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Tarantino vota a Marx y Spielberg a Lincoln

Por El Confidencial  ·  03.02.2013

Atención, pregunta. ¿Qué cara pondría usted si se cruzara por la calle con un marciano? Quizás la misma que ponen los tejanos de la última película de Tarantino cuando ven a un negro entrando en su pueblo montando a caballo. Estupefacción total. En Django desencadenado, que lleva dos semanas encabezando la taquilla española, Tarantino no se limita a dar los papeles con su libertad a un esclavo (Django, interpretado por Jamie Foxx), sino que le empodera a lo bestia: le da un caballo, le viste de cowboy y le arma hasta los dientes. Pero lo más subversivo de todo es que…  ¡también le da un trabajo! Un empleo de cazarecompensas que, para colmo, no sólo está excelentemente bien pagado, sino que le permite liarse a tiros con los negreros blancos que le explotan.  ¡Marx estaría orgulloso de Tarantino! También Lincoln, en parte.

La publicación de Guerra y emancipación (Capitán Swing, 2012), ensayo sobre la correspondencia mantenida entre Lincoln y Marx durante la Guerra de Secesión, permite hacer una relectura sobre cómo tratan Tarantino y Spielberg (Lincoln) el fin de la esclavitud en sus nuevas cintas.

Lincoln y Marx coincidían en que abolicionismo y autonomía laboral debían ir de la mano. Si uno no era dueño de su trabajo, no había emancipación posible: “Vosotros habéis entendido mejor que nadie que la lucha para terminar con la esclavitud es la lucha para liberar al mundo del trabajo, es decir, a liberar a todos los trabajadores. La liberación de los esclavos en el Sur es parte de la misma lucha por la liberación de los trabajadores en el Norte”, escribió Lincoln en una misiva a los sindicatos neoyorquinos. O la esclavitud como un sistema extremo de explotación de los trabajadores que había que derribar. ¡Lincoln agitador proletario! Lo que no quita, claro, para que hubiera profundas diferencias políticas en los métodos de Marx y Lincoln. Igual que hay profundas diferencias políticas en los enfoques de Tarantino y Spielberg. Dinamita versus leyes.

Tarantino, por ejemplo, ni siquiera se molesta en esperar a que el presidente Lincoln acabe con la esclavitud para liberar a su esclavo. Django desencadenado transcurre en 1858, tren años antes del inicio de la Guerra de Secesión y siete antes del asesinato de Lincoln. Como ya hiciera en Malditos bastardos (2009), el director modela la historia a su gusto para hacer justicia poética: convierte al esclavo Django en un pionero del Black Power que se venga del KuKluxKlan y de los negreros de las plantaciones con ráfagas de tiros y hip hop. Un subversivo más cercano a Marx que a Lincoln.

Spielberg, por su parte, se centra en las luchas de poder que llevaron al abolicionismo. Lincoln es una película sobre el fin de la esclavitud… sin presencia de negros. En efecto, al contrario que en El color púrpura (1985) y Amistad (1997), Spielberg da ahora la palabra a los políticos blancos que sacaron adelante la ley que abolió la esclavitud y zanjó la guerra civil. Explica cómo se cocinó la Decimotercera Enmienda. Una trifulca política entre bambalinas que el congresista interpretado por Tommy Lee Jones resume así: “La ley más decisiva de la historia de EEUU se ha aprobado gracias a un proceso corrupto manejado por el hombre más honrado [Lincoln] que ha dado nunca este país”.

Si Spielberg nos entrega la ley que convirtió a los esclavos en hombres libres, Tarantino anticipa (consciente o no) que el documento puede ser papel mojado si las nuevas libertades no se practican a las bravas. Django desencadenado es una fantasía histórica que contiene más de una verdad política: el abolicionismo no podía acabar con la discriminación y la desigualdad sino iba acompañado de emancipación laboral y autonomía personal. Lincoln y Django desencadenado, dos caras del mismo proceso cuyo penúltimo coletazo es que un negro carismático se puede pasear ahora a caballo por los jardines de la Casa Blanca si le da la real gana.

 

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