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Torturas, tiburones y terror a bordo de los barcos de esclavos: así fue el infierno de la trata en alta mar

Por El Mundo  ·  08.11.2021

Safari

El Duke of Argyle era
una bricbarca, un navío
de dos palos, apenas
200 toneladas, 10
cañones y una
tripulación de alrededor de 30 hombres. Tenía un cirujano, un carpintero, un armero, un tonelero, un sastre, un camarero y un cocinero. Por cada marino, John Newton calculó que le cabrían aproximadamente ocho esclavos. Hagan las cuentas: 30 por ocho, 240 esclavos a bordo. El barco había sido construido en 1729, pero zarpó de Liverpool rumbo a la Costa de Barlovento el 11 de agosto de 1750. Desde África navegaría hasta las Antillas. Aquel sería el primer viaje de Newton como capitán.

“Soy un soberano tan absoluto de mis pequeños dominios como cualquier potentado de Europa”, presumía él en las cartas que le enviaba a su esposa desde el océano. “Si le digo a alguien: “Ven”, viene; si a otro: “Ve”, vuela. Ni uno de los hombres del barco cena si no le doy permiso; nadie se atreve a decir en mi presencia que son las doce o las ocho mientras no me parece apropiado decirlo antes. Y si no vuelvo antes de medianoche, nadie debe atreverse a cerrar los ojos sin tener el honor de volverme a ver”.

John Newton está considerado el más famoso de los capitanes en la historia de la trata africana y los diarios que dejó escritos de todos sus viajes configuran un relato descarnado de los años de esclavismo en el mar. Él no compraba a las mujeres que tuvieran los pechos demasiado caídos ni a los hombres que fueran demasiado viejos. Que fueran niños, nunca fue un problema. Todos eran tratados como “enemigos”. Los varones eran encadenados por parejas, vigilados constantemente por guardias armados y encarcelados como sardinas enlatadas en la cubierta inferior de su barco, donde las ratas se contaban por decenas, el aire “caliente y corrompido” resultaba insoportable y se vertían a menudo las tinas donde hacían sus necesidades. El espacio que tenía cada esclavo en el barco era más o menos equivalente al que tiene un cadáver en su ataúd. A bordo, sólo comían guisantes, arroz y carne salada. Las cadenas y los golpes contra las planchas de madera dejaban los cuerpos de los esclavos en carne viva y no era difícil encontrar cada mañana algún fiambre encadenado a un africano vivo. Los muertos se lanzaban al mar para regocijo de los tiburones. Sólo eran un número. “Esclavo varón, no 6”. “Niño, no 27”. “Mujer, no 83”.

El más peligroso de los motines que vivió Newton ocurrió en su segundo viaje, al timón entonces del African. Torturó a los esclavos con aplastapulgares, una especie de cascanueces con el que destrozaba uñas, nudillos y falanges. Los azotó con un gato de nueve colas y les puso unos collares de hierro que apenas les dejaba moverse.

“John Newton es la figura más terrible”, asegura el historiador estadounidense Marcus Rediker. “Llevó a cientos de almas a las fauces asesinas del sistema de plantaciones del Atlántico mientras promocionaba sus elevados e hipócritas ideales cristianos. Más tarde se convirtió en ministro religioso y se volvió contra el comercio, pero fue plenamente cómplice de sus horrores”.

Newton fue capitán de barcos de esclavos pero es conocido sobre todo en EEUU porque escribió el conocido himno religioso Amazing Grace, una plegaria que dice que el perdón y la redención son posibles a pesar de los pecados cometidos por el ser humano.

Y él cometió unos cuantos. “Participó en la tortura de niños para obtener información después de que estallara una revuelta de los esclavizados en uno de sus viajes”, cuenta Rediker, autor de Barco de esclavos (Capitán Swing), un bestiario -nunca mejor dicho- de esclavistas, traficantes y marineros, pero también una completísima radiografía sobre el perfil de las víctimas, un mapa tétrico de las rutas de la trata y un catálogo de los navíos que a lo largo del siglo XVIII se convirtieron en instrumento imprescindible de la mayor migración forzada de la Historia.

“Lo que sucedió a bordo
de los barcos de esclavos
fue inusualmente cruel,
y eso que una crueldad
feroz caracterizó todo el
sistema de esclavitud en
América”, explica el
autor a través de correo
electrónico. “Se podría
decir que todo el
sistema esclavista de
principio a fin engendró
crueldad y que los capitanes de barcos de esclavos eran, literalmente, terroristas. Utilizaron el terror violento de formas calculadas para controlar a los africanos que enviaron a través del Atlántico y no había instituciones que limitaran su poder ni autoridad para prevenir las atrocidades que cometían de forma regular”.

Según las cifras que aporta Rediker, entre el siglo XV y finales del siglo XIX, los casi 400 años que duró la trata, 12,4 millones de personas fueron transportadas en barcos de esclavos y repartidas en cientos de puntos a lo largo de miles de kilómetros al otro lado del Atlántico. Casi 2 millones murieron por el camino y sus cuerpos fueron arrojados al mar. La mayor parte de ellos fallecían por “hosquedad”, incluso por “melancolía”. Al menos eso decían los partes de los capitanes. Hosquedad solía significar que el látigo y los grilletes no habían sido suficientes para controlar su rebelión. La mayoría de los esclavos que sí llegaron a buen puerto, fueron condenados a trabajar hasta la muerte en las plantaciones.

