¿Tesoro o basura? Los objetos perdidos más sorprendentes que esconde el Támesis

Por Público  ·  15.01.2023

Lara Maiklem peina el lecho del Támesis frente a la Tate Modern, donde años atrás, en 1999, el artista Mark Dion presentó la instalación Tate Thames Dig: centenares de objetos expuestos en unas vitrinas de caoba que habían sido recuperados en el río londinense tras unas excavaciones. Un zapato, un juguete de plástico, una concha de ostra y, de repente, una tibia humana o una carta escrita en árabe embotellada.

Las fotos de Lara Maiklem (Surrey, 1971) que ilustran estas líneas fueron tomadas en 2019, cuando publicó en el Reino Unido un libro fascinante que trasladaba aquella cacharrería al papel, ahora traducido al español por la editorial Capitán Swing bajo el título Mudlarking. Historia y objetos perdidos en el río Támesis. El verbo deriva del sustantivo mudlark: «Persona que rebusca restos aprovechables en el lodazal de un río o un puerto».

La palabra también remite a los desposeídos que rapiñaban a comienzos del siglo XIX los restos del botín que los maleantes sisaban a los barcos de mercancías. Una mafia que, con diversas técnicas, robaba el género que transportaban unas embarcaciones mal vigiladas y cuyos vestigios son los candados rotos y cortados que hoy encuentran los rebuscadores en el barro como ella.

Había bandas de barqueros conchabados con los vigilantes que aprovechaban la noche para transportar los bienes hasta la orilla, donde los gabarreros se encargaban de esconder en tierra el azúcar, el café, las especias y todo tipo de efectos robados. Además de los llamados ligeros, otros delincuentes, como los jinetes pesados, no dudaban en saquear las naves a plena luz del día, haciéndose pasar por estibadores.

Lo que caía al agua era un preciado trofeo para los mudlarks, quienes «rondaban los cascos de los barcos cuando había marea baja en busca de cabos, carbón y viejos trozos de madera», escribe Lara Maiklem, quien recuerda que también «recogían los odres de ron y las pequeñas bolsas de azúcar, café, pimentón y jengibre que los estibadores tiraban por la borda».

Era uno de los estratos más bajos de la sociedad londinense, en el que abundaban los críos, en busca de trozos de hierro o clavos de cobre usados en las reparaciones. A esos y otros objetos caídos accidentalmente al agua, habría que sumar los desechos que se tiraban directamente al río antes de la construcción del alcantarillado en 1865.

Entonces, «era poco más que una cloaca de marea con una mugrienta capa flotante de suciedad callejera, residuos domésticos, estiércol animal y ceniza de los fogones de la ciudad». Y los habituales de sus orillas que doblaban la espalda sobre el fango, «figuras anónimas que subsistían a duras penas en el abarrotado y maloliente Támesis«.

Dos siglos después, Lara Maiklem fisgonea por ambos márgenes del río de una ciudad que ya no es la misma, aunque sus hallazgos permiten trazar una ruta histórica desde Teddington, al oeste de Londres, hasta el estuario, en la costa este de Inglaterra. Criada en una granja lechera de Surrey y editora de profesión, hace veinte años encontró en sus paseos semanales a lo largo del lodo la tranquilidad que no le proporcionaba la frenética capital británica.

No era la primera mudlark contemporánea, pero sí la pionera en difundir la actividad en las redes sociales. Una década después, además del volumen editado por Capitán Swing, ha escrito una guía práctica y un libro para niños, a los que en breve habrá que sumar la publicación de una continuación de Mudlarking, en la que está trabajando. Más allá de su presencia mediática, en 2022 fue elegida miembro de la Sociedad de Anticuarios.

¿Algunas singulares antigüedades halladas en el río? Tapones de botellas de Carlsberg con esvásticas y huesos de los prisioneros napoleónicos que fallecieron en los barcos prisión en el siglo XVIII, así como los de pilotos de la Segunda Guerra Mundial que se estrellaron en el estuario. Ella ha encontrado restos humanos más recientes, de personas que decidieron acabar con su vida arrojándose a las aguas.

«Entre los hallazgos más impresionantes que se han dragado en el puente de Londres, se encuentra una abrazadera de castración profusamente decorada con bustos de deidades y cabezas de animales, dedicada a la diosa madre Cibeles», comenta en el libro Lara Maiklem, quien reconoce que sus piezas romanas «no están a la altura», aunque entre Walbrook y el puente de Londres localizó «una buena selección de vida romana cotidiana».

Además de los ordinarios alfileres y botones, un clásico son las monedas de plata, estaño y cobre fechadas entre los siglos I y XIX, cuando «los ricachones lanzaban peniques […] y se divertían viendo a los rebuscadores buscar las monedas», junto a los niños que «hacían acrobacias y vadeaban las zonas donde el barro era peligrosamente profundo».

Cada capítulo del libro remite a una zona del río, donde ha desarrollado su trabajo de campo Lara Maiklem, quien alterna sus experiencias personales con retazos históricos y biográficos de la ciudad y sus gentes. Así, sabemos que dedales, peniques y anillos con inscripciones tenían un carácter sentimental: muestras de amor que, años después, afloraban en la superficie.

En la actualidad, la práctica ha sido regulada por las autoridades, que expiden dos permisos: uno da la posibilidad de excavar hasta 7,5 centímetros de profundidad y otro, hasta 1,2 metros, además de usar detectores de metales. Los cincuenta miembros de la exclusiva Sociedad de Rebuscadores deben informar de los hallazgos al Museo de Londres.

Mudlarking revela al profano que en el Támesis hay dos mareas y que la altura entre la alta y la baja varía desde cuatro metros y medio hasta casi siete. El agua, pues, fluye en ambas direcciones y «tarda seis horas en viajar río arriba y seis y media en regresar al mar», aunque hasta 1831 los estrechos arcos del viejo puente de Londres retenían el agua y permitían la navegación hasta Teddington, donde se sitúa la cabeza de la marea.

La mano del hombre, cuya intención ha sido ganarle espacio al Támesis, ha influido en la localización actual de los tesoros. «El nivel de terreno de la City de Londres también se ha elevado aproximadamente treinta centímetros cada siglo, lo que quiere decir que los restos del siglo XIX se hallan treinta centímetros bajo tierra y los romanos a unos seis metros», escribe esta licenciada en Sociología y Antropología Social en la Universidad de Newcastle.

Sin el Támesis no existiría Londres y hoy, gracias al río, Lara Maiklem y otros mudlarks pueden emprender un viaje en el tiempo a la Inglaterra de sus antepasados, quienes han dejado sus huellas en los objetos más insospechados, desde hebillas medievales hasta portagujas de peltre.

Así, una zona con restos de botellas de barro puede indicar la fantasmal presencia de un pub ya desaparecido. Del mismo modo que los diferentes tamaños de las pipas de arcilla encontrados por la escritora indican la evolución del precio histórico del tabaco. El aumento de la demanda provocó que se multiplicasen las plantaciones en las colonias americanas, lo que implicó la caída de su cotización.

Podemos deducir que entonces las cazoletas comenzaron a fabricarse más grandes. Quién iba a decirnos que, tiempo después, cuando los británicos ya se habían pasado de la pipa a los cigarrillos con filtro, volverían al tabaco de liar. Por cierto, a Lara Maiklem no se le pasa ningún detalle, como las iniciales del nombre y del apellido a izquierda y derecha, ni las marcas de dientes en la cánula, que nos podrían decir tanto de sus propietarios.

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