Cuando John Steinbeck publicó las notas que conforman el libro Bombas fuera, Ernest Hemingway dijo que se cortaría un brazo antes de escribir algo como eso. No lo imagino pacifista a Hemingway. Todo lo contrario. Con su yate se dedicó a la caza, infructuosa, de submarinos en el Caribe, y todo indica que el único que encontró, lo encontró su alter ego en “Islas en el golfo”. O sea que alguna otra cosa habría de por medio.
Sí, la lectura hoy de Bombas fuera me retrotrajo a cuando yo era pibe y leía un vieja colección de En Guardia, para la defensa de las Américas, una revista editada durante la Segunda Guerra por EEUU. Defensa de las Américas que luego cuajó en la academia del canal de Panamá, donde se formaron casi todos los dictadores latinoamericanos.
Pero, aparte de eso, recuerdo con qué emoción, yo, pibe, miraba las fotos de las Fortalezas Volantes, sus bombas cayendo hacia los horrendos alemanes, y los escuadrones de cazas con facciones de tiburón pintadas en la trompa, que combatían a los horrendos japoneses. Hoy la categoría de horrendo se me hizo más democrática y extensiva, por eso puedo imaginar con qué asombro puede leer un lector actual la entusiasta defensa de los bombarderos y sus tripulaciones que hace Steinbeck.
Miles de bombarderos, más que miles de bombas, y otros miles de tripulantes muertos; sin contar lo que estaban donde caían las bombas.Si uno se despoja de esos prejuicios que llamamos principios, cosas tales como la corrección política, con Bombas fuera puede entender cómo se vivió esa guerra, y cómo muy pocos se mantuvieron al margen. ¿Había espacio para estar al margen?
RAÚL ARGEMÍ
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