Recorrer la historia cultural y social de un objeto, de una adicción o incluso de un virus es una de las apuestas editoriales de este otoño. Siguiendo esta estela, ha aparecido en castellano un viaje histórico-cultural por una palabra esencial para entender la exclusión: el término gueto. El sociólogo y etnógrafo Mitchell Duneier es el autor de este libro publicado por Capitán Swing, en el que aprendemos que el término en cuestión nació en la Venecia del siglo XVI, cuando los judíos fueron obligados a vivir en un barrio periférico de la ciudad llamado gèto, donde se realizaba la fundición de cobre. En Gueto: la invención de un lugar; la historia de una idea, Duneier recorre la historia de esta forma de exclusión espacial desde el Renacimiento hasta la actualidad, deteniéndose brevemente en el nazismo, pero principalmente en la segregación residencial de los afroamericanos en las principales ciudades estadounidenses.
Su periplo cronológico por la historia cultural de las barriadas afroamericanas de EE UU lo hace ayudado por relevantes pensadores, tanto afroamericanos como blancos, que dedicaron su vida intelectual a analizar y encontrar soluciones a este problema social. Así, Duneier nos pasea por el Chicago de los años cuarenta guiado por el sociólogo afroamericano Horace Cayton, o por el Harlem de los años sesenta de la mano de Kenneth y Mamie Clark, una pareja de psicólogos y activistas estudiosos de la autoimagen de los niños afroamericanos. En el penúltimo capítulo llegamos al siglo XXI, donde se analizan las políticas de Geoffrey Canada, él mismo residente en un gueto del Bronx durante su infancia y artífice del proyecto llamado La Zona Infantil de Harlem.
De la escritora también estadounidense Tara Westover se ha publicado la memoria Una educación (Lumen), donde relata su infancia y adolescencia en el seno de una familia ultrarreligiosa —en este caso mormona—, su escolarización doméstica por temor a las tentaciones del mundo exterior y su decisión de ir a la universidad (finalmente acabó cursando un posgrado en Cambridge). Con las herramientas retóricas y de pensamiento que adquiere en su nueva vida, toma consciencia de la pesadilla que fue su vida familiar y decide ponerla en palabras.
Tanto por los paisajes como por los estilos de vida entre remedios medicinales caseros y partos a domicilio que Westover detalla con su prosa clara, creemos estar leyendo La casa de la pradera de Laura Ingalls, las célebres memorias de la niñez de esta estadounidense que vivió a finales del siglo XIX, pero la paradoja es que el texto memorístico de Tara Westover se desarrolla en la última década del siglo XX. Su libro nos permite asomarnos a los enormes contrastes socioculturales que se dan en EE UU, donde no todo es Brooklyn o Manhattan. Como ejemplo, sus primeros días en la universidad mormona de Brigham Young, a la que llegó con su equipaje compuesto por “una docena de tarros de melocotón envasado en casa, sábanas, mantas y una bolsa de la basura llena de ropa”.
Por último, también de Estados Unidos aterriza en librerías Causas naturales (Turner), de Barbara Ehrenreich, un ensayo que analiza críticamente la industria del bienestar, es decir, todas las terapias posibles para hacernos vivir más y mejor. La autora, doctora en biología y periodista, nos tiene ya habituados a desvelar horrendos detalles del funcionamiento de sectores como el de la medicina o la psicología. En esta ocasión se pregunta sobre los mimbres de ese deseo de alargar y mejorar nuestra vida a toda costa. Cuando Ehrenreich posa su mirada sobre los entresijos de la industria que ha crecido en torno a este deseo, nos hace ver muchos aspectos de este que quizá preferíamos desconocer. Una de las misiones de este libro, según cuenta la propia autora, es despejar esa idea de que somos culpables de nuestras enfermedades, y por tanto de nuestra propia muerte.
La escritura de Ehrenreich parece surgir de su necesidad de comprender en qué laberintos se está viendo metida, como si abordase un trabajo de campo en el que el objeto de estudio fuese ella misma, de ahí que emplee con frecuencia la primera persona. Su talento para desvelar las motivaciones políticas e ideológicas presentes tras cualquier inocente afición es innegable. Como muestra, su exhaustivo análisis de la “cultura” del fitness surgida a finales de los años setenta en Estados Unidos, que responde, según ella expone, a la siguiente lógica: “Si no podías cambiar el mundo, ni siquiera planificar tu propia carrera profesional, sí podías controlar tu cuerpo: lo que entra en él y en qué gasta su energía muscular”. Que Ehrenreich es una observadora nata se deja ver particularmente en esta sección, donde también da un repaso a los porqués de ciertas prohibiciones tácitas que se nos insta a cumplir en el gimnasio, entre las que se hallan el evitar gruñidos o jadeos demasiado audibles. “Entrenar se parece mucho a trabajar”, nos advierte.
Mercedes Cebrián
Ver artículo original