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‘Un río en la oscuridad’: cómo huir del “paraíso comunista” de la familia Kim en Corea del Norte

Por Catalunya Press  ·  03.02.2020

El expansionismo japonés practicado por el gobierno de Tokio desde los años treinta del siglo pasado hasta el final de la segunda guerra mundial ocasionó gigantescos movimientos de población y supuso, entre otras consecuencias, la migración forzada o no, de 2’4 millones de coreanos al país del Sol Naciente. Muchos de ellos iniciaron allí una nueva vida, se casaron con japonesas y formaron una nueva familia. Pero cuando el régimen comunista de Corea del Norte se asentó más allá del paralelo 38º, necesitó mano de obra y emprendió una sutil maniobra para incitar a esas familias y sus descendientes a trasladarse a ese país que se definía como un verdadero paraíso en el que había trabajo para todos y sanidad y educación eran gratuitas. El padre de Masaji Ishikawa, coreano de nacimiento, creyó en ese espejismo y se trasladó con su mujer japonesa e hijo a ese supuesto paraíso. ‘Un río en la oscuridad’ (Capitán Swing) es el relato en el que Ishikawa explica la razón de esta decisión y sus funestas consecuencias.

Porque, en efecto, el paraíso prometido no existía más que en la imaginación y la realidad con la que se encontraron los migrantes fue con un país paupérrimo, sometido a una brutal dictadura, en la que cualquier mínimo disenso era castigado con la deportación y cuyo sistema económico, sometido a absurdas normas que lo hacían ineficaz, condenaba a sus gentes al hambre. Resultaba peligroso hasta tratar de explicar que el sistema de cultivo del arroz impuesto por las actividades comunistas hacía que el resultado fuese harto deficiente. Para mayor inri, aquellos inmigrados desde Japón, que llegaron como patriotas que regresaban a la “madre patria”, fueron considerados siempre sospechosos de traición y despreciados, por su carácter mestizo, como “bastardos japoneses”.

La peripecia de ese nipón-coreano, que en realidad no sentía sino japonés por su lugar de nacimiento, su idioma materno y el lugar en que había desarrollado su infancia y primera adolescencia, le llevó a convertirse en marginado, condenado a desarrollar los trabajos más humillantes y a sufrir, tanto él como la familia que formó, enfermedades y hambre, sin posibilidad de gozar de ninguna de las teóricas ventajas que el régimen comunista ofrecía sólo a sus protegidos y que quedaban ensombrecidas para el resto de la población por una rampante corrupción. Al final, la única perspectiva de supervivencia, es la huida de Corea del Norte a través de China, lo que consigue atravesando el rio Yalu, no sin peligros porque la política complaciente de Pekín para con la dictadura de la familia Kim obligaba al gobierno de Pekín a deportar a todos los inmigrantes ilegales. Ikishawa pudo hacer valer sus orígenes y contó en su huida a través de China con la colaboración del consulado japonés en Shenyang por lo que el final de su odisea hubiera debido ser feliz. Pero tuvo enormes dificultades, también en su país de origen, para obtener trabajo y ganarse la vida a fin de poder ayudar a los familiares que quedaron en Corea del Norte, dos de los cuales, su esposa y una de sus hijas, habían, entre tanto, muerto de hambre. La historia de Masaji Ishikawa no tuvo, pues, un final feliz.

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