“Cuando el ser humano es perseguido por el odio y la desgracia no mejora sino que se vuelve todavía peor”. Estas palabras de El Anticristo bien podrían condensar el espíritu de esta obra, híbrido de novela, ensayo y memorias que Roth escribió inmediatamente después del ascenso del nazismo y que ahora recupera Capitán Swing manteniendo la traducción de José Luis Gil Aristu y la introducción de Ignacio Vidal-Folch que presentaba la edición anterior, a cargo de Península.
JR, un homólogo ficticio de Roth, es un periodista contratado por un magnate de los medios de comunicación, encargado de informar sobre las emanaciones del Anticristo en todo el mundo, en sus diversas caracterizaciones: la técnica, el nacionalismo, el patriotismo, el comunismo, la Iglesia católica, la urbe moderna e incluso el cinematógrafo, al que veía como un truco de magia negra para sustituir la vida real por un limbo hipnótico e ilusorio. De este modo, la figura del Anticristo, el maligno, el tergiversador, no tiene tanto que ver, como nos recuerdan sus editores, con la religión (lo que lo aleja de su más obvio referente, Nietzsche y lo aproxima, salvando todas las debidas distancias, a los frankfurtianos) como con la desintegración moral del mundo moderno, constituyendo un alegato moral contra la barbarie de una modernidad industrial y deshumanizante escrito desde la desesperación y el pesimismo, de quien , pese a todo, se resigna a aceptar la derrota.
“Ningún corresponsal –decía Roth al final de un artículo publicado en el Pariser Tageblatt y que sirvió para dar nombre a una extraordinaria recopilación de textos publicada el pasado otoño por Acantilado– puede hacer frente a un país en el que, por primera vez desde la creación del mundo, no sólo se producen anomalías físicas, sino también metafísicas: ¡monstruosas creaciones del infierno! Tullidos que corren; incendiarios que se prenden fuego a sí mismos; fratricidas que son hermanos de asesinos; demonios que se muerden su propio rabo. Es el séptimo círculo del infierno, cuya filial en la tierra lleva por nombre Tercer Reich”.
El tono parabólico, escatológico, vuelve, pues, a estar más presente que nunca en esta obra escrita poco tiempo después de aparecer una de sus más célebres títulos, La marcha Radetzky –donde relataba la decadencia de aquel imperio multiétnico con capital en Viena a través de los acontecimientos que viven tres generaciones de una misma familia–por un autor que, debido a su ascendencia judía (aunque él era católico y un fiel defensor de la monarquía austrohúngara), debería iniciar un exilio forzoso por Europa que terminaría llevándolo a París, en cuyo cementerio de Thiais reposan sus restos. Roth, paradigmático representante de la vieja Europa de entreguerras, que coqueteó con las ideas socialistas durante su juventud y que con toda justicia pertenece a esa estirpe de grandes narradores centroeuropeos de su tiempo, que integran nombres como Musil, Broch o su amigo Zweig.
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