La llamada era dorada del esclavismo se produjo a lo largo del siglo XVIII, la época en la que se trasladó a dos tercios del total de los cautivos. Casi la mitad de ellos viajaron atrapados en barcos británicos y norteamericanos.

El comerciante Humphry Morice, por ejemplo, era hijo de una reconocida familia de mercaderes londinenses. Él recomendaba a sus capitanes comprar esclavos de entre 12 y 25 años de edad. Al menos dos hombres por cada mujer. Les aconsejaba evitar a los enanos y a los gigantes, “que resultan igualmente desagradables”. Nada de caras feas, ni senos largos. Pasando de pieles amarillentas, patizambos, barbillas prominentes, locos, idiotas o letárgicos. A los que finalmente reclutaba, Morice les marcaba a fuego en las nalgas una letra K o una S. La K era por su esposa, Katherine. Y la S, por su hija Sarah.

Otro de los capitanes de un barco inglés, alarmado por la ola de suicidios en su navío, decidió dar un ejemplo a los esclavos. Amarró a una mujer con una soga por debajo de las axilas y la bajó hasta el mar. Apenas fue un instante. Un terrible chillido y de repente una mancha de sangre en el agua. Cuando la subieron de vuelta al barco, un tiburón le había arrancado medio cuerpo.

“Calculé en Barco de
esclavos
que hasta cinco
o seis millones de
africanos murieron
durante los casi cuatro
siglos de comercio de
humanos”, explica
Rediker sobre el
particular holocausto
estadounidense. “La
muerte masiva asistió a
todas las etapas del comercio de esclavos: durante las guerras llevadas a cabo en África Occidental para esclavizar a la gente; durante las largas marchas de los cautivos a la costa; las largas esperas para abordar los barcos; la travesía y el período posterior a la llegada al puerto, cuando muchos se encontraban en mal estado de salud. Esto pasó en toda América, no sólo en Estados Unidos. Y no fue la única muerte masiva en las Américas. Decenas de millones de indígenas murieron durante la invasión europea del Nuevo Mundo. La conquista de América por Europa fue un asunto profundamente sangriento”.

Los barcos de esclavos, asegura en su libro, eran una potente combinación de máquina de guerra, prisión móvil y fábrica. Una de las claves, insiste, de los orígenes y el crecimiento del capitalismo global. “En este mundo posterior al 11-S, hablamos de terror todo el tiempo, pero ¿tenemos el coraje para hablar sobre el papel del terror en la construcción del capitalismo y la generación de ganancias masivas durante varios siglos?”, se pregunta el autor.

-¿Dónde sobrevive hoy la esclavitud?

-El profesor Kevin Bales ha sugerido que hay más personas esclavizadas en la economía global actual que en la cima del sistema esclavista atlántico. Los esclavizados forman un porcentaje más pequeño de la población mundial actual, pero hay una gran cantidad de ellos: trabajadoras sexuales de Europa del Este esclavizadas; trabajadores agrícolas esclavizados en Brasil; niños esclavizados en India y Pakistán. En muchas partes del mundo se puede comprar un ser humano por menos de 100 dólares. Cuando los movimientos de abolición triunfaron contra la esclavitud, las formas de explotación cambiaron, pero la opresión basada en la raza permaneció, se reinventó y continuó dañando las sociedades en las que vivimos.

-¿No está cerrada entonces la herida de la esclavitud en Estados Unidos?

-No lo está. Todavía vivimos con las consecuencias de la trata de esclavos cada minuto de cada día. Los barcos de esclavos todavía están navegando, son barcos fantasmas en nuestra conciencia. Nos persiguen a pesar de que negamos su presencia. Sus efectos duraderos incluyen la discriminación, la pobreza profunda, la desigualdad estructural, la muerte prematura. La trata de esclavos y la esclavitud fueron crímenes de lesa humanidad que han afectado a muchas sociedades durante numerosas generaciones. Todos los países de Europa y América que tienen fuertes conexiones históricas con la trata de esclavos deben tener un serio reconocimiento de su pasado porque hay mucho que reparar. El movimiento Black Lives Matter, que generó la mayor oleada de activismo antirracista que jamás haya visto el mundo, ofrece la esperanza de que el momento del ajuste de cuentas esté cerca.

Cuando a Olaudah Equiano, otro de los protagonistas del libro de Rediker, lo metieron en un barco de esclavos apenas tenía 10 años. Corría el año 1754. Él fue el primero que escribió sobre la trata de esclavos en alta mar desde el punto de vista de los esclavizados. “Es un personaje fascinante”; dije el historiador. “La voz de los sin voz”. Tras años de secuestros, torturas y viajes en barco, Equiano logró comprar su libertad y abanderar el movimiento abolicionista. “Cuando comparo mi suerte con la de mis compatriotas, me considero un elegido del Cielo”, dejó escrito.

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