La editorial Capitán Swing reedita –nuevamente con la estupenda traducción de Mireia Bofill– uno de los libros más extraordinarios sobre la aventura, exterior e interior, del viaje polar. Sueños árticos obtuvo en 1986 uno de los máximos galardones norteamericanos, el American Book Award al mejor libro de no ficción. Treinta años después, cuando el Ártico está acosado por el cambio climático y la avari¬cia de las potencias ávidas por perforar su virginidad blanca con sus barrenas de prospección petrolífera, este libro es más vigente y necesario que nunca. Los viajes árticos de Barry López están llenos no solo de precisas observaciones botánicas, zoológicas y topo¬gráficas, sino de una profundidad reflexiva: la naturale¬za no es bucólica, de hecho puede ser durísima y mata a los hombres, pero no podemos no sentirnos envuel¬tos en ella porque nosotros somos también naturaleza, aunque a ratos lo olvidemos. Barry Lopez se crio en California, pero soñó desde joven con los polos. Y, después de mucho andarlos y vivirlos, nos dice que “como el desierto, es una región rica en metáforas y claroscuros”.
Este es un viaje que se extiende desde el Estrecho de Bering, en el oeste, hasta el Estrecho de Davis, en el este. Pero en este libro se habla de otros viajes, de los grandes exploradores, de las expediciones disfrazadas de geográficas cuando eran avanzadillas de la explo¬tación comercial y también de cómo eso que llamamos progreso trastorna el territorio. Incluso cuando la llegada de los occidentales es amistosa, su mera presencia, con su tecnología y su opulencia desmesurada, altera todos los equilibrios milenarios.
No hay aquí grandes soflamas contra la implantación de las empresas en el Ártico, todo es más sutil. La mera descripción de la mirada de una alondra ártica desde su nido nos basta para entender que somos unos intrusos zafios y ridículos con nuestra maquinaria pesada y estruendosa en ese mundo silencioso de equilibrios de bailarina.
El viaje de Barry Lopez también es interior. Tiene pági¬nas que te atraviesan y te transforman. Se queda con-vulsionado con esa luz que nunca se apaga del verano ártico en ese milagro que hace que la vida florezca entre el hielo, pero también ante esos cementerios de exploradores caídos que se va topando en el camino y que muestran la muerte de los que fueron a perseguir un sueño blanco y fallecieron de hambre y escorbuto de la manera más horripilante. Se pregunta: ”¿Cómo configura el territorio la imaginación de las gentes que lo habitan?”. Se encuentra con esquimales “que caza¬ban narvales frente a la costa septentrional de la Isla de Baffin y morsas en el mar de Bering. Con ecólogos marinos a lo largo de centenares de kilómetros de exploraciones costeras y semi-costeras. Con pintores paisajistas en el archipiélago canadiense. En compañía de hombres toscos que perforaban el hielo invernal en busca de petróleo bajo fuertes vendavales a tempe¬raturas de -35ºC. Y con la cosmopolita tripulación de un carguero, navegando al norte a lo largo de la costa de Groenlandia y por el paso del Noroeste. Cada uno enjuiciaba de un modo distinto el país”. Cada uno veía de manera distinta el manto de la tundra, la fría belleza del cielo nocturno o la coreografía de los rebaños de bueyes almizcleros… No hay verdades únicas, sino miradas distintas. Y Barry Lopez nos recuerda que “en los sueños individuales late la esperanza de no haber vivido inútilmente la propia vida”.
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