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Steven Johnson: “El análisis de los datos es nuestra mejor defensa”

Por El Periódico  ·  13.06.2020

El escritor estadounidense Steven Johnson escribió ‘El mapa fantasma’ (Capitán Swing) hace más de una década, pero el coronavirus lo ha puesto de nuevo en boga, con su reciente publicación en España. El libro es un ‘thriller’ científico sobre la epidemia de cólera de 1854 en el Londres victoriano, pero también un relato muy actual sobre los cambios profundos que generó en la metrópolis británica. Divulgador científico y experto en innovación, Johnson ha escrito una docena de libros y dirige ahora un ‘podcast’ sobre el coronavirus. Habla con EL PERIÓDICO desde su casa en Brooklyn.

No sé si era parte del plan, pero le ha salido un libro bastante escatológico…

Cuando estaba haciendo el posgrado, estudié la historia de Londres de aquel periodo. Uno de mis mentores, que había escrito sobre Engels en Manchester, me dijo que la población urbana de aquel periodo era muy consciente de estar viviendo en la mierda. Y se dieron cuenta de que no podía ser bueno para la salud. La idea se me quedó en la cabeza 12 años hasta que decidí dedicarle un libro entero a la materia.

El autor publica ‘El mapa fantasma’, un ‘thriller’ sobre la epidemia del cólera en el Londres victoriano con tintes actuales

¿Qué buscaba al sumergirse en una epidemia localizada que sucedió hace 170 años?

Este era mi quinto libro. Todos los anteriores mezclaban historias en torno a alguna idea científica, el cerebro o la cultura popular. Esta vez quería un hilo narrativo de principio a fin, pero también un tema que me permitiera abordar algunas derivadas, como la historia de las bacterias. Había escuchado muchas veces la historia de John Snow [el médico que ayudó a frenar la epidemia y fue decisivo para comprender el cólera]. Pensé que era la historia perfecta porque tiene elementos de misterio y está ligada a la historia de las ciudades, los mapas y la medicina, cosas en las que siempre estuve interesado.

¿Se imaginó que una epidemia todavía más letal se cebaría con nuestra generación?

En el siglo XIX pensaban que era una aberración vivir en ciudades tan grandes. Creían que era imposible gestionar urbes de 2,5 millones de personas y por eso se moría la gente. Al final del libro refuto ese argumento, sosteniendo que, si escuchas a la ciencia, te ocupas de la salud pública y construyes un sistema eficiente de alcantarillado, puede funcionar. Pero también especulé con los riesgos que enfrentan los grandes núcleos de población. En el epílogo, le pido al lector que imagine qué pasaría si un virus de influenza golpeara Nueva York: decenas de miles de personas morirían en unas semanas y parte de la población huiría. Es básicamente lo que ha sucedido. Ya habíamos estado cerca otras veces.

“Estamos inmersos en un experimento masivo para determinar hasta dónde deben llegar las interacciones personales”

¿Qué es lo que más le ha sorprendido sobre la respuesta a la pandemia?

No soy un admirador de la Administración Trump, de modo que no me sorprende lo mal que lo han hecho. Estamos en una situación muy parecida a la que enfrentaron los londinenses en 1854. Lo único que les protegía entonces eran los datos, el análisis que hizo Snow de los informes de mortandad. Averiguó dónde moría la gente y eso le permitió discernir que el cólera había contaminado un pozo cercano. Ahora estamos en un lugar muy semejante. No tenemos todavía tratamientos ni vacunas que nos protejan. Nuestra mejor defensa es el análisis de los datos, que nos ayudan a predecir la trayectoria de la enfermedad y cambiar nuestros comportamientos en función de la curva.

¿Qué podemos aprender de aquella epidemia de cólera?

Antes como ahora el miedo se apoderó de la sociedad. La gente se moría muy rápido, familias enteras y los coches fúnebres ocupaban las calles. Pero ‘El mapa fantasma’ es al final una historia sobre el progreso, de cómo la tragedia engendró una nueva idea que acabó solventando el problema. Doce años después, el cólera había desaparecido para siempre de la ciudad. Espero que ahora también surjan nuevas herramientas, estrategias y una mayor seriedad en la preparación de los gobiernos para hacer frente a esta amenaza.

A los países asiáticos les ha ido mucho mejor…

Globalmente hay dos predictores de éxito para reducir el impacto del covid-19: ser una nación isleña y aislada; y tener experiencia con otras enfermedades respiratorias como el SARS. Los asiáticos se lo tomaron muy en serio porque son conscientes de lo terribles que pueden ser. En Europa o EEUU se pensó que el virus se quedaría en Asia. Creo que no volveremos a cometer ese error. Para empezar, nos pondremos enseguida la máscara. Si lo hubiéramos hecho desde el principio, es posible que ni siquiera hubiésemos tenido que cerrar la economía. Espero que salgamos de esta siendo más humildes para no volver a malgastar otro mes preguntándonos si el virus entrará en nuestras fronteras.

