas donde se pueden encontrar productos de marroquinería o de metal y alquilar los servicios de escribanos o boticarios. Claro que serán pocos quienes se lo puedan permitir: lo de las clases medias tardará siglos en llegar y la sociedad está dividida en tres estamentos: los que luchan, los que rezan y los que trabajan la tierra; ahí los villanos, y no hagan caso del nombre, se encuentran en mejor situación que los siervos.

Pero para llegar hasta aquí, el visitante se habrá encontrado en las puertas de la ciudad con las cabezas expuestas de los delincuentes, colgando de un palo, ennegrecidas y sin ojos si los pájaros ya han hecho su trabajo. A pesar de este aviso es posible que le hayan intentado robar la bolsa o haya sido testigo de una, o varias, peleas. Y se habrá cruzado con multitud de tullidos, producto no sólo de las enfermedades y no sólo de las guerras. “Todo cuanto conlleve un copioso derramamiento de sangre atrae a las multitudes”, escribe Mortimer en un capítulo que hace agradecer haber nacido siglos más tarde. 

Las creencias sexuales

Se considera que el útero es «frío» y debe ser «calentado» frecuentemente con el esperma masculino, de manera que a las mujeres que no copulan lo suficiente se les «sofoca» el útero

La violencia es la norma, los niños son hombres a los siete años y ya se les puede ejecutar, a los pocos, los hijos de los pudientes, que pueden asistir a una escuela los muelen a palos o a latigazos para llevarlos por el buen camino, los espectáculos con los animales son de inusitada crueldad, la misma que se emplea con los malhechores: cuanto más grave es el delito, más atroz se considera que debe ser el escarmiento: horca, evisceración y descuartizamiento. Los caballeros prefieren la decapitación y algunos consiguen el privilegio de utilizar su espada contra ellos mismos.

Dentro de este catálogo de delicadezas las mujeres salen más que perjudicadas. Para empezar, se piensa que el útero es “frío” y debe ser “calentado” frecuentemente con el esperma masculino, vamos, que a las mujeres que no copulan lo suficiente se les “sofoca” el útero, de manera que se hace creer a los hombres que tienen “el permanente deseo de acostarse con ellos cuantas veces puedan”… A las solteras se les recomienda que se casen, igual que a las viudas, y si ello no fuera posible había formas de aliviar su situación.

Además, se creía que si la mujer no tiene un orgasmo no puede quedarse embarazada, lo cual no se traducía en una mejor atención de los maridos, sino que, en caso de violación, si queda encinta nadie creerá que ha sido forzada (y aunque no quede, tampoco). Según un escrito del siglo XIII, la mujer es «de naturaleza débil, dice más mentiras y trabaja y se mueve con mayor lentitud que el hombre»; también, «son más envidiosas» y «La malicia del alma femenina es superior a la del varón».

La ciudad

Alrededor del centro, de calles más amplias y buenas construcciones, se suceden las callejuelas de los arrabales, a las afueras el arroyo donde se deposita la basura, y a la entrada los cadáveres de los ejecutados como adventencia

A diferencia de los hombres, a las mujeres no se las clasifica según la tarea que desempeñan, sino de su situación: doncellas, esposas, monjas y viudas. Desde su nacimiento a su muerte dependerán de un hombre, y su bienestar, o lo contrario, dependerá en primer lugar de la posición que ocupa el marido, y en segundo del talante de este. Una paradoja: los esposos se podían zumbar mutuamente: el marido porque tenía derecho, las mujeres porque ningún esposo admitiría haber sido golpeado por ella, la afrenta a su virilidad sería mucho peor.

Nuestro viajero posiblemente pasará la noche en una posada; el retrete consistirá en un barril con un asiento encima; un sirviente se encarga de vaciarlos cada mañana en la fosa séptica, que puede estar muy cerca. No es que sean sucios, quienes se lo pueden permitir utilizan baños, recipientes de madera revestidos por tela en su interior, que tampoco resulta muy higiénico, pero no se sabía más, y se cambian de ropa; sin embargo, la inmensa mayoría sólo dispone de lo que lleva puesto y no tiene recambio para lavarlos. Eso sí, en verano peregrinan al río a bañarse, en invierno se lavan por partes como pueden.

Los baños públicos, servidos únicamente por mujeres, que son las encargadas de enjabonar y frotar, pueden tener un final feliz sin problema y acaban sirviendo más como alivio también que como limpieza, con las infecciones que conlleva y que tampoco ayudarán a mejorar la situación de nuestro viajero, que si cae enfermo, verá cómo se atribuye su estado a una conjunción astral antes que a los chinches. 

Y si encima se encuentra con una bandada de cuervos, creerá que se trata de sicarios del mismo diablo, lo mismo que pensará de quien le hable en celta… Sí, son una edad mágica, crédula y supersticiosa en la que todo es posible. Pero como afirma Ian Mortimer, antes de mirar con desdén a ese siglo y sus habitantes, recordemos que “los mayores descubrimientos surgen precisamente de esa misma fe en que ‘todo’ es posible”.

Ian Mortimer Guía para viajar en el tiempo a la Inglaterra medieval. Capitán Swing. Traducción de Tomás Fernánez Aúz. 472 páginas. 25 euros

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