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St. Pauli: otro fútbol es posible

Por La Nación  ·  27.02.2018

Ian Mengel, exjugador del FC Bonn, trabajador social especialmente en África, esquiva en su ponencia los nombres más rutilantes y elige como su jugador de pueblo a Walter Frosch. En el video (ver abajo), un periodista le pregunta a “Froschi” (o “Frogi”) qué tiene debajo de la media. “Cigarrillos”, responde el jugador. Sucedió en un partido homenaje. Pero la leyenda cuenta que algo similar le había pasado a Froschi años atrás, cuando asomaba como estrella de la Bundesliga. Eran tiempos sin tanta cámara vigilante. Froschi solía echar alguna pitada en la banca. En un partido, el DT de Kaiserslautern ordenó su ingreso de improviso y Froschi salió al campo con el paquete escondido debajo de la media.

La ponencia de Mengel, en noviembre pasado en Copenhague, no era una apología a las adicciones de Froschi, que bebía mucho y fumaba 60 cigarrillos diarios y que acaso precipitaron su muerte de cáncer en 2013, a los 62 años. Una madrugada, Froschi, gran bigote y melena, terminó primero una carrera a pleno vómito y ganó la apuesta: 10 litros de cerveza. Llegó al partido ante Schalke 04 con los ojos inyectados en sangre. “¿Qué pasó?”, preguntó furioso el DT Erich Ribbeck. “Conjuntivitis”, respondió La Rana (otro de sus apodos). Jugó un partidazo y salió ovacionado. “No se notó mucho la conjuntivitis”, ironizó Ribbeck. El DT estalló otra tarde cuando Froschi tiró un cigarrillo por la ventana justo sobre su automóvil descapotable, que iba al lado del autobús. Pero Froschi siguió entregando todo en la cancha. Bayern Munich ya lo había fichado, aunque el pase se frustró por un tema contractual. El DT Jupp Derwall lo evaluó para jugar en una selección B de Alemania. “Walter Frosch -ironizó Froschi- juega solo en el primer equipo o en la selección del mundo”.

Con el pueblo que mejor se integró Froschi fue con el de su equipo siguiente, el mítico St. Pauli del puerto de Hamburgo, el club de cuya historia de compromiso social y político ya escribimos el año pasado y que semanas atrás celebró un nuevo aniversario de su triunfo más espectacular: 2-1 al Bayern Munich de Oliver Kahn que venía de ganarle 1-0 al Boca de Carlos Bianchi la final de Japón 2001. “Weltpokalsiegerbesieger” (Vencedor del Campeón del Mundo), decían las 120.000 camisetas que vendió St. Pauli. Froschi aprendió que había llegado a un club distinto en una fiesta en la que niños inmigrantes recitaban poemas de Navidad. “No entendíamos una palabra, pero sabíamos de qué se trataba”. Pura energía, Froschi coleccionaba amarillas, tantas que, por él, la Federación alemana implantó la suspensión a la quinta amonestación. Formó parte del legendario equipo de 1976-77 que sumó 27 partidos invicto y ascendió a la Bundesliga. Los hinchas lo votaron dentro del once histórico de todos los tiempos, como cuentan Carles Viñas y Natxo Parra en un gran libro de 2017: “St. Pauli. Otro fútbol es posible”.

El club de la Segunda alemana tiene una hinchada que mezcla obreros portuarios y universitarios de izquierda, que se compromete con el barrio y realiza trabajos sociales y que llegó a recaudar 6 millones de euros en tiempos de crisis (hasta las prostitutas del puerto pedían dinero extra a sus clientes). Son la barrera cada vez que la dirección del club decide patrocinios que ellos consideran dudosos, como la revista Maxim o mujeres bailando en un caño, Mc Donalds o abusivas pantallas LED. El colmo fue cuando el club comercializó por su cuenta y hasta el agotamiento la Jolly Roger, calavera negra, símbolo rebelde de St. Pauli. Los hinchas lograron que el club no pase anuncios en los diez minutos previos a cada partido para no tapar el ambiente previo a la salida del equipo en el estadio Millerntor, al que obligaron a cambiar su viejo nombre porque el anterior hacía honor a un dirigente de pasado nazi. Tiempos en los que los hinchas, enojados con el presidente, cantaban “Bring back St. Pauli to me” (Devuélvanme a St. Pauli). Porque los clubes, decían, son de los socios.

St. Pauli no es un club del poder. Es un club empoderado. Sus 30.000 socios (un socio un voto) controlan el cumplimiento del estatuto antifascista, antirracista y antisexista. Y St. Pauli juega también con sus jugadores del pueblo. El arquero Volker Ippig que fue brigadista en la Nicaragua sandinista. Ewald “Lenin” Lienen, un verde que fundó el Sindicato de Futbolistas. O el goleador Marius Ebbers, que pidió en su retiro juguetes para niños pobres y los hinchas llena ron el campo de peluches. Y, por supuesto, Walter Frosch. La Rana se retiró en 1985 a los 35 años, en el Altonaer. En los ’90 apareció el cáncer. Cinco operaciones. Quimioterapia. Traqueotomía. Reaprendió a comer, hablar y caminar. Cien días en coma. Silla de ruedas .”Nunca te rindas “, decía sin quejas, sonriendo. Hasta su muerte el 23 de noviembre de 2013. “Cada pelea llega a su fin.Adiós Frogi”, tuiteó Fabian Boll. Era el capitán inspector de policía. Los hinchas rechazaban en esos tiempos que se instalara una comisaría, con celda incluída, a metros de su tribuna. Mostraban una pancarta con la sigla “ACABAB” (“All Cops Are Bastards Ausser Ball”). Todos los policías son bastardos. Todos excepto Boll. Nuestro capitán.

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