“Si nos hubiéramos puesto la mascarilla desde el principio, puede que ni siquiera hubiésemos tenido que cerrar la economía”

Pero de pronto parece como si la pandemia hubiese desaparecido. Esa actitud no funcionó en 1918. ¿Nos estamos equivocando?

Creo que sí, pero también es cierto que estas cosas se calman. Es posible que tengamos un verano tranquilo donde la gente pueda pensar en otras cosas, sin estar constantemente preocupados por enfermarse. España lleva unos días sin registrar muertes. No hemos llegado aún a la inmunidad de rebaño, pero en sitios como Madrid o Nueva York hay cierto grado de inmunidad y eso cambia mucho las cosas. Si la transmisión del virus es inferior a una persona por contagiado creo que nos podemos relajar un poco y esperar a la vacuna mientras nos preparamos para una potencial segunda oleada.

La epidemia de cólera en Londres cambió la sociedad. Se construyó un sistema de alcantarillado eficiente, que hizo de las ciudades lugares mucho más seguros. ¿Qué cree que cambiará esta vez?

No soy de los que piensa que nada volverá a ser igual o que la gente no querrá vivir más en las ciudades. Si mueren otras 50.000 personas y a principios de 2021 tenemos una vacuna, la gente volverá a hacer una vida normal. Como sociedad tenemos una memoria muy corta. Yo vivía en Manhattan durante el 11-S y semanas después las cafeterías volvieron a estar llenas.

“Quizá encontremos una forma mejor de organizarnos para trabajar menos y disfrutar más de las relaciones sociales”

Pero muchas cosas cambiaron con el 11-S, como la vigilancia de la ciudadanía con nuevas leyes muy intrusivas…

Cierto. Lo que ha hecho esta crisis, de un modo que hubiese sido imposible sin ella, es examinar la forma en que trabajamos y nos educamos. Qué es necesario y qué es superfluo. ¿Vale la pena subirte a un avión para asistir a una reunión o basta una videoconferencia? Es posible que industrias enteras decidan que es mejor trabajar desde casa o que parte del currículum escolar se complete de forma remota. Estamos inmersos en un experimento masivo para determinar hasta dónde deben llegar las interacciones personales.

¿Vamos hacia una sociedad más individualista, alienada y solitaria?

Estos meses yo he tenido más interacciones con la familia y los amigos a través de Zoom que en tiempos normales. Y son relaciones reales. De un modo extraño, ha sido una época más sociable para mí. El impacto también está siendo positivo en el medioambiente porque usamos menos los coches. Quizás encontremos una forma mejor de organizamos. No necesitamos ir a la oficina todos los días. Quizás sea más inteligente trabajar menos y disfrutar más de las relaciones sociales.

¿Son las crisis buenas para la innovación?

Pueden serlo porque las crisis te obligan a pensar en grandes soluciones. Ahora mismo se están ensayando nuevas formas de recoger datos, como los termómetros conectados a internet. Cuando la gente se toma la temperatura, los resultados se envían de forma anónima a un servidor, se agregan y enseguida puedes saber si está sucediendo alguna anomalía. Estas compañías llevan unos cinco años recogiendo datos, de modo que pueden compararlos con la temporada normal de gripe. A principios de marzo, cuando Nueva York registraba sus primeros casos, constataron que las temperaturas de la ciudad estaban disparadas. Y también vieron que empezaban a bajar cuando se alcanzó el pico de muertes. Eso ya existía antes, pero nos dimos cuenta de que era increíblemente valioso.

“En vidas perdidas, la desigualdad sanitaria de los afroamericanos es un problema mayor que la brutalidad policial”

¿Qué análisis hace de las protestas raciales? ¿Hay algo más que la denuncia de la brutalidad policial y el persistente racismo institucional?

Una de las cosas que hemos visto durante la crisis del covid-19 es que ha afectado de forma desproporcionada a los negros. En términos de vidas perdidas, ha puesto de manifiesto que las inequidades sanitarias son un problema mayor que la brutalidad policial. No digo que no haya que protestar contra estos incidentes de racismo policial, pero me parece un problema todavía más grave que la expectativa de vida urbana de los afroamericanos sea 10 años más baja que la de los blancos. Por más que no esté generando protestas, es una crisis silenciosa que deberíamos abordar.

EEUU está atravesando una crisis económica, social, sanitaria y política al mismo tiempo. ¿Estamos asistiendo al final del siglo americano?

No lo sé. Hay días que me pregunto por qué no vivo en Barcelona. Ya no somos líderes del mundo en las categorías que importan, aquellas que reflejan el bienestar de la población. Pero este es un país gigantesco. Cuando me deprimo por la situación de mi país, pienso que no soy ciudadano de EEUU, sino de Nueva York o California. Los estados del oeste son casi como una mini nación. Hay mucha gente progresista, sistemas que funcionan, no tienen déficits y eso es también parte de EEUU.

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